Al despertar, Christine experimentó una extraña sensación. Miró a su alrededor y recordó dónde estaba. Un escalofrío recorrió su cuerpo, pero al notar que estaba sola se relajó un poco. El reloj colgado en la pared marcaba las nueve y ella saltó de la cama, pues aunque no quería, debía ir a trabajar. Lo último que deseaba era hacer enojar a Xander. “Aunque lo más probable es que esté echando humo, llevo dos horas de retraso,” pensó preocupada. No habían acordado luna de miel ni que ella dejara de trabajar, y como solo era un acuerdo, no pensaba tomarse atribuciones de “esposa”. La ducha que tomó fue fugaz, se colocó el mismo atuendo del día anterior y como pudo se hizo una coleta en el enmarañado cabello. Bajó lentamente las escaleras que le llevaban al primer nivel. La sala se hall