Era rara la manera en la que habían llegado hasta ese punto y definitivamente no estaba segura de que él fuera un buen hombre. También se había dado cuenta de una cosa: él no la reconocía como la hija de Alexander. Al parecer no eran tan amigos como él había dicho. Porque cualquier persona lo primero que hace, es mostrar a su familia. O bueno, estaba segura de que su padre lo hubiese hecho.
Así que, dejando de lado aquellos pensamientos que le traían nostalgia, una idea llegó a su cabeza y ella abrió los ojos.
Si comenzaba a involucrarse con él podría conocer la verdad de lo que había sucedido y así, probar su culpabilidad o inocencia —que era lo que menos pensaba que pasara—.
— ¿Por qué quieres que te conozca?
Se volteó lentamente y le miró a los ojos. Ella solo llegaba a su hombro y tragó saliva por lo alto que era.
— Eres guapa.
— ¿Y?
— Quiero conocerte.
— ¿Sólo por eso? —Preguntó confundida.
¿De verdad era un hombre tan fácil? Las personas no conocían a otras porque les parecen “guapas”.
O bueno…
Por lo mismo existían las aplicaciones de citas.
Al parecer si era así.
“Que anticuada eres”, pensó para sí misma y sonrió levemente.
— ¿Ves? Estás sonriendo —Eric murmuró y dejó escapar una sonrisa grande.
— No es por ti —atinó a decir la mujer y él rió.
— Lo entiendo —se encogió de hombros—. Entonces, ¿qué dices?
Tal vez era una buena manera de conocer la verdad. Ella ni siquiera sabía si lo que haría estaba bien o si, por el contrario, estaba entrando a la boca del lobo. Lo único que sabía era que quería la verdad de lo que había sucedido con su padre y él era la única persona que tenía esa información.}
— Está bien.
— ¿De verdad?
Leila asintió y abrazó con más fuerza el bolso a su pecho.
— Entonces… ¿debes irte?
— Si. ¿Por qué?
— Si quieres puedo llevarte. De verdad, no muerdo —El hombre volvió a sonreír y ella achinó un poco los ojos.
— Eso diría un asesino.
— No lo soy.
— ¿De verdad?
Eric abrió los brazos y asintió.
— Puedes buscar mis antecedentes penales si quieres.
La mujer rodó los ojos y se dirigió fuera del lugar.
— Vivo lejos de aquí.
— No importa donde vivas. Te llevaré.
— Lo que hace un hombre por acostarse con alguien —murmuró Leila y una carcajada se escuchó detrás de ella.
— No es así.
Una camioneta negra sonó y ella volteó a mirarla.
Era la de su padre.
El corazón subió a su garganta y sintió cómo las lágrimas se acumulaban en sus ojos.
Él le había dicho que era muy preciada para él porque había luchado demasiado para conseguirla y ahora la tenía ese hombre que ni siquiera conocía.
— ¿Es tuya?
— Si —respondió mientras le abría la puerta.
— ¿La compraste?
— Algo así —volvió a reír.
Decidió no preguntar nada más y observar con atención.
Todo le hacía recordar a él. Estaba segura de que también podía sentir el olor de la colonia de su padre aún.
Llorar no era una opción en ese momento y volvió a pensar en lo que quería hacer.
— ¿Te sientes bien?
Leila parpadeó varias veces y asintió.
— Si, ¿por qué?
— Te quedaste en silencio. Así no podremos conocernos…
Sin que se diera cuenta, volvió a rodar los ojos y luego esbozó una sonrisa.
— Lo lamento. Tienes razón.
El viaje se mantuvo entretenido para Eric mientras Leila intentaba no golpearlo.
Era el típico hombre que pensaba que todas caerían a sus pies, pero realmente no podía ser más idiota que lo que ya era. Al parecer y según las mentiras que le había dicho, trabajaba en bienes raíces y por eso había conseguido todo su dinero.
¿Si era inocente por qué tenía que mentir al respecto?
Su investigador personal le había dicho que él ni siquiera tenía un trabajo para el momento que supuestamente había conocido a su padre. Al contrario, era una persona que tenía algunos antecedentes por robo y según el trabajador, tampoco era muy querido en su anterior casa.
La casera con quien, al parecer, había vivido gran parte de su vida, luego de algunos billetes, le había comentado al hombre que Eric había tenido bastantes problemas con sus vecinos y que, además, se había escapado de casa y no había terminado de pagar la renta.
Si, el mismo hombre que en ese momento se estaba jactando de tener una empresa de bienes raíces y bastante dinero para despilfarrar.
— ¿Qué te parece?
Su pregunta la tomó por sorpresa y también sacó de sus pensamientos.
— ¿Ah?
— El lugar donde está mi departamento —habló obvio.
— Oh, si… —no le había prestado nada de atención y no sabía de qué demonios hablaba—… muy lindo.
El rostro de Eric se puso serio y apretó la mandíbula.
— No hablaba de eso. ¿No me estrás prestando atención?
Leila sintió su corazón detenerse y la camioneta se detuvo en un semáforo en rojo.
— Lo- lo lamento… tengo muchas cosas en mi cabeza ahora mismo.
Las facciones del castaño se suavizaron y asintió.
— ¿Qué sucede?
— No es nada…
— Dime, no te preocupes.
— Es solo que… es algo complicado encontrar una persona que quiera una relación seria.
Eric comenzó a manejar sin decir una palabra.
— Tienes razón.
— ¿Sólo dirás eso?
— Si —se encogió de hombros—. Todas las personas somos diferentes.
— ¿Qué significa eso? ¿Me estás diciendo que tampoco quieres nada serio?
— No es eso —volteó a mirarla con burla—. Solamente que todos tenemos diferentes etapas.
— ¿Y?
— Tengo treinta años y siento que todavía puedo vivir un poco más de la manera que lo estoy haciendo. He disfrutado muy poco. ¿Cuántos años tienes tú?
Leila mantuvo el ceño fruncido sin entender hacia donde iba su pregunta.
— Veintiséis.
— ¿En serio? —Los ojos de Eric se agrandaron—. j***r, pensé que tendrás menos.
— ¿Por qué?
— Eres muy joven… pareces de veinte.
— No sé si sentirme ofendida o alagada —habló la mujer mirando por la ventana.
— Alagada… me gusta que sean contemporánea a mí.
— ¿Por qué?
— Porque tenemos más temas para hablar y también podemos casarnos.
— ¡¿Qué?!
Eric rió con fuerza y sus ojos se cerraron casi por completo.
— Estoy bromeando.
— j***r…
— Al parecer no eres la única que le tiene miedo al compromiso.
— No le tengo miedo. Quiero algo serio.
Mentira.
— No es lo que me acabas de dar a entender.
— Pues ahora sí —Leila se cruzó de brazos y le miró—. No voy a ser de una noche. Lo lamento.
Su acompañante apretó los labios atento y asintió.
— Entiendo.
El viaje continuó en completo silencio y Leila se encargó de maquinar un poco su plan.
Si lograba que tuvieran más citas y al final, llegar a ser una pareja, tal vez él le sería sincero sobre cómo había conseguido el dinero que tenía en ese momento y dejaría de mentirle de la manera que ya lo había hecho.
Ella no se preocupaba por ella y sus sentimientos debido a que estaba completamente segura de qué era lo que tenía que hacer y no era una niña inmadura para enamorarse de él. Al contrario, entre más rápido pudiese terminar con ello, todo sería mejor. Él no merecía la atención que ella le daría si su plan salía al pie de la letra.
— ¿Es por aquí? —Preguntó Eric revisando el GPS.
— Si, un poco más adelante…
— ¿El edificio gris?
— Exactamente.
El hombre parqueó y los dos bajaron del auto con rapidez.
Leila no sabía si invitarlo a pasar o si debería dejarlo allí y solamente agradecerle por haberla llevado hasta su departamento.
— Yo… ¿quieres subir?
Eric abrió la boca para pronunciar algo, pero luego la cerró.
— No te preocupes —atinó a decir.
— ¿Ah?
— ¿Mañana saldrás? —se recostó en la camioneta sin dejar de mirarla—. Podría… venir a recogerte.
— ¿No debes trabajar?
— No si no quiero y mañana no quiero.
— ¿Por qué?
— Quiero conocerte mejor —se encogió de hombros.
— ¿Me quieres llevar a una cita? —Leila levantó una ceja. Al parecer todo saldría bien.
— Si así quieres llamarlo. No conozco mucho de eso.
— Ay, por favor…
La mujer se soltó a reír y él la siguió, hasta que conectaron sus miradas y se silenciaron.
— ¿Eso es un sí?
— A las cinco estoy libre —murmuró y se volteó para entrar al edificio.
— ¿Y tú número?
— Mañana pensaré si dártelo —sonrió y continuó su recorrido dentro del edificio, dejando al hombre alucinado.
— j***r…