Capítulo 3

3384 Words
Después del almuerzo, que tardó más de una hora, Marcos volvió al trabajo. Camilito se quedó allí, todos estaban encantados de cuidarlo. Maybe se sentó afuera a tomar un poco de aire. Ya de los invitados quedaban muy pocos. La madre de Noemí se acercó a conversar con la amiga de su hija. Ella necesitaba entender lo sucedido, todavía había cosas que no le cuadraban. ―Ella me contó que había conocido a un joven ―le contó la mujer―, pero mi hija nunca me dijo que se habían ido a vivir juntos. ―Fue algo muy rápido, ya se lo dije, ella lo conoció, ni sé bien de dónde, y luego de apenas un mes, desde que se conocieron, se fueron a vivir juntos; fue todo demasiado rápido, ella lo sentía como un cuento de hadas; a mí, como les dije, nunca me terminó de gustar él. ―¿Y cómo fue que se enteró usted de todo? ―Al principio, cuando le vi los moretones, ella me decía que se había pegado, que se había caído, etcétera. Yo lo dudaba. Un día tuvimos que quedarnos en la U a estudiar para un examen; a él no le gustó y le pegó. Al otro día quiso convencerme igual que se había pegado, pero no lo pudo negar. Así que después, cuando volvió a llegar golpeada, no aguanté más y lo denuncié, pero antes de llegar la policía, él le pegó no sé por qué y ella fue a dar al hospital, no fue grave, pero sí le dejó varios moretones y algunas heridas. Ahí ya no podía seguir mintiendo, así que después que me confesó la verdad, decidió venirse. Lo quiso dejar, pero él no quería irse, le pidió perdón, ella no se quería quedar con él, pero tampoco era capaz de dejarlo así como así, le tenía miedo. Yo le decía que esa no era su casa, que por más que ella estuviera pagando el arriendo, su casa estaba conmigo, ahí vivimos todos estos años y seguía siendo su casa. Hasta que aceptó y al final, tomó la decisión. Ayer, él se enteró que lo iba a dejar y le pegó mucho. Yo fui a buscarla y escuché los gritos antes de entrar, llamé a la policía altiro, menos mal que no se demoraron tanto y se la llevaron. Yo quise ir con ella, pero me dijeron que no, que se la iban a llevar a un lugar donde no pudiera encontrarla. Después de hacerme unas preguntas, me llevaron a la casa. A él se lo llevaron detenido. ―Maybe hizo una dolorosa pausa, le costaba poner en orden sus ideas―. En mi casa, y más tranquila, pensé que tenía que avisarles. Me empecé a preparar para venir hoy a avisarles, pero ese tipo llegó gritando a mi casa, lo habían soltado y quería pegarme a mí por haberlo acusado. ―¿Le pegó? ―No, no le abrí la puerta. Pero igual, apenas dormí, estaba muy asustada. Como a las cuatro, miré por la ventana y lo vi ahí todavía. Uno de los oficiales que habían ido a buscar a Noemí, me dejó su tarjeta por si volvía ese tipo y que lo llamara a la hora que fuera si necesitaba ayuda, así que lo llamé. Llegó en menos de media hora con otros hombres. Por supuesto, el cobarde salió arrancando. Me ofrecieron irme a un refugio, pero yo quería venir para acá a contarles lo que estaba pasando y, bueno, el detective Alex Estévez, el que me había dejado su número, me dijo que, si necesitaba irme al refugio, que le avisara, que ellos tenían contacto con gente que podía cuidarme para que no corriera ningún peligro. Me dejó dos hombres para que me cuidaran mientras dormía un rato. Dormí como tres horas y de ahí me levanté y me vine.  ―Se arriesgó mucho por mi hija. ―Ella es como una hermana para mí, señora Trinidad, y me da rabia que esté pasando por esto, ella nunca le daba alas a ningún niño de la U, siempre decía que su meta era terminar su carrera para ayudarle a don Enrique en el fundo. Ella le estaba muy agradecida. Ella siempre me dijo que aquí todos eran personas muy buenas y se lamentaba mucho por no poder venir, pero estudiaba y trabajaba muy duro para lograr sus metas. Todo lo que dijo es verdad, ustedes podrían haberme escuchado y haberme echado sin importarles nada. Y no fue así. Yo se los agradezco mucho.  ―Y yo le estoy muy agradecida, niña, si no fuera por usté, mi hija capaz que ahora estuviera muerta. ―Ni lo diga, yo no sé qué le vio al gallo ese. ―Con mayor razón se tiene que quedar aquí, no me gustaría saber que ese hombre le hace algo. ―No sé cómo pueden existir hombres tan malos. ―Y yo no sé por qué los hombres malos siempre están rodeados de mujeres y los buenos no tienen más que sufrimientos. Maybe ladeó la cara, no entendió el comentario de la mujer. ―Ya ve usted a Marquitos, tan buen cabro y solo con su hijo. ―Su mujer murió. La empleada sonrió con ironía. ―No era su mujer, es más, no fue sino hasta que nació el niño que se supo que era de él, todo el embarazo ella le achacó el niño a Rodriguito. ―¿El hermano? ―Sí, pero en ese tiempo no sabían que eran hermanos. ―No entiendo. ―Es una historia larga, truculenta y con un montón de mentiras que salieron a la luz cuando don José, el papá de Rodrigo y Marcos, murió. Bueno, mire, se suponía que Rodrigo no era hijo de don José, aunque lo crio como hijo desde chiquitito, pero resulta que cuando murió, apareció la niña Victoria, que sí decía ser hija de él, a adueñarse de todo lo que era de su papá, porque resulta que su mamá de ella, una arpía de primera, hizo una montonera de chanchullos para dejarle a su hija todo lo que era de don José. Después, se supo que Rodriguito también era hijo de él. Y para más remate, salió que Marquitos era mellizo de Rodriguito. De hecho, hubo un tiempo que creyeron que los tres eran hermanos. Y ahí era el sufrimiento para Rodriguito que estaba enamorado de la niña Victoria. Al final, don Enrique aclaró que su nieta no era hija de don José. Así que ahí pudieron estar juntos los dos. Y cuando nació Camilito, Marcos le hizo uno de esos exámenes para saber de quién era la guagüita y salió que sí, que era de él, como siempre dijo que sería. Teresa tenía muy mala reputación en el pueblo, pero Marquitos siempre la defendió, siempre dijo que ella era diferente a como se mostraba, incluso decía que muchos de los que la acusaban, no estuvieron con ella. Bueno, Rodrigo siempre negó que él fuera el padre de esa guagua porque nunca había estado con ella, así que de ahí que algunos otros también se echaron para atrás, diciendo que nunca habían estado con ella. Al final, parece que fue tal como lo decía Marquitos, que ella solo había sido de él. ―Y esa mujer, ¿fue muy importante en la vida de Marcos? ―Él creía estar muy enamorado. ―¿Creía? ―Yo al Marquitos lo conozco desde niño, yo fui amiga de su mamá adoptiva, y creo que lo que sintió con Teresa fue solo un instinto protector. La amó, sí, pero no fue el gran amor de su vida, aunque él haya creído, y siga creyendo, que sí. ―Él dijo que era mejor que hubiera muerto. ―Sí, esa mujer hacía daño por donde pasaba, creo que su hijo la ayudó a cambiar, pero ya era tarde para ella. ―Menos mal que el campo es más tranquilo ―se burló la joven sin malicia. ―Pueblo chico, infierno grande, niña― aceptó la mujer. ―Así parece. ―Y hablando de Marquitos, a usted le gustó él, ¿cierto? Maybe se puso colorada. ―Su cara me dice que sí. ―Es muy encachado, no lo puedo negar. ―Y es un buen niño, pero tiene un hijo. ―Camilito es precioso. ―Pero usted, ¿está dispuesta a ser su mamá? ―Bueno, me gustó Marcos, pero eso no quiere decir que me vaya a casar con él ni mucho menos, lo acabo de conocer. ―Claro, claro, pero aquí las cosas no son como en la capital, si no quiere nada serio con él, no lo ilusione, Marquitos es un buen niño, ha sufrido mucho y así y todo mantiene su pureza, no merece seguir sufriendo. Lo que la mujer le dijo, provocó en Maybe una sensación extraña. Ella no era una víbora que jugaba con los hombres, nunca lo hizo, pero tampoco el matrimonio estaba en sus planes, no todavía. Ella quería terminar sus estudios, trabajar, conseguir cosas, viajar; después llegaría el tan ansiado amor para compartir su vida, aunque, para ser sincera consigo misma, quedarse a vivir en el campo para convertirse en una amargada dueña de casa y madre abnegada mientras su marido se acostaba con cualquier china, no era lo que tenía planeado para su vida.     Aquella noche, don Enrique insistió en que Maybe se quedara con ellos en el rancho. Su nieta ya se había ido de viaje con su esposo y no creía correcto que ella y Marcos se quedaran solos en la casa, por más que no hicieran nada malo, no sería bien visto por los vecinos que, de una u otra forma, se enteraban de todo, y no podía permitir que tacharan a su invitada como algo que no era. A la mañana siguiente, Marcos salió a trabajar muy temprano, las celebraciones habían llegado a su fin y la rutina volvió a sus vidas. Con Rodrigo de Luna de Miel, el campo quedó a cargo de Marcos, el que, con el matrimonio, había dejado de lado, no en su totalidad, pero en ese momento, había muchas cosas de las que preocuparse, sobre todo por los problemas del último día. Poco antes del mediodía, volvió a la casa para ver a su hijo. Camilo lo vio y quiso correr a ver a su padre. Nilda lo colocó en el suelo y, sin soltarlo, lo guio hasta donde se encontraba Marcos. El padre lo esperó ansioso con sus brazos extendidos hasta que llegó y lo elevó con felicidad. ―Hola, hijo, ¿cómo amaneciste? El niño tomó la cara de su papá con sus dos manitos y le dio un sonoro beso. ―Te amo, hijo. ―Pa – pa ―articuló el niño. Marcos lo apretó contra su pecho, hacía varias semanas que había comenzado a “hablar” y todavía lo emocionaba escuchar ese “papá” de su boquita. Cada día aprendía una palabra nueva, pero esa era la más especial para él. ―Despertaste muy feliz. ―Se despertó riendo ―le informó Nilda―, amaneció muy contento. ―¿De verdad? ¿Será que soñaste algo lindo? ―le preguntó a su bebé. ―¡Marcos! ¡Marcos! El aludido se dio la vuelta para mirar a quien venía con tanto apremio. Era Rosa Robles. El disgusto se apoderó de él en ese mismo instante. ―Rosa, ¿qué haces aquí? ¿Qué pasa? ―Te andaba buscando, necesito tu ayuda. ―¿Para qué? ¿Qué pasa? ―¿Conoces a los hermanos Gómez? ―Sí, claro. ―Bueno, uno de ellos intentó abusar de mí. Carlos Gómez quiso... ―La mujer se cubrió la cara con ambas manos para expresar un llanto muy fingido. Marcos la miró extrañado. Le devolvió el niño a Nilda con un gesto de súplica para que se lo llevase de allí; tomó a Rosa del brazo y la alejó varios metros de la casa. ―Cuéntame qué pasó y por qué viniste aquí y no donde tu patrón para contarle y que él pusiera un alto a esa situación, los dos trabajan con don Leonardo. ―El patrón no me hizo caso. ―¿Por qué no?      ―Porque dijo que yo me lo había buscado. ―¿Te lo buscaste? ―¡No! ―¿Entonces? ―Yo creo que están en contra mía, desde hace un tiempo que mi patrón me quería echar del fundo y ahora encontró motivos. ―¿Te echó? ―No, no claramente, pero igual, con esto de que no me cree y de que dice que yo me lo busqué... Es como si me echara. Marcos escaneó el rostro de Rosa y no era el de una mujer sufriente, precisamente. ―Vamos a hablar con Carlos, y si es necesario, hablaré con don Leonardo. ―Yo no lo quiero ver ―suplicó la joven. ―¿A Carlos? ―Carlos Gómez se comportó como un imbécil conmigo. El hombre arrugó la frente, definitivamente, esa historia no le cuadraba. Carlos podía tener todos los defectos que quisiera encajarle, pero imbécil con las mujeres, jamás. Él siempre las respetaba, incluso más, hasta a Teresa la respetó y la defendió en algunas ocasiones. ―Carlos Gómez fue mi compañero de trabajo por varios años, si él hizo algo, te aseguro que no será capaz de negármelo, aunque debo decirte que me parece muy extraño que él te haya querido abusar. Él no es uno de esos. Al contrario, su naturaleza es la de un hombre muy cuidadoso con las mujeres. ―A lo mejor era así antes, no ahora ―replicó la mujer, molesta de no ser entendida. ―Suponiendo que lo sea, ¿qué esperas que haga yo? ―Que me ayudes. ―¿Y cómo? ―Tengo que salir de ahí, no puedo seguir trabajando en esa casa, mucho menos viviendo allí, sabes que soy empleada puertas adentro. ―Tu familia debería ayudarte con eso. Puedes volver a tu casa. ―Si le digo a mi papá, lo mata. ―Si le dices a tu papá va a querer saber exactamente lo que pasó y, al parecer, no te conviene que se sepa. ―¿Qué quieres decir? ―Mira, yo no soy de los que piensa que la mujer tiene la culpa de que la abusen, pero quizás hiciste que él quisiera algo más contigo y luego tú dijiste que no... No sé, pero, Rosa, te lo voy a decir de frente, tú no eres una santa paloma con los hombres. ―¿Me estás diciendo calienta sopa? ―interrogó exaltada. ―Lo que digo, Rosa, es que tú no eres de los trigos muy limpios, te recuerdo que nosotros no hemos tenido pocos problemas por tu actitud. Por eso, antes de hacer cualquier cosa, voy a hablar con Carlos, antes de eso, no voy a hacer nada. ―Nada te costaría recibirme en tu casa unos días hasta que todo esto se aclare. ―Créeme que eso será lo