Capítulo 2

3410 Words
Marcos se lanzó de su caballo y se apuró a abrir el portón, la recién llegada no se veía nada bien, al contrario, su rostro congestionado le indicaba que, o el sol le había afectado, o había llorado... O estaba a punto de desmayarse. Ella volvió a su automóvil, pero, luego de varios intentos, golpeó el manubrio con frustración. No lograba echar a andar, cada vez que iba a avanzar, se le apagaba el motor. Marcos se acercó al vehículo y pudo notar que una pequeña lágrima se había alojado en una de sus profundas ojeras. ―No puedo ―protestó, frustrada. ―¿Le ayudo? ―preguntó el hombre, se sentía un inútil al no saber cómo actuar ni qué decir. Maybe bajó del auto y se apoyó en la puerta. Marcos la escaneó unos segundos, le quitó las llaves de la mano con mucha suavidad, como si temiera hacerle daño, y se subió; el auto echó a andar sin problemas con un suave ronroneo. Se bajó y la observó unos segundos. ―Súbase, yo la llevo a la casa ―le ofreció el hombre y la tomó del codo para conducirla hasta la puerta del copiloto. ―Pero... pero... ―Vamos. No está en condiciones de manejar. ―Pero ¿y su caballo? ―Ella sabe volver sola, ya es mayor de edad ―intentó bromear. La joven sonrió con los ojos aguados y se sentó con resignación. Luego de entrar el vehículo, Marcos se bajó a cerrar el portón. Cuando volvió, Maybe miraba a la nada, como perdida; algo muy malo debió ocurrir en la capital para que esa desconocida hubiera llegado así, solo que a él no se le ocurría qué podía ser y tampoco se atrevió a preguntar. Sin decir nada, condujo despacio y se estacionó en la parte trasera de la casa, donde los invitados al matrimonio no pudieran llegar. Trinidad se apresuró a correr al auto para ver a su hija. ―¿Y Noemí? ―preguntó la empleada, parando en seco al ver a otra persona en su lugar. Maybe salió del vehículo muy conmocionada, no sabía cómo decirle a la madre de su amiga lo que había ocurrido. ―Lo siento, señora.  La joven lloró con tanto desconsuelo que se vio menor de lo que en realidad era. La madre de Noemí la abrazó, el miedo y el dolor de ella se podía sentir a leguas. Y temió por su hija. ―¿Qué pasó? ―Noemí... Ella está grave, está en un hospital, lo siento tanto, yo quise ayudarla, pero no pude. ―¿Qué? ¡Tengo que ir con ella! ―No, no puede recibir visitas. ―¿Cómo que no? Aunque tenga que quedarme afuera del hospital, yo quiero estar al lado de mi hija. ―Señora, ella está... ―Maybe apenas podía articular las palabras―. Ella fue agredida por su pareja, en estos momentos está bajo vigilancia policial y nadie puede verla, es más, ni siquiera yo sé a dónde se la llevaron. Marcos le entregó a la visitante un vaso de jugo de fruta, helado y dulce. ―Tome esto, la refrescará y la hará sentir mejor. ―Muchas gracias.   La recién llegada se bebió el contenido de un trago; su garganta tuvo un alivio inmediato. Le devolvió el vaso y sus dedos se tocaron levemente, aun así, fue suficiente para que Maybe sintiera una corriente eléctrica recorrer su espina dorsal. Alzó su mirada para buscar los ojos de Marcos, pero este ya se había ido. De pronto, dio la impresión de que el mundo se detuvo. Nadie hablaba, ni siquiera la madre; tampoco el dueño de casa, que se había dejado caer en una silla, imaginaba el dolor y el terror en esa niña que vio crecer, que podría ser su nieta y a la que ese hombre pudo haber matado. ―Siento mucho haber llegado así, pero no tenía otro