Capítulo 14

2979 Words
Orión Estaba sentado en una de las sombrías mazmorras, la penumbra bailaba a mi alrededor mientras me enfrentaba a uno de los prisioneros que habíamos capturado del auto que nos seguía aquella noche infernal. El susurro sordo de la torturaaún resonaba en mis oídos, pero necesitábamos respuestas. La información que necesitábamos era un pequeño tesoro que valía cualquier sacrificio. De los cinco prisioneros, tres ya yacían sin vida en el suelo, sus cuerpos maltrechos y sus almas silenciadas para siempre. No habían pronunciado una sola palabra a pesar de la brutalidad de los métodos empleados. Incluso en los abismos de la desesperación, se negaban a doblegarse. Pero aquel con quien me enfrentaba ahora había hablado, había dado algo de información, aunque insignificante en apariencia. Descubrimos que los otros prisioneros se habían mordido y masticado la lengua hasta cortarla. Su voluntad de silencio era inquebrantable, y en su último acto desesperado habían mutilado la herramienta de la comunicación. Ese día, en medio del interrogatorio, uno de ellos escupió los restos sanguinolentos de su lengua mutilada en mi rostro. Una última expresión de desafío, una última burla silenciosa a nuestras súplicas y amenazas. Ciro, mi compañero implacable, respondió de inmediato a su desafío. Con un simple gesto, hundió su garra en el corazón del prisionero. Sin palabras, sin vacilación. Un acto rápido y certero que dejó un cadáver más en el piso helado. La sala se llenó con el hedor de la muerte y la sangre. No les dimos la oportunidad de sonreír o de sentir orgullo por lo que habían hecho. La vida de esos hombres se desvaneció en la oscuridad sin más reconocimiento que el terror en sus ojos. Estábamos atrapados en un juego cruel y despiadado, y no podíamos permitirnos la debilidad. Aquellos que se enfrentaban a nosotros, aunque fueran silenciosos y desafiantes, debían comprender que no conocían límites. En la lucha por nuestra supervivencia, no podíamos permitirnos mostrar piedad. Quería tomarme personalmente el tiempo para continuar con la tortura de estos dos últimos traidores. Necesitaba que me proporcionaran más información sobre su manada, especialmente las consecuencias de lo que habían visto en esa maldita discoteca. Todo giraba en torno a asegurarme de que mi compañera no estaría en problemas. Los tenía justo donde quería, exhaustos y desgarrados por el tormento al que los habíamos sometido. Ambos estaban indefensos, con las muñecas atadas a cadenas de plata que los mantenían suspendidos en el centro de una habitación separada cada uno. Los grilletes de plata les impedían contactar con su manada o cualquier ayuda externa. Hasta ahora, habíamos arrancado sus dientes uno por uno, como castigo por intentar morder sus propias lenguas. —Se lo dije ya, Alfa —susurró con voz quebrada, con el aliento rancio de la agonía —solo nos contrataron para seguirlo, tomar fotografías y observar. Se suponía que no teníamos que interactuar con ustedes. Mi mirada se mantuvo fría y despiadada mientras contemplaba a mi víctima. La tortura no se detendría hasta que obtuviera toda la información que necesitaba. —¿Quién los contrató? —Gruñí la pregunta, permitiendo que la voz de Ciro, se uniera a la mía. La presión de las garras de Ciro en su hombro solo agregó más sufrimiento a la agonía del prisionero. El lobo atado levantó su cabeza, sus ojos enrojecidos y llenos de terror encontraron los míos. En ese momento, era un ser quebrado, luchando por mantenerse en pie y responder a mis preguntas. Sabía que su vida pendía de un hilo, un hilo que yo sostenía con firmeza en mis garras. —Solo sabemos que es parte de la manada Las sombras oscuras Alfa. —lloró él. Su voz temblorosa no despertó ni un ápice de simpatía en mí. Lo miré con frialdad. —¿Por qué ahora? —le ladré. —Los escuché decir que sería más fácil llegar a usted antes de que se volviera oficialmente el Alfa de la manada. Le juro que no sé nada más —sollozaba, su cuerpo temblando mientras estaba sumido en su propia miseria, en un charco de sangre, orina y heces. —¿Qué quieren ellos? —No lo sé —inhaló lentamente —no tengo más información, solo máteme ya, por favor... Sus palabras moribundas quedaron suspendidas en el aire mientras me enfrentaba a la decisión. Su vida estaba en mis manos, y por un instante, consideré la posibilidad de mostrar piedad. Pero en este mundo de lobos, la piedad era una debilidad que no podía permitirme. Antes de terminar de hablar, escuché un gran alboroto fuera de las celdas. Le di una última mirada a este lobo maltrecho y salí. —¿Qué ocurre? —pregunté, aunque no fue necesario que nadie respondiera; vi cómo sacaban a Samuel a rastras de la celda contigua. La atmósfera en las mazmorras era densa y cargada de tensión. El aire apestaba a miedo y desesperación, una sinfonía de sufrimiento que resonaba en los rincones oscuros de este lugar. —A Sam se le fue la mano con la tortura, lo mató —gruñó Lucas. Mi mirada se deslizó hacia Samuel, vi el cuerpo inerte del otro prisionero que yacía en el suelo, un recordatorio sombrío de la crueldad que habitaba en este lugar. No mostré ninguna emoción; no podía permitírmelo. —No fue mi intención... —Las palabras de Samuel se ahogaron en un mar de acusaciones y justificaciones. La frialdad en mi interior se mantuvo inquebrantable. —¡Estaba dando información importante! —Lucas le gritó a Sam, su voz un latigazo en la oscuridad de la celda. Luego, se volvió hacia mí y me mantuvo la mirada, sus ojos gélidos y calculadores. —Él no estaba preparado para el interrogatorio. Lamento haber sugerido que podría manejar esto —concluyó inclinando la cabeza en un gesto de reconocimiento de su error. No mostré ninguna simpatía. En nuestro mundo, los errores tenían consecuencias brutales. —¿Qué información les dio? —inquirí, con la frialdad de un depredador acechando a su presa. Lucas lanzó una mirada a Sam, su rostro oculto bajo un velo de indiferencia. —Estaba diciendo incoherencias... —intentó Samuel. —No eran incoherencias, Sam —ladró Lucas, su voz desgarradora como un aullido de lobo en la noche. —Estaba hablando sobre la información que tenían que enviar cada seis horas a sus jefes. Si esa información no llegaba a tiempo, mandarían otro equipo en su lugar para investigar. Nos estaba por decir algo sobre un m*****o más de su grupo cuando Sam apretó con más fuerza su cuello. Mientras Lucas hablaba, sentí la oscuridad envolviendo mi alma. Enviarían a más lobos a la ciudad, y si ese otro m*****o había visto lo mismo que estos cinco, entonces... Salí corriendo del cuartel, mis pensamientos llenos de sombríos presagios. La urgencia de la situación me empujaba a toda velocidad hacia la casa de la manada. La seguridad de mi chica estaba en peligro, y no podía permitir que nada le sucediera. "Tenemos que movernos ya". La voz de Ciro resonó en mi mente con un gruñido, compartiendo mi preocupación. Llegué a mi oficina en un tiempo récord. Sin perder un segundo, recogí las fotografías que estaban esparcidas sobre mi escritorio. Con manos temblorosas, examiné cada imagen en busca de cualquier detalle que pudiera ayudarnos a identificar a mi chica. La tensión en la habitación era palpable. No la reconocerán. Si lo que tienen son las fotos, no se la ve con claridad. No llegarán a ella, pensé mientras seguía buscando entre las fotos. La frustración y el alivio se mezclaban en mi interior. La falta de una imagen clara de la cara de mi compañera proporcionaba cierta seguridad, pero también me dejaba con una sensación de impotencia. Sabía que no podía permitirme bajar la guardia. Debía protegerla a toda costa. Mi teléfono sonó y lo saqué del cajón de mi escritorio. No lo necesitaba mientras estaba dentro del territorio de la manada; cualquier lobo de aquí podía enlazar mentalmente conmigo ahora. Tenía un mensaje de un número desconocido. Desconocido: El destino te está llamando. Luego tres fotografías. Se me congeló la sangre. En la primera foto, podía ver a mi chica sosteniendo algo en las manos mientras hablaba con una sonrisa en el rostro a otras dos mujeres que estaban de espaldas a la cámara. La imagen era una ventana al paraíso, y mi corazón latía cada vez más fuerte en mi pecho a medida que contemplaba los detalles de su rostro. Su cabello, recogido en una cola alta, permitía que los rayos del sol se filtraran a través de los mechones oscuros. El brillo en sus ojos celestes tenía la intensidad de un cielo completamente despejado en un cálido día de verano. Sus labios, llenos y rosados, se curvaban en una sonrisa que me cautivaba de una manera indescriptible. Mi pulso se aceleraba, y un nudo se formaba en