Prólogo
DIONISIO SE DESPERTÓ POR UNA PESADILLA. Para ser un buen dios y codirector de un refugio lleno de semidioses y legados alborotados, se necesita una noche pacífica y ocho horas de sueño. Pero no, ni siquiera un dios tan magnífico como él se puede salvar de las pesadillas.
Cuando se hubo despertado totalmente, decidió ir en paz a la nevera de su queridísimo hermano Hermes quien descansaba plácidamente en la habitación de al lado, necesitaba un buen vino para calmarse. No es que no pudiera chasquear los dedos y aparecer una copa de vino (obviamente el dios del vino es más que competente), es solo que disfrutaba ver la cara de su hermano cuando se diera cuenta de la ausencia de una de su preciada colección de vino.
Despacio y sin hacer mucho ruido abrió la puerta de la habitación de Hermes.
—Sé que eres tú, Dionisio. — la voz grave y cansada de su hermano indicaba que estaba bien despierto y lo había descubierto.
—¿Cómo sabias que era yo? — dijo Dionisio encendiendo la luz
—No seas idiota. Nadie más vive aquí. Ya no somos tan jóvenes como para robarle al otro.
—Dice el dios ladrón. — murmuró Dionisio molesto por no haber conseguido su objetivo.
—Te ves terrible, hermano. — le dijo Hermes levantándose de su sedosa cama — ¿Qué te pasó?
—Solo una pesadilla.
Dionisio se adueñó del sillón de la habitación de Hermes e hizo aparecer una copa de vino que flotó hasta sus manos. Cuando eran más jóvenes y rondaban sus 100 o 200 años, Hermes fue el consejero de Dionisio cuando tenía problemas y eso era muy seguido. Los viejos hábitos no mueren, incluso cuando son dioses inmortales y tenían miles de años.
—¿Quieres hablar de eso? — Hermes preguntó y Dionisio siguió bebiendo apresuradamente — Siempre bebes más de la cuenta cuando se trata de algo malo.
—Es Alison. Pareciera que está en problemas esta vez o lo estará pronto. Alison estaba… mal herida, corriendo, huyendo de la playa como si estuviese escapando de alguien.
—Si estás tan preocupado deberías traerla de vuelta.
—Han pasado 5 años desde la última vez que la vi. Ni siquiera sé si está viva, y si lo está estoy seguro de que no querrá verme.
—¿Bromeas verdad? — le gritó Hermes — Eres su padre, ¡y un maldito dios! Solo ve y tráela de vuelta.