Zoo 2

3358 Words
Una vez alejada de allí, pensó en la posibilidad de traerse algo de veneno, no quería a aquellos animales cerca de ella y si la única forma era matándolos pues lo aria sin contemplaciones, a estas alturas ya nada le importaba. Antes de ir a su destino se detuvo primero en una gasolinera, pues el auto clamaba por combustible, así que aparcó y se surtió ella misma, -Tanque lleno por favor- dijo mientras veía el correr de los números en la pantalla, jamás en su vida había llenado el tanque de su viejo Ford Sierra del 90, no ganaba lo suficiente como para darse tal gusto, y poder hacerlo en ese momento la alegró. Durante el resto del recorrido se dedicó a observar su ciudad, observando un par de cosas que cambiaron increíblemente. Primero que nada, estaban los autos abandonados y aquellos charcos secos, que ya se habían tornado marrón. En segundo lugar, estaba lo nuevo que adornaba aquel cementerio de autos, y era los animales, que sorpresivamente en cuestión de días surgieron de sus escondites y ahora invadían la ciudad en grandes grupos. Vio un rebaño de ovejas que se comían unas petunias de las jardineras de alguna casa, una tropilla de caballos que bebían agua de una fuente con algo de limo que flotaba en su interior, y una piara de cerdos que descansaban a la orilla de la calle, con los hocicos embarrados de algo amarillento que no descifró, tomando plácidamente el sol. ¿De dónde han salido esos animales que eran de granja? Según recordaba bien, no existía ninguna cerca. Y la tercera cosa que notó y que más le impactó pues era aún más misteriosa que la llegada de los animales, era ver lo que estaba ocurriendo con la vegetación. Los árboles ahora eran el doble de gruesos y más altos que antes. Aquellos que tenían frutos y que estaban en los patios de las casas eran más robustos y frondosos. Dichos frutos eran el triple de grandes. Contempló un manzano repleto de manzanas con el tamaño de una pelota de baloncesto y un naranjo con naranjas tan grandes como la cabeza de un ser humano. Examinó también que algunas flores eran inmensas, no todas solo algunas, como un par de girasoles que vio sobresalir de un jardín, eran monstruosos, median a lo sumo unos dos metros de alto y su flor eran increíblemente enormes. Lo que sea que haya ocurrido afectó a esas bestias y a las plantas, de eso estaba segura, y aquel cambio les otorgó valor a los animales, pues no sintió temor en ellos, al contrario, podía percibir su desprecio y que la rechazaban cada vez que se topaba con un grupo que le veían con ganas de matarla. Cuando por fin arribó al supermercado una conejera salió de debajo de los autos que estaban aparcados en el estacionamiento. Eran cientos, jamás vislumbró tantos conejos juntos en su vida. Semejante reunión le dio un mal presentimiento, de manera que no se bajó de su auto. Aquellos lepóridos solo se detuvieron un par de centímetros de su puerta, no le quitaron la vista de encima, movían sus orejas de un lado otro, al igual que sus naricitas como intentando percibir en el aire algo que no les agradaba. En cualquier otro momento aquella escena sería la más tierna que jamás hubiera visto, pero ahora sentía que algo no estaba bien, esos pequeños mamíferos le dieron miedo. Esperó un buen rato a ver qué ocurría. En dado caso que se aventaran sobre el auto los arrollaría sin piedad. Pero no fue necesario, un par de minutos después dejaron de verle aquellos millares de ojillos negros y tal como llegaron continuaron con su camino, pasando por debajo de su auto, cruzándolo y dirigiéndose al oeste sin parar. Al saberse segura, salió del coche y corrió disparada hacia el interior del edificio. Las puertas automáticas se abrieron y le dieron paso. Acto seguido cogió un carrito y comenzó a realizar sus compras. Era extraño, jamás realizó el mandado con tanto silencio y vacío. Los