Capítulo III

1261 Words
Capítulo III Vista la hora que era, Drew pensó que habría sido descortés llevar a Marlon a las habitaciones para estudiantes, solo y agotado, con todo lo que el muchacho había colaborado. —Marlon, ¿qué te parecería venir a dormir a mi casa? Mi hermana estará unos días con una amiga suya en Leeds y podrías usar su habitación. —Gracias, profesor, acepto encantado —respondió agradecido el chico, que estaba completamente exhausto. Para evitar que al día siguiente alguno alterara el experimento, aunque fuera involuntariamente, Drew pegó en la puerta del laboratorio una hoja donde había garabateado: «LABORATORIO INFESTADO POR ESCARABAJOS. ¡NO ENTRAR!», después fueron al coche de Drew y en poco tiempo estuvieron en su casa, situada apenas fuera del perímetro de la Universidad. «Menos mal que vive cerca...», pensó Marlon, sea porque el profesor había podido llegar rápidamente al laboratorio, sea porque se sentía tan cansado que se le cerraban los ojos. Necesitaba dormir absolutamente. Caminaron hacia el ingreso y después de que Drew se peleara un rato con las llaves pudieron, finalmente, entrar. El padrón de casa condujo al estudiante a la habitación de la hermana y le dio las indicaciones esenciales con respecto al baño y a la cocina, y luego propuso: —Escucha, Marlon, ahora nos ponemos el pijama y nos lavamos los dientes como niños buenos, pero ¿qué dirías de beber un trago para descargar la tensión, antes de dormir? El estudiante no se tenía en pie del sueño, pero tuvo que reconocer que también él tenía la tensión nerviosa al máximo, lo cual habría podido mantenerlo despierto toda la noche. Además, no había cenado, pero a esa hora, ¿quién tenía ganas de comer y, sobre todo, de preparar algo? Saltarse una comida no era el fin del mundo para él, así que aceptó. —Buena idea, también será una especie de celebración, ¿no? En un cuarto de hora estaban acomodados en los sillones del salón con un güisqui excelente en las manos. El calor agradable de los primeros sorbos les había relajado bastante, y la conversación era tranquila. —Este es un día especial, Marlon —estaba diciendo Drew—, muy especial. Tenemos un instrumento que produce un efecto totalmente nuevo, ni siquiera teorizado, por lo que sé. Será necesario tomar en consideración las teorías físicas corrientes y ver si es posible explicar este efecto con ellas, o si, por el contrario, hay que construir una teoría nueva que lo haga. Habrá mucho trabajo que hacer, para mí y mis compañeros dispersos por todo el mundo, una vez que les haya informado del experimento. —Será un trabajo bonito, sin duda. Me gustaría participar en ese estudio... —¿Tenías dudas sobre ello? Después de todo, es gracias a ti que el mundo conocerá este efecto, y puedes estar seguro de que de ahora en adelante te espera solo una cosa: un montón de trabajo. De hecho, tendrás que seguir con tu plan de estudios tal y como estaba programado, y además te implicarás en cuerpo y alma en este nuevo desafío. Felicidades, Marlon, vas a ser famoso y al mismo tiempo vas a tener que trabajar más que un grumete fregando la cubierta de un barco. ¿Qué más puedes pedir? —Drew se dirigía a Marlon en tono paternal, satisfecho del trabajo del chico. —Bueno, en este momento, pediría una buena cama —respondió sonriente Marlon, al mismo tiempo que terminaba su licor. —Totalmente de acuerdo —dijo Drew—. A propósito, ¿cómo te llamas? —¡Marlon! ...Ah... ejem... Joshua Marlon. Josh. Drew lo miró con simpatía. Aquel chico de color chocolate había tenido la suerte y la agudeza de capturar un fenómeno que, si no, habría podido permanecer desconocido para la humanidad por quién sabe cuánto tiempo. «Un punto más para los negros», meditó. «Hacía falta. Se lo merecían. Al demonio los que querían discriminarlos. El mundo empieza a girar en el sentido justo, gracias al cielo, y creo que...», Drew