Los gritos eran horribles, llevaba media hora encerrada en la bodeguita de la limpieza acurrucada con las escobas, mechudos y recogedores. Entre sus rodillas ocultaba el rostro que temeroso repetía una y otra vez la misma oración de petición que siempre recitaba cuando el desconsuelo la invadía; pero en este caso las plegarias no eran por angustia, si no por terror, miedo y pánico que la estaban consumiendo. - En ti confió mi Dios, con toda la fuerza de mi alma, y en nombre de tu hijo te pido que ilumines, bendigas y guíes mis caminos. Para ti mi Dios no hay nada imposible, tú has dicho pidan y se les dará, busquen que encontrarán. AMEN. - susurraba una y otra vez, con sus labios temblorosos.
A un costado suyo había un enorme tambo metálico cubierto con una bolsa negra en el que desechaban la basura que sacaban de las oficinas día con día. Esbeidy encargada de vaciar el contenido no tenía ni más de 15 minutos cuando realizó su función: retiró la bolsa repleta de envases de jugos, envolturas de papitas y papeles rotos o hechos volitas que los ejecutivos tiraban constantemente sin chistar, remplazándola con una nueva al instante. En ello estaba muy tranquila en una calurosa mañana de mayo, cuando el caos comenzó. No vio absolutamente nada, petrificada bajo el marco de la entrada de la bodega quedó de pie sin aliento, sosteniendo la bolsa repleta de desechos que acababa de retirar, cuando oyó a alguien gritar. Era la voz de un hombre, que con horror ahogo un terrible nooo, Enseguida se unió al clamor el sollozo de una mujer agonizante y luego otro y otro más, hasta que no fue uno si no un cúmulo de chillidos que invadieron el lugar. Detenida sin poder hacer nada, percibió las súplicas de más personas que eran silenciadas por algo que no comprendía; no eran ninguna clase de disparos, en ningún momento escuchó ese ruido electrónico característico de las armas. Tampoco podía tratarse de un acto terrorista ya que no atendió voces de amenazas o algo parecido. Lo único que percibió fue aquellos ruegos que imploraban por sus vidas a la nada y ruidos que probablemente creaban al correr e intentar escapar de ¨eso¨ que los amenazaba. Fue entonces cuando despertó de su aneuria, soltó la bolsa que estaba sujetando con fuerza y la votó en el pasillo, acto seguido dio media vuelta, entró en el interior, cerró la puerta con tanta violencia que por un instante temió que esta se partiera a la mitad por el impacto de sus manos. Dentro del sombrío escondite quedó sometida a las garras de su miedo.
Una vez más despabilada verificó el estado de la puerta. En cuánto se aseguró que estaba en perfecto estado, continuó Ipso facto a cerrarla con una llave que llevaba colgando al cuello, la introdujo en el cerrojo y atrancó con brutal energía; giró por último la perilla que se mantuvo firme asegurándose así de que estaba bien sellada. A continuación, llegó una oleada más intensa de clamores, y fue entonces cuando no lo soportó más y se arrinconó como un ratoncillo temeroso a iniciar con sus plegarias.
Sin darse cuenta se quedó en medio de tan desastrosa situación profundamente dormida, acostada en el suelo en posición fetal. En sus sueños distinguió a su pequeño que le sonreía; ese hermoso ángel que tanto amó con locura. Lo volvía a ver otra vez de carne y hueso, real, frente a ella corriendo de un lado a otro, como el travieso niño que había sido siempre. Usando solo su pañal, con un chupón en la boca y con la cara embarrada de tierra, corría lejos de su mamá que trataba de darle caza para darle un baño. - ¿A dónde vas bebé?, no corras que te voy a alcanzar... mamá te va atrapar. - Nuevamente percibió sus carcajadas y pucheros de bebé que amó, los cuales no volvería a presenciar jamás.
