¡Culpen al perro!

4988 Words
Katlyn salía temprano de casa, cinco de la mañana, y estaba reluciente. Solo llevaba una de sus viejas camisetas y su delgado suéter con botones, sus jeans holgados y descoloridos, un par de tenis viejos y su pequeña mochila negra para el dinero. Estaba lista para otro arduo día de trabajo, y como de costumbre, se ajustó la coleta bien alta y se restregó las manos en sus mejillas. ― ¡Vamos, vamos que no hace frío!  Pero no era cierto. A esa hora de la mañana el frío se sentía hasta en los huesos, sin embargo, como Katlyn ya llevaba un año y medio haciendo esa rutina, ya estaba acostumbrada a sufrir por el clima hasta que el sol salía. Su primer trabajo era repartir leche. Llevaba botellas de vidrio en una bicicleta y las entregaba en casas y apartamentos en los que vivían todo tipo de familias, algunas muy tóxicas, otras no tanto y muy de vez en cuando, alguna familia relativamente feliz. También se topaba casas donde solo vivían ancianos, o simplemente casas en las que los dueños eran jóvenes intentando vivir solos, o más bien, intentando sobrevivir solos. Déjame aclararte que la bicicleta no era de ella, era del dueño de la microempresa repartidora de leche, "Leche fresca y de vaca feliz hasta la puerta de su hogar" ese era el lema que Don Matías, el dueño, había impuesto. El hombre tenía una pequeña granjita a la afueras de la ciudad, y sus más grandes tesoros eran 3 vacas, Sol, la blanca con manchas, Dulce, la de color ocre, y Nena, la negrita. Su negocio tenía un éxito bueno desde que se puso de moda la leche orgánica, así que se había hecho un hueco en el corazón de Archangel City, luego de vender la leche de sobra que sus tesoros vacunos le daban a diario. De modo que Katlyn pedaleaba por 3 horas seguidas a una velocidad constante y rápida, para recorrer la sección que le asignaban y no llegar tarde. Además, también se tenía que cerciorar de no romper ninguna botella, porque se lo cobraban con sangre.   ―Aquí está tu paga. ― Le dijo de mala gana Don Matías al final de su jornada. Y que la tratara así no era ninguna novedad. Sus otros tres compañeros eran mucho más jóvenes que ella, de 17 y 18 años, mientras que Katlyn ya estaba en los veintes, así que por eso el hombre creía que había dejado la escuela, y como resultado ahora trabajaba en cosas que un adulto eficiente no debería hacer, algo que el señor Matías desaprobaba y criticaba con severidad. Sin embargo, eso a Katlyn no le importaba, necesitaba el dinero y por eso dejaba a la gente pensar de ella lo que se les diera la gana.   ― ¡Gracias, Don Matías! Bien, me retiro. ¡Que tenga buen día! ―Sí, sí. ― Respondió él haciendo un ademan con la mano y dándose la vuelta para entrar a su casa. Una casa de un solo piso de madera, pintada en azul y blanco, con dos ventanitas. Katlyn le ofreció una cálida sonrisa y salió de la propiedad, no sin antes despedirse de las 3 princesas, que como buenas chicas, estaban pegadas a la cerca que separaba, su pastizal del camino. Katlyn se acercó y les acarició las grandes cabezas, recibiendo a cambio mugidos de placer y unas colitas serpenteantes. ― Nos vemos luego, lindas. ― Se despidió de ellas y trotó hasta la parada del autobús. En el caminó no hizo más que mirar por la ventanilla y preguntarse lo mismo de siempre. “¿Podre conseguir algún empleo que no me consuma tanto?”, no es que Katlyn detestara sus trabajos, pero algo era seguro, y es que eran muy exigentes hablando físicamente. Y al prestar más atención, pudo notar a todos aquellos oficinistas que salían con sus portafolios, justo a su lado, uno de ellos iba sentado mientras hablaba por teléfono, usaba un perfume muy fuerte, así que deslizó solo un poco el cristal para no molestar a nadie, y en el carril de lado