Capítulo II

2087 Words
Capítulo II Prestando mucha atención para no tocar mínimamente la mesa, y con la mirada fija en el gato, ovillado en la estantería a unos diez metros de distancia y dispuesto a mordisquear el trozo de pan, Marlon se movió hacia el teléfono instalado en la pared, a su espalda. Intentó recordar el número de casa de Drew: lo había llamado una vez para pedirle ayuda sobre una tarea. Acababa en 54, ¿o en 45? —Oh, ¡al infierno! Compuso el primer número y, después de una breve espera, el profesor respondió al teléfono: —¡Cof...! ¿Dígame? —el profesor estaba resfriado. —Profesor, soy Marlon, creo que sería mejor que volviera inmediatamente al laboratorio, hay algo que tendría que ver y... —¡Marlon! —lo interrumpió Drew, sin mucha ceremonia—, sabes que he tenido un día complicado: el rector me ha comunicado que los fondos para nuestro laboratorio han sido recortados en un cuarenta por ciento y... cof... parece que, encima, no me dejarán jubilarme este año. ¡Espero que sea por una razón muy, muy importante! —Bueno, profesor, creo que, si no lo quiere también usted, el Nobel será todo para mí. —¿Qué estás diciendo, Marlon? ¡No tengo tiempo que perder con bromas! Marlon no perdió la compostura. —Es su experimento, profesor. Produce un efecto que... El estudiante percibió una brevísima conmoción y, pocos segundos después, oyó un portazo. Todavía podía oír los ruidos de la casa de Drew. La televisión estaba encendida y soltaba vacuidades como siempre. El profesor ni siquiera había colgado el teléfono. Marlon volvió a vigilar el experimento, sin olvidarse del gato para evitar un segundo asalto que seguramente habría tenido consecuencias desastrosas. El animal estaba comiéndose el bocadillo a mordiscos pequeños, pero con cada mordisco la comida disminuía inexorablemente, y el gato empezaba a mirar la mesa con discreción. Drew no llegaba. Marlon maldijo no haber dado nunca de comer a ese gato, y es que sabía que otros estudiantes se ocupaban de él. Lo que no sabía es que ese día esos estudiantes habían ido a una conferencia y no habían dado de comer al gato, convencidos de que Marlon se habría ocupado de ello. Mientras tanto el michino había acabado el bocadillo y se estaba estirando, sin quitar los ojos de la mesa. Marlon empezó a sudar, sin saber cómo hacer, cuando oyó el ruido de la puerta de un coche que se cerraba y un corretear rápido por el camino de acceso al laboratorio. La puerta se abrió de golpe y entró Drew. En cuanto su cabeza pasó por el umbral de la puerta sus ojos abarcaron la escena entera y valoró rápidamente la situación: Marlon estaba inmóvil delante de la mesa, con los ojos fijos en el gato, que parecía seriamente motivado en atrapar un bocadillo sobre la placa del experimento, que parecía todavía montado. Drew tenía una buena relación con el gato y resolvió el impasse de manera absolutamente banal: —¡Niels! ¡Fuera! Con esa orden seca, el gato con un nombre tan importante2 salió inmediatamente por la ventana del laboratorio, que siempre estaba medio abierta por la noche para permitir la ventilación. Marlon dio un suspiro de alivio y empezó a relajarse. Fue a cerrar la ventana y comenzó a contar todo al profesor. Le narró los hechos esenciales, ya que los físicos son gente sintética, y acabó con su hipótesis: —Creo que el gato ha encontrado casualmente una regulación crítica del experimento que produce un desplazamiento o desintegración de la materia sobre la placa. Por ahora no encuentro otra explicación. Durante el relato, Drew había observado el experimento, y registrado todos los valores indicados por el ordenador, así como la regulación fina de los instrumentos conectados. —Marlon, aparentemente ha sucedido lo que dices tú, pero sabes bien que para que un experimento sea válido debe ser reproducible. Tenemos que guardar todos los parámetros de la situación actual, y después intentar reproducir el efecto observado. Antes de nada, sin tocar nada, Drew cogió de un estante una máquina fotográfica digital, equipada con un dispositivo que superponía un retículo de gradación fina a la imagen tomada; fotografió todos los objetos que estaban en la mesa de laboratorio, separadamente y en grupo, desde distintos puntos de vista. La malla permitiría conocer después la distancia y los ángulos exactos entre los distintos objetos, lo