Hijo de la noche

3969 Words
Răzvan Prometí no molestarla, prometí dejarla en paz, jamás hacerle daño. Pero aquí estoy, como todo un idiota. Siguiéndola en silencio, como si fuera su propia sombra. Cuando la vi en Costwolds, caminando mientras sonreía, con aquellos cabellos rubios alborotados por el viento y sus hermosos ojos cafés, creí que estaba volviendo a verla como una ilusión. Que el mismo hombre que me condenó me daba una penitencia aún mayor, ver a mi amada de nuevo. No era posible que existiera alguien idéntica, no podía ser posible. Ella es única, no puede haber dos. Así que quería comprobarlo. Y cuando estuve tan cerca, no pude evitarlo. Todos los recuerdos, los momentos, los años a su lado… ¿Cómo iba a refrenar mis deseos de tocarla y llamarla por su nombre? A mi Ofelia, a mi dulce Ofelia. Mi luz de luna, la llama de mi corazón, la mujer que me amó.  Mis temores se hicieron grandes cuando dijo que soñaba conmigo, que me había visto. ¿Otro castigo cruel? No bastaba con que solo yo hiciera penitencia, ahora tenía que verla pasar por lo mismo. ¿Sufriría en esta vida a causa de un único pecado cometido? Su pecado fue amarme, a mí… A un monstruo. A algo que ni siquiera debería existir. No quise creer en las palabras de Vikram, en su amenaza cruel: Volverá y tendrás que verla morir de nuevo. Y yo estaré ahí, esperando para gozarme con tu sufrimiento. Ahora le temía más que nada a esas palabras. Sí en verdad es mi Ofelia, no puedo dejar que la muerte venga a por ella. Quiero que al menos, está vez, tenga una vida tranquila y feliz. Por eso la seguí, por eso ahora la observo caminar entre el bosque. Sus pasos son lentos, parece que disfruta de la caminata. Es igual a antes. Está consciente del bosque, de algo que le gusta. Levanta la vista y esboza esa sonrisa hermosa. Hace años que no la veía, y lo siento en mi pecho, la presión agradable que me produce verla. Siento también todo el dolor, la tristeza, la culpa y el cariño. Me consume, y al no prestar atención piso una rama, se quiebra y el sonido la saca de sus pensamientos. —¿Hola? —pregunta, y por temor me fundo entre las sombras —. Me estoy volviendo loca. —murmura y sigue avanzando. Sus pies se cruzan entre ellos y la hacen caer, se escucha el golpe mortecino y me contengo para no correr hacia ella. No puede saber que estoy aquí. Trato de mantener la calma, pero algo va mal. No se mueve, no está levantándose. ¿Se ha golpeado con la roca que estaba al frente? Demonios. —¡Ofelia! —sin poner resistencia y mucho menos ser consiente de mis acciones, y a causa del miedo profundo de que algo le pase, salgo a toda prisa para llegar a su lado. Es muy tarde para cuando me doy cuenta que está bien. Ella se gira y me clava sus ojos con miedo. —¡Tú! No quiero que me tema, no quiero. Levanto mis manos para intentar hacerle saber que no pienso lastimarla. Pero en realidad quiero escapar, quiero irme antes de que me diga algo, porque si lo hace, si vuelve a hablarme, no podre reprimir más mis deseos de hablarle también. —¡No! —grita y mis piernas se congelan. ¡Răzvan muévete!¡Sal de aquí ahora! —Dijiste, —su voz tiembla —que ya no me molestarías. Eso es lo que dije. Soy un imbécil. Debo irme, desaparecer de su vida. Me odio por eso, y sus palabras me lastiman, pero me lastima más el saber que hay razón en ello. No debo molestarla. —Lo siento —mascullo. —¿Quién eres? —su mirada me está buscando, pero yo no debo mirarla, no debo flaquear— Por favor, dímelo ¿eres un fantasma? ¿Un espectro? ¿Un fantasma? Ella cree que eso es lo que soy. Un espectro suena más acertado, pero aun así, no está ni cerca. Sigue siendo tan suspicaz e insistente.  —No. —digo y me permito mirarla una sola vez. —¿Entonces? Mi Ofelia. No tienes que saberlo, no te haría bien. —No necesitas saberlo —le respondo intentando sonar lo más serio posible. Es mejor mantenerla al margen. —¿Qué no necesito saberlo? —hace ese gesto. Nada irá bien ahora—. He pasado años de mi vida con tu imagen en mi cabeza. Por tu culpa —está empeorando—, he pasado todo ese tiempo tan mal, que no crecí lo que debí crecer, ni tengo la energía que debería tener. Así que lo mínimo que debería saber es quien eres.  ¿Ha dicho crecer? De todo por lo que debería culparme ¿eso es lo que más le preocupa? Ofelia, mi luz de luna. Si tan solo supieras que antes eras solo un poco más pequeña. —¿Lo que deberías crecer? —se me escapa la pregunta. Su gesto molesto es visible, la ceja levantada, los labios apretados y la tez roja de sus mejillas. Va a estallar en una gran bola de ira y coraje, y yo seré la causa y el que reciba su impacto. Sí no la conociera, sería un idiota si no respondo a su pregunta. —¿Quién…Eres? —repite con voz agría mientras cruza los brazos, inclina la cabeza a la izquierda y bufa de forma bajita. No tengo dudas, es ella. Mi Ofelia. Y se justo como se pondrá si no le doy lo que me pide. —Răzvan —entonces la miro, y todo el enojo en su rostro se disipa como bruma. —¿Raz..Qué? —Răzvan —le repito con lentitud. Es justo como la primera vez, cuando ella no podía pronunciarlo y se empeñaba en omitir la pronunciación “al” alongada al final. —¿Eso qué es? Ahí está. El ceño dudoso en su frente. No puedo evitarlo, es hermosa y me está robando las fuerzas que tenía para no acercarme. —Mi nombre. —¿Tu nombre es Razvaaal? —su pronunciación es cómica. Y algo me dice que no lo cree. —Sí, Ofelia. Ese es mi nombre —ladea la cabeza y aprieta sus puños. Algo le molesta. —No me llamo Ofelia —baja su rostro al piso y puedo ver un ligero rubor. Tiene sentido. No podría ser posible que tuviera el mismo nombre. —¿Cuál…—me muerdo la lengua, pero ya he comenzado la pregunta y su ojos, sus tiernos ojos me miran expectantes —. ¿Cuál es tu nombre? —Vania Isabel. No puedo omitir que al decir su nombre parece…Decepcionada. ¿No le gusta ese nombre? A mí tampoco me gustaría, es indudablemente extenso y llamativo. —Muy largo. —Lo sé. Se presenta un silencio entre los dos. Pero no es incómodo, y aprovechándolo, ambos nos miramos, ella me estudia con curiosidad y yo con anhelo. Quisiera que recordara todo, pero al mismo tiempo, agradezco porque lo ha olvidado. —¿Cómo es que me conoces? —dice —Yo no he dicho que te conozca —miento. Ella levanta ambas cejas— Fingiré que no me di cuenta que finges —su gesto me roba una sonrisa, ella baja de nuevo su rostro y con ojos curiosos inspecciona mis labios. Debe parecerle extraño que sonría. —Lo siento. —¿Qué sientes? ¿Seguirme? ¿Mentirme? Lo siento por todo. Pienso, pero soy incapaz de decirlo en voz alta. —¿No responderás esta vez? —dice y se acerca un paso al cual yo retrocedo. Eso la pone tensa y entonces vuelve atrás, marcando la distancia entre ambos. Su rostro abatido por la tristeza y la decepción me queman como lejía. No soporto verla con esa expresión, no cuando lo único que quiero es complacerla en todo. Soy débil, débil como hojas otoñales, todas ellas secas y con un solo destino, caer. Al final…Me rindo. —Te conozco —confieso y su rostro se ilumina mientras abre los labios para dejar escapar un suspiro. —Lo sabía. —Pero yo te conozco como Ofelia —explico. Y me produce una sensación de placer y alivio verla sorprenderse y con deseos de más información. Se la daré, pero solo lo más necesario—. Te conocí cuando era un niño. Pero de eso ya hace mucho. Sus labios se sellan, es la expresión que ponía cuando pensaba en algo con detenimiento. Solo me resta esperar sus preguntas una vez que las tenga formuladas. Pasan unos segundos, tal vez un minuto entero. —¿Cuántos años tienes? Esa es buena. Justo ahora… Parece que mi cuerpo se conserva en unos diecinueve años mortales. — Diecinueve. —¿Y hace bastante que me conoces? —Sí. —¿Cuántos años? ¿Cómo escapo de esa pregunta? No puedo decirle que más de ciento cincuenta. —Bastantes —entrecierra los ojos y asiente despacio. —¿Cómo me conociste? —En el río —los recuerdos me asaltan y se encaraman a mí. Me es difícil sacudirme de la imagen. Las aguas frías y revueltas que me están ahogando. Y la tierna niña que me saca a rastras. Jadeando, mojados y aterrados por estar tan cerca de morir arrastrados