Amanda subió a la habitación para darle de comer a Emma, mientras tomaban a la pequeña de la cuna, sintió que la observaban, volteó y se encontró con la mirada de Cristina.
—¿Puedo ver a la niña? —preguntó entusiasmada.
—Sí, claro. Pasa Cristina. —la mujer se acercó y observó detenidamente a la pequeña Emma.
—Es hermosa, por lo visto se parece a su padre —Amanda la miró sonriendo.— Me alegra que hayas vuelto. El patrón estaba que acababa con todo.
—Sí, lo sé —respondió parcamente.
—Ya le contaste la verdad a Pablo —Amanda se quedó paralizada ¿De que verdad hablaba la criada?—. No te entiendo —dijo esperando que Cristina le aclarara aquel asunto.
Justo en ese momento entró Pablo, sabía que era peligroso dejar a Amanda sola con Cristina, esta podía meter la pata y ser descubierta. Cristina era prácticamente los ojos de Alejo en aquella casa.
—Cristina por favor, puede encargarse de la niña, la Sra Elena tiene que acompañarme un momento a la biblioteca, el jefe pidió que ella revise algunos asuntos.
—Sí, Pablo. Yo encantada. Hacía tanto tiempo que no veía un bebé en esta casa.
—¡Gracias! —le cedió el paso a Amanda y salió detrás de ella.
En la habitación, Cristina hizo mimos a la bebé, mientras le murmuraba:
—Serás la consentida de esta casa, mi amor. Aunque no seas la hija del jefe, serás la reina. Yo me encargaré de cuidarte mucho.
Bajaron las escaleras, Pablo tomó del brazo a Amanda y la condujo por el pasillo hasta el final donde estaba la oficina de Alejo. Abrió la puerta y entró con ella.
—¿Qué sucede por qué me traes aquí?
—Este es el lugar más reservado de la mansión, necesito que evites conversar mucho con Cristina, ella lleva años trabajando con Alejo y conoce muchas cosas de él, corres el riesgo de que se dé cuenta de que no eres Elena.
—Siento que sabe algunas cosas de ella. Me preguntó si te conté la verdad ¿De qué verdad hablaba? —Pablo se quedó perplejo ¿Acaso era lo que él suponía? ¿La niña era suya y no de Alejo? Sintió un sobresalto en su pecho.
—No, no sé de que pueda estar hablando. —rápidamente cambió la conversación— Tiebrd que aprenderte bien el plano de la casa —sacó un papel del bolsillo de su pantalón, lo desdobla y se lo mostró.
Comenzó a explicarle planta por planta las habitaciones y la estructura, Amanda quería estar atenta a sus palabras pero no paraba de pensar en lo ocurrido la noche anterior, sentirlo tan cerca provocaba en ella un deseo incontenible.
—¿Entendiste? —preguntó él.
—Sí, si —titubeó ella.
—Bien, la casa está custodiada por dos vigilantes más Severiano y El Greco, no estés conversando con ellos, todo lo que necesites me lo preguntas a mí y en su defecto a Rubén. De este te platicaré luego, por ahora regresa a la habitación con la niña. Yo estaré cerca.
Pablo se dirige hasta la puerta y ella lo sostiene del brazo.
—Aguarda —Pablo la observa sorprendido— ¡Gracias por todo! —se acerca y besa su mejilla
Pablo tuvo que contener las ganas de abrazarla, besarla y volver a hacerla suya. Estaba evitando caer en la tentación. No quería tener que revivir la misma historia que con Elena, verla pasearse del brazo de Alejo, mientras él intentaba conquistarla. Ser usado por ella, cuando Alejo le daba por estar con alguna otra mujer y entonces ella lo buscaba para desquitarse con él en cualquier habitación de la gigantesca mansión.
—Te metí en esto, sólo trato de enmendar lo que hice. —abrió la puerta y salieron de la biblioteca.
Amanda fue hasta la habitación de la niña, mientras él fue hasta la cocina por un café. Mientras lo servía sonrió recordando el momento en que la vio cubrirse el rostro para no verlo desnudo. Aquella mujer era tan inocente. Murmuró entonces:
—¿Por qué no te conocí antes?
—Hablando solo —lo interrumpió el chofer de Alejo, Evaristo.
—No, sólo pensaba en voz alta.
Mientras Pablo trata de mantener a Amanda resguardada de aquel infierno, Alejo se ocupa de sus negocios turbios.
—Bienvenido a mi casa querido socio —Estrechó su mano y dio un par de palmadas a Alejo.
—Me alegra verle de nuevo estimado presidente.
—Deja ya de usar las jerarquías, tú y yo somos socios.
—Gracias, pero no todos los días tiene uno la oportunidad de conversar de negocios con el presidente.
—Te ofrezco un coñac —hizo un gesto y su secretario sirvió las dos copas.— retírate Alfredo.
—Vine en lo que recibí tu mensaje ¿Dime que hay de nuevo por ahí?
—Hoy me llega un cargamento y necesito distribuirlo lo antes posible. ¿Trajiste tu avioneta?
—Sí, por supuesto. ¿De cuanto estamos hablando?
—Mil kilogramos. Esta noche tendremos una celebración en mi hacienda al norte del país, por lo que invitaré a algunos oficiales de la aduana y del alto mando militar para tenerlos entretenidos, allí mis escoltas te ayudarán a subir la mercancía. El resto queda de tu parte.
—Entonces, no hay problema con eso. Esta noche todo se hará como dices.
—Eso sí, tú no viajarás sino hasta mañana. Tenemos que ser lo suficientemente discretos para no despertar sospechas.
—Sólo si me consigues un par de nenas para esta noche, traigo una calentura que necesito liberar.
—Dos y hasta tres si deseas, ¿vírgenes o expertas? —Alejo soltó la carcajada y tomó su copa fe coñac.
—Sorpréndeme. Tienes buenos gustos.
—No que va. Sólo con ser el presidente, ellas se ofrecen.
Alejo y su socio continuaron conversando y organizando el plan. Antes de ir a la reunión llamó a Pablo para informarle que enviará al Greco y a Severiano hasta la finca para recibir a Ruben y al capitán y ayudarlos a descargar la mercancía.
—Llegaré mañana en la tarde. Quiero cogerme a Elena, así que tenlo todo preparado. Prepara la habitación del sótano.
Después de recibir las instrucciones de su jefe, Pablo se sintió celoso, no quería imaginar que Alejo colocara sus sucias manos sobre Amanda, aquello lo llenaba de celos.
—¿Celos, Pablo? —se increpó a sí mismo— Amanda no te pertenece.
Después de cenar, Amanda subió a la habitación de Emma, esperó a que durmiera y luego salió a dar un paseo por el jardín. Pablo la observa desde la ventana de su habitación, como un empleado más, él y el resto de los escoltas duerme en una construcción aledaña a la parte trasera de la gigantesca mansión.
Amanda sintió el frío helado recorrerle por completo, necesitaba saber de su madre, quería por lo menos oír su voz. Repentinamente sintió que la observaban y giró hacia atrás, vio la silueta ocultarse, por el porte supo que debía ser Pablo, quería verlo, quería estar junto a él, ¿pero que excusa podría usar?
No fue necesaria ninguna excusa, Pablo salió de la habitación y se acercó hasta ella.
—¿Cómo está la niña? —preguntó él.
—Ya se durmió. Salí para tomar un poco de aire fresco y dar un recorrido por la casa. Debo acostumbrarme.
—Sí, eres una mujer muy inteligente. El patrón regresa mañana y desea verte. Hay algo que debes saber.
—¿Algo?
—Sí, no pensé que insistiera mucho, pero quiere estar contigo mañana. —Amanda sintió que su corazón latía de miedo.— Me pediste que te dijera las cosas, no me quedó más opción. Debes prepararte para mañana. Será un encuentro algo intenso. Debes... —él hizo una pausa— Quiere sexo extremo.
Amanda no entiende a qué se refiere Pablo, ¿sexo extremo? ¿Debía lanzarse de un parapenye? ¿O por el contrario hacerlo escalando?
—No entiendo, háblame claro.
—Quiere b**m.
—¿Qué es b**m?
—Son prácticas sexuales, subidas de intensidad, sabes como la famosa pelicula de hollywood, esa del millobario con su asistente.
Amanda nunca pensó que aquello fuera real, que hubiese personas capaces de mezclar el placer con el dolor.
—¿Qué se supone que deba hacer?
—Imagino que deberás investigar sobre el tema. Sólo te diré que Elena era experta en ello o por eso el jefe se obsesionó por ella.
—¿Y tú? —preguntó ella. Pablo se sorprendió con aquella pregunta.
—¿Yo qué?
—Digo si sabes sobre ello.
—Algo...
—¿Me enseñas?
Pablo sabía que Severiano y El Greco ya no estaban en la mansión, habían salido en la camioneta rumbo a la finca. Quedaba a diez horas de la ciudad. Mas, él debía sustituirlos y vigilar. Pero aquella invitación era imposible de rechazar.
—Vamos a mi habitación, sólo tengo media hora de descanso. De hecho sólo estaba dándome un baño para regresar a mi puesto.
—Bien será suficiente. —respondió con firmeza, la verdad es que se moría por estar con él.
Pablo la condujo por la parte trasera de la casa hasta el sótano donde quedaba la habitación que Alejo preparó para sus encuentros sexuales con Elena hace un año atrás. Abrió la puerta y Amanda entró, sus mirada de aspaviento al observar aquella especie de mazmorra o celda de tortura la dejó boquiabierta.
—Bien, comenzaré a explicarte un poco sobre cada uno de los instrumentos que ves aquí. —ella asintió— Esta es la Cruz de San Andrés.
—¿Cruz? Si es una X.
—No me discutas Amanda, así se llama. Bien acércate —ella se colocó frente a él y él la ató de ambas manos y pies. Verla así le provocó morbo.
—Y ahora que se supone que debo hacer.
—Tú nada. Él se encargará de lo demás. Tú sólo debes dejarte llevar y demostrar que disfruta de ello.
—¿Disfrutar? ¿Cómo se supone que disfrute atada sin poder hacer nada?
Las preguntas de Amanda empezaban a irritar a Pablo. Abrió la caja negra y sacó una pluma, se acercó a ella, levantó la bata de seda y comenzó a acariciar sus entrepiernas, ella dejó escapar un gemido que resonó dentro de aquel lugar.
—¡Ahhh!
—¿Ves que funciona? —él continuó mirándola, luego contorneó sus senos con la pluma y vio como ella se estremeció, se acercó aún más y pasó su lengua por el cuello de Amanda, ella quería tocarlo, acariciarlo, sentirse atada provocó mayor excitación en ella.
—¡Suéltame! —le pidió ansiosa.
—He allí el secreto, no puedes hacer nada, excepto disfrutar del momento de placer o... —dejó la pluma sobre la cama y tomó un par de pinzas, metió sus manos en el escote y rasgó la bata dejando sus senos expuestos, apetecibles, incitando a ser probados— o el dolor —agregó y colocó ambas pinzas en sus pezones.
Aquel dolor a pesar de ser intenso resultaba excitante. Amanda dejó escapar un segundo gemido donde se mezclaba el dolor y el placer simultáneamente.
—¡Ahhhhhhg!
—Dije que te dolería —se acercó y ella trató de soltarse, movía el torso de su cuerpo y sus caderas con deseo. Aunque Pablo no quería volver a caer en sus redes, no pudo evitarlo cuando ella apenas susurró.
—Quiero que me hagas tuya, otra vez. —aquellas palabras fueron suficientes para que él comenzará a besarla con pasión, acariciara su cuerpo y la viera estremecerse.
Mira su reloj, quedaban escasos diez minutos, bajó la cremallera, su falo estaba duro, tenerla cerca era suficiente para él excitarse. Corrió la pantie de ella y la penetró por segunda vez mientras ella gritaba desesperada de placer. Pablo escuchó ruidos en la parte de arriba, le cubrió la boca y continuó embistiéndola con mayor fuerza, con mayor intensidad y placer. La vio enloquecer y sintió como por su v****a emanaba fluidos. Sacó su falo aunque ella quería más. La desató y la llevó hasta el mueble con forma anatómica, un colaborador, la recostó dejando que su v****a quedara expuesta para él, se arrodilló y saboreó por segunda vez su jugoso sexo, no sin antes colocarle una mordaza. Ella sentía que iba a estallar, él se levantó y la penetró nuevamente. Repentinamente se detuvo.
—No sólo serás sumisa, te tocará también darle placer a Alejo —se colocó frente a ella y su sexo quedó cerca de su rostro.,—hazlo.
—¿Hacer qué? —preguntó ella.
—Tómalo, saboréalo —ella lo miró sorprendida, pero su instinto animal vibraba dentro, lo colocó entre sus labios y comenzó a succionarlo. Pablo se excitó al extremo de sujetarla por el cabello incrementando la profundidad y rapidez de su falo dentro de su boca.
Amanda enarcó la espalda al sentir náuseas, el líquido trasparente y baboso salió de su boca, sus ojos se hicieron cristalinos. Pablo se sintió apenado.
—¡Disculpa, no quise hacerlo! Pero es algo que deberás tomarlo en cuenta, Alejo no se detendrá como yo.
Ella se puso de pie, se acercó a él, limpió su boca y lo besó con lujuria, aquello que ella estaba sintiendo por él iba más allá del raciocinio y de su fuerza de voluntad. Pablo la tomó de ambas piernas, la levantó y ella se enlazó a su cadera, la condujo hasta la pared, la recostó y volvió a poseer esta vez con mayor placer y vehemencia, ansiando sentir su tibieza, su estrechez por completo. Él la vio gritar, aferrarse a él, estremecerse por dentro. Sacó su falo antes de corriese dentro de ella. Respiró agitadamente, la puso en el piso, ella sentía sus piernas temblando, aquello era realmente exquisito.
—No debí, discúlpame Amanda.
—No te disculpes, yo lo deseaba —él la miró y sonrió.
—No quiero lastimarte, tampoco es conveniente que esto vuelva a pasar, Alejo puede descubrirnos y ambos moriríamos.
Pablo se quitó la camisa y se la dio para que se la colocara.
—Ponte esta, luego deshazte de ella, sube las escaleras y toma el pasillo de la izquierda, te llevará directo a la habitación principal. Trata de que Cristina ni ninguno de los empleados te vea.
—¿Y tú? —preguntó ella, ansiosa.
—Yo saldré por donde entramos, debo ir a cumplir mi guardia.
Ella obedeció, subió las escaleras y fue hasta el dormitorio principal. Se recostó en la enorme cama y exhaló un suspiro. Pablo era un hombre maravilloso, quería ser suya a cada instante, aquel hombre lograba desarmarla por completo.