derecho, se fijó en los coches que y en sus conductores, y sin evitarlo pensó: “Woo. Si el hombre a mi lado es afortunado, estas personas lo son aún más.” A Katlyn le daba la impresión de que su trabajo era tan bueno, que incluso podían permitirse tener un coche. Inocentemente miró sus tenis y sonrió mientras se daba cuenta que esas eran las únicas llantas que la llevarían a donde quisiera mientras no se rompieran. El olor de un delicioso pan recién horneado la golpeó en la cara cuando el autobús se detuvo un momento frente a una panadería. Su estómago rebelde gruñó, estaba hambrienta, y eso le recordó que seguramente su padre ya estaría igual, y tenía que evitar a toda costa que él pusiera un solo dedo en la cocina. Tan solo la última vez que lo hizo, termino haciendo un "mini incendió" en lugar de calentar la sopa.   Unos minutos después y al cruzar por el umbral de la puerta, la chica encontró a su padre de pie junto a la pequeña estufa. Sostenía con una mano temblorosa la sartén caliente y con la otra intentaba alcanzar el viejo cucharón de madera. ― ¡Oh, papito deja eso! Ya lo hago yo. ― ¡No, no, no! Yo me las arreglo. ― ¡Venga ya! dame eso que podrías quemarte.― Y tras una batalla de miradas, el hombre finalmente cedió. ― ¡Bueno, toma!― Dijo soltando con cuidado la sartén y avanzando pesarosamente hasta una silla.― Eres testaruda como tú madre.   Cuando ambos cayeron en cuenta de que se nombró a la persona que los defraudó y abandonó, bajaron la cabeza y suspiraron. ¡Oh, no! Otra vez la innombrable. Y no hablo de la versión femenina de Lord Voldemort. Lo que pasa, es que en esa casa se juró jamás volver a hablar de esa mujer. La madre de Katlyn era hermosa, nada comparado con su hija. Tenía curvas peligrosas por todos lados, cabello sedoso y largo, y fue dotada de ojos enormes con pestañas rizadas. Se podría decir que Katlyn había heredado todo de su padre y nada de su madre. Incluido la personalidad.   ― ¡Vamos, vamos! Ctrl + Z, deshacer acción.―Dijo la chica mientras se restregaba las mejillas. Un extraño hábito suyo. ― De acuerdo, vamos a desayunar, almendrita. ― ¡Papá! Que no me llames así. Ya estoy grande.― Sentenció llena de vergüenza. ―Pero si tú eres mi almendrita... ¿Qué es eso?― Su padre puso cara de confusión y señaló el pequeño y redondo rostro de Katlyn. ― ¿Qué? ¿Tengo algo? ―Si. ― ¡No puede ser! ¿¡Qué es!? ¿¡Qué es!? ― Y dando saltos como niña asustada, almendrita comenzó a darse manotazos en el rostro. Su mayor temor era que se le pegara algún insecto y entrara por sus fosas nasales para jamás salir. ― ¡Oh! ¡Ya son dos!― Claro que su padre estaba fingiendo, pero la inocencia de Katlyn no le permitía ver que en el rostro de su padre se escondía una sonrisa burlona. ― ¡Kyaaaa!― Gritó aterrada. ― Tranquila, tranquila... Solo son dos almendras que se asoman en tu cara. Al instante dejó de saltar y golpearse. Se paró derecha y lo miró con falso enojo. El padre de Katlyn se refería a sus ojos, pues eran de un color muy similar a las almendras, y por eso la llamaba así. Almendrita.   Después de una comida pobre y medio vaso de leche, que no era de vaca feliz, Katlyn guardó el dinero de su paga en un jarrón violeta que tenía flores plásticas. Ese jarrón era lo único de valor en su casa. Todo lo demás era viejo y estaba a punto de hacerse polvo. Incluso las paredes se venían abajo.   ―Bueno, papito. Me tengo que ir. ¡Tu hija va a esforzarse hoy también! ―Como me gustaría poder ayudar con los gastos.― Soltó afligido el pobre hombre mientras se restregaba el cabello rizado que llevaba pegado a la nuca.― ¡Pero nadie quiere a un maldito cojo! ― Soltó y se dio un golpe fuerte en la pierna.   