Al día siguiente por la mañana se levantó hecha polvo, la espalda y el cuello la estaban matando, sentía los nervios del cuello inflamados y los músculos dorsales les imploraban un analgésico a gritos. Se incorporó con mucha calma para no intensificar el dolor. Ya estando de pie se sorprendió del lugar en donde estaba, por un momento no supo qué hacía allí en aquél oscuro lugar que no era su casa, hasta que de golpe regresó a su memoria el incidente de ayer. Solo de pensar en ello volvió a sentir miedo, no obstante, adolorida y con la vejiga llena tenía que salir a fuerza de su escondite, por ahora ya no podía continuar ahí. Lentamente se colocó junto a la puerta, pegó la oreja para tratar de escuchar algo; pero no divisó absolutamente nada. Así que cuidadosamente para no hacer tanto ruido, posicionó la llave en la cerradura y rotó lentamente del picaporte. Tras abrir solo un poco, se asomó por la ranura para ver si contemplaba algo, pero no observó más que el pasillo vacío y en calma. Terminó por abrir toda la puerta; acto seguido salió de la bodeguita y emprendió lentamente el recorrido en el silencioso corredor.
Salió del área de limpieza para entrar en el de enfermería. El cuarto que era pulcramente blanco estaba salpicado con manchas de sangre, la silla detrás del escritorio donde se sentaba la doctora Shelly, estaba repleta de un charco de sangre, al igual que la silla de la enfermera Nuria, que al igual desbordaba ese líquido carmesí. Sin embargo, no encontró rastro de sus cuerpos, ni miembros cercenados, nada, solo la sangre que era la prueba de que algo horrible sucedió allí. Intentó mantener la postura y de controlarse, respiró hondo, evitó seguir viendo aquella escena tan perturbadora, y pasó a buscar los analgésicos que tanto necesitaba. En cuanto los encontró, se los tomó en seco pues el garrafón de agua estaba vacío. Sin nada más que hacer, salió sin mirar atrás de aquel lugar que olía a metálico.
De ahí se dirigió a los sanitarios donde tuvo que salir en cuanto accedió. El baño era un horrible óleo níveo manchado con salpicaduras rojizas. De igual forma el espejo, los pisos, las puertas de los excusados, los lavabos y todo aquel bonito azulejo blanco estaba horriblemente manchado con aquella sustancia escarlata que significaba la muerte. Era simplemente imposible imaginarse tener que entrar ahí para vaciar su vejiga, por lo que no le quedó más remedio que tener que regresar a la enfermería para usar el tocador de allí, esperando estuviera limpio y sin sangre.
Para su suerte el baño estaba impecable así que pudo hacer sus necesidades. En cuanto finalizó se lavó perfectamente sus manos y emprendió el recorrido. Esta vez se dirigió a la cafetería pues su estómago empezó a rugir. Llegó muy rápido pues la distancia de tales lugares era muy corta, y ya estando al fin dentro encontró la estancia sin rastro de sangre, las mesas de la cafetería permanecían vacías a la espera de los trabajadores. A la hora que aconteció lo que sea que haya pasado, todos los empleados estaban en producción, los ejecutivos en sus oficinas y los únicos que estaban en la cafetería eran los cocineros, barristas, lavaplatos y el resto de empleados encargados del área de cocina. La cual estaba ubicada en la parte trasera de la cafetería dividida por la barra. Entró en la cocina y no encontró nada, al parecer a ellos sí les había dado tiempo de escapar de ¨eso¨. Sin nada más que ver allí se dirigió a las máquinas expendedoras que estaban también en el interior del comedor. Aún tenía unas monedas que introdujo torpemente en las ranuras de estás para sacar una bolsa de papas adobadas y una coca cola de lata. Acto seguido se quedó de pie frente a las máquinas sin coger lo que le surtieron, Y sin poder contenerlo más se soltó en un llanto descontrolado.
Media hora después de lamentaciones y llanto recordó sorprendida su celular, tanta era su impresión que lo olvidó por completo. No era un modelo moderno como los que solían usar los demás, con pantalla táctil, Internet y r************* ; Esbeidy era una mujer de mediana edad que rechazaba la tecnología porque no la entendía. Su celular era muy simple, solo para llamadas y mensajes de texto. Rápidamente intentó hacer un par de llamadas a los servicios de emergencias, pero ninguna salió, al parecer por lo que le indicaba el aparatejo ese no tenía señal. ¿En cuanto a familia a la cual llamar? No tenía, así que eso no la mortificó... bueno tuvo un hijo... pero eso era algo que evitaba recordar pues le ocasionaba mucho dolor y era parte de su pasado que deseaba olvidar. Una vez calmada decidió que ya era hora de entrar en las áreas de producción de la fábrica, debía de ver si encontraba más sobrevivientes entre tanto desastre.
Armada de valor se dirigió al interior de la fábrica. Dicha maquiladora se encargaba de la producción de marcos de fotografías, por lo que eran varias las áreas en todo el edificio, unas para crear los marcos, otras donde imprimían las fotografías que se colocaban en dichos marcos señalando las dimensiones de estos, con una bonita imagen que solía ser de cachorritos o bellos paisajes. En otras se ensamblaban los marcos les colocaban la mica tipo cristal la fotografía y finalizaban con el empaque de dicho producto. Era una fábrica grande con unos mil quinientos empleados en total. Por lo cual su sorpresa fue descomunal cuando al cruzar el portal vio todo el caos.
Había material tirado por todas partes, claras muestras de gente que corrió por sus vidas. La maquinaria seguía en función con sus ruidos de motor. Todo el lugar estaba bañado en sangre, infinidad de charcos carmesí, y un penetrante e intenso olor metálico que la hizo volver del estómago. No lo soportó, y sin más que hacer, regresó a su escondite donde como un ovillo se envolvió en el suelo con una bolsa de plástico y continuó con las plegarias, implorando a Dios que la ayudara, pues ya no podía más.
Pasaron los días y Esbeidy se mantuvo recluida en su prisión. No salía más que para ir al baño y coger algo de las máquinas expendedoras, y regresaba como un ratoncito asustadizo a su escondite a la espera de que la policía, los bomberos o los militares llegaran a rescatarla de ese calvario; pero los días siguieron pasando y nada de eso ocurrió. Ya no dormía en la bodeguita, necesitó un lugar más cómodo, concluyendo que debía transferirse cuanto antes al despacho más grande de todos. Posicionó una serie de cartones que solían desechar en el scrap los operadores, creando una medio cama improvisada en la oficina que perteneció al presidente de la fábrica. Desde allí se dedicó a observar las calles para asegurarse que estaba a salvo. No divisó peligro alguno, solo veía lo mismo de siempre: calles vacías sin rastro de algún ser humano. Lo qué si observó sorprendida y asqueada, fue el gran incremento de las ratas dentro de la fábrica. Poco a poco los roedores comenzaron a emerger de sus escondites y en un abrir y cerrar de ojos ya eran una plaga. Ella primero las empezó a matar a escobazos y con trampas que guardaban en la bodega, pero al darse cuenta que ya no le temían ni a la escoba ni a las trampas, decidió que era inútil seguir matándolas. Además, otro hecho que le preocupó fue el de haberse terminado la comida de las máquinas surtidoras, al igual que lo poco que le quedó en la nevera de la cocina; tomando un día la decisión de salir de su maquiladora. Había llegado la hora de marcharse de allí.
La simple idea de salir y encontrarse con aquello que provocó esa matazón la aterrorizaba, pero no podía seguir viviendo en aquel lugar que cada día se infestaba más de ratas. Por las noches ya habían empezado a morderla sin piedad y no esperaría a que la terminaran comiendo viva. Invadida de terror y pesar, tuvo que abandonar el lugar donde trabajó más de cinco años, y el cual le sirvió de hogar un par de semanas.
No fue nada fácil pisar de nuevo las calles. Aquel silencio era terriblemente siniestro, sin el ruido de los vehículos y el constante trotar de la gente en un mundo de eterno movimiento. Ahora parecía estar en medio de un desierto sin un solo rastro de vida.
En su camino encontró varios vehículos detenidos, todos vacíos. Algunos estrellados contra otros y algunos aparcados delicadamente al costado de la acera. Pudo ver dentro de ellos sangre seca, lo que le confirmaba que sus dueños fueron asesinados en su interior. Al principio no se animó a utilizar alguno, pero optó por entrar en uno, ya sin ascos ni miramientos pues estaba cansada de tanto caminar. Y acto seguido ya en el interior puso en marcha el motor dirigiéndose rumbo a su casa.
Cuando por fin llegó, un par de minutos después, quedó sumamente sorprendida. La bonita colonia donde vivía estaba completamente invadida por gatos, quienes estaban por todas partes: sobre los carros, fuera de las casas, en los árboles, echados en mitad de la calle, en fin, por donde mirara estaba alguno de esos peludos y coloridos felinos. Tuvo que usar el claxon, que tocó un par de veces para espantarlos y solo así le dieran el paso. Inmediatamente se quitaron la recibió una oleada de maullidos, no parecían contentos al verla y pudo sentirlo, para ellos ella era una intrusa en su territorio. Los que estaban más cerca de su casa comenzaron a bufarle y gruñirle, el pelaje de estos se erizó y asumieron una posición de ataque. A Esbeidy no le gustaban para nada los animales y mucho menos los gatos que consideraba seres malignos y manipuladores. Encolerizada de sus presencias, una vez se introdujo en la cochera tomó la manguera que usaba para regar su jardinera y comenzó a rociarles agua a los felinos que se veían más agresivos. Apresuradamente al sentir las primeras gotas de agua salieron despavoridos. Contenta, con una sonrisa de satisfacción y triunfo en la cara entró a su hogar después de un largo tiempo de haberla abandonado. Estando ya en el interior pudo respirar tranquila, probó los apagadores y otra sonrisa pícara le iluminó el rostro. Aún tenía luz en la casa lo que era una estupenda noticia. Intempestiva se fue a su despensa y sacó ansiosa un paquete de galletas saladas rellenas de queso y las devoró, estaba hambrienta. Las galletas no lograron saciar su apetito por lo que abrió una bolsa de doritos nacho que eran sus favoritos y comenzó a comerlos. No abrió el refri, estaba más que segura que ya todo estaría echado a perder. Por tanto, al día siguiente con más calma lo vaciaría, desinfectaría y limpiaría a profundidad, igual que el resto de su casa que estaba repleta de polvo y suciedad. Pero por ahora lo único que quería era recostarse un rato y descansar, estaba demasiado agotada emocionalmente y necesitaba de su cama y almohada para recuperarse, ya mañana pensaría que más hacer con su vida y con todo esto tan extraño que estaba pasando.
Nuevamente aquellos sueños atroces volvieron, esta vez con su pequeño dentro de un diminuto féretro. Ella gritaba y suplicaba que abriera los ojos y que saliera a jugar con los demás niños, pero este permanecía acostado con su piel pálida y seca, con ojos cerrados y sellados, sumergido en el sueño eterno del que no despertaría jamás. La gente a su alrededor, gente vestida de n***o con rostros borrosos y deformados murmuraban palabras hirientes sin la menor consideración. Eran crueles.
- ¡Si no lo hubiese dejado solo, nada de eso hubiera pasado! - comentó una despiadada voz a su espalda
- ¡Debió llevarse al niño cuando salió!, ¿Qué clase de madre irresponsable deja a su pequeño solo? - retumbó otra voz duramente tras ella, mientras suplicaba que se callaran.
- ¡Si se hubiera quedado con él, no le habría encontrado ases...!
-BASTA, CALLENSE CALLENSEEEE
Y entonces despertó de su pesadilla, se incorporó de la cama y cayó intempestivamente a la alfombra del suelo donde permaneció un buen rato tumbada boca abajo, llorando y maldiciendo su suerte. Unos minutos después de soltar un par de lágrimas más que se enjuagó con el dorso de su mano violentamente, volvió a su cama.
