Punto de vista Salvatore
Después de tres horas de intenso placer y diversión, regresamos a mi mansión. Esa noche, Violeta decidió dormir conmigo en mi habitación. Se recostó sobre mi pecho y se quedó dormida, plácidamente dormida, como si en mi abrazo encontrara una paz infinita. O mejor aún, confiaba tanto en mí que nada más le importaba.
Para mí, sin embargo, fue casi imposible conciliar el sueño. Muy temprano en la mañana, debía hablar con la supuesta mejor amiga de Violeta. Esa tal Samantha no me daba buena espina.
Miré mi reloj y la noche transcurrió lentamente: 3 a.m., 4 a.m., 5 a.m. ¡Ah! Suspiré. A las 5:30 a.m., sonó mi despertador. Aunque mi cuerpo deseaba quedarse acurrucado al lado de Violeta, tenía una cita bastante intrigante. Le di un beso en la frente y me fui a la ducha. Me arreglé y comí cualquier cosa. Regresé a la habitación y Violeta seguía dormida.
De nuevo me acerqué y le di otro beso. Ella se giró lentamente y me miró fijamente a los ojos.
—¿Te vas tan temprano?
—Sí, debo resolver algunos asuntos, pero volveré en cuanto lo haga.
Violeta tomó mi mano y la besó.
—Está bien, estaré aquí esperándote —me acerqué a su boca y la besé.
Salí de la mansión. Leonard ya me estaba esperando y me llevó hasta la gran compañía Bianchi.
Ya faltaban tan solo cinco minutos para que aquella enigmática mujer llegara a mi oficina. No me gustaría que no viniera; quería verla allí, delante de mí, enfrentándome por haber secuestrado a su mejor amiga.
Mi teléfono sonó. La llamada anunciaba su llegada, y sentí que mi corazón latía violentamente.
—Dime, Sacha.
—La señorita Samantha está aquí. Dice que tiene una cita muy importante con usted, señor. No la tengo en la agenda —el tono de voz de mi secretaria tenía cierta ira.
—Muy bien, Sacha, dile que pase, por favor.
—¿Qué? ¿Por ella fue que me cambió, Salvatore? —Samantha soltó, airada.
—¿Qué putas Samantha? ¿de qué estás hablando ¿ ¿Qué te pasa? No te he cambiado de nada, además, lo nuestro ya es parte del pasado, estoy comprometido.
—¿Qué?
—Haga pasar a Samantha colgué la llamada, ¿Que se estaba creyendo mi asistente?
Unos dos minutos más tarde, la puerta se abrió y a rubia entró imponente, estaba muy elegante, a decir verdad, Samantha era una mujer bonita, pero tenía una expresión algo displicente.
—Samantha
—Señor Bianchi, ¿cómo está? —La mujer sacó la silla de detrás de mi escritorio sin decir una sola palabra y, claro, sin esperar mi permiso, se sentó imponente.
—Bueno, vamos al grano. ¿Qué es lo que quiere por su silencio? —Levanté una ceja al ver cómo sus ojos se dilataban. Su expresión era bastante interesada.
—A mí no me interesa que Mía regrese. Llegué a pensar que ella estaba muerta.
Sus palabras comenzaban a incomodarme.
—Pero ya que está viva esa mujer, quiero un millón por mi silencio y, por supuesto, que desaparezca con ella. Contraiga matrimonio, hágala su mujer. A mí no me interesa que ella regrese a nuestra vida.
La miré de arriba abajo con el mismo fastidio que ella revelaba.
—Cuando hablas de "nuestra vida", ¿a qué te refieres?
—Me refiero a la vida de Sebastián también. La quiero lejos de los dos. No la quiero cerca de él. Quiero casarme con Sebastián, pero estoy más que segura de que si ella regresa, él caerá rendido a sus pies.
Suspiré, inflando mis mejillas, completamente incrédulo de lo que escuchaba. Todo lo que rodeaba a Violeta era una completa mierda, desde su padre hasta su "mejor amiga".
—¿Y te hacías llamar su mejor amiga? —pregunté con ironía.
—Eso ya no importa. Dígame si acepta y, si no, yo misma me encargaré de acusarlo de secuestro. Le contaré todo a Sebastián y no tiene ni la más mínima idea de con quién se está metiendo.
Le mostré una sonrisa hipócrita a Samantha. Más bien, ella no sabía con quién se estaba metiendo. Pero la sangre me causaba repulsión; me gustaba más la adrenalina de los negocios y las luchas contra otros bandos. Un millón no era nada para evitar que Violeta regresara a su vida con esos hampones.
—¿Qué me garantiza que puedo creer en ti? —le pregunté mientras me levantaba de mi escritorio.
—Tiene mi palabra. Ya le dije, a mí me conviene que esa mustia no aparezca. La quiero lejos de nuestra vida, lejos de mi Sebastián. Si no es así, la voy a buscar y yo misma la mataré.
Lo que dijo me tomó por sorpresa y di un fuerte golpe al escritorio que la hizo saltar.
—Ni se te ocurra meterte con Violeta.
—Se llama Mía Branson, no Violeta —ella respondió con un grito.
Mis ojos se quedaron fijos en los de ella, nuestras miradas retadoras y llenas de odio se mantenían fijas, como si de eso dependiera nuestra vida.