anaqueles estaban llenos de todo lo que necesitaba. Con una sonrisa picarona se entusiasmó de verdad, pues por primera vez en su vida no tendría que llevar las cuentas de lo que llevaba en su carrito, ahora podía escoger de lo más costoso sin preocuparse si le alcanzaría o no. Así que feliz comenzó a coger todo aquello que siempre quiso comer. Se apoderó de una botella Whisky Buchanans que jamás podría pagar, escogió los cortes de carne más costosos: un par de Rib Eye y Top Sirlon, no tenía ni idea de cómo los guisaría, pero daba igual, el punto era llevar solo lo mejor de lo mejor. Del área de pescadería cogió unos cuantos ostiones y mejillones, una jaiba que decía el empaque proceder del golfo de california y un atún de aleta amarilla. Los precios eran ridículos, pero no importaba era su día y el día de Esbeidy aun no terminaba. Ya una vez surtida con su comida, se dirigió al departamento de ropa, donde se midió una infinidad de vestidos, zapatos, bolsas y ropa interior, echando al fondo del carrito todo lo que le gustó. Recorrió también el estante de los libros donde cogió unos quince tomos, pues sin televisión tendría que buscar la manera de entretenerse, y aunque no era muy fanática de la lectura estaba segura que ahora se convertiría en su hábito favorito. En cuanto tuvo todo lo que quiso incluyendo golosinas y algunos juegos de mesa, pasó a la caja arrastrando dos carritos pues uno no le alcanzó para todo lo que llevaba. Cogió un par de cajetillas de cigarros mentolados, unas chocolatinas y gomitas acidas que iría comiendo en el camino. Deslizó cómicamente una tarjeta de crédito imaginaria en la terminal bancaria. - Cárguelo todo en esta por favor. Dijo sonriendo firmando un baucher ficticio y salió por fin sonriendo. Ya en el estacionamiento se alegró de no ver a los conejos. Introdujo todo al auto, y una vez finalizó antes de ascender al interior del vehículo para marcharse, sacó de una de las bolsas de plástico, un paquetito de galletas integrales con chispas de chocolate; tenía hambre. Ya había devorado las chocolatinas y los demás dulces, ahora tocaba rematar con las galletas. Pero cuando estaba a punto de colocar la primera en su boca, escuchó muy cerca el graznido de un cuervo. Enseguida posó la mirada en el árbol posicionado hacia el este, a un par de metros del estacionamiento. Al parecer también había duplicado su tamaño. Al llegar no reparó en él por culpa de los lepóridos que le robaron toda su atención, ahora pudo dedicársela por completo a ese arbolote, que le miraba repleto de cuervos. Era una infinidad de aves negras que la divisaron con desprecio. Y de repente comenzaron todos a graznar. Enseguida cerró la cajuela, sostuvo con más fuerza su paquete de galletas y cuando se dirigía ya al asiento del piloto para largarse de ahí, descendieron como flechas sobre ella y comenzaron el ataque. Fue horrible, Esbeidy gritaba mientras sentía como estos le arañaban la piel con sus garras. El sonido del interminable aleteo sobre su cara era insufrible. Le picoteaban sin piedad alguna la cara, brazos y cuello. Cualquier parte que estuviera descubierta y vulnerable era un blanco perfecto para ellas. Se horrorizó al darse cuenta que le buscaban en especialmente los ojos. - ¡Me quieren sacar los ojos! - pensó histérica la mujer mientras manoteaba al aire para quitarse a las bestias que la atacaban. Por más que gritaba y los golpeaba con su empaque de galletas estas no cedían el ataque, no podía quitárselos de encima. El dolor era terrible, aquellas garras le estaban desgarrando la piel y arrancándole el cabello a mechones. Su desesperación llegó a un límite en que dejó de pensar con claridad y su mente la sumergió en un instante de enajenación. Por un breve momento perdió el juicio y ya sin contemplaciones, logro sujetar a una de aquellas bestias voladoras y sin