Katlyn se esforzó por no parecer triste, le dolía en el alma que su padre pasara por esa situación. Antes del accidente que le dejó así, él trabajaba y sostenía a su familia, pero después de que una pieza de metal le cayera en la pierna derecha, nada volvió a ser igual. Los doctores dijeron que había sido afortunado, que al menos no perdió la pierna. Pero, ¿qué hombre es afortunado si no es capaz de sostener a su familia? Y peor aún, cuando es incapaz de hacer realidad el sueño de su hija...Su sueño de estudiar.   ―Ya deja de hablar así. Me cuidaste por mucho tiempo y me educaste bien. Por eso es mi turno de devolver ese enorme favor. ―Mi almendrita.― Suspiró y le acarició la mejilla.―No sé qué hice para merecer una hija como tú. ―No nos pongamos sentimentales. Ahora quédate aquí y toma tus medicamentos.   Medicamentos... Se me olvidaba decirte. Aparte de la cojera, el padre de Katlyn sufría del corazón. Cuando se enteró mediante una carta (la cual tenía sólo excusas para un comportamiento de adolescente) que su esposa lo engañaba y se fugaba con el vecino, (y sin avisar que se llevaban TODO el dinero y ahorros) el padre de Katlyn se desplomó contra el piso y terminó en el hospital a causa de un infarto. Ahora eso se había vuelto algo crónico y necesitaba de medicamentos. Otra razón más por la cual Katlyn se esforzaba para conseguir dinero.   ― ¡Listo! Me voy ahora.― Dijo mientras depositaba en la frente de su padre un beso.― Procura no quemar la casa...otra vez. El hombre sonrío y negó con la cabeza. ―No, ya no. Ve con cuidado y regresa a salvo. ― ¡Si!   Y así fue como Katlyn salió a pasar el día más complicado de su vida, o mejor dicho, a comenzar una vida complicada a partir de ahí. Su segundo empleo era en un restaurante de comida turca y solo estaba ahí gracias a la generosidad del dueño. Katlyn la hacía de lava platos, mesera, algunas veces cocinera y otras más de cajera.   Después de lavar ollas, cubiertos, platos, vasos y afilados cuchillos... Y de atender a uno que otro comensal, Katlyn salió corriendo para no llegar tarde a su tercer empleo. Este era en una estética que no era muy frecuentada. Y ¿Sabes qué hacía Katlyn? Bueno... Ella no cortaba el pelo, no teñía y mucho menos hacia manicura. ¡Katlyn les lavaba las cabezas a los clientes! Si, así es, era una lava cabezas. Hacer eso era algo irritante y algunos clientes tendían a ser muy molestos y groseros. Katlyn consiguió ese empleo gracias a Margarita, la dueña. Quien solía ser amiga de su madre, al enterarse de la situación le ofreció a Katlyn trabajar y ser su aprendiz. La chica aceptó gustosa pero... La belleza no era lo suyo, y lo descubrió luego de hacer seis cortes de cabello mal, cuatro teñidos erróneos (uno de los cuales terminó en el desmayo de la clienta al ver que su cabello se caía a pedazos) y de olvidar que las uñas esculturales no necesitaban de pegamento… Bueno, al final solo pudo lavar cabezas sin poner tinte en vez de shampoo. Cosa que le pasó solo una vez, un pequeño errorcito nada más, si los comparas con sus metidas de pie anteriores.   ― ¡Ay! ¡Fíjate niña, idiota! Me salpicaste un ojo. ― Le gritó una mujer regordeta. Una Karen. ―Discúlpeme. Lo siento. Fue mi error. No pasara de nuevo.― Respondió Katlyn inclinado un poco la cabeza. Otro de sus extraños hábitos. ―Más te vale, no quiero llamar al gerente.   Pero no hacía falta, Margarita, la gerente, y dueña sobre todo, había visto aquello y aunque le molestó la actitud de la clienta, no hizo nada. Porque los clientes son clientes y de ellos viene el dinero y... El dinero es el dinero, y el mundo se consume en dinero.   "¡Ay Katlyn! Cuando dejaras de ser tan amable con todos". Pensó Margarita.   