y golpeados por las piedras. Dos niños, uno torpe y la otra, imprudentemente valiente—. Me salvaste. —¿Yo? Poso mis ojos en ella, imposible no verla con todo el amor que siento. La pongo incomoda porque aparta la mirada y carraspea. —Tengo una amiga…—guarda silencio y yo asiento para hacerle saber que la escucho— ella dice que —se lleva una mano a la cabeza y se enreda algunos cabellos, sin reparo alguno en las marañas de polvo y palitos secos de las hojas de los pinos que se han quedado atascados en su melena—, probablemente sea cosa de mi vida pasada. Inevitablemente me pongo rígido. Su amiga es muy lista, o en su defecto, una soñadora de la fantasía sobrenatural. —¿Eso es verdad? —inquiere y no puede mirarme a la cara. Un alivio para mí, porque no puedo dejarla ver mi expresión de asombro. Ha dado en el clavo—¿Formo parte de tu vida pasada? Oh. Parece que ella cree que yo he muerto y vuelto con los recuerdos de mi vida anterior. —¿Quién ha dicho que yo morí? —me siento como un imbécil luego de haber pronunciado la pregunta en voz alta. Ofelia se tensa, siento el frío que emana de ella y el evidente miedo que la recorre de pies a cabeza. ¿Qué hago ahora? No hay nada que pueda decir que aminore el peso de mis palabras. La he asustado y ahora sus ojos aterrados están fijos en mí. Siento vergüenza, pero por alguna razón, no aparto la mirada. Quiero verla, ver su expresión en el momento en que le confiese esto. —Yo no he muerto. Su labio inferior tiembla, quiere decir algo pero la sacudida en sus dedos de las manos la arrastra hasta el abismo de lo desconocido. Siento el terror que surca de su pecho hasta mi corazón. Me tiene miedo, lo sé. Le aterra lo que sospecha que soy, sí es que lo sospecha. —¿Desde cuando estás…—se le dificulta decirlo —. Vivo? Suspiro. No es de mi agrado declamar esa fecha, y solo ruego…Que ella no me pregunte como he logrado vivir tantos años. —Desde 1856. Retrocede un paso más y su sonrisa temblorosa es precedida por un ruido similar a la madera cuando se resquebraja —Vaya…—intenta controlar su carcajada. Pero es solo una reacción al miedo que la está embargando—. Estás, estás…Tan inusualmente conservado. Por instinto, retrocedo otro paso. Ahora la distancia que nos separa es más amplia. Casi cinco metros. —Me lo dicen a menudo. —¿Quién te lo dice? ¿Tienes amigos? Frunzo el ceño. ¿Amigos? No puedo llamarlos así, ¿enemigos? Ese sería el término más correcto. —Algo así. —¿Qué eres en realidad? —se rodea con ambos brazos en un gesto protector. Asumo que es porque desea evocar algo de resguardo para cuando le diga que es lo que soy. —En cualquier momento puedes irte. No te seguiré y tampoco te buscaré —le digo solo para dejarle en claro que no le haré daño, y que puede irse en el momento que desee. —Primero me gustaría que respondas mi pregunta. Suelto un largo suspiro, preparándome para lo que vendrá. —Hay muchas formas de referirse a los que son como yo. —¿Hay más? —su timbre denota pánico y asombro. Asiento ligeramente y ella contiene el aliento. —Pero la más correcta sería hijo de la noche —siento una punzada de asco hacía mí—. Monstruos, asesinos. En el folklor mundano nos llaman vampiros. —¿Vampiro? —sus ojos se abren como platos. Quiere reír y tal vez también darse la vuelta y correr. Pero se queda ahí, de pie y con ojos atentos. —Hijo de la noche —le corrijo, solo porque las novelas juveniles y las películas de Hollywood, distan mucho de retratarnos como lo que realmente somos. —Bien…— posa sus ojos en mí, estudiándome, Buscando anomalías o referencias —. Eres pálido. Solo porque viví años encerrado en una cueva. —No todos son pálidos. —¿Los hay bronceados? —esboza una sonrisa. Esto le está causando ganas de reírse. Debe verlo como una broma de mal gusto. —Tu sentido del humor está intacto —una leve línea se le forma en el entrecejo —. Nos vemos como personas normales. Mira…—busco un rayo de luz y pongo mi mano para que lo vea—. No me quemo. —Y tampoco brillas. Ambos soltamos una risa. Aunque rápidamente la ocultamos, ¿qué acaso ninguno de