POV. VÍCTOR
Abrías la puerta y te encontrabas con la sala de estar y en una esquina estaba la cocina, por el pasillo que había seguido Nadia estaba un cuarto de baño y la habitación de Jazmín. Era sofocante.
—¡Víctor!
Me asusté por el grito, pero aun así salí corriendo al baño. Jazmín estaba tirada en el suelo y se veía anormalmente pálida.
—No responde.
El miedo me recorrió. —¿Tiene algún golpe en la cabeza?
Nadia la revisó con cuidado. —No veo nada, ni un golpe, creo que esta desmayada.
Jazmín me preocupaba así que la tomé en brazos. —Abre la puerta Nadia, vamos
al hospital.
Nadia asintió y salió disparada, corrí detrás de ella con Jazmín en brazos.
Apenas y pudimos soportar el viaje al hospital. Con Jazmín desmayada en el asiento trasero y Nadia mirándome cada pocos minutos, nunca sabré como logré llegar al hospital sin saltarme una luz roja.
En la sala de espera no podía calmarme, Nadia estaba saltando de los nervios.
—Tranquila cielo, solo la van a revisar y ver qué sucede. —La rodeé con los brazos apretándola firmemente contra mí.
Nadia estaba sollozando. —¿Qué hubiera pasado si en vez de entrar nos hubiéramos ido? Pobre Jazmín…
—No pienses en nada, ahora está con gente que sabe qué hacer en estos casos.
Miré mi teléfono, no estaba seguro si llamar sería una buena idea así que volví a guardar el móvil en mi bolsillo.
Una joven se nos acercó algo insegura.
—Disculpen, ¿son familia de Jazmín Dan?
—Si, somos sus primos. —Levanté a Nadia. —¿Cómo esta?
—Esta despierta, algo confundida, pero quiere verlos. Síganme.
Juntos de la mano caminamos detrás de ella.
Jazmín estaba sentada en una camilla y parecía más que confundida.
—¿No está drogada cierto? —Le pregunté a la enfermera que ya estaba negando.
—Idiota. —Dijo Jazmín con mucho esfuerzo.
No sabía por qué, pero esa simple palabra me hizo sentir mucho mejor.
—Le hicimos una prueba rápida y dice que ni siquiera ha probado una vitamina, lo que está mal, debería tomarlas porque se ve francamente mal. —Agregó la enfermera.
Jazmín me miró. —Lo siento, aún estoy algo confusa, todo me da vueltas.
Me senté a su lado. —¿Qué sucedió?
POV. JAZMÍN
Me toqué la cabeza.
—No lo puedo recordar muy bien, he sentido muchas náuseas en estos días y cuando fui al baño, recuerdo... —Miré a los chicos que ya estaban colocando caras de asco.
La enfermera sacó un termómetro de su bata. —¿Fue al baño y qué?
Comencé a recordar mi día.
Me había sentido mal toda la semana, no solo emocionalmente sino físicamente, aún no sabía el motivo y comenzaba a asustarme. Llamé a Nadia en cuando me desperté, hoy no me fui a la universidad como los últimos dos días por la misma razón, los mareos se habían vuelto demasiado para mí. No sabía a quién acudir, y no quería volver a casa del abuelo así que la siguiente en mi lista era Nadia.
Después del almuerzo había decidido arreglarme para esperar a Nadia con una mejor cara de la que había lucido estos últimos días y casi lo había logrado, en Jeans, camiseta rosa y una chomba de lana roja, pero me la había quitado al comenzar a sentir calor, poco después vinieron las náuseas y corrí al baño cuando me di cuenta de que iba a vomitar en serio. Después nada.
—Vomité, recuerdo levantarme y eso es todo. —Me levantó el brazo y puso el termómetro por debajo de mi camiseta.
—Perdió el conocimiento cuando se levantó, es normal, debió sentirse débil.
¿Vive sola? —Asentí. —No debe estarlo por ahora, ¿tiene a alguien que pueda cuidarla?
—Nosotros. —Dijo Víctor.
La enfermera le dio una mirada de indecisión. —Me refería a alguien de su familia, pero de más edad, como sus padres.
—No, estoy sola. —Seguí diciendo.
—Mentira, nuestra familia vive aquí, el abuelo quiere que vuelvas a casa y allí te podemos cuidar todos, mis padres también viven en la casa por si eso la convence señorita.
—Eso estaría bien. —Respondió más segura la enfermera.
Negué rotundamente. —No voy a volver, ya está decidido. No hay de que preocuparse, ya me he desmayado antes y no es nada riesgoso, en verdad nunca antes me había pasado esto.
La enfermera me dio la espalda. —Pueden llevársela jóvenes, pero preferiría que su abuelo o su padre viniera por ella. —Cuando me miró quise poder dar un paso atrás por la dureza que veía en esos ojos. —La siguiente vez que se desmaye podría hacerlo bajando unas escaleras o quizá en frente de una estufa, piénselo.
Asentí.
Ok, eso era muy feo de imaginar.
—Le llamaré al abuelo ahora mismo. —Dijo Víctor ya con el móvil en el oído y saliendo del cuarto.
Miré a Nadia suplicante. —¿Si te quedas conmigo unos días? ¿No te gustaría vivir conmigo?
—Imposible, tu casa apenas y tiene lugar para ti, yo no tendría lugar allí ni para mis zapatos. Es mejor que vayas con él. —Luego me dio una mirada extraña. —A menos que quieras ir conmigo a casa de mis padres, ya sabes cómo es papá y también Velkan. Estoy segura que el abuelo también querrá estar allí para cuidarte.
No tuve que pensar demasiado entendí de inmediato mi situación. Ellos me catalogarían como Damisela en apuros y nunca saldría de allí. Y en especial si el abuelo Raúl llegaba a enterarse, se enojaría con el abuelo Fabián y me encerraría en su casa, eso sería mucho peor que tío Robert y Velkan.
—Ok. Ganaron. —Les dije enojada y algo cansada.
La enfermera asintió satisfecha. —Iré por el doctor para que le de otra inspección y el alta.
Víctor entró. —Viene de inmediato junto a papá, por si te interesa están muy preocupados por ti.
—Gracias. —Le dije con sarcasmo.
—De nada. —Me dijo feliz consigo mismo, se notaba. —Estarán aquí en unos minutos.
—No entiendes el sarcasmo, ¿cierto?
Negó. —Viniendo de ti, lo evito.
Nadia me dio una sonrisa conciliadora. —Es lo mejor para ti.
Esperé a que el doctor me revisara, era un viejito bastante gracioso. Tenía el pelo desordenado y casi parecía Einstein, me tomó la temperatura y me recetó vitaminas, además de decir que debía ir al nutricionista.
—Gracias, me lo pensaré.
—No, usted jovencita va a ir. —Me dio la espalda, estaba sintiéndome bastante extraña, todos me daban la espalda. —Mañana vengan y pidan una hora para ella, necesita una dieta, está en los huesos.
No pude evitar mirarme por todos lados, creía que me veía bien y al parecer estaba equivocada.
—Peso sesenta y un kilos, estoy bien. —Les dije a todos.
—¿Cuánto mide? —Me preguntó el doctor que ya no me parecía chistoso.
—Uno setenta y algo. —Negó con la cabeza. —¿Qué?
Me dio la espalda. —Que venga mañana mismo, temprano sería ideal. Estas chicas de ahora creen que verse en los huesos es lo ideal.
Estaba a punto de gritar. —No me dé la espalda, me irrita.
Siguió haciéndolo. —¿Es normal que tenga cambios de humor?
Víctor se rio un poco antes de hablar. —Casi nunca.
El viejito me observó atentamente y me hizo una seña para que me acercara, acercó su boca a mi oído. —Compré unos test de embarazo, le recomiendo que compre tres de diferentes marcas.
Enrojecí. —¿Usted cree…?
—Si, lo creo. —Me dijo con la misma voz seria con la que había estado hablando. Era un viejito imperturbable.
—Está bien, lo haré. —Dije ocultando la mirada de los demás.
Me dio el alta y miré la receta, menos mal no había anotado los test de embarazo, reconocía que tenía algo de tacto aquel viejecito.
Esperamos otro buen rato hasta que llegó el abuelo con tío Víctor, apenas y pude mirar al abuelo, no tenía muchas ganas de hablar con él, por lo menos aún no.
—Vamos a casa ya firmé los papeles, ¿cómo te encuentras querida? —Había preocupación genuina en su voz, por eso no pude evitar responder sin resentimientos.
—Bien, solo algo débil. —Me toqué el lado derecho de mi cabeza, me dolía. —Aún duele algo el golpe.
—¿Qué golpe? —Dijo el abuelo.
Miré a Víctor, se encogió de hombros. —Le dije que te habías desmayado y que estabas en el hospital, nada más.
Miré al abuelo. —Me caí en el baño y me golpeé la cabeza en el suelo de cerámica, por eso el chichón. Me miró con suspicacia. —Y, ¿por qué el desmayo? ¿Embarazo?
Me sonrojé, el viejito chasqueó los dedos. —¿Hay alguien más que pueda cuidar de la niña?
—Mis padres. —Dijo Nadia automáticamente, sin importarle las miradas de odio del abuelo.
El viejito asintió. —Genial, llámalos querida.
—¿Qué? —Gruñó el abuelo Raúl. —Yo vine por ella.
El viejito hizo una mueca. —Mi paciente necesita que la cuiden, no que la hagan rabiar y que la manden de vuelta aquí por tensión alta.
—¿Por qué tendría la tensión alta? —Pregunté asustada.
El doctor me dio unas palmaditas. —Tranquila querida, ahora es mejor que vayas a descansar. —Le dio una mirada dura al abuelo. —Cuídela. —Su mirada se posó en mí. —Hija procura tomar tus vitaminas y déjame escribirte en la receta un calmante para el dolor, no va a ser muy fuerte, no quiero que te haga daño.
Esperé a que me diera la receta y me despedí del ancianito, al final no era tan malo.
Me subí al auto del abuelo, tío Víctor me dio una mirada de preocupación al subirse en el asiento del conductor, el abuelo me miró de una forma que no pude describir.
—¿Te sientes mejor? —Me preguntó tío. —¿Necesitas algo?
—Quiero comer algo, una hamburguesa con papas fritas estaría bien y necesito mis vitaminas. —Me acomodé en el asiento. —Tengo sueño.
—Eso es mucho para ti. —Me dijo tío Víctor.
—Jazmín no te duermas aún. —Me dijo el abuelo. —Dame la receta y la compraré.
Recordé los test de embarazo. —Es mejor que yo compre mi receta.
—¿Por qué? —Preguntaron los dos a la vez.
Miré a ambos. —No quiero contestar.
El abuelo se puso a refunfuñar sobre nietas desagradecidas, y tío me miró feo, casi diciendo que debía hacerlo sí o sí. Los ignoré.
Llegamos a una farmacia y… no llevaba nada para pagar. Miré a ambos sonriendo con dulzura.
—Alguien tiene dinero, no tengo nada en los bolsillos.
Tío se rio de mí. —De eso ya me había dado cuenta hace rato.
Le di un golpe suave en la nariz. —Las chicas que se desmayan no piensan en que si llevan dinero antes de caer al piso inconscientes.
—Pues deberían hacerlo. —Tío se acariciaba la nariz mientras hablaba. —Sería práctico.
El abuelo se bajó del auto y tuve que seguirlo.
Miré la receta, y pensé en lo que tenía que comprar. Sentí algo de vergüenza al pensar en que él iba a enterarse de lo que iba a comprar.
—Busca lo que necesites y lo pagaré.
Asentí, y corrí hasta la joven que atendía. —Necesito esto. —Le pasé la receta y hablé lo más bajito que pude. —Y necesito, tres pruebas de embarazo.
La chica asintió. —Diferente marca.
El abuelo estaba mirando en la sección de perfumes, me le acerqué y saqué uno de mujer que me gustaba mucho, si tía me viera se horrorizaría en que no me lo comprara en una perfumería elegante.
—Quiero este, ¿puedo? —El abuelo asintió y tomó otro. —¿Crees que a la abuela le gustaría?
—No, pero me gusta que lleves un perfume diferente cada vez. —Sonaba mucho más tranquilo.
—Gracias abuelo.
Al poco rato tenía todo en una bolsita mientras el abuelo pagaba.
—¿Llevas algún secreto allí? —Me dijo con interés poco disimulado.
Miré la bolsa. —Necesito algo de jugo para tomar los calmantes.
—Está bien, no me digas nada.
Lo miré apesadumbrada. —Lo siento abuelo, pero pienso que te puedes enojar y no quiero más de eso, ya agoté mi cuenta. —Le di un abrazo corto. —Y ya estábamos mucho mejor.
—Está bien. —Dijo. —No quieres hablar conmigo ahora, pero esperaré, ¿o no?
—No puedo. Estoy exhausta y solo pienso que tal vez tú idea de volver a casa es la mejor opción. Terminaré el semestre y continuaré allá mis estudios. —Lo tomé de la mano. —Papá estará encantado con la idea, estoy segura.
El abuelo asintió. —Mañana lo decidiremos.
Asentí. —Lo que quieras.
Al final tío tenía una botella de agua mineral en su guantera, me tomé los medicamentos, y todo se puso borroso después.
Estaba acostada, estaba tan calentito y me sentía muy cómoda.
Pero… ¿Cómo llegué aquí?
Me levanté con cuidado, mi cabeza aún reclamaba por el golpe. Mira hacia todos lados y me encontré con que estaba en mi cuarto, de nuevo en casa del abuelo. Busqué por todos lados mi reloj, pero lo único que encontré encima de mi mesita de noche eran los medicamentos con un vaso de agua y una sobre otra las cajitas de los test de embarazo, ¿quién había estado aquí?
De nuevo me atacó el hambre, me sentía algo débil. Caminé en seguida hacía la cocina, con mucho cuidado bajé las escaleras, temía por los mareos y las advertencias de la enfermera. Llegué a la cocina y sentí unas ganas tremendas de una tortilla de huevo. Saqué un bol y huevos y me puse a trabajar.
Mientras freía mi tortilla me di cuenta de que había un reloj sobre una encimera, después de todo eran las seis de la mañana, los calmantes habían hecho bien su trabajo después de todo. Preparé algo de té y me serví en una encimera, por alguna razón en todo el proceso no había encendido ninguna luz en la cocina, creo que fue por eso que casi le di un susto de muerte a la cocinera.
—¿Qué hace aquí?
Le sonreí a la señora, era bajita y rellenita. Por alguna razón me daba confianza con tan solo verla.
—Tenía hambre.
La señora pasó por mi lado aún agitada. —Será mejor que le prepare algo de comer entonces.
—Ya me preparé una tortilla de huevo.
La cocinera se sorprendió al ver que era verdad, el bol aún seguía en el mismo lugar. Cuando me dio la cara estaba sonriendo.
—Es bueno ver a un Dan autosuficiente. –Se rio. —Pero no se lo diga a mis jefes.
Le sonreí encantada. —Le aseguro que no se lo diré a nadie, aunque Víctor sabe hacer un par de cosas.
Bufó. —Yo le enseñé las cosas fáciles, pero fracasé hace mucho tiempo al tratar de enseñarle platos elaborados. —Tomó el bol y lo puso en el lavavajilla.
—¿Quiere algo más?
Pensé un momento. —¿Sabes si hay hamburguesas?
Me sonrió. —El pan está en un estante y el resto está en el refrigerador.
Unos minutos después, estaba terminando de preparar mi hamburguesa, luego de haber fritado con mucho cuidado la carne y cortar tomate y lechuga al ritmo de una canción que nunca llegué a reconocer, pero Raluca, la cocinera, decía que era una canción típica de su pueblo, ella tenía sangre gitana.
—Jovencita, su abuelo la está llamando. Al parecer cree que está en su cuarto.
Me miré, después de mi tortilla de huevo había subido a cambiarme y a arreglarme. Pero las ganas de comer mi hamburguesa no me abandonaron nunca.
La miré con cara de perrito.
—Oh no, no señor, vaya a comer con él.
Tomé mi hamburguesa y la coloqué en un plato.
Entré en el comedor y con mucho cuidado de no dejar caer mi plato moví la puerta. Todo el mundo ya estaba en la mesa, y tía junto a Ivantie parecían algo sorprendidas de verme.
—Buenos días. —Dije a todos
Sebastián llegó corriendo detrás de mí y chocando conmigo, por lo que casi se me cae la hamburguesa.
—Cuidado.
—¡Primita! —Me gritó abrazándome como loco.
—Suéltame, vas a tirar mi comida.
Víctor entro después. —¿Cómo estás hoy? ¿Mareos? ¿Náuseas? ¿Algo?
Sebastián me dio la vuelta, quitándome el plato y dándoselo a Víctor. —¿Te pasa
algo? ¿Estás enferma?
—No, no lo creo, pero no te preocupes por mí, hoy voy al nutricionista y sabré
que pasa.
Sebastián me abrazó. —Ojalá sea eso, nos preocupaste mucho.
Víctor pasó por mi lado llevándose mi hamburguesa.
—¿Dónde vas con eso?
Víctor me frunció el ceño. —No te vas a comer eso, es asqueroso que te la comas para desayunar.
—Jazmín siéntate aquí conmigo. —El abuelo estaba sirviéndose café. —Y deja esa
cosa en otro lado.
—Quiero comer mi hamburguesa, me costó mucho tiempo prepararla.
—Si, me imagino por toda la mayonesa que tiene esa cosa. —Sebastián tenía la tapa de pan en su mano.
Me senté al lado del abuelo. —No es justo.
—¿Cómo que vas al nutricionista?
Asentí. —El doctor dijo que debía ir al nutricionista, estoy baja de peso según él, es muy probable que por eso me sienta débil. —Agregué sabiendo que el doctor pensaba algo muy distinto. Esas malditas pruebas de embarazo no dejaban mi mente.
El abuelo siguió tomando su café.
Comí algo de pan con desgana hasta que Ivantie me dio, a pesar de las miradas de los demás, mi hamburguesa, gracias a ella terminé de desayunar satisfecha con todo.
—Eres un ángel Iván, gracias.
Ella se sonrojó. —De nada Jazmín.
De pronto algo se ilumino en mí. —¿Hasta qué hora tienes clase hoy?
—Hasta el mediodía, hay reunión del profesorado.
Tío Víctor no se veía muy contento. —Y, ¿cuándo pensabas decirlo jovencita?
Vi como la pobre escondía la cara con la capucha de su camiseta. Hoy estaba vestida con una jardinera de color azul eléctrico y su camiseta con capucha y de manga larga, un atuendo típico en ella.
Como estaba sentada a mi lado puse mi mano en su hombro. —¿Quieres ir de compras conmigo? Tengo que ir al médico y luego quedo libre.
Ivantie se iluminó de pronto. —¿Por qué no voy contigo al hospital?
El golpe en la mesa me pillo desprevenida. —No, tú vas al instituto, pero si después vas a llevar a mi hija en auto, te sugiero que lleves un chofer, no quiero que pierdas el conocimiento conduciendo y termines matándola.
Mire a tío, se veía bastante enojado y no sabía por qué, y los más raro pasó cuando me sentí terriblemente mal, ¿en verdad creía que pondría en peligro a Ivantie? Eso no era justo, la idea se me acababa de ocurrir y no pensaba en usar mi auto… sentí ganas de llorar y solo apenas logré controlar las lágrimas.
—¿Qué te pasa Víctor Dan? —Tía lo miró con cierto enojo, esto nunca lo había visto, bueno solo un par de veces, pero no así en frente de todos.
—Nada. —Al ver que tía no le creía añadió. —Después hablaremos.
Tía se levantó de su asiento. —Te lo haré recordar.
El abuelo me dio la mano. —¿Quieres que te acompañe al nutricionista?
Asentí, no me apetecía nada estar sola. Y comenzaba a sentirme bastante mal, tal vez no era buena idea que fuera con ella de compras.
—Si, primero debo llamar al hospital, ¿tienes una guía telefónica? —No tenía idea del número del hospital.
El abuelo se levantó. —Vamos a mi estudio.
Salimos del comedor y al cerrar la puerta se dirigió a mí.
—Tú tío está preocupado por Ivantie, está teniendo ciertos problemas, le llamaron del instituto y le dijeron que ha dejado de estudiar y no saben por qué. Ella no le ha hablado de lo que pasa en el instituto. —Me tomó del brazo y caminamos por el pasillo. —Cree que la están molestado por algo.
—Eso no quiere decir que me trate mal por eso. —Aún me dolía el comentario y creía que no lo iba a olvidar, así como así.
Al final el abuelo terminó consiguiéndome una hora para el nutricionista, debía esperar porque iban a ser a las diez y treinta de la mañana y eran cerca de las nueve.
Fui a mi cuarto y lo primero que vi fueron los test de embarazo, tomé las tres cajitas y las llevé al baño. Ya en mis manos me sentí diferente, decidí ignorarlos, los dejé en el estante que había en el baño para la ropa.
Iría al nutricionista y eso sería todo, no podía estar embarazada, solo había sido una vez el descuido, después Patrice y yo habíamos ocupado protección.
Me miré en el espejo del baño, no me veía diferente e Irina me había mencionado una vez que antes de enterarse que estaba embarazada sentía que le dolían los pechos y sentía el vientre hinchado. Miré mi vientre, sentía que estaba algo hinchado, pero podía ser que estaba cerca mi menstruación, y ahora que lo pensaba también el deseo de dormir y sentirme algo sensible.
Si, eso debía ser, ¿cómo pude olvidar que estaba pronta a menstruar? Que tonta, debía haberme intoxicado con la comida y de ahí los vómitos.
Ya más tranquila con mi resolución busqué ropa para ir al hospital, me vestí con más ánimo del que tenía cuando me levanté y recordé tomar mis vitaminas.