Capítulo 14

3537 Words
POV. IVANTIE Hace un par de semanas había venido un hombre que no había reconocido, tal vez porque nunca le había visto, pero tenía un sorprendente parecido a mi padre. Detrás de él había estado Mario con una cara no muy alegre. Ambos me habían llamado la atención; ya que por esa casualidad yo había abierto la puerta antes que la sirvienta y.… ambos altos del cabello rubio y ojos azules. Claro que, de pronto me vi retirada de la puerta para darle paso a papá que no hizo más que abrazar al hombre mayor y de pronto me di cuenta de quien era; Tío Sergio, quien estudió en el instituto y la universidad con papá, fueron los mejores amigos por muchos años, pero por el trabajo de ambos no habían podido continuar con la amistad, aunque sabía por mamá que papá no perdía oportunidad para llamarle a tío Sergio. Poco después de una charla tío Sergio se fue dejando a Mario con nosotros, a pesar de que encontramos a Mario un desconocido, papá solo lo abrazó y le indicó su cuarto sin decirnos qué hacía aquí. Dos días después llegó su auto y una gran maleta. Comenzamos el segundo semestre de clases y él se unió a la mía, ya que tenemos la misma edad, él me lleva al instituto y todo, pero nunca me dice por qué está aquí o cómo se siente, pero ¿para qué querría saberlo? Llegamos a su auto y me subí al asiento trasero. —Conduce Adam. Mario me cerró la puerta del auto, a pesar de sus comentarios él siempre era un caballero, sospechaba que era hijo único, pero al decirme que tenía una hermanita… no tengo idea de quien es él. —¿Tienes más hermanos? Digo, aparte de tu hermosa hermanita menor. Mario me sonrió y esta vez la sonrisa llegó a sus ojos. —Si, somos cuatro. Mi hermano mayor Cristian se encarga del centro de esquí, mi hermana Ann tiene una café en el pueblo, y luego estamos mi hermana gemela y yo. Fruncí el ceño. —Espera, nombraste a una hermana menor… —Ella… —No me dio la cara cuando habló. —Murió el mes pasado. Sentí como si al auto le faltara el oxígeno y me sentí tragada por el ambiente. No podía creer que ese chico que parecía tan caballeroso, tan feliz y despreocupado… me di cuenta de que todo era una máscara. Miré hacia la ventana cuando el auto comenzó a moverse, no quería que él viera mis lágrimas. —¿Cómo crees que estará el día? —Me preguntó. Miré el cielo despejado. —No, no lo sé. El auto se detuvo antes de llegar al instituto, antes de notar que pasaba la puerta de un lado se abrió y Mario se sentó a mi lado y me abrazó. —¿Qué haces idiota? No me abraces. Mario me miró y me besó en los labios despacio y luego se separó, no antes de depositar otro beso en mi frente. —¿Ese es otro beso que le darías a una de tus hermanas? —Hablé sin pensar. —Lo siento. Él me sonrió. —En realidad, de consuelo. No debes sentir pena por mí o mi familia, Luiza estaba enferma desde que nació, solo era cuestión de tiempo para que muriera. Verás, sus pulmones eran débiles y todos sabíamos que éramos mezquinos haciéndola vivir de una manera que no era justa para ella. Hace un mes se cortó la electricidad en casa y se apagó su máquina de oxígeno, no pudimos llevarla a tiempo al hospital. —Tomó mi rostro entre sus manos. —Por eso no estés triste, Luiza ya no sufre más y sé que donde esta, ella está feliz. Mi labio formó un puchero, quería llorar. Mario me sonrió y me besó, luego tomó mi labio y lo chupó. Cuando se alejó me sonrojó muy fuerte. —Ahh…  Mario sonreía encantado. —Eso quería hacer antes, ¿vamos a clases ahora? Asentí algo aturdida aún por sus cambios. Definitivamente, no iba a entender a este chico nunca. Estar en clases era una tortura, miré a mi lado y estaba Mario que había sobornado a la chica que se sentaba a mi lado para que le dejara el lugar. Y bien ¿la tortura? Pues, era que estaba recordando a cada momento como se sentían los suaves labios de Mario, aunque aún no sabía por qué, a mí no me gustaba o eso creía. Lo volví a mirar. ¿Cómo podría gustarme? Estaba anormalmente feliz… aunque ahora sabía que sufría por dentro. Vestía siempre con ropa de una talla más grande, y siempre lucía ojeras y el cabello desordenado, sabía que solo se lo peinaba con los dedos porque lo había visto hacerlo varias veces antes de entrar al comedor y hasta ahora no lo conocía lo suficiente para encontrar más detalles escabrosos. Pero si tenía una ventaja, desaliñado o no, el chico era guapo. Eso me habían dicho. —¿Por qué me miras tanto? Me asustas. Miré hacia la pizarra. —No te miraba. Me piñizcó la mejilla. —Claro que me mirabas, de esa forma oscura que tienen las mujeres cuando quieren algo. —¡Yo no quiero nada de ti! —Le grité. Todo el mundo se dio vuelta en nuestra dirección. Mario les hizo una seña a todos, incluso al profesor. —Lo lamento, mi prima es tímida. —¿Tú lo crees? —Le dijo una chica detrás de nosotros. Mario se dio la vuelta para encararla. —Por supuesto que lo creo, Ivantie es así de tímida. —Dijo, extendiendo los brazos. Me sonrojé. —Por favor deja de hacer eso. Él me sonrió. —Pero si eres muy tímida. —Basta de timidez y todo lo demás, es hora de que presten atención aquí adelante. —La voz del profesor calló cualquier voz que estuviera hablando. Seguimos en silencio durante mucho rato, al final el timbre rompió esa quietud y todos se dispararon hacia el salón de historia, yo no me apresuré porque esa materia estaba a punto de reprobarla. Tomé mis cosas y salí en dirección al gimnasio. —¿Dónde vas? El salón de historia es para el otro lado. —No voy a aburrirme en esa clase, además ya estoy a punto de reprobarla. —Le dije con amargura. Al principio no era mi intención fugarme de clases, pero esos chicos mayores siempre me quitaban la mochila al salir del salón, esta era su hora libre pero ahora se la habían cambiado por causa de un profesor. En fin, ahora simplemente me escondía allí donde no me viera nadie que pudiera molestarme. —Ve a clases. —Le dije ya caminando hacia el gimnasio. —Bueno. —Me dijo de mala gana. Cuando llegué al gimnasio no había nadie, así que subí a las gradas rápidamente y lancé mi mochila con mis cosas. Solo no predije que alguien iba a tomar mi mochila desde arriba y a registrarla. —Hola dulce Ivantie, ¿qué traes hoy para comer? Me sonrojé, pero algo me pasó. —Solo yogur con frutas. George me sonrió de medio lado. —Así mantienes esa figura ¿eh? Volví a sonrojarme, aún no llegaba esa melodía que solía recitar mi corazón, una que tocaba con mucha rapidez cada vez que lo veía. —No es así, suelo comer mucho más, pero hoy solo pude sacar eso de la cocina. George me hizo lugar y me senté a su lado. —Nunca habíamos hablado. —Negué con la cabeza. —Es raro. —Un poquito. Su mano se posó en mi cabeza y la giro en su dirección. —Bastante raro. Su cabeza se inclinó sobre la mía y cerré los ojos, cuando me besó esperó que me hiciera volar y hacer sentir mariposas en el estómago, pero… nada ocurrió. Sus labios separaron los míos y su lengua entró en mi boca, algo que me dio un poco de asco. Deseé que terminara, por eso me separé algo rápido de él. Me miró con curiosidad. —Ese mocoso que te acompaña es tu novio ¿no? —¡¿Qué?! Claro que no, es mi primo. Me dio una sonrisa de desagrado. —Y yo soy imbécil, déjame solo y lárgate de una vez de mi vista. Sin entender nada y maldiciendo también a los hombres, me retiré con mis cosas, antes de terminar de bajar las escaleras de la galería me di cuenta de que no llevaba mi comida. Me di la vuelta y miré arriba. —¡Comete el yogur o tíralo! ¡Me da igual! Él me miró desde arriba. —¡¿No te vas?! —¡¿Qué carajos te pasa?! Por un momento pareció sorprendido. —¿Qué me dijiste? Tiré mi mochila a un lado y corrí hasta arriba. —Dije, ¿qué carajos te pasa? No entiendo a los hombres, son todos unos idiotas y… Antes de poder continuar él se puso a reír compulsivamente. —Pobre de ese idiota de tu novio, ¿así le gritas? —¡Ah! —Le di un manotazo y bajé las escaleras. —¡Eres un pendejo! Cuando iba saliendo mire hacia atrás y lo vi riéndose a carcajadas de mí. Le hice una seña obscena con el dedo medio. —¡Jódete! Al no recibir respuesta me imaginé que se siguió riendo, lo que me hacía exasperarme. Seguí mi camino hacia el comedor, hoy iba a tener que comprar que comer. Al llegar al comedor me di cuenta de que era aún temprano por lo que esperé hasta que apareció mi curso con un muy triste Mario detrás de ellos. Corrí hasta él sin pensarlo, quería saber que le ocurría, me dolía que estuviera así. —¡Mario! —Lo agarré del brazo. —¿Qué te pasa? Me miró frunciéndome el ceño. —¿Por qué no me dijiste que tenías novio? No me hubiera preocupado porque te quedaras afuera de la clase… o eso creo que siento. —Dijo con la confusión escrita en su cara. Estaba harta, lo agarré y lo zarandeé. —¿Qué? No, no tengo novio Él me miró enojado. —Entonces, ¿quién era ese tipo con el que te besabas? ¿Él me había visto? Ups. —Es un chico que creí que me gustaba, pero no lo sentí… —Me toqué los labios mientras miraba el patio a un lado del comedor. —Se supone que debo sentir “eso”, lo que todos sienten esa, esa conexión ¿no? Él me golpeó la cabeza, mientras se reía de mis sentimientos. —Tontita. Le di una patada en la espinilla. —Solo por eso me vas a invitar a comer hoy, quiero una hamburguesa y papas fritas con una coca cola. —¿Qué pasa con la dieta? —Me preguntó divertido. Le di otra patada. —¿Me estás diciendo gorda? Limítate a pagar. Él me abrazó de improviso. —Bueno, aunque ¿sabías que si engordaras la grasa primero iría a tus muslos y luego a tus pechos? Me miré y no me vi mal, le di otro golpe en la espinilla. —¿Qué te pasa con mi cuerpo? Me miró algo confundido. —Nada, tienes unas bonitas piernas y un bonito trasero y estoy seguro que tus pechos caben en mis manos… Le tapé la boca y miré hacia todos lados por si alguien nos había visto u oído. —¿Qué? No me estaba ofreciendo para tantear con mis manos, ni nada… Acerqué mi cara a la suya. —A veces creo que haces esto solamente para exasperarme. La inocencia que había en su mirada me decía que, no era así pero cuando sonrió mi corazón latió fuerte. —¿Estás segura que no son novios? A mí me lo parece. Miré a George que estaba con mi envase con yogur en la mano, de nuevo volví la mirada a Mario que lo miraba con odio y eso no me agradó. Le di un toquecito en la barbilla y le guiñé un ojo, Jazmín me había dicho que así se captaba la atención de un chico, y lo comprobé con el sonrojo de Mario. —No me gusta que lo mires así. —Me di la vuelta. —Viniste a devolverme mi pote, supongo. Él me sonrió de mala gana. —Si, aquí está. Todo tuyo y recuerda que primero se va a tus muslos y… Esto no tenía nombre. Le di una patada en la espinilla y le jalé la oreja. —Perdono a ese baboso… —¡Oye! —Me dijo Mario. —Solo porque es mi primo y sé que no puede cambiar su forma de ser tan... especial pero no se lo permitiré a nadie más. George me gruñó. —A mí no me gusta que me golpeen y menos una niñita. Mario me separó de George con mucho cuidado. —Al poco tiempo te acostumbras, me dio un golpe duro en el estómago la noche que quise acostarme con ella. George nos miró sorprendido y al poco rato me di cuenta del por qué. Me sonrojé de pies a cabeza cuando entendí como sonaban las palabras de Mario. ¡Ese idiota! —No es lo que piensas, este idiota habla de esa forma, no tienes que hacerle caso, créeme… ——Dije hablando rápidamente, me cubrí la cara. —Oh Dios… Mario estaba divertido. —¿Qué pasa? George lo estudió detenidamente. —Acabas de insinuar que te “acostaste” con tu prima idiota. Mario seguía sin entender. —¿Qué tiene? Un día dormimos abrazados y descubrí que Ivantie es calientita y esponjocita. Me sonrojé, recordaba esa tarde que me acosté a dormir en el sofá de la sala de estar. El día había sido perfecto, con decir que Jazmín me había acompañado comiendo chocolate y jugando cartas, solo faltaba echarme y tomar una siesta para cerrarlo con broche de oro. Lo hice, pero al despertar unos brazos me estaban rodeando y la cabeza de “ese” alguien estaba enterrada en mi cuello. Me había girado un poquito y al ver que era Mario, quien estaba durmiendo con tanta paz me había dado pena despertarlo, así nos quedamos hasta que despertó y me dio un beso en el cuello. —¿Esponjocita? —George se rio. —¿De dónde? Le lancé una patada, pero la esquivo y casi perdí el equilibrio sino es por el brazo de Mario que se enredó en mi cintura. Mario me apretó el estómago. —De aquí, siempre me encanta tocarle su pancita. Mis tripitas sonaron. —Tengo hambre… Mario me dio la mano. —Bueno, nosotros nos vamos desconocido. Tengo que darle de comer después de reírme de ella, aunque no entiendo aún por qué se enojó. Bueno, adiós. George nos quedó mirando sin saber que decir. Apreté aún más su mano. —¿Me vas a comprar mi hamburguesa? Nos detuvimos en frente del letrero de comida y él comenzó a pedir comida. Miré mi pote con yogur y fruta, George no lo había tocado. —Compra una cuchara también. —Bueno. Salimos al patio y buscamos un lugar donde poder comer, o sea, terminamos debajo de un árbol. Había muchos en el patio por una cuestión excéntricamente ecológica. —Tú hamburguesa y papas fritas, todo acompañado por una rica y saludable coca cola. Provecho. —Gracias. Tomé mis cosas y las coloqué encima de mi mochila. De pronto una de las manos de Mario agarró mi vestido. —A petición de Jazmín me estaba vistiendo con vestidos y calzas, sin olvidar mis converse, pero me sentía… demasiado femenina. —Le golpeé la mano a Mario. —No seas pervertido. Mario me tiró del vestido. —Tú no seas exhibicionista, estabas mostrando casi todo. —Bien, lo siento. —Le dije de mala gana. Seguimos comiendo nuestros almuerzos, él se había comprado un sándwich y ensalada de brócoli, me estaba haciendo ver gorda. Terminé mi comida mucho después que él y abrí mi pote de yogur. Le di un toquecito en la cabeza. —Ahora di “a”. Mario se acomodó en mi regazo. —A. De nuevo mi corazón latió fuerte, ¿qué me pasaba? Le di yogur turnándonos, y aún no me dejaba esa sensación en mi pecho. —Ya está siendo hora de ir a clases, ¿vas a entrar? —Preguntó quitándome el pote y limpiándolo con el dedo. Iuk. —Si dejas de hacer eso iré. Mario tiró el pote en mi mochila y se la colgó en su hombro —Vamos. —Ok. —Solo un par de horas más y saldría de clases. —¿Hoy también vas a acompañar a tu prima a sus clases? Asentí con algo de pena, hoy tocaba clases de pre