modo de comunicarme con ustedes. Menos mal que ella me había dicho cómo llegar, pues se suponía que cuando ella llegara aquí, pediría permiso para que yo pudiera visitarla. De otro modo, no habría sabido cómo avisarles ―se disculpó Maybe. ―No se preocupe, estamos agradecidos de que haya venido a avisarnos ―expresó el abuelo con una opresión en el pecho. ―¿Qué fue lo que pasó, niña? ―No sé, ella conoció un tipo, se hicieron amigos y ella se fue a vivir con él antes de un mes. A mí nunca me gustó él, siempre me dio mala espina. Noemí me decía que era porque no lo conocía. ―¿Hace cuánto fue eso? ―preguntó don Enrique. ―Lo conoció hace apenas dos meses. ―¡Dos meses! ―Sí, si lo conoció hace súper poco, hace como un mes se fue a vivir con él y altiro ella apareció con unos moretones en los brazos y piernas. Yo quise ayudarla, pero ella tenía miedo. El problema es que cuando él se enteró de este viaje, se puso furioso y le pegó peor. ―No debió decirle que se iba a venir y que lo iba a dejar ―intervino Marcos. ―No se lo dijo, él lo descubrió, no sé cómo. Anoche, ella se iba a quedar conmigo en la casa, le dijo que teníamos que estudiar, de allí se iba a venir. Iba a escapar. ―Apuesto a que ese cobarde no se atrevería a meterse con un hombre como él. Es muy fácil pegarle a una mujer y creerse macho ―protestó Marcos entre dientes. Maybe comenzó a dar vueltas en círculos y con su mirada desvariaba sin detenerse en nada, como si el solo hablar de ese hombre la pusiera mal y pudiera llegar a lastimarla. ―Él fue a mi casa después, también me quiso golpear, me escapé por poco. ―Volvió a llorar, pero esta vez se cubrió la cara con las manos. Marcos, en un instinto protector, la abrazó; ella se dejó y desató todo el miedo que sentía hasta ese mismo momento, en el que se volvió a sentir segura en los brazos de ese hombre. ―Tranquila ―la consoló él―, aquí nadie le hará daño, y que ni se atreva a venir. ―Gracias... Gracias... ―sollozó como una pequeña niña. Marcos la mantuvo así un rato, nadie interrumpió, la dejaron desahogarse de todo su miedo. Al sentirla más tranquila, el hombre la empujó con suavidad a una silla para que se sentara, sus piernas apenas la sostenían. Esta vez fue Trinidad quien le ofreció un vaso de jugo, que ella volvió a beber al seco. ―¿Mejor? ―le consultó él. ―Sí, gracias. Siento todo este escándalo ―se disculpó llena de vergüenza. ―No tiene que disculparse de nada ―aseguró el dueño de casa, preocupado por esa joven que podría ser su nieta―. ¿Tiene familia, niña? ―Sí, están en Copiapó, yo me vine a estudiar sola a Santiago. ―¿Les avisó de esto que está pasando? ―No, no, yo no quería que se preocuparan, los llamaré más tarde; aunque no sé si me atreva. ―Si quiere hablo yo con ellos. Ella primero asintió con la cabeza, pero, luego, negó, como si no debiera aceptar. ―A ver... Disculpe, ¿cuál es su nombre? ―Oh, ¡qué tonta!, ni siquiera me he presentado. Me llamo Maybe Albornoz, soy la mejor amiga de Noemí en la U, somos compañeras de casa, bueno, éramos, hasta que apareció este tipo. Además, no sé, pero ¡es un gallo reviejo para ella! ―¿Viejo? ¿Qué tan viejo? ―preguntó Marcos, algo sorprendido. ―Bueno, no tan viejo, pero no sé, debe ser unos diez años mayor. O más diría yo. Es un tipo que tiene carrera en la vida y no hablo de universidades. ¿Me entienden? El tipo es vivido, es un hombre que sabe manipular y... Yo creo que eso igual embelesó a Noemí. Nadie fue