Había pasado la noche en casa de Carla. Necesitaba espacio, claridad, y, sobre todo, necesitaba hablar con alguien que no fuera Diego. Carla y yo nos levantamos temprano, y mientras el aroma del café llenaba la cocina, no podía dejar de pensar en lo que había ocurrido. Nos sentamos a la mesa con un desayuno sencillo: tostadas, fruta, y el café que tanto necesitábamos. Pero mi mente estaba en otra parte, enredada en los eventos de la noche anterior. Carla me observaba en silencio, sabiendo que algo me pasaba, pero esperando a que yo lo dijera. Finalmente, no pude aguantar más y solté lo que me estaba atormentando. —**Yo no sé qué hacer, Carla** —admití, mi voz llena de desesperación—. **No debí besarlo. Todo está tan complicado ahora...** Carla dejó su taza de café en la mesa y me miró