Sintió tanto miedo al escuchar al señor Lexter pronunciar esas palabras tras dejar un rastro de quemazón en su cuerpo, ante su contacto experimento ciertas cosquillas en su lugar sagrado, podría jurar que le había encantado esa sensación, más debía reprimirse, de seguir así todo podría complicarse. Trataría de pasar desapercibida hasta lograr encontrár una oportunidad para marcharse de ese lugar, volver al convento sería la mejor opción.
No durmió también como esperaba, sintió toda la noche innumerables voces llamándola, al señor Lexter profanando su cuerpo con su enorme serpiente rozándose contra sus muslos, sus ojos reflejaban un destello rojo casi diabólico, jadeaba al sentir su piel caliente, desde el mundo onírico se extrapolaron las sensaciones, sus piernas se rozaban con urgencia queriendo mitigar esa sensación que le percibía como una tortura, queriendo mitigar el ardor en su intimidad, ese pequeño punto vibraba, no aguanto más y se tocó por instinto natural.
—Oh, señor Lexter, esto es pecado.—Susurro con los ojos aún cerrados, el palpitar desbocado en todos sus puntos erógenos y la humedad cubriendo su piel hambrienta, no aguanto más la intensidad de sus deseos y despertó agitada. Saco su mano de entre sus pliegues, sus finos dedos estaban lubricados. Fue corriendo al baño a lavarse la manos, de paso se echó agua fría en la cara y en los hombros.
Medito, se interrogó asi misma ¿qué le estaba pasando?, de tanto fuego que sintió en su interior sentia su boca seca y su cuerpo deshidratado.
Comprobó que la cama estaba húmeda, como si hubiera sudado una fiebre unos minutos atrás, más la realidad era otra. Más bien parecía haber sido poseída por un demonio de lujuria. Encendió la luz y empezó a cambiar las sábanas, al terminar, no sé contuvo y decidió bajar al primer nivel, intento no hacer ruido mientras tocaba con parsimoniosos pasos cada peldaño de la rústica escalera de madera. La oscuridad no la ayudaba mucho, casi pierde el equilibrio pero gracias a sus buenos reflejos y el entrenamiento que había tenido con Ana una de sus compañeras de habitación en el convento tenía cierta agilidad para escurrirse.
Ellas solían hacerlo casi todas la noches después de tocar la campana para dormir, se iban muy obedientes a su habitación, esperaban 2 horas despues para volver a salir, ya cuando las monjas estaba dormidas, ella por lo regular era la que vigilaba mientras Ana se robaba el vino de la madre superiora, lo autodenominaba como elixir vida, sin el cual no podía conciliar el sueño, ya que tenía el poder de aplacar sus demonios internos.
Cuando estuvo en la cocina se sintió más segura, abrió la nevera, tomo un vaso y se sirvió un poco de agua.
Fue maravillosa el alivio, cuando el agua fresca paso por garganta. Tomo otro vaso, luego trato de ordenar todo para volver a la habitación, no le gustaba ser abusiva, bastante con esas personas tenerla en su casa. Para ella tomarse ciertas atribuciones de andar por la casa a altas horas de la noche, merodeando y abusando de su confianza.
Volvió a subir, cuando estaba casi en la puerta frente a la recámara, escucho un murmullo, sintió curiosidad, no provenía del interior de eso estaba casi segura, más bien del exterior. Si algo debía trabajar en ella era la curiosidad, le costaba frenar su imprudencia, camino hacia el balcón, de paso se agacho antes de abrir levemente el cristal del ventanal y salir con cautela.
Miro hacia abajo, no había nadie; luego un grito ensordecedor la estremeció al punto de engranojarla, tuvo incluso que taparse la orejas. Solo fue algo que disparo al aire, el hombre del balcón cercano. Le dejo de prestar atención cuando lo vió entrar nuevamente.
—¡Ohhh si, dame placer perra!.—¿Perra?, que raro ella aún no había visto ningún canino en ese lugar, con lo que le gustaban esos amigables animalitos, ya lo estuviera cuidando.
Miro hacia los lados a ver si lo veía. Su enfoque se quedó paralizado
a la izquierda, donde había otro balcón y en esas sus ojos quedaron pasmados, sintió sus pupilas dilatarse ante la imágen intensa que capto.
Trato de ocultarse detrás de una planta ornamental que estaba como artículo decorativo, sembrada dentro de un macetero.
Todo se hizo más claro, el evento se estaba desarrollando en el balcón paralelo. Los enfoco, sintió un aplauso y la luz de se encendió, como si quisieran ser visto. Se llevó una mano a la boca al ver con sorpresa como la mujer se tragaba con su boca la enorme serpiente, subía y bajaba, una y otra vez, el hombre que no era más que el señor Lexter hacia muecas extrañas, yacía recostado en un sillón, se congeló, a pesar de estar corrompiendo sus ojos y su mente, lo vió más como una materia de biología humana. Nunca hubiera sospechado que esa serpiente era para eso, probablemente de esa forma quedaban embarazadas las mujeres.
—¿¡Le gusta señor Lexter!?.—Escucho preguntar a la mujer, con cierta agitación.
El no contesto más bien noto como se paró y después la tomo de los cabellos para hacerla levantarse tambien, parecía agresivo, la empezó a desnudar con el frente a su ubicación, observo los grandes pechos de la mujer, después toda su piel expuesta, el también se desnudó, trago en seco al verlo. Su asombro aumento cuando la puso como si fuera una yegua e introdujo su serpiente entre sus muslos.
—¡Ay que rico señor Lexter, eres el mejor!.—¿Acaso el pecado les parecía algo bueno?, sintió vergüenza ajena, más no pudo despegar sus ojos.
—¿Te gusta Angélica?.— Abrió los ojos, al parecer se habia dado cuenta que estaba en ese lugar.
—¡Ohhh, si señor Lexter, es el mejor.—Respiro profundo, la joven parecía tener su mismo nombre, un insulto para ella compartirlo con esa pecadora.
Sus pechos brincaban, el la chocaba fuertemente con violencia, parecía que la quisiera matar, más ella parecía gozosa y pedía más. Pronto vió cesar sus macabros choques, con rapidez la obligo a hincarse el tomo la serpiente en sus propias manos, como si la quisiera ahorcar, empezó a frotarla.
—Abre la boca puta.—Acaso su nombre no es Angélica, ¿por qué ahora la llamaba "puta"? no entendía nada. Tampoco entendío cuando el cuerpo de Lexter se sacudió e luego hizo vomitar a la serpiente dentro de la boca de la pecadora. Ella hasta se lamió los labios, parecía que le había gustado su sabor. Ana no mintió, la serpiente placentera no era tan mala, y solía dormir después de vomitar.
Entro en si, al ver que estos se volvían a poner sus prendas de vestir, trato de escabullirse con cuidado, en unos segundos ya volvía a caminar hacia la habitación muy confundida, por todo lo que había visto, cuando se dispuso abrir la puerta con suavidad, sintió un viento feroz. Luego escucho la voz del señor Lexter susurrarle al oído.
—¿Te gusto lo qué viste?—Lo que le impacto más en ese instante no fue esa pregunta insultante que revelaba que el siempre fue conciente de su presencia en ese lugar de que fue expectadora de su comportamiento inmoral, más bien fue el brillo rojo de sus ojos igual o a la vez más terroríficos que los de su sueños.