Marco estaba detrás de la puerta con una mueca de disgusto en el rostro, sus manos estaban vueltos en puños a sus costados.
Estaba exhausto… aquella tarde en el bar había sido de lo peor y ahora esto, sentía que su pecho iba a estallar.
Oía risas, pero no cualquier tipo de risas… sino esas risas entre cómplices o mejor dicho, esas risas entre amantes. Se apegó más a la puerta y miró por la rendija sin hacer el menor ruido.
Sus sospechas eran ciertas…
Éric y Vanessa. Juntos en su propia cama, bajo su techo… jugando y revolcándose como dos malditos animales.
No, eso no lo iba a tolerar.
Abrió la puerta como un salvaje y con esa expresión que siempre aterraba les habló:
—Largo… los dos… —dijo conteniendo su furia lo mejor que podía. Si llegaban a hablarle, era capaz de asesinarlos a ambos… sobre todo esa tarde.
—¡¡Marco!! —dijeron los dos al unísono, cubriéndose lo mejor que podían.
—Marco… Marco, puedo explicarte —comenzó a decir Vanessa, sin saber que una sola palabra más podría haberle causado la muerte.
—No lo volveré a decir ¡¡¡SALGAN!!!¡¡¡¡A-HO-RA!!!! —gritó, ya al borde del colapso. El mensaje estaba claro.
El castaño se quedó afirmado en la puerta en silencio, mientras los malditos infieles se vestían. Se sentía tan desilusionado...
Esa misma noche, había pensado proponerle matrimonio a Vanessa.
Ya llevaban dos años juntos y convivían hace unos meses. Casarse era el siguiente paso natural... pero ahora, veía lo ingenuo que había sido.
Algo había cambiado entre ambos desde que le presentó a Éric. Ya no tenían la misma complicidad, ya no jugaban como antes… ya no lo miraba enamorada, a pesar de que él sentía lo mismo de siempre: amor.
Mientras pasaban los segundos, ese puro amor en el corazón de Marco se iba transformando en el más intenso odio. Hacia ambos, pero especialmente hacia Vanessa.
Él conocía a su hermano… se acostaba con cualquier cosa que tuviera una falda, incluyendo a la mismísima novia de su hermano menor.
Pero eso había sobrepasado todos los límites, y ya no iba a quedarse en paz hasta conseguir una venganza.
«Una venganza justa» pensó.
Les dio una mirada de reojo, mientras los amantes se vestían en silencio y con un aire de culpa.
Se suponía que Marco no iba a regresar hasta la mañana siguiente y… cuando fuera oportuno, ella terminaría con él.
Pero las cosas no resultaron como deseaban.
Se levantaron sin mirar al castaño y salieron a toda prisa de la casa. Marco los miró partir y cerró de un portazo, para que volvieran a sentir su furia.
—Esto no se va a quedar así… —dijo con odio puro, para sí mismo.
Se sentó pesadamente en el sofá y tomó un trago para calmar sus alterados nervios, marcando rápidamente un número en su celular.
—¿Marco? —se escuchó del otro lado de la otra línea.
—Soy yo… pasó algo… necesito hablar contigo —dijo el castaño, sin vida en su voz.
—¿Ella no aceptó tu propuesta? —volvió a preguntar el del otro lado.
—Te veré en el bar en cinco minutos —terminó Marco y colgó. Sin más, se puso su elegante chaqueta de administrador del más popular bar de la ciudad y salió.
Era bastante tarde y hacía frío.
Aquella era la hora punta para el negocio. De seguro el bar estaría lleno de clientes y de parejas formándose y tontas mujeres acechándolo. Todo un fastidio… como diría Jennifer.
Entró a su auto y arrancó rumbo al punto acordado.
Tal como lo predijo, el bar estaba atestado de personas que bebían, bailaban, o hacían mera vida social nocturna.
Una que otra mujer lo observaba con deseo… pero él estaba lejos de querer hablar siquiera con una.
De pronto, en la barra, lo vio. Caminó hasta él tranquilo, con el deseo de confesar todos sus problemas. Todo eso, causado por los tragos que había bebido en su furia.
—¡Marco!... ¿estás bien? ¿qué pasó? —preguntó un rubio, preocupado.
—Arggh… no seas tan molesto, Eduardo.
—Tú me llamaste… ¿recuerdas?
—Sí, pero no preguntes todo de inmediato —puso los ojos en blanco.
—Bien… ¿Cómo te fue? —alzó una ceja—. ¿Le gustó el anillo?
Marco soltó un suspiro hondo y pesado. Como quien debe confesar un asesinato y no sabe por dónde empezar…
—Ella estaba con otro hombre —dijo por fin. Los ojos del rubio se abrieron en toda su extensión, por un momento no supo qué decir.
Luego, sólo puso su mano en el hombro de Marco, que estaba concentrado mirando la copa que el barman recién le había servido.
—Lo… lo lamento, Marco… en realidad sé cómo te sientes… —habló Eduardo para calmarlo y era cierto.
