En ese momento llegó Hermes con Hera, Marianne y la niñera. La extraña creyó que esa era la familia, el padre y la madre de él. Aunque la mujer no era rubia. Además, la otra niña tenía el rostro igual al del chico, solo que en versión femenina y con el cabello largo. La tiara que tenía los hacía como dos príncipes. Sin mencionar que la belleza de aquel hombre era demasiado abrumadora. Era como uno de esos modelos o actores que gozaban de mucha fama.
—Deseo agradecerle a su hijo —dijo la muchacha—. ¿Quieres un helado?
Helios miró a su papá para obtener permiso.
—Yo también quiero helado —dijo Hera de forma animada.
Hermes la cargó en sus brazos de manera cariñosa.
—Yo te compraré uno luego —dijo Hermes de forma neutra—. Ve a acompañarlos. —Le indicó a la niñera.
—Sí, señor.
Así, Helios y la muchacha fueron por un helado en el centro comercial, siendo supervisados por la niñera desde una distancia prudente, aunque también recibió uno. Los dos disfrutaron del sabor chocolate y vainilla con las bolsas a sus lados.
Helios se quedó mirando el cabello fuera de lo común de la chica. Después de haber terminado, se limpió la mano y extendió su brazo hacia ella.
—¿Puedo tocar tu cabello? —dijo Helios de forma directa—. Es raro.
La chica, divertida por el comentario de Helios, sonrió y se agachó, recogiendo su melena crespa de un lado para facilitarle el acceso.
Helios extendió su mano con cautela y comenzó a tocar el cabello marrón, que se enredaba en sus dedos de inmediato. La sensación era gratificante. Era denso y suave, con una textura que se sentía como una nube rizada y esponjosa. Cada rizo tenía vida propia, rebotando al ser tocado. Era distinto al cabello liso que él estaba acostumbrado a ver y tocar.
—Es como... —Helios buscaba las palabras adecuadas—. Como un montón de resortes suaves.
La chica río ante la descripción de Helios. Era curioso.
—Sí, es bastante especial, ¿verdad? —dijo ella, disfrutando de la inocente fascinación del niño.
Helios siguió tocando su cabello por unos momentos más, maravillado por la textura única.
—Es tan diferente —dijo Helios, retirando su mano finalmente—. Pero es bonito.
La muchacha sonrió con ternura, agradecida por la sinceridad y la dulzura del chico que la había ayudado de forma inesperada.
—Gracias. Me alegra que te guste —respondió ella, acomodándose su propio cabello con una mano—. A veces es un poco difícil de manejar, pero también me gusta.
La niñera, que observaba desde su distancia prudente, sonrió al ver la interacción entre Helios y la chica. Era encantador de la inocencia y la capacidad de los niños para encontrar belleza y asombro en las cosas más simples.
Helios vio a su padre llegar con su hermana y la otra señora. Eso era todo lo que necesitaba hacer allí. Había resuelto su intriga sobre el cabello de la muchacha y la había ayudado cuando sus amigas la habían dejado.
—Ya me voy —dijo Helios de forma grácil.
La muchacha le acarició el cabello, teniendo cuidado de tumbarla la corona que tenía en la cabeza.
Helios intentó irse, pero buscó en su traje un pañuelo n***o con un bordado de un sol con una corana en la parte superior.
—Adiós —dijo la chica al verlo marcharse con su familia.
La muchacha cargaba las bolsas con apuro y cuando iba caminando tropezó con otro muchacho que le hizo caer algunas. Él le ayudó a levantarlas; era lindo y de su edad.
—Me disculpo —dijo él de forma preocupada.
—Gracias —dijo ella de forma complacida.
—Te ayudo a llevarlas al auto —dijo él de forma amable.
—Al taxi —comentó la chica—. Gracias.
Así era como la muchacha de cabello crespo fue salvada por Helios y después ayudada por un chico de su edad. Con el último, al tropezar y que le levantara las bolsas era como de una novela o serie romántica.
Helios regresó con su hermana y su padre, que estaba seguido por Marianne. Volvió a mirar atrás, hacia donde estaba ella. La chica crespa y la observó con el otro chico. Su rostro se mantuvo serio e inmutable. Esperaba que a ella le fuera bien en la vida y fuera feliz. Esa era su despedida. Así, desde ese día no la volvería a ver jamás, hasta muchos años después.
“Yo p**o… Yo pagaré por ti”. Era increíble como un niño había hecho tan memorable y épica esa frase.
Ella era Herseis Hedley, la muchacha que había recibido auxilio por parte de aquel niño rubio de ojos turquesas, con traje elegante, como un pequeño príncipe. Bebía un refresco cuando oyó un estruendo en el cielo. Era un helicóptero que se acercaba a uno de los edificios. Salió junto con sus amigas y miraron cómo aterrizaba en el techo de un rascacielos circundante.
La gente había salido a ver y el tránsito se había detenido. Minutos después, un grupo de hombres con traje de escolta salió del edificio y colocó una alfombra negra en el paso de peatones. Los guardaespaldas formaron un pasillo. Entonces, emergió una mujer con un majestuoso vestido de novia oscuro con un velo que le protegía el rostro. La acompañaba un señor mayor y, por delante, había dos niños angelicales de cabello rubio. De hecho, esos pequeños se le hacían conocidos. Ese aspecto tan destacado era imposible de no recordar. Pero debía acercarse más. Apretó más el paso.
Las personas sacaron sus celulares y empezaron a tomarles fotos. Las luces de los flashes eran como relámpagos. La mujer con el vestido de novia cruzó la calle y accedió al edificio mirador en compañía de los pequeños. Los escoltas recogieron la alfombra y se ubicaron en la puerta para resguardar la entrada.
Intrigada por el espectáculo inesperado, se quedó observando con detenimiento. Sus amigas, asombradas, intercambiaron miradas curiosas y empezaron a especular sobre la identidad de la misteriosa novia. Una de ellas comentó que había escuchado rumores sobre la boda de un magnate en la ciudad, lo que intensificó su curiosidad.
El bullicio de la calle aumentaba. Había leído sobre eventos extravagantes en los que los ricos y poderosos mostraban su opulencia. Pero nunca había presenciado algo tan impresionante en persona. El helicóptero, los guardaespaldas, la alfombra negra, todo parecía sacado de una película.
Los murmullos de la multitud crecían a medida que más personas se congregaban alrededor del edificio mirador. Un hombre que estaba a su lado empezó a transmitir en vivo desde su teléfono, comentando la escena con entusiasmo. Se preguntó quién sería la novia y qué clase de vida llevaría alguien que pudiera permitirse semejante despliegue de lujo.
Una de sus amigas, una chica con sonrisa traviesa, sugirió que se acercaran más para tener una mejor vista. Sin pensarlo dos veces, las amigas se abrieron paso entre la multitud hasta llegar a la entrada del edificio.
Herseis sintió una presión en el pecho al mirar el rostro perfilado de los niños. Era posible que fuera ese mismo niño que le había ayudado en el centro comercial a pagar la ropa de aquella que la habían dejado sola. Además, que le había comprado obsequiado varios carros de ropa y con él con que había compartido un helado. Era ese niño con atuendo de rey.