CAPÍTULO TRECE El mundo de Sartes estaba lleno de calor, dolor y odio casi a partes iguales. Se cerraba hasta parecer que no había nada más, y apenas podía hacer que su cuerpo continuara moviéndose. “¡Más rápido, vosotros dos!” dijo bruscamente un guardia, mientras le golpeaba con una vara. Había llegado un punto que Sartes apenas sentía ya los golpes, después de tantos. Aún así, se esforzaba por llenar su cubo de alquitrán más rápido. A su lado, veía que Bryant hacía lo mismo, aunque el chico al que estaba encadenado casi era delgado como un esqueleto y ahora estaba débil. Sartes no sabía cuánto tiempo podría sobrevivir allí su amigo. Tampoco sabía cuánto tiempo podría durar él. Las canteras de alquitrán eran el peor infierno que podía imaginar, y más que eso. Allí el trabajo empezaba