mi garganta mientras observaba esa imagen que me recordaba lo que estaba en juego: ella. La emoción y el deseo se entrelazaban en un torbellino dentro de mí, y sentía que el mundo se reducía a esa fotografía. En ese momento, no importaba lo que estuviera en juego, ni los peligros que acechaban; solo importaba proteger a la mujer que ocupaba mi mente y mi corazón. "Mía", gruñó Ciro, compartiendo mi intensidad y determinación mientras mis ojos seguían fijos en la imagen de nuestra compañera, deseando poder abrazarla y mantenerla a salvo en mis brazos. En la siguiente foto, ella estaba de pie, de espaldas a la cámara, con una mirada juguetona sobre su hombro y una sonrisa sensual en sus labios. La vista era hipnótica, y mis emociones ardían a medida que contemplaba cada detalle. Su vestido, de un vibrante color rojo sangre, se ajustaba perfectamente a cada una de sus deliciosas curvas. El escote en la espalda descendía atrevidamente hasta las caderas, y su largo llegaba hasta los pies, con encaje en la parte superior sostenida por dos tirantes finos. Cada centímetro de su piel era una invitación a la lujuria y la devoción. La mezcla de sensualidad y elegancia que irradiaba me dejaba sin aliento. Mis dedos temblaban mientras sostenía el teléfono, deseando poder tocarla, sentir su piel bajo mis manos y acariciarla con pasión. Se veía como una diosa, un ser celestial que desafiaba la realidad misma. Era la personificación de la tentación, y yo era preso de sus encantos. La necesidad de tenerla a mi lado, de protegerla, se apoderó de mí de una manera abrumadora. "La necesitamos aquí, tenemos que cuidar de ella", murmuró Ciro, compartiendo mi admiración y anhelo por nuestra compañera. La urgencia de mantenerla a salvo y cerca era la única certeza en ese momento de incertidumbre. En la tercera foto, se podía ver a mi chica, y sus amigas disfrutando de una comida en un restaurante. Reconocí de inmediato el lugar, era un restaurante en una ciudad a pocos minutos de donde nos encontrábamos. Las tres mujeres estaban sentadas alrededor de una mesa, compartiendo risas y conversaciones animadas. La imagen capturaba un momento de felicidad y complicidad entre ellas. Mi corazón se aceleró al verla en ese contexto, rodeada de sus amigas y sonriendo. La sensación de anhelo y necesidad se intensificó. Debía verla, tenía que ir a buscarla y asegurarme de que estuviera a salvo. Mis sentidos se agudizaron, y el mundo a mi alrededor parecía nítido y enfocado en un solo propósito: encontrarla. Guardé el teléfono en el bolsillo de mi pantalón y salí corriendo en busca de un automóvil. La urgencia y la determinación ardían en mi interior mientras me dirigía hacia la ciudad, dispuesto a reunirme con ella y asegurarme de que estuviera protegida. Lucas se interpuso en mi camino, tratando de detenerme con un gesto de urgencia en su rostro. Mis pensamientos estaban en un caos, y no tenía tiempo que perder. Lo esquivé hábilmente y continué caminando, mi mente atormentada por la necesidad de llegar a mi destino. —¡Ey! ¿A dónde vas con tanta prisa? —Lucas me siguió, su voz resonando con preocupación mientras intentaba entender lo que estaba sucediendo. No podía permitirme explicaciones en ese momento. La ansiedad me oprimía el pecho, y necesitaba actuar sin demora. Localicé el primer auto que encontré y me subí sin preocuparme por el hecho de que Lucas se sentara en el asiento del copiloto. —Orión, ¿qué pasa? Me estás asustando, hombre, no puedes simplemente irte sin decir una palabra. —Lucas hablaba con desesperación, pero yo no podía encontrar las palabras en ese momento. Arranqué el auto y empecé a avanzar hacia la ciudad vecina, cruzando el límite del territorio de la manada. El silencio incómodo perduró hasta que finalmente pude expresar lo que me preocupaba. —Ella está aquí. —Extendí el teléfono hacia Lucas, quien lo tomó con curiosidad. Mostré la fotografía de mi compañera, mi voz apenas un susurro. —Te presento a tu Luna Beta. Lucas miró su imagen, y vi una oleada de emociones cruzar su rostro: sorpresa, asombro, y finalmente, un atisbo de reconocimiento. La visión de nuestra Luna, lo dejó sin aliento, y ambos compartimos el entendimiento de que nuestro mundo acababa de cambiar de manera irrevocable. La necesidad de protegerla y tenerla a salvo se convirtió en nuestra prioridad, incluso antes de haberla conocido en persona. *** Llegamos al restaurante, y al entrar, percibí su olor. Era un aroma tenue, apenas un sutil cambio en el aire, pero suficiente para captar mi atención. Mi corazón latía con fuerza mientras intentaba identificarlo. —¿Sientes ese olor? —me preguntó Lucas, su voz contenía una mezcla de asombro y preocupación. —Es fuerte, huele a sandía y... Antes de que Lucas pudiera terminar su frase, giró la cabeza repentinamente y abrió los ojos como platos, mirando hacia una chica que salía del baño en ese momento. —Compañera —murmuró Lucas, su voz cargada de emoción y asombro. La chica que había captado nuestra atención se detuvo en su camino. Algo en ella me resultaba tan familiar y a la vez desconocido, como un eco distante en mi memoria. Después de unos eternos segundos de silencio, que parecían haberse extendido indefinidamente, la chica finalmente habló. —Disculpa, ¿Te conozco? —preguntó con curiosidad, sus ojos se posaron en nosotros mientras buscaba una respuesta en nuestras caras sorprendidas. Lucas se quedó sin palabras, sus ojos clavados en la misteriosa chica frente a nosotros, como si no pudiera creer que la Diosa Luna le hubiera hecho este regalo inesperado. Aclaré mi garganta, preparándome para hablar y romper el silencio cargado de emoción. Fuera del restaurante, una bocina de un auto sonó bruscamente. Me giré para ver qué estaba ocurriendo afuera, y pude ver a mi chica asomando medio cuerpo por la ventanilla del auto, gritándonos. —¡Vamos Sam! ¡Si nos haces esperar 5 minutos más nos iremos sin ti! —exclamó, haciendo gestos con las manos y luego volvió a sentarse, lanzándole una sonrisa al conductor. "No dejes que se vaya, Orión", gruñó Ciro en mi mente. —No lo haré —respondí en mi pensamiento. Lucas notó mi distracción y preguntó: —¿No harás qué? —Disculpa, se me escapó el pensamiento —intenté arreglarlo volviéndome hacia la amiga de mi chica. —Soy Orión, ¿y tú? Le tendí la mano, tratando de retrasar su partida. Ella parecía igualmente intrigada por lo que estaba ocurriendo. —Soy Sam. ¿Me explicas qué le pasa a tu amigo? —Ahhh, él es Lucas, y creo que ha quedado completamente encantado contigo —dije, encogiéndome de hombros. La respuesta de Sam fue un bufido de incredulidad, y luego se dirigió a Lucas. —Eres guapo, pero un poco mayor para mí. Lucas, sin inmutarse, intentó un acercamiento: —No soy tan mayor, y estamos destinados el uno para el otro, amor. Sam soltó una risa sarcástica, provocando que una sonrisa se curvara en mis labios. Ella se encaminó a la puerta detrás de nosotros. —Espera, no puedes irte. Eres mi compañera, tu lugar es conmigo —suplicó Lucas, buscando desesperadamente retenerla. Sam se detuvo y se giró hacía nosotros, aunque parecía determinada: —Mi lugar está en ese auto afuera con mi mamá y mi hermana. Y no uses esa palabra, por favor... La última parte de su oración quedó sin terminar, y su rostro se llenó de asombro y preocupación. —Espera, no te vayas sin darme una oportunidad de conocernos —rogó Lucas. —Dame tu número de teléfono, podemos hablar... Sam pareció dudar, mirando a Lucas con escepticismo. Luego, la bocina del auto sonó nuevamente, y Sam dio un respingo. —Dame tu teléfono antes de que me arrepienta de esta estúpida decisión —le dijo a Lucas, y él le entregó su teléfono rápidamente. Sam cliqueó varias veces y se lo devolvió. —Estaré disponible la próxima semana. Mañana tengo una cita importante que involucra a mi hermana y una discoteca. Con eso, se dirigió hacia la puerta y salió del restaurante, subiéndose al auto. Lucas y yo la seguimos fuera del local, viendo cómo se alejaban en el automóvil. —Mierda, es hermosa... —murmuró Lucas, claramente impresionado por la chica que se alejaba. —Me puedes explicar, ¿por qué la dejaste ir? —le pregunté con sorpresa, esperando entender su extraña reacción. —Su loba me habló. Ella no sabe quién es. No sabe que es una loba —respondió Lucas, apartando la vista de la calle y mirándome fijamente. —¿Por qué vinimos aquí en primer lugar? Inhalé lentamente y cerré los ojos, sintiendo el dolor de cabeza acercarse. Me masajeé las sienes antes de responder. —Su hermana es mi compañera. —Mis palabras colgaron en el aire, pesadas de significado y cargadas de implicaciones.
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