volvió al presente, dándose cuenta de que el güisqui empezaba a tomar el control. —Buenas noches, Josh. —Buenas noches, profesor Drew. Poco después Drew estaba en su cama, solo como siempre en su vida de solterón. Había conocido alguna mujer, hace mucho tiempo, pero habían sido amistades o poco más. Él no había profundizado en la relación, y ellas, después de un poco, lo habían dejado, con la impresión de que no se pudiese construir nada con ese tipo que parecía tener siempre la cabeza en las nubes. Seguramente la física ocupaba toda la vida de Drew, pero él también era un hombre, independientemente de todo lo demás, y la verdadera razón por la que no había podido construir nada en el aspecto sentimental era su hermana. Timorina Drew vivía con él desde siempre. A sus cincuenta años, diez menos que su hermano, ella tampoco estaba casada, y se ocupaba de ambos y de la casa de manera tan ejemplar que Drew se sentía muy agradecido por todo lo que ella hacía. La presteza de su hermana le permitía, de hecho, dedicarse totalmente a su trabajo, cosa que normalmente consumía toda su energía. De hecho, Drew había evitado casarse, inconscientemente, porque temía que su mujer no pudiera estar a la altura de su hermana, limitando su disponibilidad para sus actividades, algo inconcebible para él. Además, la eventual esposa habría podido entrar en conflicto con Timorina, y esto también le habría resultado insoportable, porque él sentía que tenía una deuda enorme con su hermana, y con su mujer habría debido tener las atenciones de un marido. Se habría encontrado en un callejón sin salida del que no habría sabido cómo salir. En resumidas cuentas, Drew tenía sus complejos y esto no hacía fácil su vida, aunque él no se daba cuenta de ello. Timorina, por su parte, lo sometía a chantaje psicológico, como muchas mujeres saben hacer sin que el hombre se dé cuenta, y lo inducía a hacer algunas tareas que ella simplemente no tenía ganas de hacer, proponiéndolas a Drew como trabajos que «solo tú sabes hacer bien». Uno de estos era cortar el césped delante de la casa. Tenía una superficie de unos doscientos metros cuadrados y con el cortacésped que tenían hacía falta una hora. No era mucho, pero últimamente la hermana lo asaltaba los domingos por la mañana, un momento sagrado para él, durante el cual habría querido relajarse completamente y permanecer en el sillón escuchando música clásica. Hasta hace un par de meses él cortaba el césped los sábados por la tarde, pero entonces Timorina había empezado a invitar a sus amigas, que antes invitaba los domingos, justo el sábado, y sostenía que no podía tomar el té con el ruido del motor del cortacésped. Drew se había adaptado, pero estas últimas semanas esto estaba empezando a resultarle insoportable, y había tenido una idea. Pensó que, como profesor de física que era, habría podido construir un dispositivo que pudiera quemar instantáneamente la hierba por encina de una altura dada, obteniendo un resultado parecido al del cortacésped. Drew sospechaba que, con un retículo de conductores en el jardín, y generando un campo eléctrico con un alto potencial a, digamos, cinco centímetros sobre la hierba, podría quemarla en una cierta longitud, obteniendo el mismo efecto que al cortarla. No se le pasó por la cabeza, ingenuo él, que su hermana pudiera no aceptar las marcas de las quemaduras en la hierba, y que él habría tenido que volver al cortacésped como siempre. En todo caso, de todo esto había salido el dispositivo que ahora reposaba en la mesa del laboratorio. Si hubiese sabido que la «amiga de Leeds» que Timorina visitaba desde hace poco los domingos, y esta vez todo el fin de semana más el lunes, era un simpático señor de mediana edad que en aquel preciso momento estaba haciendo gimnasia con su hermana en una buena cama de matrimonio.
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