miramientos fúrica de rabia, con los dientes le desgarró el cuello, a uno que se había enredado en su pelo. Sintió la sangre correr en su boca, las plumas se quedaron metidas entre sus dientes y el animal que convulsionaba terminó por morir en sus despiadadas manos. En cuanto esto ocurrió el resto de las aves regresó al árbol donde volvieron a posarse como si no hubiese ocurrido absolutamente nada, tranquilas y serenas. En cuanto volvió en sí y estuvo consciente de lo que había hecho, sintió nauseas, le dieron arcadas y finalizó por devolver a un costado de su auto lo poco que ingirió en el trascurso del día. Acto seguido mientras se limpiaba los restos de vómito de la comisura de los labios, dio media vuelta y volvió al supermercado. Esta vez no salió nada contenta del establecimiento, ni con ropa ni comida, ahora traía en ambas manos, un hacha y un arma, que había pertenecido a algún guardia, y que descubrió en cuanto entró la primera vez, pero que dejó de lado porque no creyó necesaria. Ahora la sujetaba con firmeza. Aquel terrible incidente en el que perdió a su hijo, la llevó a tomar la decisión de aprender a usarlas, pues se había hecho el juramento de que algún día encontraría al infeliz que le arrebató su dicha y vaciaría en él todas las balas. Lamentablemente eso nunca ocurrió, pero hoy en este día si dispararía. Sujetó el arma, apuntó hacia el árbol y disparó. Acto seguido cayó un cuervo muerto al pavimento mientras el resto de la bandada huía despavorida. - ¡Y no se les ocurra volver malditos, porque me los cargo a todos! - los amenazó subiendo furibunda al auto, y enseguida lo puso en marcha y se largó de allí, mientras el agonizante animal se quedaba solo aleteando sin parar en el pavimento. Finalmente, al llegar a su hogar, fue recibida por más gatos que no terminaba de entender de donde demonios salían tantos. Furiosa y cansada de ellos soltó un par de tiros al aire, lo que provocó que todos estos salieran estrepitosamente corriendo lejos de ella. Alegrada de tal resultado accedió al interior del recinto, donde pasó a curar y desinfectarse todos aquellos rasguños. Un par de horas después ya más tranquila se preparó algo sencillo de comer: pasta con crema y una pechuga a la plancha. En cuanto quedó satisfecha se fue a recostar en la cama donde cogió uno de los libros que trajo del supermercado. El titulo decía: La casa de los espíritus de Isabel allende. Jamás supo sobre tal autora, pero la sinopsis la atrapó, por lo que terminó sumergida en aquel mundo, en Chile del siglo XX. Después de un largo rato de lectura el sueño le ganó y se quedó completamente dormida. Pasando de haber imaginado ese mundo fantástico creado por esa autora se encontró ahora de nuevo con la escena que tanto daño le causaba y de la cual por más que trataba de olvidar su mente no le permitía que ocurriese. Tal parecía que era su castigo por a ver dejado solo a su pequeño. Un tormento eterno que no tendría fin. Se miró una vez más llegando del supermercado repleta de despensa, entre ellas compró una paleta de malvavisco que tanto le encantaban al niño, pero ¿cuál fue su sorpresa? Encontrarse con la puerta de la entrada forzada. Alguien entró a robar y Mati se quedó solo. Se le cayeron las cosas al suelo y se internó despavorida gritando su nombre una y otra vez recorriendo primero la sala, luego el cuarto, siguiendo con el de su hijo para terminar en el baño. Antes de entrar sintió algo en su interior algo que le decía que no entrara. Dentro podía escuchar el correr del agua de la regadera. -Se está dando un baño, solo es eso, no pasa nada-, se dijo envuelta en llanto pues su alma le aseguraba que no era así. Entonces por millonésima vez, empujó la puerta y sus ojos se posaron sobre el cuerpo del pequeño que postrado en el suelo con su rostro oculto en el azulejo mostraba una postura imposible. Tenía