último que haga. Si quieres irte de la casa de don Leonardo, es tu decisión, pero yo no te voy a recibir aquí, mucho menos ahora que no está mi hermano. Así que, será mejor que aclares todo el asunto y que vuelvas a la casa de tu papá. Rosa lo miró con la rabia saliéndosele por los ojos. A Marcos no pareció afectarle. Ella se dio la media vuelta y se alejó sin despedirse, su visita había sido un fracaso. Marcos esperó que la mujer se alejara para volver a la casa a ver a su hijo. Nilda lo había llevado dentro y jugaba con él en la alfombra de la casa. Los observó unos minutos, ninguno de los dos se había dado cuenta que él estaba allí. El hombre sabía que su hijo necesitaba una madre, una verdadera madre, pero Rosa no era lo que se pudiera llamar un buen prospecto de madre. Mucho menos de esposa. ―Pa –pa ―balbuceó con alegría el niño al verlo; gateó para acercársele y extendió sus bracitos hacia su padre. ―Mi campeón, ven acá, ¿almorcemos? ―Da ―respondió el pequeño. Se dirigieron a la cocina donde su comida ya estaba lista. Comió, como siempre, todo con ansias y entre risas y balbuceos con todos. Terminado el almuerzo del pequeño, el padre lo llevó a lavarse. ―Voy a salir con mi hijo ―les informó, cuando volvió, a las mujeres que se encontraban en la cocina. ―¿Otra vez va a ir al cementerio? ―preguntó Lupe de frentón. ―Sí. ―Mijo, ¿tiene que ir todos los días? ―No voy todos los días. ―Pero casi, eso no le hace bien a ninguno de los dos. ―Yo no voy a dejar a Teresa. ―No digo que la deje, pero ese lugar es deprimente, no creo que ella querría que usted y su hijo estuvieran ahí casi a diario. ―No puedo evitarlo, necesito verla, hablar con ella. ―Pero eso lo puede hacer en cualquier lado, ella siempre estará en su corazón y desde el cielo los está cuidando. ―Para mí no es suficiente ―repuso con la voz quebrada. La mujer se acercó y colocó sus dos manos en las mejillas de ese hombre que, para ella, seguía siendo un niño. ―No puede gastarse la vida en ella, tiene que rehacer su vida, enamorarse de nuevo, dejarla ir ―le dijo como una madre hablaría a su hijo. ―Sé que debo y a veces siento que estoy preparado para dejarla partir, pero no hoy. ―Los labios del hombre temblaron, la garganta se le cerró y los ojos se le llenaron de lágrimas amargas. La mujer lo abrazó, ella lo había visto llorar, sufrir, protestar y rebelarse en contra de su destino y de su vida, no solo ahora, desde que era el pequeño que perdió a su padre. Ella fue la mejor amiga de sus padres, lo vio crecer, sufrir, convertirse en un hombre, convertirse en padre y pasar de ser, un simple peón al hermano de Rodrigo, dueño de uno de los fundos más grandes de la zona. Y aun así no había cambiado en su esencia, seguía siendo el mismo niño-hombre al que la vida y la buena suerte seguía dándole la espalda. ―Voy a ir al cementerio y vuelvo altiro, será rápido esta vez ―le dijo Marcos como un ruego. La mujer le sonrió con cariño y comprensión; él siempre decía lo mismo. ―Cuídense, a la vuelta lo esperamos con almuerzo. ―Gracias por cuidar tanto de nosotros. ―Le agradeció con un beso en la cara. Lupe no trabajaba en esa casa, él la había llevado para que descansara de su vida tan trabajada y tan activa, pero ella, como buena mujer de campo, no se podía estar quieta a pesar de sus más de sesenta años. ―Más tarde nos vemos, madrina. ―Chao, mi niño, no se demoren mucho ―rogó. ―No. La mujer los vio alejarse, Nilda se acercó por detrás y abrazó a su madre. ―¿Está preocupada por él? ―¿Y cómo no? Si toitos los días se va al cementerio y no quiere dejar ir a la Teresa. ―¿Cuánto más cree que le durará? ―No sé, yo creí que con la llegada de la niña Maybe ayer se le iba a olvidar, por lo menos algo, pero parece que no fue na’ así. ―No, hoy día salió igual de triste al cementerio. ―Espero que pronto la deje ir, descansar en paz, los dos lo necesitan. Y a la guagua no le hace nada bien tampoco ―comentó la mayor luego de un suspiro. ―Marcos no dejará que Camilito se olvide de su mamá. ―Yo no digo que la olvide, no, por el contrario, debe hablarle de ella a su hijo, mal que mal es su mamá y siempre lo va a ser, pero no yendo al cementerio casi todo el tiempo. ―Ojalá lo entienda. ―Ojalá, mija, ojalá.
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