Dentro del bosque

4562 Words
Vania Isabel   No he podido articular palabra desde que lo vi. Y no tengo fuerzas para replicar en cuanto Selene llega a la habitación y me encuentra en aquel estado catatónico. Y tampoco de decirle algo cuando se queja del olor. —Huele…—se acerca a la ventana y arruga la nariz — Huele horrible —Incluso llama a papá y él se tensa en cuanto el olor entra por sus fosas nasales. —¿Fue un animal? —Sel le pregunta. Y ambos me miran como si quisiera una respuesta. Yo me quedo echa un ovillo en la cama y los veo sin decir nada—. ¿Qué fue? —Cariño, no lo sé —papá no aparta lo ojos de mí, y le pide a mi hermana que salga para que pueda hablar conmigo. Se sienta junto a mí y mira en dirección a la ventana. Está pensando, intentando descifrar que es, o al menos, dándome tiempo para que pueda hablar. —¿Algo entró? Cuando dice la palabra “algo”, siento una ligera punzada de incomodidad. No es algo, es alguien. Miente. —No lo sé, papá. Miente mejor. —Recuerdo que escuché un ruido, desperté y no vi nada —me encojo de hombros para darle credibilidad. Después de que mamá me encontrara sentada sobre la cama y al borde del pánico. Alarmada, llamó al tío Carter, que es médico, y un gran amigo de mis padres, tan amigo, que los gemelos llevan su nombre. El tío dijo que era probable que el jet lag estuviera haciendo estragos en mí, le dijo a mamá que me consiguieran unas pastillas para la descompensación horaria. Las tomé, pero sin duda no son la solución a mi problema. —De acuerdo…—papá asiente con la cabeza, y aunque sin duda no se tragó mis cuentos, elige no insistirme más—. Cariño, si algo pasa. Tienes que decírnoslo. No respondo. No puedo. Papá me da un beso en la frente y sale. Dejándome sola, y sin darme cuenta, me quedó dormida. Al despertar, la oscuridad de la noche y el silencio me indican que debe ser de madrugada. Selene está en su cama, dormida. Siento la garganta seca y me dan ganas de tomar agua, me pongo en pie pero la jarra de la habitación está vacía. —Te acabaste el agua…—murmuró en dirección a Selene, que no se mueve ni un poco. Tomo el vaso y salgo con el de la habitación. Mis pasos apenas y se escuchan en el pasillo, bajo los escalones de uno en uno y llegó al comedor. Este hotel no es exactamente un hotel, es más como una posada rustica. Así que a esta hora no hay gente despierta, a lo mucho, quizá el velador y puede que esté en otro lugar. Afortunadamente, en la mesa del bufete hay una jarra con agua. Me lleno el vaso y me voy a sentar a uno de los sillones de la sala común. Hay un silencio que reina en la sala, y la tenue luz me alumbra apenas a unos cuantos pasos de distancia. Pero no hay problema, mi visión es perfectamente capaz de amoldarse y ver aún más detalles. Incluyendo a la persona que está en otro de los sillones. —¿No puedes dormir? —me pregunta. Le sonrió por amabilidad—No realmente —le presto más atención y entonces me doy cuenta. ¡Es él! Me levanto de un salto y trato de correr, pero él se pone en pie y con una mano, implorándome, habla. —No te vayas, por favor. Hay algo en su voz, algo que me tranquiliza. Es un efecto abrumador por supuesto, pero siento que hay sinceridad en su voz. Me quedo donde estoy y lo miro. Lleva la misma ropa. Se acerca con lentitud hasta mí, pero le hago un gesto y retrocedo. —No te acerques tanto —le pido e intento sonar intimidante y sobre todo, segura. —Claro —asiente y se detiene. Me está mirando, y desde esta distancia puedo notar que sus ojos son incrédulos. Busca algo, alguna cosa en mí, como si buscara defectos para descartarme. Pero no los encuentra y lo sé, porque se rinde y sus labios se abren con asombro. —¿Me conoces? —logro preguntarle. Porque yo a ti sí. Pienso pero no se lo digo. —No —lo dice tan rápido que suena ensayado. Y yo no le creo. —¿No? —su expresión ahora es inescrutable —. ¿Quién eres? —la pregunta me sale sin siquiera pensarlo. Toda mi vida me hecho esa interrogante. Y en este momento, mientras lo tengo frente a mí, necesito saberlo. Luego de unos segundos responde, apartando la mirada, como si le diera vergüenza —Nadie bueno para ti. —¿Quién eres? —insisto, pero él se da la vuelta. Va a marcharse, va a dejarme ahí sin respuestas —. Espera —no me acerco a él porque sigo estando asustada de su presencia, pero afortunadamente, mi petición es escuchada y se detiene—. Sueño contigo casi todas las noches. Te he visto más veces de las que puedo contar, así que dímelo. ¿Quién eres? Necesito…—no, no necesito —. Tengo que saberlo. Sus hombros se tensan, gira levemente su rostro y puedo ver como sus labios se curvan en una media sonrisa, aun así, no responde a mi pregunta. —Lamento haberte molestado —vuelve a avanzar, esta vez dispuesto a marcharse —. No volverá a suceder. Incapaz de preguntarle algo más, o de moverme de mi lugar, lo veo desaparecer en la entrada de la sala común. Ni siquiera mira atrás. Y no estoy segura de sí eso me da alivio o tristeza. Sé que hay cosas extrañas, cosas que no parecen tener una explicación racional. Como los hombres lobo o los fantasmas. Pero algo como esto, un chico que has visto en tus sueños, una visión espectral que pudiste sentir, no hay forma de saber lo que es, o de encontrarle sentido. Y aún más inquietante, su aroma tan extraño. Mientras aún hay trazas de su efluvio, aprovecho para examinarlo. Huele a madera seca, a musgo, a lluvia fresca y a una profunda tristeza. Es muerte, me digo contrariada. A eso huele la muerte. Esa noche no soñé con él. Y el resto de las vacaciones tampoco. El descanso producto de mi falta de sueños extraños, me da un subidón de energía que me permite pasar el resto de las vacaciones a gusto. No comento nada de mi encuentro con el chico misterioso, porque al final de cuentas, dijo que no volvería a molestarme. Sé que es extraño que sea él con quien he soñado toda mi vida, y una parte de mí se siente atraída por descubrir las razones del porqué, pero la otra, está renuente a querer pensar de nuevo en su persona, sí es que es una persona. Me aterraría descubrir que las razones no son del todo agradables. Y a pesar de que los paseos con mi familia son agradables y me la paso sonriendo casi todo el tiempo, hay momentos en lo que me siento observada, o siento que estoy acompañada. Nadie más lo nota, así que pretendo que no ocurre. Debe ser estrés por el extraño encuentro, debe ser eso y nada más.                                                                                   Un silencio así solo puede indicar una cosa. Un cazador asechando. —¿Y yo soy la presa? —me burlo, ya que es verdaderamente absurdo imaginar algo así. Una sonrisa se me escapa, acompañada de un suspiro. La falta de ruido no me molesta, al contrario, me gusta. Inmediatamente después una ramita cruje. Confundiéndome por un segundo fugaz. —¿Hola? —pregunto por curiosidad. Quizá es papá que ya ha vuelto y está ahí, vigilándome para darme una sorpresa. Entonces, comienzo a contar las horas. Al menos deben ser cuatro horas de ida y cuatro de regreso. Partieron a las ocho de la mañana, debería volver a las cuatro cuando mucho. Agobiada comienzo avanzar de nuevo. No es papá. ¿Alguien de la manada? Tal vez. Mientras avanzo trato de olfatear en la dirección por dónde provino el crujido, pero no hay nada. El viento está en mi contra, el olor se va en la dirección opuesta—. Me estoy volviendo loca. Un poco después me doy cuenta que solo era una rama que se rompió por la tensión, el viento o algún animalillo que está dentro del bosque conmigo. Me digo que no es para tanto. Y en mi distracción tropiezo y caigo, casi estrellándome contra una roca redonda en el camino. Estoy a escasos centímetros y me quedo quieta mientras pienso en el daño que pudo causarme. La miro con atención, sin moverme, sin respirar si quiera. Tendida en el suelo con los ojos fijos en la roca, casi parece que he perdido la razón. Una brisa me levanta algunos cabellos sueltos de mi trenza. Y la voz llega antes del aroma. —¡Ofelia! —la voz suena alarmada. Me doy la vuelta de golpe y frente a mí esta él. Otra vez. Definitivamente me estoy volviendo loca. —¡Tú! —grito y las piernas no me reaccionan, así que solo logro darme la vuelta y retroceder a rastras por el suelo. Levanta sus manos en señal de no querer hacerme daño. Aparta sus ojos de mí y logro verlo. Un destello que busca una posibilidad de escapar. —¡No! —lo detengo antes de que sus piernas flexionadas lo impulsen lejos, ¿es así como escapo en nuestro primer encuentro? Se queda inmóvil pero no me mira, eso me da tiempo de levantarme y poner más distancia entre nosotros. —Dijiste —titubeo—, que ya no me molestarías. Mis palabras hacen mella en él, porque su expresión se contrae y me es imposible no distinguirlo como dolor. — Lo siento —lucha por encontrar las palabras correctas, las disculpas correctas. Pero yo no quiero eso, a mí, solo me importa una cosa. —¿Quién eres? —busco su mirada pero él se niega a encontrar sus ojos con los míos. Y como toda una novata incauta, doy un par de pasos hasta él. Lo nota y se pone rígido, como si la necesidad de estar más cerca lo carcomiera por dentro. —Por favor, dímelo —mi voz sale con desesperación. No quiero verlo desaparecer si va a dejarme con la duda—. ¿Eres un fantasma? —es una idea tonta, pero aún no desecho la posibilidad de que lo sea—. ¿Un espectro? Frunce el ceño y una curva se le forma en los labios. Quiere sonreír, pero lo reprime. —No —responde y por primera vez me mira directamente a los ojos, para luego apartarlos de golpe. —¿Entonces? —No necesitas saberlo —su voz es áspera y seca, me imagino que es como la roca con la que estuve punto de golpearme e instintivamente la miro de soslayo. —¿Qué no necesito saberlo? —me estoy enfadando—. He pasado años de mi vida con tu imagen en mi cabeza. Por tu culpa —lo señalo y soy consciente de que mi voz está temblando de coraje—, he pasado todo ese tiempo tan mal, que no crecí lo que debí crecer, ni tengo la energía que debería tener —es una tontería, lo sé, pero esas son mis mayores quejas contra él—. Así que lo mínimo que debería saber es quien eres.  La sonrisa que luchaba por ocultar se le escapa —¿Lo que deberías crecer? No está entendiendo el punto. —¿Quién…Eres? —estoy tan molesta que siento la cara caliente. Su rostro toma una expresión de asombro, pero más que asombro es como si reconociera algo en mí. Algo que yo paso por alto. —Răzvan —sus ojos negros se clavan en mí con vacilación. —¿Raz..Qué? —Răzvan —repite más lento para que logre entender. Su pronunciación es algo difícil al principio, pero no imposible. —¿Eso qué es? Su sonrisa se ensancha, y por primera vez me siento atraída como una abeja a las flores primaverales. Mentiría si no aceptara que su sonrisa es hermosa. —Mi nombre.
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