mamá e iba a acompañar a Jaz, no me gustaba que estuviera sola en eso y menos ahora que Nadia no podía acompañarla porque trabajaba con Velkan en algo súper secreto. Presintiendo mi estado de ánimo, Mario me abrazó por los hombros. —Ella es fuerte, no sé qué le pasó, pero ella se ve tranquila y eso es lo que importa. —Me abracé aún más a Mario. —¿Qué pasa? —Gracias Mario. Regresamos a casa luego de clases porque yo tenía que salir con Jaz. La tarde había sido más amena que cualquiera de las anteriores, creo. Jazmín estaba de buen humor y habíamos comprado unas cuantas cosas para el bebé antes de venir a casa, ahora era poseedor de una bonita cuna y unos cuantos trajecitos de marinerito. —¿Por qué me miras de esa forma? —¿Otra vez? —Chillé. —Eres la segunda persona a la que me quedo viendo fijo. Jazmín me sonrió con picardía. —Y, ¿quién fue el primero? Traté de no sonrojarme. —Mario. Jazmín se sirvió más chocolates, era nuestro ritual de antes de dormir; comer chocolates hasta más no poder. —Me agrada Mario porque es tan ingenuo y es muy cariñoso contigo, aunque creo que le recuerdas un poco a su hermana gemela. Me quedé a medio camino de un chocolate con menta. —¿Hermana gemela? Jazmín asintió. —Si, cuando vio a tus hermanos dijo, “ah, con que es de familia” y cuando le pregunté me dijo que tiene una gemela idéntica. Ahora que lo recordaba… él lo había mencionado antes, solo que estaba más preocupada por su hermanita que murió recientemente. Esto último no se lo pensaba decir a Jaz, solo serviría para deprimirla. —¿Quieres hacer algo mañana por la tarde? —Le pregunté. Jazmín se puso a ordenar la ropa del bebé en camino. —No sé tú, pero a mí me dan ganas de seguir comprando, no había entrado a las secciones de bebé antes pero ahora… Le sonreí animada. ¿Sería posible que se estuviera interesando por el embarazo? No parecía muy interesada antes, tal vez no le molestara ahora que le preguntara… —¿Qué nombre le vas a poner al bebé? —Me acomode en el sofá. Estábamos sentadas en el sofá de la sala de estar. Papá decía que era nuestro cuartel general y no estaba muy perdido con esa afirmación, aquí pasábamos la mayoría de nuestras tardes haciendo una u otra cosa. Jazmín se estiró en el sofá dejando su cabeza en mi regazo. Se quedó callada demasiado antes de hablar. —No es que no haya pensado en un nombre, pero es tan difícil, creí que si llamaba a papá me iba a dar una idea, pero solo me dijo “ponle mi nombre” y el abuelo me dijo lo mismo, ni hablar de tío. Esos tipos eran para la risa. —Son unos ególatras, no les hagas caso alguno. La puerta se abrió de golpe. —¡Les traje galletas y leche! ¡Leche y galletas! Esto es solo para menores y futuras madres. —Mario me golpeó la mano cuando intente sacar una. Jazmín golpeó el sofá a su lado cuando se sentó. —Siéntate aquí entre nosotras y haznos compañía. —Bien, no me voy a negar ante una dama. —Dejó las galletas y los vasos de leche en la mesita de centro que estaba enfrente. Le tomé de la manga y lo jalé. —¿Qué? Hice un puchero. —Yo también quiero. Mario me tomó el rostro y me besó la nariz, por un momento esperé a que me besara y solo esa impresión causó estragos con mi pulso. Oh no, ¿estoy loca? El piñizco que me dio en la mejilla me volvió a la realidad. —¿Qué te pasa? —¿Por qué me pasaría algo? —Pestañeé. —No lo sé, solo me preocupa el que pareces distante a ratos. Jazmín llamó mi atención. —Contigo no lucen los trucos femeninos. —Me apuntó hacia una esquina con un dedo. —Deberías castigarte contra la pared, ahora. 
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