De repente, Samantha resopló y se separó de mi escritorio.
—¡Dígame! ¿Está de acuerdo? ¿¡Sí o no!?
—Te daré tu millón, pero eso sí, te quiero muy lejos de Violeta, tan lejos que ni siquiera quiero que menciones su nombre. Para ti, ¡ella está muerta! ¿Entiendes?
—¡Sí! Lo entiendo a la perfección. Pero, de preferencia, si te la puedes llevar del país, mucho mejor.
Me acerqué al cajón de mi mesa y comencé a sacar unos fajos de billetes. Tenía suficiente dinero en efectivo para pagarle; el puto dinero no era el problema. Incluso le di $500,000 más.
—Ahí hay un millón y medio. Eso debe ser suficiente. Te quiero lejos y en silencio.
—Me encantó hacer negocios con usted, señor Bianchi. Muy bien, ahora me voy. Que le vaya muy bien con Violeta.
Samantha se levantó de mi escritorio y, al salir, cerró la puerta de un golpe, haciendo que me sobresaltara. ¡Maldita mujer! Debía cuidarme de ella.
En ese momento, mi asistente entró como alma que lleva el diablo, también golpeando la puerta de mi despacho a sus espaldas. Sus tacones rechinantes caminaron con fuerza hacia mí. Sus ojos destilaban fuego, sus manos temblaban.
—¡Esa es tu puta amante! ¿No es así?
Resoplé y la miré.
—A ver, Sacha, cariño, no me gusta ser grosero con una mujer, pero ¿por qué putas me estás hablando así?
Sacha comenzó a llorar delante de mí. Sus ojos estaban tan rojos y su expresión tan triste que sentí un poco de compasión por ella.
—¡Me dejaste! Me utilizaste como tu amante, me follaste miles de veces y yo... yo...
—Sacha, cariño, todo era parte de nuestra relación laboral. Tú recibías grandes recompensas por esos servicios. No entiendo, ¿cuál es el problema? Soy tu jefe.
—El problema es que me enamoré de ti, Salvatore. Ya no puedo verte simplemente como mi jefe y quiero que nos casemos.
—¿Casarnos? ¡Ja! —Solté una carcajada; era demasiado ridículo lo que ella me decía.
—¡No te rías! —Sacha gritó—. Debemos casarnos porque estoy embarazada de ti, Salvatore.
¡Embarazada! -Embarazada- Embarazada – Embarazada. La palabra quedó retumbando en mi cabeza como un fuerte ruido de tambor. ¿Cómo putas quedó embarazada si siempre utilicé un preservativo?
—A ver, Sacha, es estúpido, ridículo e ilógico lo que me estás diciendo. No estás embarazada, se supone que nos protegimos. A ver, no entiendo.
—Como lo oyes, Salvatore. Una vez el preservativo se rompió y, pues, estaba en mis días fértiles. Estoy esperando un hijo tuyo, te guste o no.
—No, no me gusta. ¿Qué puta locura es esta? No, lárgate de mi oficina, estás despedida, mentirosa.
—No me puedes hacer esto. —Sacha sacó un papel del bolsillo de su chaqueta y me lo lanzó contra el pecho. Cuando lo desdoblé y leí cada una de las líneas, confirmé que se trataba de una prueba de embarazo positiva de 7 semanas, justo del tiempo de la última vez que la hice mía.
Me acerqué y la tomé del brazo con fuerza. La miré con tanto repudio que quise haberla golpeado.
—Eres increíble, Sacha. Eres increíble, pero no me haré cargo hasta no saber que efectivamente ese hijo es mío.
—¿Ah, sí? ¡Hijo de puta! Obvio que es tuyo. Yo no te mandé ser un puto calentón que se comía a sus secretarias. Y ahora, o te casas conmigo, o te casas conmigo. De lo contrario, revelaré a todo el mundo esto que está pasando y no me importa lo que pase. ¿Entendiste?
—No me voy a casar contigo, ni muerto. No te amo, no estoy enamorado de ti.
—Pero estamos esperando un hijo, Salvatore, ¡cabrón! Tienes quince días. Ah, y espero que mi liquidación salga bien jugosa. Necesito comprarle una casa a mi hijo.
Sacha me dio un empujón que me hizo trastabillar hacia atrás. Me levanté con intención de ir detrás de ella y devolvérselo, pero era un caballero; solo tenía que resolverlo con esta hija de puta.
—¡Aaaah! —grité, golpeando todo lo que tenía a mi alrededor.
Mi vida se estaba convirtiendo en un auténtico suplicio, por culpa de mi estúpida obsesión de quedarme junto a Violeta. Por un lado, su padre me había pedido que la cuidara. Por otro lado, si Violeta sabía la verdad, debía enfrentarse a los demonios que eran su exnovio y su mejor amiga.
Serví una copa de alcohol y grité, irritado.
Mi teléfono sonó y contesté automáticamente.
—Jordano, amigo, ¿cómo estás?
—Salvatore, ven. Debes venir urgente a la oficina; tenemos un traidor.
Estrellé la copa contra la pared. Lo único que me faltaba para completar el día era un problema con mis negocios personales. ¡A la mierda todo!