Ella creía que ese no era un hábito muy bueno. Claro que estaba bien serlo, pero Katlyn se excedía con su amabilidad, y a veces la gente se aprovechaba de eso. Después de terminar con las manos algo adormecidas, Katlyn tomó un descanso de media hora para comer y darse un respiro. Cuando su momento Milky Way terminó, se despidió de Marita, como ella le decía de cariño a la dueña de la estética. Salió y cruzó la ciudad para llegar a una florería. En su cuarto trabajo ella solo se encargaba de limpiar y hacer algunos arreglos florales si la dueña se lo pedía. La mujer que la contrató era indiferente, no le importaba la vida de Katlyn y mucho menos sus razones para trabajar. Sus únicas charlas eran sobre instrucciones y la cantidad de paga que recibiría. Por lo general la mujer mostraba cara de pocas pulgas y una arruga fruncida siempre se dibujaba sobre su frente.   "Con una dueña así, cualquiera pensaría que las flores se marchitarían, no entiendo porque no sucede..." Ese era uno de los pensamientos que acosaban a Katlyn en la florería. A veces, incluso formulaba teorías para encontrar una respuesta al enigma.   Cuando se dieron las cinco de la tarde, Katlyn salió disparada hacia la parte más cotizada y hermosa de la ciudad. El lugar en donde solo vivían los ricos y, el lugar en donde la paga era mucho más alta que la de sus otros empleos. Pasear perros parece ridículo, pero hay gente que paga muy bien para que alguien les ahorre el trabajo de caminar y juntar las heces caninas.   ―No me agradan mucho los perros pero... ¡Todo sea por papá! ― Se animó a sí misma, pues para ser sinceros, Katlyn le tenía miedo a los perros desde que uno la atacó en el parque cuando tenía seis años, había sido un accidente, ella tropezó y le piso la pata mientras dormía, y al despertar su primer instinto fue lanzarle una mordida en la cara, pues al caer quedo bastante cerca, así, el recuerdo vivido de las fauces abiertas del perro, bailaba en su cabeza cada vez que veía un perro grande. La mordida jamás llegó a su rostro, pero si a su brazo, con el que se logró cubrir a tiempo. El animal la soltó de inmediato y se retiró del lugar, dejando a la pequeña petrificada y con dos agujeros en su manga.   Katlyn se dio dijo a sí misma con aquella frase una vez más. Se amarró más los tenis y tocó en la primera casa. Era enorme y muy lujosa. Demasiado grande para que solo tres personas la habitaran. ¡Ricos insensibles! ― ¡Hola, cariño! Algo pasó y tenemos otro perro. ―Dijo sonriente la pequeña princesa de la casa, a Katlyn no le caí mal, pero tampoco le caí muy bien. La chica tenía 18, era alta y muy blanca. Sus ojos eran lo que más llamaba la atención, eran de un azul muy intenso y su cabello n***o los resaltaba aún más. ― ¿Cómo? No lo entiendo. Pregunto Katlyn muy confundida. Pues la idea de pasear a otro perro extra le aterraba. Ella conocía muy bien a su perro, Brownie, era un Irish Water Spaniel. Era grande y con mucha fuerza, por lo que era difícil de controlar.   ― Es que murió.― Respondió Malena mientras se tocaba y alisaba las cejas. Tenía un gesto de suma serenidad y de vez en cuando miraba a las espaldas de Katlyn, justo a la calle. ― ¡Oh! Lo siento tanto. ― Tranquila. El que la pasó mal fue Tobías. Así que adoptamos uno. ―Ya veo...― Dijo Katlyn. Ella Sabía que Tobías, el hermano menor de Malena amaba a Brownie. ― Así que… ¡Hoy conocerás al nuevo integrante!― Dijo Malena mientras se inclinaba y llamaba al perro con las manos.― ¡Ven aquí, cosa! ¡Ven!   En ese instante Katlyn recordó a Brownie, ella lo había bautizado como el perro de Jimi Hendrix, pues tenía una afro enorme y todo su pelo era café oscuro y brillaba como campana recién pulida. Esperaba que el nuevo perro fuera pequeño, y fácil de controlar, no lo sé... Quizá un Chihuahua. "Por favor, Dios. ¿Es mucho pedir un perro pequeño?" Pensó. Pero todo el mundo se le vino encima cuando vio a su nuevo cliente. ― Este...Es Neo.   