el cuello roto, alguien con tremenda fuerza giró su cabeza 180 grados, a tal punto que está quedó de espaldas, con un horrible nudo en su cuello. La escena era desgarradora, aquel diminuto cuerpo postrado con su cabeza en el sentido contrario a este, el agua cayendo encima como lluvia helada y esas macabras huellas de lodo que pertenecían al asesino. Soltó unos dolorosos gritos de súplicas, corrió a levantarle, suplicando que todo estuviera bien. Pero no fue así, en sus brazos se postró un cuerpo inerte que no pesaba nada, su cuello se bamboleaba como una especie de péndulo de carne de un lado a otro sin vida. Le acomodó su rostro de tal manera que pudiesen verse y en los ojos muertos de su creatura solo pudo ver terror y miedo, unos ojos acusadores que le reclamaban el que le hubiera dejado solo y desprotegido. Absolutamente solo, para enfrentarse a la muerte. Juró ante su tumba que le vengaría, que mataría a tiros a su asesino, pero la justicia nunca llegó. Y desde aquel sepulcro su hijo seguía en sueños arrastrándola a aquel día que se repetía una y otra vez, clamando justicia para él, una que tal parecía ya sería imposible de cumplir. Se despertó terriblemente adolorida del cuerpo, estaba cansada. A pesar de haber dormido varias horas, no descansó nada, por ello estaba de pésimo humor. Desayunó algo ligero: un poco de fruta con granola y luego se dio una ducha que terminó por relajarla un poco. Minutos después se dedicó a lavar su ropa. Puso el ciclo de la lavadora y el reloj inició. En cuanto terminó salió al patio trasero para ir tendiendo su ropa, pero su sorpresa fue ver a una manada de ardillas que se postraban sobre una de las bardas, la de la derecha. En la de la izquierda a una manada de zarigüeyas que le observaron sin chistar ni inmutarse. Fastidiada de todos aquellos animales comenzó a lanzarles rocas como loca, profiriendo una serie de amenazas para que se largaran y no regresaran. Estaba harta y cansada de todo lo que estaba ocurriendo y sobre todo de seguir viviendo, lamentó el no haber salido de su escondite para que la muerte le alcanzara. - Al menos ahora estaría ya con mi bebé. - pensó amargamente recostada sobre el sillón lamentando con pesar su desdicha. Un par de horas más tarde decidió que era hora de volver a salir, necesitaba seguir recorriendo la ciudad en busca de más gente o terminaría volviéndose loca con todos esos malditos animales invadiendo su casa. Esta vez salió preparada, tomó el hacha, el arma y una bolsa con algunas golosinas para ir comiendo en el camino. Recorrió gran parte del centro de la ciudad, gritaba en busca de alguien que requiriera ayuda, pero no había rastro de ningún humano, solo de animales, esta vez se cruzó con un rebaño de cabras negras que se le aventaron al coche como desquiciadas. Una en especial golpeo con fuerza la puerta de su lado. Les maldijo y continuó con su camino. Descubrió frente al hospital regional, una bandada de hermosos pavorreales. Sorprendida, puesto que no podía imaginar de donde surgieron esas aves. Debió de reconocer que eran muy hermosos con esas largas y coloridas colas que tanto les caracterizaban. Recorrió también algunas escuelas, pero no encontró nada. Ya cansada dictaminó pasar por último al parque central. Aquel bello lugar con un lago artificial, que poseía un puente primoroso que cruzaba por todo el lago, y donde los enamorados iban y colocaban candados que sellaban como muestra de su eterno amor. Una vez entró se percató de que la cantidad de patos se había triplicado, eran muchos más de los que solían estar. Además, vislumbró gansos y ocas que al percatarse de su presencia la siguieron con la mirada. Esbeidy recorrió aquel lugar con nostalgia pues es donde solía llevar a Matías a jugar, le encantaba a su bebé ver los patos con su chistoso caminar, las tortugas que salían del agua