4. ¡Feliz cumpleaños Camille!

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4. ¡Feliz cumpleaños Camille! Camille —Niña Cami…¿No va a desayunar? —La dulce voz de Loreto, la hija del ama de llaves, me saca de mis pensamientos. Era una joven amable que solía sonreírme, a pesar de que su madre la miraba de mala manera. Yo estaba a punto de cumplir ocho años y ella tenía catorce. Desde que llegué a esa casa, solo dos personas me trataban con cierto cariño. Una de ella era Loreto y la otra Simon el jardinero. El chofer solo hablaba lo necesario y el ama de llaves, solo me trataba bien delante de los demás, pero a solas hacía comentarios despectivos que pensaba que no entendía o simplemente me ignoraba. —Ya pasa de la hora. Debí despertar antes. —Los días comenzaron a ser difíciles en la casa. A mí se me exigía algunas cosas que a Sabine no. Por ejemplo, debía estar puntual a la hora del desayuno, y si me pasaba cinco minutos, ya no tenía derecho a comer nada. En cambio Sabine, no tenía un horario. Normalmente no me pasaba, pero la noche anterior me dolía el estómago y no podía dormir. No quise decir nada, así que cuando bajé, ya era tarde, así que solo solté un suspiro, pues ese día mi estómago se quedaría vacío hasta regresar de la escuela. Nadie se atrevía a desafiar a mi madre, quien, por una extraña razón, no me prohibió que la llamara de esa manera. Tal vez se debía a que la trabajadora social hacía visitas frecuentes al principio y algunas de manera imprevista, y tenía miedo a que yo me equivocara y le llamara por su nombre. El caso es que nunca lo supe. Pero en cuanto a su cariño, me fue negado desde el día uno en ese lugar. En cuanto a mi padre adoptivo, el señor Carlo, era extraño verlo en casa, así que no había necesidad de llamarlo de ninguna manera. Cuando estaba a punto de ir al auto para que nos llevara a la escuela, Loretito me entregó un pequeño paquete. Me hizo la seña de que lo guardara rápido y así lo hice, esperando que nadie me hubiera visto. Cuando llegué a la escuela, pedí permiso para ir al baño y aproveché para comer. Era un pedazo de pan dulce, del que me gustaba mucho. Lo disfruté con placer, pues en mi vida pocas veces había disfrutado algo como eso. La cara de niña de Loreto vino a mi mente. Ella sabía que me gustaban mucho los pasteles ya que le conté que en el orfanato pocas veces los comíamos. Exactamente yo no tenía una fecha de nacimiento, y por eso en el orfanato me dieron la del día que llegué ahí, así que la fecha se acercaba. En el asilo no se hacían grandes celebraciones, solo alguna tarta donada por alguien y nos festejaban a todos juntos los que cumplíamos años el mismo mes, así que eran los únicos días que podíamos disfrutar de esas delicias. Después de comer mi postre, me dirigí de nuevo al salón y mientras caminaba por el pasillo, sonreía. Me gustaba ir a la escuela, pues era un escape de la fría casa donde vivía. Al ser de diferente edad, Sabine y yo no coincidimos en el mismo grado. Su salón estaba al otro lado del mío y en el recreo, solía quedarme en mi lugar o salir solo afuera del salón. No quería que existiera la posibilidad de encontrarla en los pasillos, así que los primeros meses fueron tranquilos. Desafortunadamente, lo bueno dura poco. Loreto fue tomando más cariño hacia mí, o tal vez era lástima, no estoy segura, lo único que recuerdo es que ella fue severamente castigada por su madre al enterarse de que la joven solía regalarme galletas o algún dulce del cual no estaba convidada. Decidieron que era mejor que se fuera de la casa y regresara con sus abuelos, por lo que la señora Olga me tomó un profundo odio. A partir de ese momento, las cosas fueron más difíciles para mí. Si me pasaba de horario, ya no comía nada hasta que llegaba de la escuela, y las cosas deliciosas me fueron negadas por completo. Ocho años tenía ya y nadie se preocupó siquiera por desearme un feliz día. Así que a escondidas, me recluí en un salón vacío de la escuela para dedicarme un momento a solas. ¡Feliz cumpleaños Camille! ***** Un día, estaba aburrida y durante el descanso decidí caminar por el patio del colegio. así que saqué mi libreta y comencé a escribir todo lo que había hecho durante el día anterior, incluyendo sueños y deseos. Poco a poco se fue haciendo costumbre escribir todo lo que me pasaba y pensaba, incluyendo dibujos ilustrando mis ideas. Solía sonreír al terminar mi pequeño trabajo, pues parecían pequeñas historias con final feliz. Odiaba los finales tristes. Descubrí que era fácil para mí expresar ideas de esa manera e incluso eran divertidas, pero como no tenía a quien mostrarlas, tal vez era solo lo que yo creía. Me imaginaba a mí misma como una gran artista que triunfaba por el mundo haciendo dibujos para hacer felices a los demás, pero solo era un sueño, porque debo reconocer que en ese momento era un fracaso, pues no tenía mucho éxito en hacer amigos. Los niños de mi salón ya se conocían y todos eran de familias de su mismo estatus por lo cual se conocían muy bien, pero a pesar de que sabían que yo era una Moore, no hacían el intento de permitir que me acercara a ellos. En ocasiones, los niños pueden ser las personas más crueles. Pero no me preocupaba tanto. Me estaba acostumbrando a este tipo de soledad, mientras no me molestaran, todo iba bien. ***** —Miren a quien tenemos aquí. —Mientras estaba descansando antes de regresar a clases, mi querida hermana al fin me encontró un día. —¿Saben de donde viene ella? De un lugar para niños que no tienen papás porque los abandonan o se mueren. Mis padres la recogieron y ahora ella es una niña adoptada. Se llama Camille “Adoptada” Moore. ¿Te gusta tu nuevo nombre “hermana”? Todos los niños que la acompañaban comenzaron a burlarse. Tenía tantas ganas de llorar. ¡Por Dios! Tenía ocho años y estaba aprendiendo a conocer la maldad humana. Ese día no me agredieron físicamente, pero las palabras pueden causar el mismo daño o incluso más, pues te van fracturando lentamente el alma. Creo que su objetivo solo era verme vencida, tomando el lugar en su mundo que ellos pensaban era el que me pertenecía: el de una niña que no tenía claros sus orígenes y para ellos, eso significaba ser una “don nadie”, a pesar de ahora tener un apellido reconocido, para ellos, eso tenía valor. Pero no lloré. Me prometí solo derramar lágrimas por las cosas importantes y ésta, no era una de ellas. Me levanté de donde estaba y tomé mis cosas, pero una de las amigas de Sabine me las arrebató y las rompió. Fue entonces que no pude más y entonces si lloré. No por las cosas materiales, sino por las palabras ahí plasmadas. Lloré y en cada lágrima, mi tristeza y mi frustración corrían por mis mejillas. —¿Qué está pasando? —La voz de una de las profesores que venía por el pasillo se escuchó y provocó que todos los niños corrieran en varias direcciones, riendo como si hubieran realizado una gran hazaña y hubiesen salido vencedores. —¿Estás bien? —Me preguntó de manera amable e intenté hacer una sonrisa, pero de seguro me salió una horrible mueca. —Ven, vamos a que te calmes. —Recogió mi cuaderno maltratado del suelo y me tomó de la mano para llevarme a su oficina. —Soy la profesora Clara. ¿Te habían hecho esto antes? —Me preguntó pero tuve que ser sincera diciendo que no. Me ofreció un vaso con agua y tomé, pero solo le di un sorbo. No confiaba mucho en las personas y tenía miedo que si eran amables conmigo, sufrieran el mismo destino que Loreto. —Está bien si me cuentas y está bien si decides callarlo, pues es tu decisión. —Decidí que era amable, pero no tan amable, así que podía contarle. —No me habían hecho nada, pero ahora que saben que soy adoptada, de seguro que van a molestarme. Pero está bien. La profesora solo movió su cabeza en señal de negación, pues no estaba de acuerdo conmigo, pero no podíamos hacer nada. Ella era solo una profesora y yo una hija adoptiva. Pero una cosa era segura. A partir de ahí, mis días ya no serían tan tranquilos como antes.

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