cual permitiría restaurar la configuración del experimento. Fotografió incluso la pantalla del ordenador, donde aparecían todos los parámetros de configuración de los distintos instrumentos controlados por él, y luego Marlon guardó todos los parámetros en un fichero. Descargaron en otro ordenador todas las imágenes tomadas, y los ficheros con los parámetros, hicieron dos copias y las conservaron separadamente: una en la bolsa de Drew y la otra en la chaqueta de Marlon. Ahora era el momento crucial: tenían que intentar reproducir el efecto. Drew desplazó el trozo de pan sobre la placa para colocarlo otra vez en la zona de la que había desparecido la materia antes. —Como no sabemos nada sobre cómo pueda funcionar la cosa, procederemos de manera casual, modificando un parámetro cada vez y observando lo que sucede. Marlon, escoge un parámetro en el ordenador. Empezaremos con este. Marlon se volvió hacia la pantalla y eligió el primer parámetro sobre el que cayeron sus ojos. —Modificaré el K22. Ahora está a 1.123,08 V3. Lo pongo a cero. El estudiante ejecutó el cambio. No sucedió nada. —Aumento con pasos de 10 V. Ahora el K22 está a 10 V, 20 V, 30 V... Nada. Llegados a 350 V, Drew dijo a Marlon de aumentar con pasos de 50 V. —…400 V, 450 V, 500 V… Nada. El generador zumbaba de manera siniestra con el aumento de tensión. —…950, 1.000, 1.050, 1.100, 1.150, 1.200 V… Nada. Marlon paró. Dejó de aumentar la tensión. —Profesor, hemos superado el valor del experimento. —Lo he visto, Marlon —Drew estaba reflexionando intensamente—. Bien, dale un valor de 1.123,08 V a K22 directamente, como estaba antes. Marlon cambió el valor con el teclado, y antes de validar el cambio se paró, intercambió una mirada intensa con Drew, los dos centraron su atención en el bocadillo y luego el joven activó el parámetro: instantáneamente, como si fuera lo más natural del mundo, una porción del bocadillo desapareció. Su forma era exactamente igual a la que había desaparecido anteriormente. Drew se quedó sin aliento. A decir verdad, no había creído que el efecto descrito por Marlon hubiera ocurrido realmente, y pensaba que seguramente habría una explicación convencional. Asistir directamente a la manifestación del efecto lo había noqueado. Le pareció que se hundía en un vacío que acababa de crearse bajo él, y se tambaleó. Por fortuna estaba sentado y bastó que el estudiante lo sujetase un momento, impidiendo que cayera. Se imaginó lo que debía haber sentido Marlon cuando vio el efecto la primera vez. Necesitó casi un minuto para recuperarse y volver a tener el control total de sí mismo. Ya no sentía el cansancio del día, no tenía sueño, su mente era ahora un instrumento potente y afilado, concentrado totalmente en el experimento. —Bien, Marlon —dijo Drew con frialdad—, vuelve a poner el K22 a cero y luego a 1.123,08 V otra vez. —Mientras lo decía desplazó convenientemente el trozo de pan. Marlon hizo lo que se le pedía, y la materia volvió a desaparecer. Lo intentaron poniendo el K22 a 1.123,079 V, sin resultado. —Ahora sabemos que el K22 produce el efecto solo si llega directamente al valor crítico. No es una manifestación gradual del fenómeno, ni siquiera para valores cercanos al valor crítico. Parece que estemos ante algo realmente preciso, que, o se manifiesta o no se manifiesta en absoluto, según el valor que demos al parámetro. Bien, ahora probemos con los otros parámetros. Procede ordenadamente, a partir del primero, variándolos gradualmente como hemos hecho con el K22. Marlon intervino: —Profesor, queda poco pan; creo que deberíamos probar con otro material antes de pasar a los otros parámetros. —Mmm, tienes razón. Drew cogió un bloque de teflón de otra mesa y lo colocó sobre la placa. Variando el K22 lo hicieron desaparecer también. Obtuvieron el mismo resultado con un trozo de madera, un prisma, una lámina de plomo y el borrador de la pizarra. Vieron que el espesor de la materia que desaparecía era de medio centímetro. Eran las diez de la noche cuando empezaron a variar los otros parámetros. Habían apagado todas las luces menos una lámpara que estaba sobre la mesa. La luz espectral de la luna entraba por la ventana cercana, iluminando la espalda de dos personas inclinadas sobre una mesa desgastada de un laboratorio de física normal y corriente. Su trabajo era silencioso, monacal. El estudiante seguía al maestro, y el maestro sacaba energía de la intuición del estudiante, joven pero perspicaz. Bastaban pocas palabras, a veces tan solo leves gestos, para que se comprendieran al vuelo y siguieran en perfecta sintonía el análisis de un fenómeno tan portentoso como misterioso. —Debe ser un intercambio —observó Drew durante las pruebas. Marlon lo miró con aire interrogativo. —Si la materia fuera desplazada o se desintegrara, en su lugar quedaría un vacío, y el aire alrededor lo rellenaría inmediatamente, produciendo un ruido seco, como un chasquido. Como no oímos ningún ruido, creo que la materia que desaparece de aquí va a otro sitio, y es sustituida por un volumen de aire que aparece en su lugar. El intercambio debe ser instantáneo y ocurrir en el mismo instante. «Quién sabe a dónde va a parar todo esto», se preguntó Marlon, «¿a dónde estará apuntando el instrumento?» En un momento dado apagaron la única lámpara que seguía encendida y hasta la pantalla del ordenador, para observar eventuales efectos ópticos asociados al experimento. El interior del laboratorio estaba oscuro, salvo por la luz de la luna, que iluminaba débilmente el ambiente. Ningún ruido, excepto el del ventilador del ordenador que soplaba suavemente y el zumbido tranquilo del generador de alta tensión. Marlon sintió el impulso de mirar por la ventana y notó algo extraño: la cara que nos parece ver cuando miramos la luna ahora parecía que los observase atónita, como si no se debiera hacer lo que estaban haciendo en el laboratorio. O no se debiera hacer todavía. Marlon tuvo un escalofrío, pero se recuperó y activó el intercambio. El laboratorio cayó en la oscuridad más completa. El estudiante se congeló al instante; la frente se le llenó de gotas de sudor. —Profesor... —murmuró. En respuesta, oyó solamente un extraño crujido. No se atrevía a moverse. El sudor aumentaba. Parecía que el tiempo se hubiera parado. Siempre oscuro, una oscuridad opresora, como una mano enorme que lo aplastase cada vez más. La tensión se había vuelto intolerable. Pasó medio minuto más, después el viento apartó la nube que había tapado la luna, sin que los dos lo supieran, y esta volvió a iluminar con una luz fría la escena. Marlon miró a Drew. El anciano profesor tenía los ojos fuera de las órbitas, la cara pálida como un trapo, y se aferraba con las manos a la mesa, fuertemente, con los nudillos blancos por el esfuerzo. Eso era lo que produjo el crujido que había oído poco antes. La seguridad y el autocontrol de Drew habían desaparecido, y en aquel momento tan solo exprimía una cosa: miedo. —Profesor... —insistió Marlon. Drew consiguió salir de su pavor, lentamente. —Enciende la luz, Marlon —susurró con dificultad. El chico buscó el interruptor y encendió la lámpara. Una luz vívida iluminó la mesa. Sin decir nada, fue hacia la pared y encendió todas las luces del laboratorio. Parecía que la vida estuviese volviendo, que aquellos instantes de terror estuvieran cancelados por toda esa luz. Drew se levantó de la silla y dio unos pasos. Se secó la frente con un pañuelo. Marlon volvió a la mesa y observó la placa del experimento. La materia había desaparecido, como siempre. No había nada distinto. El estudiante miró al profesor, que estaba volviendo a su sitio. Sus miradas se cruzaron, y ambos supieron que en aquel momento dramático habían sentido lo mismo. —Autosugestión. Solo autosugestión. Es tarde, estamos cansados y enfrentándonos a problemas difíciles. Puede suceder... —Drew hablaba, inseguro, intentado recuperar el control de sí mismo. —Cierto. Será eso —Marlon aprobó, poco convencido, pero sentía que, como persona razonable que se consideraba, tenía que ser como decía su maestro, más anciano y más sabio. Los dos volvieron al trabajo, pero con menos seguridad que antes. Los parámetros en el ordenador eran veintiocho, y a las dos de la noche Marlon y Drew acabaron las pruebas. Habían escrito todo, habían salvado todos los datos que habían utilizado, y sus ojos, rodeados por unas sombras negras, desenfocados por la tensión e inyectados en sangre por el esfuerzo visual requerido, expresaban una fatiga indescriptible, pero también la luz de un triunfo que una persona puede sentir pocas veces en su vida. El incidente ya estaba olvidado.
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