y se recostaban sobre las rocas y las palomas que se posaban en las ramas de los árboles. Amaba ese lugar, pero ahora él ya no estaba ahí para disfrutarlo. Entonces mientras recordaba aquellos bellos momentos una oca furiosa se acercó graznando de furia con la finalidad de atacarla. Esbeidy inmediatamente disparo al aire para asustarla, el animal se detuvo en seco, pero no se alejó. Tras el disparo comenzó a ver como se acercaban más criaturas, ya no solo eran los patos, en segundos frente a ella, aparecieron una jauría de perros, unas cuantas cabras negras, algunos tucanes y cuervos se postraron en los árboles, un grupo de armadillos salieron de sus madrigueras, conejos, un par de vacas, cerdos y caballos. En un abrir y cerrar de ojos se vio rodeada de una infinidad de animales. Pero para su sorpresa aparecieron también un enorme elefante, un poderoso rinoceronte y un león que rugió con fiereza. Un par de gatos subieron a unos botes de basura donde comenzaron a lamerse sin inmutarse. Esbeidy los escrutó apuntando a todas partes con el arma, entonces fue cuando los vio y todo cobró sentido en cuestión de segundos. Unas extrañas criaturas surgieron de la nada, eran tan altas y delgadas como postes de teléfono. De color n***o, eran unas figuras humanoides tan altas y extrañas que no eran de este mundo, caminaban con una gracia y delicadeza que daba a entender que eran ligeras a pesar de su enorme tamaño. La mujer tuvo que estirar el cuello para poder verlos. Al final del delgado cuerpo de estos seres se coronaba lo que parecía ser sus cabezas que eran igual, negras, pero con unas manchas plateadas que parpadeaban un destello blanco y puro. Pero cuando la vieron aquel destello se volvió rojizo y enseguida percibió desprecio. - ¡Dios mío ayúdame! - imploró la mujer retrocediendo unos pasos. Entonces uno de los gatos que estaba sobre el bote de basura con dificultad comenzó a gesticular su hocico, como forzándose a querer decir algo y fue así como con horror Esbeidy le escuchó escupir unas palabras. - ES HORA DE LIMPIEZA, ES HORA DE EXTERMINIO. - susurró el animal clavándole sus fieros y misteriosos ojos amarillos. Al mismo ínstate que las endemoniadas cabras comenzaron a balar, y poco a poco ese sonido se fue convirtiendo en palabras. – MUERE, MUERE, MUERE. Esbeidy cayó al suelo de rodillas pálida como la leche, con los ojos como platos y la boca abierta ahogando los gritos que no podía sacar. Entonces aquellos seres tomaron la palabra. -Sabemos lo que piensas, podemos leer tus pensamientos... y no, no fueron los animales quienes acabaron con ustedes humana. ¡Fuimos nosotros! La humanidad tuvo su oportunidad y tiempo. Fue creada por nosotros con la esperanza de verla triunfar, pero solo fue un mal experimento que se descontroló y fracasó. Se volvieron un virus peligroso para el resto de los seres vivos de este planeta. Por tanto, concluimos que su final llegó. Es el momento de actuar y de erradicar dicho virus... su aniquilación es inevitable mujer. - vociferó una de las criaturas que mientras hablaba su luz se tornaba ahora azul y parpadeaba, pues solo eran eso, luz. - ¡Ahora comienza el reinado animal! - anunció otra de las criaturas mientras acariciaba a una jirafa que se fue acercando al resplandeciente ser. Comprendiéndolo todo, tiró el arma sin siquiera percatarse de ello, respiró hondo y cerró los ojos. En su mente se dibujó por última vez la imagen de su bebito, y con lágrimas en los ojos extendió los brazos, pues al fin después de tanto esperar volvería a reunirse con él. - ¡TE AMO MATI! - Gritó con orgullo mirando hacia el cielo en el preciso instante en que los furiosos animales se lanzaban sobre ella. Fin

Great novels start here

Download by scanning the QR code to get countless free stories and daily updated books

Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD