Busque por toda la casa y no pude encontrar una escoba o algo que me pudiese servir para limpiar, el crujir del suelo a cada paso dejo de molestarme, ahora tenía que hacer algo con el polvo y las telarañas.
La casa no era muy grande, caminé con mucho cuidado por el segundo piso.
*Ahh*
Mi pie atravesó el piso de madera, afortunadamente solo ese fragmento del piso cedió, la madera rasguñó mi piel, cuando logré reincorporarme seguí con mi búsqueda, al final del pasillo, en un pequeño armario encontré una escoba y un trapeador junto a un balde.
—Finalmente.
Empecé a limpiar el lugar por la habitación en la que había desempacado.
*Cof cof*
El polvo era espeso, y me impedía respirar correctamente, necesitaba hacer algo con el polvo, o tal vez...
Caminé tan rápido como pude hacia mi maleta, saqué un pequeño pañuelo y lo usé para cubrir mi nariz y boca, a medida que pasaba el tiempo era cada vez más fácil respirar.
La luna brillaba a través de la ventana, dándole un aspecto encantador a la habitación, no sabía cuánto tiempo había estado limpiando, pero ya había anochecido y solo había alcanzado a limpiar una habitación.
Mi nueva alcoba estaba prácticamente vacía, sin nada más que mi maleta, revisé nuevamente la pequeña bolsa de oro.
—Doscientas noventa y siete, doscientas noventa y ocho, doscientas noventa y nueve y trescientas. En total hay trescientas monedas de oro, esto es al menos cinco veces más que el salario anual de un plebeyo.
*Clin*
Cuando me agache para recoger las monedas que había distribuido por el piso, el anillo se cayó de mi bolsillo.
—¿Qué raro? —no le di mayor importancia, a lo mejor solo no me di cuenta, el anillo brillaba mágicamente con la luz de la luna, me lo puse apreciando su belleza.
Me calmaba, como si me dijera que todo iba a estar bien, que no debía preocuparme, lloré ante tan delicada sensación, me fui a dormir usando mis viejos vestidos como cama y mantas, no sin antes dar un último rezo y cerrar la persiana.
—Oh, diosa de la luna, si en verdad existes escucha mi ruego, y permíteme ser feliz.
Estaba tan cansada que me quedé dormida casi al instante, la luz molestaba mis ojos, al abrirlos me encontré rodeada por diversos árboles, caminé sin rumbo, sin saber en donde estaba, hace no más de cinco minutos estaba en mi hermosa casita y ahora estaba en medio de la nada.
Seguí caminando, sin saber a dónde ir, solo seguía a la luz de la luna, sonaba extraño decirlo así, pero esta parecía estar llevando a algún lugar.
Medir el tiempo en un sueño era difícil, no podía saber cuánto tiempo había estado caminando, hasta que llegué a las orillas de un lago, la luna se reflejaba en su superficie, parecía tan real, estaba tan fría y refrescante.
Vague por las orillas, no lo había notado, pero no llevaba calzado, aun así, mis pies no dolían, la luz nuevamente hizo aparición, guiándome hasta un pequeño arbusto.
—¡Qué delicia!
Cientos y cientos de fresas silvestres me rodeaban, incluso de noche podía ver su color escarlata, cogí una tras otra usando mi falda como canasta, cuando la noche pasó a ser día me desperté nuevamente en mi alcoba.
Había sido un sueño maravilloso, al levantarme cientos de fresas cayeron de mi regazó, mis manos y mis pies tenían manchas de hierba.
—¿Qué pasó?
No sabía a quien le estaba preguntando, tampoco esperaba una respuesta, necesitaba arreglar mi casa y no tenía tiempo para…
*Grrrr*
El día anterior no había comido casi nada, y ahora estaba famélica, comí tantas fresas como me fue posible, y aun así sobraron muchas. Mi ropa apestaba, por fortuna en el patio trasero de la villa había un pozo, lo había encontrado mientras buscaba algo con que limpiar.
No podía lavar todos mis vestidos, me puse el que estaba menos sucio, y dejé uno más para usar de manta, los vestidos que tenía eran bastante simples, nada que usaría una noble, mucho menos la antigua esposa del príncipe heredero.
—Gracias Ana —Ana debió saber a dónde me enviarían y me dio todo aquello que pudiese necesitar para sobrevivir.
Arreglé mi cabello, en un moño alto, cuando me giré para tender mi ropa sobre las ramas de unos árboles, el anillo que me había regalado Ana se me volvió a caer, me lo puse no queriendo perderlo.
Ahora ¿qué debía hacer? No podía vivir solo comiendo fresas, y si bien arreglar la casa era la prioridad, no podía dejar que supieran de su dinero o que estaba sola.
Seguí limpiando, lo que parecía ser la cocina, no había nada que pudiese ser remotamente útil, el lugar era lamentable, limpié hasta que volví a tener hambre, luego de comer algunas fresas volví a seguir limpiando. Y al igual que el día anterior la noche cayó muy rápido, mis vestidos ahora estaban limpios y secos.
El día parecía una repetición del anterior, incluyendo su sueño, nuevamente estaba en medio del bosque, aunque ahora se encontraba a las orillas del lago, reuní algunas fresas más, y me fui a ver que más podía encontrar.
No muy lejos encontré moras, nuevamente reuní tantas como me fue posible y luego me dirigí a donde había dejado las fresas, y amontoné las moras a un lado, al despertar las fresas y las moras estaba apiladas en dos montículos ordenados.
Me aseé lo mejor que pude y puse tantas fresas como me fue posible en el balde, me puse los zapatos viejos y desgastados que había estado usando y me dirigí a una pequeña aldea que había pasado en el carruaje.
Cuando llegué el sol ya estaba en su punto más alto, apreté con fuerza el asa del balde.
—¡Fresas, fresas frescas!
Algunas personas voltearon a verme, otras solo me ignoraron y una pocas se acercaron.
—¿Cuánto?
—¿Perdón?
—¿Qué a cuánto está?
—A sí, ¿Cuánto cuesta la comida más barata de la posada? —el chico que se me había cercado solo se me quedo viendo por un instante.
—No eres de por aquí, ¿cierto? —¿cómo podía ser tan estúpida?, mi cabello plateado era reconocible en todo el reino, tonta, tonta, ton… —La comida más barata de la posada cuesta dos de cobre, pero esa cantidad de fresas no equivalen a ese precio.
—¿Entonces? ¿Cuántas costarían?
—No deberías confiar tanto en las personas, yo diría al menos unas cinco de cobre.
—Te las dejo por tres.
—¿No me oíste? Te dije cinco.
—Ya lo sé, pero quiero dejártelas en tres por tu ayuda, me podrías indicar donde queda la posada.
*Ja ja ja*
—Por aquí, justo me dirigía hacia allá. Por cierto, ¿cuál es tu nombre?
—Soy Eli…
—Eli, que bonito nombre, se ajusta a una linda chica como tú, yo soy Rafael soy el carpintero del pueblo. Tu cabello es bastante bonito, es la primera vez que veo uno de ese color.
—Ahh sí, todos dicen que es raro — «estúpida, estúpida, estúpida, el color de mi cabello es demasiado distintivo, soy tan tonta, quiero llorar»
—Yo no lo creo, es de un color bastante único, es de un castaño tan claro que parece volverse dorado con la luz del sol, parece casi rubio.
«¿Castaño? ¿Qué quiere decir con castaño?»