El rubio sabía exactamente cómo se sentía Marco, porque estaba pasando una situación similar con su novia o ex novia Karen.
—Por eso vine a hablar contigo… —soltó el castaño, mirando fijamente la copa y girándola un poco sobre la mesa. Tenía un aspecto bastante lúgubre.
—Sí… no sé qué ve Karen en ése tipo, pero se arrepentirá… —dijo Eduardo con voz sombría, tomando su trago de un sorbo—. Pero no debes amargarte, mira todas las mujeres que mueren por ti…
—Yo no deseo otras mujeres, sólo la quiero a ella… quiero que se arrepienta de lo que hizo… quiero que sufra —apretó los dientes—. ¡¡¡Que sepa lo que yo siento!!!
—Sí… entiendo lo que sientes…
Marco se quedó helado por un momento. Parecía que había visto pasar a un fantasma…
—Marco… ¡Marco! ¿Qué estás mirando? —preguntó el rubio, mirando en la misma dirección que él.
—Esa es Susana, la amiga de Vanessa, si ella está aquí entonces... —no pudo terminar la frase.
—Tranquilízate… ella viene seguido y siempre está sola —dijo Eduardo, que en ese momento no supo que acababa de darle la idea más maligna al castaño que tenía a su lado.
—Me vengaré —soltó Marco de la nada.
—¿Qué dices?
—Que me vengaré —dijo el castaño, bebiendo su cerveza de un solo sorbo.
Se había puesto de pie, algo planeaba…
—¿Qué demonios vas a hacer?
—Voy a “charlar” con Susana —respondió con una mirada perversa. El amigo comprendió de inmediato lo que se proponía.
—¿Estás seguro de lo que haces, Marco? —le preguntó, dudoso.
—Claro que sí, además… tú estás haciendo lo mismo con la monjita ésa… ¿recuerdas? Paula —respondió el castaño, bebiendo otro trago—. Me vengaré de Vanessa… y le daré donde más le duele.
—¿Acaso planeas…?
—Sí… me acostaré con su amiga… la tonta esa… Susan o como sea que se llame y así, Vanessa sabrá lo que yo siento.
—Pues si eso quieres, es cosa tuya –terminó el rubio y se levantaron de sus bancas frente a la barra del bar.
Marco se dirigió a la desprevenida chica, como un águila se lanza a su presa y Eduardo, solamente lo miró desde un punto lejano.
Quería advertirle de los peligros de esa estrategia, pero estaba seguro de que Marco jamás lo escucharía…
—Buenas noches —saludó el castaño, con un aire seductor.
Susana miró a todos lados. Era Marco… no podía ser, él jamás le dirigía la palabra, además, si Vanessa la veía...
—Bu-Buenas noches —le respondió sonrojada, mordiendo con fuerza sus labios.
«Esto será más fácil de lo que pensé» se dijo a sí mismo el castaño.
—¿Vienes sola? —insistió, acortando su distancia, a tal punto que casi se rozaban.
—Sí… siempre… —contestó ella, algo incómoda.
—Sabes, nunca te había visto con detenimiento, pero eres muy bonita —susurró con voz grave, tocando un mechón de su cabello.
Ella abrió los ojos, impactada por esas palabras, pero debía usar la cabeza, algo no andaba bien…
—Yo… creo que mejor me voy…
—Te acompaño…
—No… es decir, Vanessa….
—Vanessa ya no es un problema… creí que te lo había dicho… ¿no son ustedes amigas? —preguntó intrigado el castaño.
—Sí… pero ya no me habla desde… —ella se quedó en silencio. Tal vez no era apropiado revelar esa información, pero ya había abierto la boca, no había vuelta atrás…
—¿Desde qué? —preguntó Marco como se esperaba.
—Desde que me dijo que… pensaba salir con… Éric…. —respondió cabizbaja, con el rostro enrojecido.
—¿Y por qué se enojaría? —Marco se encogió de hombros, con fingida indiferencia.
—Porque le aconsejé que no lo viera y que cuidara la relación que tenía contigo, que tú la amabas de verdad, pero… me dijo que estaba en su contra y… —mordió sus labios con fuerza—, bueno, ya no me habla. Lo siento —lo miró casi aterrada—. Creo que de verdad me tengo que ir, no debí decirte eso… —soltó la chica, mientras huía entre la multitud lo mejor que podía.
Marco la siguió. Aquella simple revelación le mostró lo fácil que sería cumplir su objetivo y vengarse de la desgraciada infiel de su ex.
Mientras más cosas sabía, más la detestaba y esa chica Susana, no estaba tan mal… aunque no era su tipo, la verdad.
Demasiado delgada, apagada y tímida. No se parecía en nada a las mujeres que había tenido o con las que había salido antes.
Tal vez sería bastante aburrido, pero estaba convencido de que lograría su objetivo y que Vanessa, pagaría por lo que había hecho.
No iba a ceder, ni un poco siquiera.