Capítulo 1 Prefacio: La chica crespa
[Se recomienda leer la nueva versión de LA MAGNATE para entender su continuación]
La chica crespa de cabello marrón estaba en la cafetería con otras amigas de la universidad. Llevaba puesto un atuendo del que había adquirido aquel día, gracias a un pequeño salvador que la había ayudado en su momento de mayor angustia. Aún recordaba los eventos como si hubiera sido ayer. Habían entrado a la tienda con un grupo de amigos que la habían invitado a ir de shopping. Sin saber que era observada por un distinguido niño.
El pequeño Helios, mientras su padre, su hermana y las dos señoras buscaban la ropa, vio como un grupo de muchachas se probaba atuendos. Hubo uno que llamó su atención por el tipo de cabello que tenía, era rizada, demasiado. Se veía un poco excéntrico y llamaba la atención por ser inusual. Aquella muchacha comenzó a probarse algunas prendas para ella y llenaron varias canastas. Sin embargo, sus amigas habían dicho a las cajeras que empezaran a empacar sus prendas por separado, porque tenían algo urgente. Además que, la chica crespa sería quien pagaría. Si le podía hacer el favor.
Así, mientras ella estaba en el probador, el grupo de chicas se fue, riendo y con grandes sonrisas en sus rostros, dejándola a ella sola con las bolsas en la mano. Cuando la muchacha de cabello crespo salió del sitio, buscó con la mirada a sus amigas. Caminó de aquí para allá, haciendo una ronda a través de los estantes de ropas que estaban en el centro comercial. Pero no halló a nadie.
Helios miraba de manera desapegada la escena. Era un niño de cinco años, pero había entendido a la perfección lo que había sucedido. Su expresión era seria y fría. A su corta edad se mostraba más serio; tenía la personalidad apática de su madre y la tranquilidad de su padre.
La chica se acercó al punto de p**o y preguntó a la cajera por sus amigas.
—Disculpe, ¿las chicas que estaban aquí conmigo? —preguntó ella con voz grácil.
—Sus amigas se fueron —comentó la mujer que la atendía—. Dijeron que debían irse antes por una urgencia y que usted iba a pagar la cuenta. Son…
La muchacha quedó helada al escuchar la cifra. Permaneció perpleja y estática. Un escalofrío le recorrió el cuerpo y las manos. Por un instante sintió que se iba a caer, pero se mantuvo de pie. No era tenía dinero, ni era rica. Trabajaba a medio tiempo para pagar sus gastos personales y los que le generaran los estudios.
—¿Va a llevar también esa ropa? —preguntó la vendedora, señalándole las canastas con las prendas que había elegido.
La chica experimentó un rayo de desapego por lo que se había probado. Hace mucho que no compraba ropa nueva y no podría tener nada de eso. Buscó su bolso y sacó su cartera. Su pulsó se detuvo y se le bajó la presión. Ni con todos sus ahorros podía alcanzar la cifra. Estaba asustada y mareada. El mundo le comenzó a dar vueltas y la realidad se le hizo distante. Era como si estuviera soñando, adormecida. Sus sentidos parecieron agudizarse; sus ojos veían más lento, su oído escuchaba más y su olfato percibía los olores más fuertes. Se apoyó con la diestra sobre el mesón, para no caer sobre el piso. Sus ojos marrones se cristalizaron y gotas de lágrimas bajaron por sus mejillas, haciendo que se empañara su visión. En los segundos siguientes quedó ida y asustada. Vio al niño que se colocaba frente a ella.
Helios se puso en la punta de los pies y estiró su brazo con su tarjeta de crédito. Esa muchacha era más alta. Además de que tenía tacones, por lo que era demasiado grande.
—Yo p**o —dijo él de manera tranquila.
La muchacha se limpió los ojos para ver mejor. Entonces notó con claridad al niño rubio de ojos celestes con un atuendo de sastre n***o que se había acercado a ella, con esa corona que tenía en la cabeza como si fuera un príncipe.
—¿Qué? —preguntó ella sin entender muy bien lo que ese pequeño quería hacer.
—Yo pagaré… Por ti —dijo él de forma segura.
Ella arrugó el entrecejo y ladeó la cabeza. Dudó en tomar la tarjeta, pero el niño la sujetó del brazo y se la puso en la mano.
La cajera observó, sorprendida, lo que estaba pasando. Había entendido el gesto del niño al a salvar la muchacha, luego de la trampa de aquellas chicas.
Helios fue a buscar la caja con las prendas que ella se había medido. Miró la talla de las blusas, camisas y jeans. Así, fue a buscar toda la ropa que medía lo mismo y la empezó a echar en otro carrito más grande. Escogía todo lo que se encontraba a su paso de todos los colores.
—¿Qué haces? —preguntó la chica, todavía sin asimilar lo que estaba ocurriendo. ¿Cómo un niño pequeño podía pagar todo ese dinero?
—Esto… También —dijo Helio. Llevó el carro repleto de ropa a la caja.
En ese momento llegó otra vendedora y le susurró algo al oído a la cajera. Hermes, Hera, Marianne y la niñera habían visto la escena desde la distancia. Le había dicho que él pagaría por lo que eligiera.
—Por supuesto —dijo la empleada—. Enseguida tomo el pedido.
—¿En serio? —se preguntó la chica a sí misma.
Ella no dejaba de ver al niño que estaba a su lado. ¿En verdad la había salvado ese chico? Era tan pequeño y angelical. El cabello rubio resaltaba con su piel blanca. ¿Cómo era posible que se chico la hubiera ayudado en un momento tan critico? Si eso era cierto, él se había convertido en su héroe; esos que aparecían en las películas o series para salvar el día. Solo que, no estaban en ninguna, era la vida real.
Helios, aunque desapegado de las cosas, excepto de sus padres y su hermana gemela. Esperó con ella y la ropa fueron empacadas en las bolsas. Ya había hecho todo lo que tenía que hacer, por lo que se disponía retirarse.
—Oye… Su majestad —dijo la muchacha con humor—. Gracias.
—De nada —respondió Helios de forma afable.