Mas tranquila contempló la hora de su despertador que parpadeaba en su buró; eran las seis de la mañana, durmió gran parte de la tarde y toda la noche, por lo que reposó lo suficiente. Ahora tomaría una ducha. Así que se encaminó rumbo al baño, y al comprobar que también contaba con agua aún, pasó a darse un baño caliente. Sabía que lo del gas sería un problema más adelante, pero mientras aún tuviera, no pensaría en ello, era un gusto que pensaba disfrutar al máximo. Una hora después de una larga ducha, cubierta con una bata blanca que cubría su cuerpo, y una toalla en la cabeza que le secaba el cabello, se preparó una taza de té muy caliente. Luego se sentó a reposar un rato sobre su sillón favorito. Mientras sorbia lentamente de la infusión, analizó lo que tenía hasta ahora y llegó a la conclusión que algún tipo de desastre ocurrió en la ciudad, el cual eliminó a muchas personas. ¿A cuántas? no estaba seguro de ello, pero al menos a los alrededores no quedaba rastro alguno de ser humano. ¡Ella era la única que continuaba con vida!, pero a pesar de llegar a esa resolución se negó a aceptarlo.
Terminado su té, cogió el control de la televisión y la encendió, no percibió nada, la pantalla estaba completamente azul. Cambió los canales y en cada uno de ellos volvió a ver el mismo resultado: nada.
Aquello la estremeció, para que no hubiera alguna señal en la televisión o algún canal trasmitiendo una noticia o algo, equivalía a pensar que la tragedia abarcaba proporciones mayores de lo que ella imaginaba, y cuando se le cruzó por lamente el pensar que se trataba de todo el mundo, se estremeció, la piel se le erizó y las manos le empezaron a temblar, era horrible suponer que sería la única con vida y también ridículo, -Si, es ridículo que yo sea la única sobreviviente, no te creas tan especial Esbeidy- por lo cual soltó una risita nerviosa, no valía la pena seguir pensando en tonterías. Mejor optaría por ejecutar un plan, si eso necesitaba: un plan. Eso la mantendría ocupada evitando que pensara en sandeces. - ¡Necesitó víveres! Se dijo. Así que el objetivo sería ir a los supermercados y traer toda la comida que pudiera, claro primero habría que limpiar su nevera y casa y ya después seguiría con ello, y por supuesto al ir a buscar los víveres también recorrería la ciudad en busca de más sobrevivientes. Por ende, se puso en marcha al instante.
El ordenar toda su casa le llevó gran parte del alba, por lo que a las 11 de la mañana ya había terminado con sus deberes, dejando su espacio sin superficies de polvo, la nevera impecable y la tarja de los trastes reluciente. Era ya hora de salir por su despensa. Cogió de la alacena un par de bolsas de yute grande que ocupada cada vez que iba al supermercado para que no le dieran bolsas de plástico, pues Esbeidy por las noticias que veía sobre el medio ambiente sabía el daño que le ocasionaban al planeta, por ello las evitaba. En seguida estuvo preparada cogió las llaves del auto prestado. No le puso suficiente atención la primera vez, pero era un auto muy bonito, un Jetta A3 96 color blanco con rines metálicos y sin ninguna abolladura o rayón en la carrocería. Sin duda su antiguo dueño cuidaba muy bien de él. En cuanto penetró en el interior lo puso en marcha y se embarcó en su misión.
Ya estando fuera de la cochera su sorpresa fue magnánima. Por muy mínimo contabilizó unos 500 gatos, el doble de los que divisó ayer cuando llegó. Estaban por todas partes, reunidos como en una especie de culto maldito en espera de algo siniestro. Llegó a la conclusión que era a ella a quien esperaban, a quien casaban, pues en cuanto la vieron salir en su auto, el sonido que emitieron fue tan espantoso que realmente la asustó. La odiaban y no la querían ahí, eso era obvio. pero no estaba dispuesta a cederles su hogar, eso jamás. - ¡Si no les gusta mi presencia, ¡LARGUENSE USTEDES!, - les gritó Esbeidy mientras aceleraba y continuaba con su rumbo.