capaz de decir nada. Maybe ni cuenta se dio. ―Desde que Hernán se metió a la vida de Noemí, todo se puso patas arriba ―prosiguió como si nada. ―¿Hernán? ―Se sorprendieron todos, aunque Marcos fue el único capaz de hablar. ―Sí, ¿por qué? ¿Lo conocen? ―Parece que los Hernán se caracterizan por tener problemas mentales ―comentó Rodrigo. ―No entiendo ―dijo Maybe. ―Mi antiguo capataz se llamaba Hernán y también era un loco ―le explicó Rodrigo. ―¿Y si es él? ―¿Sabe su apellido? ―No, no sé. Solo sé que se llama Hernán. ―De todos modos, no puede ser el mismo ―afirmó Marcos con seguridad―, ese tipo está en la cárcel. ―El juicio todavía no termina, pero estaba acusado de fraude, robo y cuasi delito de homicidio en contra de Victoria ―agregó Rodrigo―, no hemos sabido nada de él, pero no iba a salir fácil de la cárcel. ―Así la asustan más ―intervino Victoria con cierta censura en su voz hacia su marido y su cuñado―. No te preocupes ―tranquilizó a la recién llegada―, si fueran el mismo hombre, no volverá por aquí. ―De todos modos, debemos estar atentos, si buscó a Noemí para hacerle daño, bien puede ser una casualidad, pero también podría ser un plan muy maquiavélico para vengarse de nosotros ―replicó Marcos― y, en ese caso, sabe muy bien que ella está aquí. Y lo debe estar disfrutando. ―Pero no nos pongamos paranoicos ―aconsejó don Enrique―, eso no hace más que poner más nerviosa a Maybe. Santiago es demasiado grande como para que haya un solo Hernán y más encima para que haya dado justo con alguien con quien hacernos daño. ―No entiendo nada de lo que hablan. ¿Conocen o no conocen a ese hombre? ―No se preocupe usted ―le dijo Marcos―, nosotros estamos un poco perseguidos por ese hombre, pero le aseguro que el Hernán que andaba con Noemí, no se volverá a acercar a usted. Marcos sonrió apenas. Maybe bajó la cabeza sin saber qué decir, luego la levantó y observó que a su alrededor había adornos de fiesta. ―¿Están celebrando algo? ―El matrimonio de mi nieta con Rodrigo ―contestó don Enrique―. Pero ya están terminando las celebraciones, hoy es el último día. ―¿Último día? ―Se casaron el sábado pasado. ―¿Tanto duró la fiesta? ―Sí, pues, aquí estamos en el campo, no en la ciudad, donde todo se hace rápido. ―Siento haber venido así, justo hoy. ―Usted no tiene nada que sentir, hizo lo correcto ―respondió Marcos. Camilito, que estaba en los brazos de Nilda, lloró para ir a los de su papá y la mujer se lo entregó. ―¡Hey, campeón! ¿Qué pasa? No nos avergüences delante de la señorita. ¿Qué va a pensar? ―le habló Marcos a su hijo en tono juguetón. El niño, en realidad, lo que quería era acercarse a la recién llegada. ―¡Qué bello! ―dijo la joven al tiempo que se ponía en pie―. ¿Cómo te llamas? ―Camilo, dile ―respondió el papá por su hijo. El bebé rio con ganas y se inclinó para que ella lo tomara en sus brazos. Ella lo recibió entusiasmada. ―Hola, Camilito, eres un niño muy guapo. ―Al papá salió ―bromeó Marcos, con timidez. Ella sonrió. El bebé tocó la cara de su nueva amiga y la amasó sin consideración, como si con eso la pudiera conocer mejor. ―Es linda, ¿viste? ―le dijo Marcos a su hijo, apartando su mano de la cara de la joven. El niño hizo un gesto de no entender. ―Es linda. ―Ninna ―balbucea. ―Le caíste bien ―le indicó Marcos. ―Es precioso, ¿qué edad tiene? ―Siete meses y medio, va a cumplir ocho. El niño le obsequió una divertida risa, como si lo dicho por su padre hubiese sido una gran broma. Ella también se contagió con la risa, a pesar de que sus ojos no tenían el brillo de la alegría.  ―¿Tiene hambre? ―le preguntó el abuelo a su invitada. ―No mucho, la verdad. ―Tiene que comer algo ―indicó Trinidad―. Le voy a traer algo de comer. ―No se moleste ―replicó la joven―, yo me voy a ir, solamente venía a avisarles. ―¿Y se va a volver a la ciudad con ese loco suelto? ―interrogó Marcos, casi molesto. Los ojos de Maybe se ensombrecieron y escondió su cara tras el bebé. ―No quiero molestar. ―No es ninguna molestia ―aseguró el dueño de casa―. Además, usted acaba de llegar y el viaje es largo, estoy seguro de que no hizo ninguna parada para llegar hasta aquí. Ella no contestó. ―¿Hizo alguna parada para comer? Ella negó con la cabeza. ―¿Lo ve? Traigan almuerzo para nuestra invitada. Aunque sé que será difícil, disfrute de este último día de festejos. ―Además, no puede ir a exponerse con ese hombre en la capital ―agregó Marcos, más tranquilo. ―No vuelvas allá, quédate aquí un tiempo hasta que detengan a ese hombre y ya no les pueda hacer daño ―intervino Rodrigo―. Si es el mismo tipo, te aseguro que no descansará hasta encontrarte, esto no es en contra tuya, es en contra de nosotros, creo que encontró la forma de vengarse por... En realidad, ni sé el porqué de su odio hacia nosotros. Pero se topó con Noemí, que es parte de esta familia y quiso hacerle daño, tú interviniste y ahora también tú estás en su mira. Y si no lo es, tampoco se quedará tranquilo si sabe que fuiste tú quien ayudó a escapar a su mujer. ―Me asusta eso que dice ―articuló la joven con miedo en su voz―, ¿y si en realidad es el mismo hombre? ¿Qué creen que sea capaz de hacer? ―Quiso matar a Victoria y a punto estuvo de lograrlo. Eso es de lo que es capaz. La joven se asustó más. ―Pero no piense en eso ahora ―la calmó Marcos―, coma y relájese, aunque sea por esta tarde. ―La verdad es que yo no quiero molestar, ustedes están con esta fiesta y yo... no soy más que una intrusa. ―Si no te quieres quedar aquí, puedes quedarte en la casa de nosotros ―ofreció Marcos―. Mi hermano y su mujer se van de Luna de Miel unos días, pero allá estaremos nosotros y te cuidaremos. ―Muchas... gracias, yo... no... ―tartamudeó, las palabras se le quedaban atascadas en la garganta y le era imposible ordenar sus ideas. ―Ahora coma, eso la hará sentir mejor ―le indicó Marcos. Zoila dejó dos platos sobre la mesa. Marcos tomó al niño de los brazos de la joven y ella acercó su silla hasta su lugar en el comedor. ―Deme acá al niño, Marquitos ―le ordenó Lupe―, usted no ha comido nada tampoco, si acaba de llegar del campo, así que aproveche y hágale compañía a la niña para que no coma sola. Y pobre de usted que no quiera comer de nuevo, que ya lleva varios días comiendo poco. Ni porque es fiesta quiere comer. Marcos se avergonzó y se puso rojo, así y todo, se sentó frente a la joven que lo miró con diversión. ―Te retaron ―se burló. ―Así parece. Se quedaron así un rato, mirada con mirada, quizá porque eran incapaces de apartar sus ojos del otro, sin comprender, ninguno de ellos, el porqué. ―¿Y tu esposa? ―atinó a preguntar ella primero. ―No soy casado. ―¿Y la mamá de Camilito, entonces? ―Ella murió. Ocurrió poco después del nacimiento de nuestro bebé. ―Lo siento, no sabía, no debí preguntar. ―No, no, está bien, no tenías por qué saber. ―¿La amabas mucho? ―Sí, demasiado tal vez. No ha sido fácil, pero cada vez estoy más