Era un Bobtail, para hacértelo más fácil, un antiguo pastor inglés joven y peludo. ¿No tienes idea de lo que es? Bueno, ¿Has visto un papa con pocas pulgas? Pues ese no es, pero se le acerca mucho.   ― ¡Huy! Está ansioso por salir. ¡Suerte!   Y tras decir esas palabras Malena le entregó a Neo y cerró con un portazo. Katlyn estaba en shock, Tomó la correa y antes de que pudiera pensar en algo, el perro salió como una bala tirando de ella.   El conjunto de casas lujosas estaba situada en una zona muy chick. Tenían hasta su propio parque, y además contaban con jardines hermosos. Jardines que Neo atravesó a toda velocidad con Katlyn siendo jalada por él. ― ¡Neo! ¡Basta! Pero el perro la ignoró por completo y siguió su carrera, destruyendo a su paso flores, arbustos y adornos de cerámica, (adiós Gnomeo y Julieta.) ― ¡Quieto! ― Gritó con verdadera autoridad. Neo se calmó y dejó de correr. Olisqueó el suelo donde estaba y se detuvo alzando las orejas. Oh si, había encontrado algo. ― ¡Muy bien! Buen perro. Ahora espera, anudare mis cordones otra vez... Y mientras Katlyn se inclinaba, colocó parte de la correa en su antebrazo para que el perro no escapará. Pero no contó con que Neo era más fuerte. Cuando menos se lo espero, la enorme bola de pelos salió corriendo de nuevo, arrastrando consigo a Katlyn, ella no podía ponerse en pie y mucho menos detenerlo. ¿Qué porque no suelta al perro? Pues porque si lo hace este se escaparía, y ella estaría en problemas, bueno… Aparte, porque se le atoró la correa en el brazo.   Cruzaron rosales con puntiagudas espinas. Espinas que se clavaron en sus cuerpos. Neo no sintió nada, pero Katlyn gritó de dolor. Fue entonces cuando el fino y delicioso césped se terminó, y fue sustituido por la áspera y desagradable acera. Llegando hasta el centro de los residenciales, donde se encontraba el gran parque de las fuentes saltarinas. Lástima que su misericordia no terminó ahí, Neo vio un puesto de Hot Dogs y no dudó en derribar el carrito para comerse algunos de los perros calientes que se cayeron.   Si, así como lo escuchas, un perro comiendo perros calientes. Fue Canibalismo perruno, lo creas o no.   En ese momento Katlyn finalmente se liberó de la correa, Neo se había distraído mientas devoraba con ansias la comida, así que nuestra valiente chica aprovechó para levantarse, pero como su cuerpo le dolía demasiado le costó lo suyo recuperar su respiración y mover una pierna para darse impulso. Al hacerlo sintió como su cabeza palpitaba y todo le daba vueltas.   ― ¡Oiga! ¿¡Pagará por esto!? Mire lo que ha hecho su perro. ― Rugió el dueño del carrito. Su cara estaba roja por la ira y miraba con mucho odio a Katlyn y a Neo.   ―S-si. Discúlpeme, lo siento. ― Katlyn inclinó su cabeza. Mala idea, pues cuando lo hizo se sintió como Ana Bolena. Sentía que la cabeza se le desprendía del cuello. Cuando movió su rostro en dirección a Neo, este se quedó quieto como piedra y levantó las orejas, olfateó el aire y salió disparado de nuevo. Casi con un esfuerzo sobrehumano, Almendrita trató de detenerlo, poniendo su cuerpo frente al perro. Pero este pareció no mirarla y le pasó encima. Katlyn cayó contra él piso golpeándose con fuerza con una especie de cilindro que se rompió al chocar con su cuerpo. ― ¡Ay no! ― Exclamó Katlyn cuando notó que había caído sobre la salsa kétchup y que toda esta se había derramada en su camiseta, también notó que ya tenía un agujero del tamaño de Rusia. (A Hitler le gusta esto) ― ¡Neo! ¡Alto! ― Chilló con dificultad, ya que todo le punzaba. ―¿¡A dónde cree que va!? ¡Págueme! ― La voz del vendedor era de esas que te provocan miedo. Aunque el hombre de los Hot Dogs estaba casi poniéndose morado, Katlyn lo ignoró y salió detrás de Neo. Sus piernas le dolían tanto, que sintió que se le habían caído en el camino y que ahora solo iba flotando por los aires. A los lejos divisó la pelusa gigante que era Neo, corrió aún más rápido para alcanzarlo pero el volvió a iniciar su marcha, ahora iba rumbo al centro de todos, justo donde la gran fuente saltarina danzaba. Por otro lado, Neo iba feliz, estaba tan contento por al fin haber salido de esa casa en la que todo el mundo le restregaba el pelo. Ansiaba con todo su corazón canino salir y respirar, pero sobre todo ir a donde la cosa que siempre se movía.   ― ¡Si, si, si! Ya te encontré cosa que se mueve. ― Pensó Neo en cuanto vio por fin lo que tanto buscaba, el agua.   ― ¡Ay por dios! ¡Neo, no! Katlyn estaba desesperada. El perro corría en dirección a la fuente y varias personas estaban ahí relajándose. Neo hizo que los presentes se quitaran aterrorizadas en cuanto lo vieron acercarse, derribó a una mujer mayor que iba en su andadera y lanzó por los aires a un muchacho que estaba en patines. Y aun así, solo hubo una persona que no se inmutó ante Neo, se trataba de un chico que parecía de la edad de Katlyn. El chico estaba de pie y llevaba unos lentes negros para el sol. Y sorprendentemente no se movió ni un centímetro.   Al pobre chico Neo le pasó entre las piernas y lo hizo caer de costado. ― ¡Anda, juguemos cosa que se mueve! ¡Gua, gua! Te voy a atrapar. ― Y cuando Neo le declaró la guerra al agua de la fuente, se metió en ella y comenzó a correr y morder los chorros de agua que salían. ― ¡Lo siento mucho! ¡Por favor perdóneme! ― Imploró Katlyn. El chico tanteo en el piso en busca de sus lentes y se los colocó de nuevo, luego como pudo se puso de pie y giró su rostro hacia la chica. En ese momento el pequeño mundo de Katlyn se dejó de mover. Ella ya no se fijó más en las personas que se acercaban molestas, y tampoco notó que Neo estaba persiguiendo palomas. Solo miró al chico, y a sus espaldas, un escenario perfecto, los chorros de agua de la fuente destellaban por el sol y se alineaban en un arco majestuoso, las palomas volaban en cámara lenta y un viento fresco le agitó el pelo al muchacho. ― Santos... Ángeles… Del cielo. ― Exclamó Katlyn y su corazón latió con velocidad, y eso no fue por la carrera. Sus mejillas se pusieron rojas, y eso no era por las espinas de las rosas... Para hacerlo corto, mejor te digo que paso.   Katlyn se enamoró.   ― ¿¡Pero que pasa aquí!? ― Una mujer bien vestida y también con lentes de sol, apareció cortando de tajo la nueva sensación que Katlyn había descubierto. ― ¡Perdóneme, por favor! Todo ha sido culpa mía. El perro escapó y me arrastró con él. Lo siento mucho, de verdad... ― ¡Cállate, mocosa! ¿Qué acaso no ves lo grave de este asunto? Mi hijo pudo haberse lastimado. ―Dijo la mujer mientras se levantaba los lentes y examinaba la cara de su hijo.   "¿Hijo? Entonces ella es...¿Mi suegra?" Pensó Katlyn.   Aunque de inmediato negó con su cabeza para alejar esa peligrosa y tentadora idea. ― Mamá, estoy bien. ¿Podrías soltarme? ― Dijo el chico mientras hacía una mueca y se alejaba de las manos de su madre.   "¡Oh! y su voz es totalmente, cien por cierto y definitivamente ultra sexy." Otra vez los pensamientos de Katlyn se aventuraban a terrenos peligrosos. ―Mira, niña insensata. ¿Cuál es tu nombre? Vamos, dímelo, porque si algo le pasó a mi hijo presentaré cargos en tu contra.   La idea aterró a Katlyn, y de inmediato tomó la mano de la mujer, y a no ser porque aún le quedaba dignidad, no se arrodilló y le suplicó con llanto.   ― ¡No, por favor no lo haga! Fue mi error, lo corregiré, pero por favor no presente cargos. ― ¡Ay, suéltame! ― Escupió la mujer mientras la empujaba, y como Katlyn no estaba con los pies firmes, resbaló y cayó de espaldas en el piso. ― ¿Eh? Esa camina en dos patas empujó a mi cuerda larga. ― Pensó Neo, que ya había dejado de jugar y miraba con ojos atentos a los camina en dos patas.