When you visit our website, if you give your consent, we will use cookies to allow us to collect data for aggregated statistics to improve our service and remember your choice for future visits. Cookie Policy & Privacy Policy
Dear Reader, we use the permissions associated with cookies to keep our website running smoothly and to provide you with personalized content that better meets your needs and ensure the best reading experience. At any time, you can change your permissions for the cookie settings below.
If you would like to learn more about our Cookie, you can click on Privacy Policy.
Capítulo XXXI El ferri que salía por la tarde de la isla de Man hacia Heysham acababa de pasar el promontorio sobre el que surgía Barrow-in-Furness. Empezando la travesía en Douglas a las 14:15, todavía faltaba media hora para llegar a su destino. El mar de Irlanda había estado tranquilo las tres primeras horas de navegación, y los pasajeros estaban disfrutando del viaje. Los más curiosos miraban hacia el norte, intentando ver la arena de la bahía Morecambe. En continuo movimiento a causa de la marea, esas arenas eran un fenómeno único. De hecho, con la marea baja emergía un mundo nuevo. Más de trescientos kilómetros cuadrados de arena se materializaban como penínsulas, canales, islas y promontorios, caracterizados por una geografía tan repetitiva a nivel macroscópico que permitía trazar