convencido de que fue lo mejor para ella. O eso quiero creer. ―¿Lo mejor? ―Se espantó la joven al oír aquellas palabras. ―No me mires así, por mí desearía que siguiera viva; es una historia larga, pero, en resumidas cuentas, si ella se hubiera salvado, nunca podría haber sido feliz, ya no quería esta vida. Al final, se fue en paz consigo misma y con los demás, se fue segura de que su hijo sería amado y protegido. ―¿Estaba muy enferma? ―Del alma ―confesó él―. La gente que más debió cuidarla y quererla, fue la que le hizo más daño. Y fue un daño permanente. ―Perdona, no debí preguntar tanto, parezco vieja copuchenta. Marcos se largó a reír muy divertido. ―Puedes parecer de todo menos vieja ―refutó Marcos. ―Bueno, una joven copuchenta ―se burló de sí misma. ―Claro, por ahí sí ―aceptó Marcos. La nueva pareja de amigos siguió hablando y riendo mientras comían. Al parecer, a ambos le hacía falta la comida. Victoria y Rodrigo se miraron con una sonrisa cómplice en los labios, hacía mucho tiempo que no veían a Marcos riendo así, casi feliz. ―Tenías razón ―aceptó Rodrigo ante su mujer. ―Siempre la tengo, pero ¿ahora en qué? ―En que mi hermano se estaba liberando de Teresa y que pronto encontraría a otra mujer para amar. ―Sí, yo creo que ambos se liberaron. Bueno, Teresa lo dejó libre para que Marcos fuera feliz cuando ella se fue de este mundo, pero él no quería dejarla ir. El otro día volvió diferente del cementerio, te lo dije, ¿no? Yo creo que a él le está costando, pero también debe darse cuenta de que no puede seguir con ese amor que no lo va a llevar a ninguna parte. ―Sí, creo que me animaré y le preguntaré, no me había atrevido a hacerlo porque cada vez que hablábamos de ella, él terminaba muy mal, pero ahora que esa chica le vino a alegrar la vida, le voy a preguntar. ―Después me cuentas. ―Claro que sí, aunque podríamos hablar los tres. ―No, no, habla tú con él, a solas, y no tienes que contarme, quizás quieran contarse cosas de hermanos. ―Estoy seguro de que a él no le molestará, tú, para él, eres su hermanita pequeña. ―Pero sigo siendo mujer y hay cosas que es mejor tratarlas entre hombres. Detalles que no quiero saber ―ironizó divertida. Una risa a toda boca los obligó a mirar en dirección a los comensales que conversaban y reían como si nadie más estuviera presente. ―¿Crees en el amor a primera vista? ―le preguntó Victoria a su esposo sin dejar de mirar a su cuñado. Rodrigo se giró para contemplar a su esposa con ojos de enamorado mientras recordaba aquel primer día, aquel primer encuentro. ―Yo me enamoré de ti a primera vista, así que sí ―afirmó con total seguridad. ―Si te enamoraste, no quiero saber lo que hubiera pasado si me hubieras odiado. ―Era puro amor lo que me hacía actuar como un bruto salvaje ―se defendió él. ―Bueno, menos mal que Marcos no la trató a ella como un bruto salvaje ―replicó con sarcasmo. ―Y que ella no se comportó como una niñita mimada y caprichosa que odiaba el campo y a los mugrosos campesinos. ―¡Oye! ―protestó ella y le dio un manotazo en el pecho. ―Tú despertabas todos mis instintos más brutos y salvajes ―contestó él, amarrándola en un abrazo. ―¿Despertaba? ―Ahora despiertas otro tipo de instintos, los más brutos quedaron atrás. ―Quedan los salvajes, entonces ―insistió con coquetería.  ―Los mismos que en este momento quieren salir ―le aseguró justo antes de besarla con pasión. 
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD