Narra Ethan
Esta mujer es mitad ángel, mitad súcubo. En su mayor parte, ángel. Es al súcubo al que quiero sacar a relucir.
No debería desearla tanto. Está mal. Si no hubiera aceptado venir con nosotros, no sé qué demonios habría hecho. Me invade una oscura necesidad de poseerla, de hacerla gemir mi nombre y el de Cameron.
Este lado oscuro es peligroso. Debería alejarme de este angelito malcriado por su propio bien.
Yo conduzco. Charlamos un poco sobre la Universidad y nuestros respectivos departamentos (psicología para nosotros, lingüística para ella) y paramos brevemente en la tienda para que Cameron pueda comprar condones y lubricante. Después nos vamos al hotel. Cameron y yo tenemos sexo de una noche aquí en lugar de en nuestros departamentos. Es más seguro y menos personal.Sin embargo, siento el impulso de llevarla directamente a nuestro edificio de departamentos. Mantenerla allí hasta que esté agotada por tantos orgasmos y luego despertarla por la mañana para hacerlo todo de nuevo. Quiero cuidarla cuando esté enferma, alimentarla cuando tenga hambre, animarla cuando se sienta deprimida, hacerle el amor cuando esté cachonda.
Ah, sí, y quiero castigarla cuando es una mocosa.
Pero no la llevo a mi departamento como prisionera de Cameron y mía. No soy un depredador. Tenemos reglas por una razón, porque no somos monstruos, aunque nos guste causar un poco de dolor a veces.
Cameron se sienta en el asiento trasero con nuestro ángel. No hace nada más que tomarle la mano. Ella está nerviosa a pesar de su entusiasmo por jugar "juegos" con nosotros. Mi mente enferma me lleva a una fantasía en la que ella interpreta el papel de una estudiante universitaria virgen que cree que viene a jugar al Monopolio o algo así, y llega con bocadillos y juegos de mesa mientras Cameron y yo sostenemos vendas y vendas de seda.
Sí, esto va a ser divertido.
***
Narra María
Los hombres se paran a ambos lados de mí en el ascensor mientras subimos a la habitación que Cameron reservó. Mi respiración se vuelve superficial. Han convertido esto en una rutina, una ciencia. ¿Con qué frecuencia traen mujeres aquí para una noche de diversión? No debería molestarme que sea el último en su lista de compañeros de juego, pero en cierto modo sí lo hace. Hay algo en ellos que deseo no solo a nivel físico, sino también a nivel emocional. Acabo de conocerlos, así que nada de esto tiene sentido.
Tal vez tengan el doble de mi edad. Lo suficientemente mayores como para ser mi padre, si tuviera uno. ¿Se trata de problemas latentes con mi padre de los que nunca me di cuenta? Es totalmente posible. ¿Realmente importan mis motivaciones emocionales para algo tan casual como esto? Sé qué esperar de antemano.Una noche de diversión.
Y huelen tan bien que parecen hombres. A maduros, picantes, almizclados. Quiero frotar mi cara contra sus camisas e inhalar.
Mientras el ascensor suena suavemente para indicarnos que vamos a nuestro piso, Cameron vuelve a tomar mi mano. Su pulgar roza la parte interior de mi muñeca mientras caminamos por el pasillo alfombrado. ¿Cómo puede algo ser relajante y excitante al mismo tiempo?
—Nos estabas dando una actitud desconsiderada, nena —dice Cameron cuando llegamos a la puerta de la habitación del hotel—. Si vienes a esta habitación con nosotros, te daremos una paliza. Como te dijimos, nos lo tomamos con calma.
—Estoy aquí para eso —susurro.
—Buena chica—su sonrisa es devastadoramente hermosa y sus palabras de elogio me hacen temblar las rodillas.Cameron abre la puerta y entramos en la habitación del hotel. No veo mucho de la habitación (solo la cama estándar, la cómoda, un pequeño escritorio y un sillón) antes de que Cameron me sujete entre Ethan y él, con sus manos en la parte superior de mis brazos y Ethan a mi espalda.
—Me moría de ganas de besar esta dulce boca y estas mejillas sonrojadas—siento que me sonrojo otra vez. Maldita sea, siempre he odiado cómo mi rostro me delata.
Cameron gime como si le hubiera hecho daño, luego baja sus labios hacia los míos. Sin embargo, se detiene antes de hacer contacto.
—¿Podemos besarte? ¿Tocarte? ¿Podemos azotarte, llamarte nena, follarte y hacer que te corras?
—Sí —susurro—. Sí, por favor. A todo eso.
Su boca finalmente se encuentra con la mía. Bebo su beso y me abro fácilmente para él. No sé exactamente cómo reaccionarán cuando sepan que soy virgen, pero aceptaré todo lo que pueda y trataré de darles tanto placer como pueda.Él agarra mi cadera posesivamente y Ethan se acerca más a mí. Su erección presiona contra mi espalda baja. Dura. Insistente. Se niega a ser ignorada. Muevo mi trasero de un lado a otro, frotándome contra él. Enrolla mi cola de caballo alrededor de su mano y la usa para apartar mi rostro del de Cameron.
—Bésame–me ordena.
Lo hago. Han pasado meses desde que besé a un chico, y ahora estoy besando a dos en el lapso de unos pocos segundos. Sus manos están por todas partes, pero todavía no en mis pechos, no contra mi necesitado coño. Mi cadera, mi cintura, mi hombro, mi cuello. Ahuecando mi mejilla, enroscándose en mi cabello. El calor florece en mi centro, y se hace más y más fuerte con cada paso de las manos de los hombres. Si el sexo con dos hombres a la vez no me mata, la acumulación sin duda lo hará.
—Creo que tu actitud con nosotros fuera del restaurante te valió una paliza —murmura Cameron contra mi oído.
—No fue una actitud muy seria —digo, intentando fingir indignación. Todo es parte del juego, creo. Quieren darme una paliza tanto como yo quiero recibirla.
—¿Nos estás respondiendo? —pregunta Ethan.
Dios mío. La excitación me empapa las bragas. Con la voz más maleducada posible, digo: —Sí, lo soy. Tú no eres mi papá.
—Sobre mi regazo —dice Ethan—. No somos tus papás. Somos tus papis, pequeña, y nos llamarás papi o señor.
—Señor —repito, probando la palabra. Encaja con mis propios impulsos. Parpadeo hacia él bajo la suave luz de la habitación del hotel y lo repito—. Señor.
—Esto es mucho —me susurra Cameron al oído antes de lamer el borde—. Tu palabra de seguridad es rojo, nena. Todo se detiene si la dices sentándose en el borde de la cama—. Entonces ven aquí y ponte sobre mi regazo.
Me apresuro a obedecer.
—Sí, señor.
Me resulta incómodo tumbarme sobre su regazo, pero él y Cameron me ayudan a mantener el equilibrio, de modo que mis piernas cuelgan de un lado y mis brazos y mi cabeza del otro. De nuevo cerca, inhalo su aroma picante y masculino. Sus jeans son suaves contra la piel desnuda que tocan, la parte inferior de mis muslos, mi brazo.Esto va más allá de todo lo que pensé que podría hacer esta noche, y mucho menos nunca. Antes de irme del restaurante, me cambié de ropa y me puse una de esas faldas cómodas que me gusta usar. Mis bragas no son nada elegantes, son bikinis azules sencillos, pero al menos no son vergonzosas.
—Joder, te deseo —gruñe Ethan—. Te deseo, angelito.
La lujuria recorre mi cuerpo como un ping-pong, tocando cada nervio.
—Entonces tómenme.
—Nosotros decidimos cómo proceder, no tu—afirma.
La erección de Ethan presiona contra mi caja torácica. Levanta mi falda y baja mis bragas hasta las rodillas. ¿Puede ver lo mojada que estoy por él, lo empapada que estoy por los dos? Necesito hacerlos felices, necesito que me lastimen un poco y luego me besen para que me sienta mejor.
Lo espero, la bofetada dolorosa que será al mismo tiempo mi castigo y mi recompensa—.Después de azotarte, ¿qué vamos a hacer contigo? —murmura.Espero la nalgada. Sin embargo, él no hace nada, así que debe estar esperando una respuesta. Es difícil pensar. ¿Qué diría alguien con más experiencia? ¿Follarme? Quiero decir, eso es lo que quiero, pero ¿es demasiado atrevido? Cameron ya dijo que me follarían.
—No… no lo sé —confieso finalmente—. No tengo mucha… eh… experiencia.
—Eres virgen, ¿no? —dice, acariciando mi trasero desnudo con la mano. Su tacto es cálido y estoy tan excitada que me preocupa estar goteando sobre su regazo.
—¿La virginidad es un factor decisivo?— pregunto.
—No, joder —gruñe—. Debería serlo, pero no lo es. Pero espera, ¿cuántos años tienes? —su voz es severa y oscura y hace que se me encojan las entrañas. Aparta mi falda del lugar donde empezó a caer sobre mis mejillas.
veinte—digo.
—Veinte—repite. Una vez más, nadie de mueve.
¿Eso significa veinte azotes? ¿Por qué no dice ni hace nada? Muevo el culo, intentando excitarlo para que me dé lo que necesito.
El azote no baja. No siento el dolor humillante que ansiaba.Miro a Cameron. Ya no me está mirando, sino que mira a su amigo con horror.
—Bájala —dice Cameron.
Pero Ethan no necesitaba instrucciones; él ya estaba subiendo mis bragas y alisando mi falda sobre ellas.
—Espera, ¿qué estás haciendo? —pregunto—. Me he portado mal, y dijiste que me ibas a castigar.
—Dijiste que estabas en el programa de lingüística —gruñe Ethan mientras me levanta de su regazo. Pero con cuidado, para que no me caiga.Me siento inestable. Se suponía que debía recibir la paliza que quería, la paliza que necesitaba.
—Esa es mi especialidad.
—¿No eres estudiante de posgrado?– pregunta Cameron.
—No. Estudios de grado.
—Llegamos a esto creyendo que tenías cierta edad—dice Cameron en voz baja. Su actitud juguetona ha desaparecido. La frustración la ha extinguido.
—La edad es solo un número, ¿no? —le hago un guiño que espero sea un poco atrevido. Tal vez aún podamos salvar esto. Tomo la mano de Ethan y la coloco en el dobladillo de mi falda. Su gruñido gutural es una advertencia. Necesito provocarlo más. Intento mover su mano hacia arriba y hacia adentro, hacia mi coño empapado. Necesito sentirlo ahí. Anhelo su toque tanto como él dijo que me anhela a mí.
—No —dice, apartando la mano de un tirón—. Quizá nos guste jugar a que eres joven, pero nos gustan las mujeres solteras, que consienten con entusiasmo y que tengan más de veinticinco años.
—Pero estoy aquí—extiendo las manos. ¿Estoy rogando? Me siento tan desesperada, tan excitada. Necesito esto—.Quiero esto, tú quieres esto.
Ethan sacude la cabeza.
—Ya no lo queremos.
Acabo de quedarme desnuda frente a dos hombres, rogándoles que me tomen, y ellos no me quieren.
—Está bien—trago saliva. Agradezco que la habitación esté tenuemente iluminada, porque eso significa que no verán el brillo de las lágrimas en mis ojos.
—No se trata de ti—dice Cameron en un tono amable, sin rastros de dominio y reemplazados por algo relajado y amistoso—.Es solo una de nuestras tres reglas. Nuestras compañeras de juego tienen que ser solteras, con consentimiento entusiasta y mayores de veinticinco años.
Niego con la cabeza. Esto es humillante. Ambos me miran sin el menor rastro de lujuria que había estado acumulando desde que los atendí en el restaurante.
Creen que soy una niña.
—Te llamaremos un auto —dice Ethan, levantándose y sacando su teléfono del bolsillo.
Esa erección considerable que sentí antes todavía está visible, pero él la ignora por completo.
—No te preocupes, puedo encontrar el camino a casa por mi cuenta —le digo.
Cameron le tiende las manos.
—Maria, no seas terca.
—Adiós. Gracias por… lo que sea–me doy la vuelta y salgo de la habitación.
No me siguen. Ojalá lo hicieran, pero no lo hacen. Durante todo el camino en el ascensor, me seco las lágrimas de los ojos y espero que no haya nadie en el vestíbulo que me vea intentando no llorar.