—¿Sam, ya llegaste....?—escuché la voz de la rubia, entrando a la cocina. Di un respingo, gracias al cielo y a la virgen de las sagradas empanadas que no ha sido mi madre la que entró. Nos separamos, con la respiración agitada. Los labios de Harry estaban hinchados y rosados, supongo que igual los míos. —¡Rubia, llegaste!—dije con alegría y me aleje del ojiverde. Camine hasta ella y la abrace, me susurró en el oído. "Me lo tienes que contar todo, perra". —Er...Yo, eh. Tengo que irme.—dijo rápidamente el castaño, nervioso. —¿Ah si, te vas? Porque yo te vi muy entretenido...—divirtió la rubia, Harry se ruborizo. Me reí por lo bajo, esta rubia era terrible. —Debo hacer unas cosas, te llamo luego bebé.—dijo pasando por un lado de mí y besando rápidamente mi cabeza. Lo miré perpleja. ¿