― ¡No lo permitiré! Nadie se mete con mi cuerda larga.   Y tras decirlo, Neo saltó de donde estaba, y muy furioso arremetió contra la mujer que empujó a Katlyn. Lo peor y más estupendo del asunto, es que... ¡La mordió!   A Katlyn le costó mucho calmar a Neo. Tuvo que usar todo lo que le quedaba de fuerza. ― ¡Gua, gua! ¡Suéltame! ¡Gua, gua! ¡Debo enseñarle a respetar lo que no es suyo! ― Ladró Neo mientras intentaba zafarse. ― ¿Todos lo vieron? ¿¡Lo vieron!? ¡Ella le ordenó a su perro atacarme! ― De inmediato la mujer formuló una teoría para la mordida. Y por desgracia, todos ahí la apoyaron. El único que parecía no estar de acuerdo, era el chico que le robo el corazón a Katlyn. ― ¡No, no! Eso no es verdad.― Exclamó Almendrita llena de pánico. ― ¡Es ella! ¡Y ese es el perro!― Gritó alguien entre el público que estaba reunido mirando el show.   Cuando la chica se dio la vuelta, se topó con dos agentes de policía que se dirigían a ella… Y con dos muchachos enclenques que iban por Neo, al parecer de la perrera.   ― ¡No! ¿Qué hacen? ― Katlyn se estremeció y retrocedió. ― Suéltenme por favor. Yo no hice nada. ¡Nada! ― Imploró cuando la tomaron de ambos brazos. Y aunque trató de no llorar, las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. La gente la miró con desprecio y estaban a la espera de que se la llevaran. ― ¡No me toquen camina en dos patas! ¡Gua, gua! ― Ladró Neo cuando le ataron del cuello y lo metieron a una camioneta repleta de jaulas. ― ¡Los voy a morder! ¡Gua, gua!― Amenazó lanzando mordiscos feroces a sus captores.   Katlyn forcejeó y accidentalmente pateó a uno de los oficiales. No le dio tiempo disculparse porque ambos la derribaron contra el piso. ― ¡La sospechosa se resiste! ¡Envíen refuerzos! ― Pidió uno de los oficiales por la radio. Claro que eso era tonto, y claro que era b********d judicial. Todos en ese lugar eran miembros de una sociedad cavernícola que creía en la división de clases sociales, por eso la trataban con violencia injustificada. Y es que la mayoría ahí, por no decir todos, la juzgaban por la manera en que iba vestida y aún más… Por su color de piel, Katlyn tenía una tez morena hermosa, que recordaba a un pan tostado con Nutella. Su melena estaba alborotada, y eso hacía que sus rulos azabaches saltarán con ímpetu de un lado a otro.   ― ¡Madre! ¿No crees que es demasiado? La chica se disculpó. Detén esto, por favor. ― Suplicó el sexy muchacho a la mujer malvada que miraba con diversión todo el espectáculo. ―No lo haré, cariño. Ella debe aprender. Además la demandaré. Espero que su perro no tenga rabia.― Dijo e inspeccionó su mano izquierda. Solo tenía una mordida, no hubo sangre, ni piel desprendida. Solo una pequeña mordida de los dientes de Neo. El chico exhaló molesto y apartó el rostro de su madre, para posarla en dirección de la chica loca y el perro. Cuando los refuerzos llegaron, Katlyn estaba exhausta. Casi se desmayaba y para colmo, sus piernas ya no le respondían. La levantaron a rastras y la metieron en una patrulla, cuando lo hicieron, la gente aplaudió a los oficiales, ellos agradecieron encendiendo las sirenas.   ― ¿Eh? ¿Eso es todo lo que pasó? ― Inquirió el oficial que la tenía en interrogación. Estaba ahogado de la risa y se limpiaba con una servilleta el sudor. Katlyn casi se arrancaba el cabello de desesperación. Eran más de las 12 de la noche y seguro que su padre estaba preocupadísimo. ― Si, oficial. Eso es todo. ¿Puedo retírame ya? ―Pero claro que no. Aún falta escuchar a la señora Darren. ― ¿A quién? ―A la dama que mordió tu perro. ― ¡Ya le dije que no es mi perro!
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