Me desperté sintiendo un sabor amargo en la boca, me levanté de la cama con flojera. Iba a meterme a la ducha cuando unos golpecitos en la puerta corrediza me asustaron. La corrí y salí al balcón. —Buenos días, dormilona.—me sonrió dejando ver sus perfectos hoyuelos. Sentí arder mi cara, estaba despeinada, ojerosa y sin ducharme. Ah y por supuesto en pijama. —Hola Hazz, ¿que hay?-—saludé. El enarco una ceja, mirándome confundido. -—¿Pasa algo?-—preguntó. Negué con la cabeza, el suspiro.—-, ¿Y asi saludas? Lo mire perpleja, ¿que creía que estábamos juntos? ¿Y debía saludarlo de beso y todo eso? -—Sí, así saludo a mis amigos.-—me encogí de hombros. Su rostro se desencajó. Quizá había sido muy dura, no era mi intención. Pero debía entenderme. -—¿Y te besas con todos tus amigos?-—en