Capítulo XXV Esa misma mañana McKintock se había reunido con Crenshaw otra vez, que lo estaba esperando a la puerta de su casa a las ocho en punto. El rector subió al falso taxi y, sin perder el tiempo, informó al agente de que necesitaban reclutar al ingeniero alemán. Crenshaw había arqueado las cejas, dubitativo. —¿Justo tenemos que implicar a otro extranjero? ¿Un ingeniero inglés no podría hacerlo bien? —¿Usted pondría a Swanson a diseñar la Gran Máquina? —le preguntó McKintock mirándolo a los ojos. —Bueno, Swanson no —convino Crenshaw—. Pero el gobierno conoce a muchos ingenieros muy buenos. Podríamos encontrar uno que conviniera a este proyecto. —A lo mejor. Pero recuerde que el primer ministro quiere el presupuesto lo más rápido posible, y con los locos es mejor no discutir. Com