Christine miró desde la planta superior la reprimenda del anciano y cubrió su rostro con las manos, horrorizada.
¿Qué hacía allí ese hombre?
La cabeza comenzó a darle vueltas al imaginar que se había enterado de todo lo que había ocurrido. ¿Por qué otra razón estaría allí?
Era obvio que no era una visita de cortesía.
Sintió sus mejillas rojas y rápidamente se acercó a los dos hombres, quienes tenían una acalorada discusión.
—¿Por qué siempre tengo que enterarme por la prensa de tus cagadas, mocoso? —espetó el señor Henrick con voz acerada—. ¡Una mujerzuela desnuda en tu oficina! ¡Tu esposa, siendo atacada por un vil borracho al que le desfiguraste el rostro! ¡La policía, los reportes! ¿Hasta cuando vas a seguir de escándalo en escándalo?
—Eso no fue mi culpa… —musitó, pero no termi