los dos es consciente del asunto en el que estamos? —¿Bebes sangre? La respuesta puede ser compleja. Bebo otra cosa, algo que extraemos de la sangre humana, la fuente de la vida de los cuerpos mortales. ¿Pero cómo se lo explico sin aterrarla? Lo mejor sería evitar la pregunta. —Siguiente pregunta. —¿Lo haces? — aprieto los labios, ella lo entiende y evita insistir—. Vale, no respondas. ¿Cómo es que vives tantos años? Esta chica y sus preguntas parecen martillos. No puedo reponerme de una, cuando ya ha lanzado otra y mil veces peor. —Siguiente…Pregunta. —¿Eres inmortal? —No. —¿Entonces cómo has vivido tanto? —No voy a responderte eso. La veo jugar con ambas manos. Entrelazándolas y luego retorciéndolas como pequeños fusilis. —¿Qué es lo que si puedes responderme? —Un resumen rápido —respondo y ella asiente con cierto grado de satisfacción. —Adelante. —Nos conocimos cuando éramos niños, tú me salvaste de morir ahogado. —¿Puedes morir? —Como todo en este mundo. —Oh —exclama y vuelve a guardar silencio. —Éramos los mejores amigos. Aunque era más bien una amistad prohibida, los tuyos y los míos, bueno… Nunca se han llevado bien. —veo en sus ojos las ansias de preguntar, así que hago una pausa. —¿A qué te refieres con los tuyos y los míos? —guarda silencio y analiza mis palabras— ¡¿Sabes lo que soy!? —Hija de la luna —se muerde los labios —. Mujer lobo —no dice nada y lo tomo como una invitación a continuar —. Ustedes son lo opuesto a lo que yo soy. Los hijos de la luna son nacidos de una bendición, un regalo… Nosotros somos producto de un castigo. —aguardo por si tiene más preguntas, pero ya no las hay, al menos por ahora —. Nuestra amistad no termino bien. Y yo, —me cuesta decirlo —te perdí. —Es decir, que yo morí —no logro ser capaz de responder y solo inclino mi cabeza como el mediocre que soy —. ¿Me asesinaron? —Un monstruo. Y no pienso dejar que pase de nuevo. No debería estar aquí, no debería verte. —Aun así, aquí estás —Ofelia suspira, se rodea con los brazos con mayor firmeza y cierra los ojos. ¿Tiene la confianza para hacer eso frente a mí? En cuanto sus parpados cubren sus pupilas, pienso en escapar—. No te vayas —me pide y la debilidad ante sus peticiones me corrompe—. Sé que hay cosas que no me estás diciendo, Răzvan —mi nombre en sus labios suena como la melodía más dulce. Quiero tocarla, estrecharla en mis brazos, besarla. La he extrañado tanto que parece que moriré si vuelvo a sentirla otra vez. Y escuchar su voz llamándome luego de años de silencio abrumador, me consume como las llamas a la madera seca—. ¿Una amistad? ¿Solo teníamos una amistad? —clava sus perfectos ojos brillantes en los míos, que son tan negros como el carbón y sin luz alguna—. No creo que solo hayamos sido amigos. Trago gordo. ¿Lo sabe? Claro que lo sabe, sabe lo que éramos. Sabe lo mucho que la amé y la amo. Cuando sus pasos comienzan a ir en mi dirección, siento miedo y deseo. Quiero acortar la distancia que nos separa, pero no puedo mover ni un musculo, ni siquiera estoy respirando. —En mis sueños, —comienza a hablar antes de quedar frente a mí —que ahora sé que son meros recuerdos. No éramos simples amigos —esta tan cerca que si estiro mi mano podré tocarla—. ¿Por qué quieres ocultármelo? Mis manos tiemblan, ella lo nota y toca con sus finos dedos mi palma, que en este momento, debe estar cálida, justo como el ambiente que me rodea. —¿Por qué? —insiste con su pregunta. —Porque…—intento hablar, pero su rostro me dificulta todo. Su cercanía, su esencia dulce—. No termino bien. Y no quiero que ocurra lo mismo. —En mis sueños…—duda —Me besabas, y yo a ti. A veces huíamos, ¿de qué? Aún no lo sé. Otras veces no hacíamos nada, salvo caminar en el bosque. Y algunas más yo te buscaba en la penumbra. Y siendo honesta, ahora que ya no siento ese terror que me aquejaba, puedo admitir que parecía que era feliz. —Deberías volver a sentir ese terror —le digo en un intento de no dejarla avanzar más. —¿Debería? Sí antes lo sentía era porque parecías un desconocido. Una figura que representaba mis miedos. Un cruel recuerdo que estaba borroso en mis memorias. Y ahora, aquí estás —toca mi pecho con una mano — de carne y hueso. Real. ¿Por qué debería temerle a la pesadilla que vino a presentarse por su cuenta ante mí? —No hagas esto —le suplico. Pero ella solo me ignora. —Ya no te tengo miedo, Răzvan. Y como el ser débil que soy, sucumbo ante sus encantos. Su voz de terciopelo, sus ojos de miel… Y la estrechó en un abrazo urgente. No quiero dejarla ir, no quiero alejarme de ella nunca más. Entonces ocurre lo impensable, me rodea con sus pequeños y delgados brazos, apretándose a mí mientras escucho como solloza. —¿Estás llorando? —me separo para mirarle el rostro. Y la veo luchar contras esas lágrimas saladas, se lleva una mano al pecho y aprieta un puño, como si con eso esperara que lo que sea que la hace llorar desaparezca. —Ni siquiera sé porque lloro. Al principio dudo, peros mis manos se mueven solas, y con mis pulgares, limpio las lágrimas que no paran de salir. —Es por mi culpa —intento disculparme pero ella niega con la cabeza. —Debe ser la impresión —frunzo el ceño confundido —. Por haber conocido al fin al chico de mis sueños. Aunque suene raro —esboza una cálida sonrisa y pego mi frente a la de ella. Ninguno de los dos dice nada más. Ninguno de los dos se mueve. Y nos quedamos así, el uno junto al otro, hasta que el tintineo de las gotas de lluvia empieza a descender sobre nosotros. Atravesando las tupidas copas de los árboles. ¿En qué momento han llegado esas nubes encapotadas? —Deberías irte —le digo, y con todo el dolor que siento, me separo de ella—. Antes de que te empapes. —¿A dónde irás tú? —pregunta con cierto recelo. ¿Estará preocupada? Mi silencio la aqueja aún más—. ¿Te irás? ¿Vas a desaparecer? —y veo miedo en sus ojos. Me maldigo por lo que haré. —No iré a ningún lado. —¿Te veré de nuevo entonces? —hay una luz centelleando en sus ojos. Eso hace vibrar a mi corazón en el pecho. Todavía no se va, pero en mi interior ya anhelo verla otra vez. —Lo harás —respondo. La lluvia veraniega parece querer arreciar. El viento agita todo a nuestro alrededor y el olor a tierra mojada se filtra en mis fosas nasales. Es agradable. ¿Cuántas veces no la vi correr bajo la lluvia? Con el pelo mojado y sus vestidos empapados sobre su cuerpo.  O sin ellos. —Espera —por puro deseo, por el deseo de no verla partir, me aferro a su cuerpo. Estrechándola—. No sabes lo mucho que te he extrañado. Ahora siento que todo el tiempo que espere fue solo un sueño. Sonríe y sin separarse de mí dice —Y para mí, es como despertar de ese sueño. Es confuso, hay muchos huecos, cosas que no sé, pero que me gustaría saber. Sigues siendo un completo extraño para mí —eso me provoca una media sonrisa —, pero por extraño que seas, confío en ti. —¿Crees en lo que te dije? —Sí. Mis sueños… O debería empezar a llamarlos recuerdos. No pudieron haber sido producto de mi imaginación. Lentamente nos separamos. Avanza dando pasos hacia atrás y sin apartar sus ojos de mí. —Aún hay muchas cosas que quiero que me digas, Răzvan —una vez más mi pecho se hincha con calidez. No puedo evitarlo. El solo hecho de escuchar mi nombre siendo pronunciado por ella me estremece y me pone ansioso. Se da la vuelta y avanza más a prisa. Lo pienso por un instante, ¿cómo debo llamarla? ¿Ofelia? ¿Vania? ¿Isabel? No, ninguno de esos parece correcto ahora. —¡Luz de luna! —le grito y el viento arrastra las palabras hasta sus oídos. Me doy cuenta como eso la hace detenerse mientras sopesa lo que acabo de decirle. Se gira pero no dice nada. —Deberías darte un baño. —¿Por qué debería? Es como empezar de nuevo. Cuando éramos niños, fue ella la de la idea. —Has estado muy cerca de mí. Mi…Olor. —explico y ella abre los labios sorprendida. —¡Lo tendré en cuenta! Levanto una mano, aturdido, feliz y molesto conmigo mismo por mi debilidad. No soy capaz de mantener una simple promesa. —¡Nos vemos, Răzvan! —la veo partir y siento que acaba de soltar una promesa. La promesa de volver a vernos.
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