Una esposa para su hijo

1177 Words
Era un día casi normal en la oficina donde era asistente del señor Patrick Russell, magnate empresario con más de treinta años de experiencia y el hombre más bondadoso que había conocido jamás. Y dije casi, porque había llegado tarde por culpa de mi maldito despertador. Mi jefe era un hombre cabal y serio, a diferencia de su quejumbroso hijo, un chiquillo mimado que sería el futuro presidente y dueño de las empresas Blomkamp C.A, una a la que daba por perdida en manos de semejante ser insufrible. En fin, esperaba tener el dinero suficiente ahorrado, porque estaba segura que una vez que Nicolas tomara el mando, me mandaría de patitas a la calle, sólo por un tonto accidente que no era capaz de olvidar. Estaba revisando unos papeles importantes para entregarle a mi jefe, cuando recibí un llamado urgente a su oficina. —¿Me llamaba, señor Russell? —entré con carpetas en mano, por si acaso íbamos a hablar de la junta de las 3pm. —Sí, señorita Benedict. Siéntese favor —señaló la silla delante de su escritorio. —Usted me dirá —me senté obediente, mirando sus pronunciadas ojeras— ¿Está todo bien? —No lo está, señorita —soltó un suspiro cansado, masajeando sus sienes— Necesito que me haga un favor. —¿Un favor? ¿Cuál? —Señorita Benedict… —me miró fijamente a los ojos— ¿se casaría usted con mi hijo? Fruncí el ceño, pensando que había oído mal. —Perdón, ¿qué? ¿Qué quiere decir? —sacudí la cabeza, tratando de entender. —Necesito una esposa para mi hijo y quién mejor que usted para serlo. Usted sería la esposa perfecta para Nicolas —dijo con una seguridad que me abrumó. ¿Qué? ¿Y me lo dice así, sin anestesia? Además, ¿yo, esposa de su hijo? —¿Yo, la esposa perfecta? ¿Y para su hijo? —negué repetidas veces, esto no podía ser cierto. —Exactamente. No sé si conoce a mi hijo, una vez vino a reemplazarme, ¿lo ha visto? —juntó sus dedos, mirándome por encima de sus anteojos. Entonces, así como un boomerang, el recuerdo de aquel día llegó a mí, golpeando mi mente: Llevaba el café para mi jefe, Marian había dicho que no podría estar por motivos personales y que su hijo lo reemplazaría. Había tocado ya la puerta y ya estaba dentro de la oficina. Él se encontraba sentado en su silla giratoria, a espaldas mías. —Buenos días, señor —me fui acercando lentamente al escritorio y justo cuando él volteó, tropecé en la pata de la mesa. El café que tenía en las manos se desplomó por los aires y cayó justo en el torso del adorado hijo de mi jefe. —¿Qué te pasa? ¿Estás ciega o qué? —gritó molesto él, poniéndose en pie. —Yo... perdón, déjeme ayudarlo. Traté de acercarme, pero él me empujó. —¡Quítate! Eres una inútil, no entiendo cómo puede mi padre contratar a gente que sólo sirve para nada. ¡Estás despedida! —¿Qué? —exclamé molesta—. No puede hacer eso. Usted no fue quien me contrató, fue su padre. —¡Mi padre va a despedirte en cuanto le diga lo que hiciste! —me señaló con su dedo. —Vaya, no sabía que era un niño mimado, un hijo de papi —me burlé. —¡Váyase! ¡Fuera de mi vista, ahora! —Sí, como usted diga, señor —lo miré de reojo y hablé sarcásticamente. Por último, hice una seña de militar y salí de allí. —Señorita, ¿se encuentra bien? —habla mi jefe, volviéndome a la realidad, el presente. Alcé una ceja. —Eh… no, digo sí. —Bien, ¿lo pensó? —parecía ansioso. ¿Acaso pensaba que esto era normal? —¿Es una broma, verdad? —sonreí, tratando de relajarme y me alisté para botar todo el aire que había acumulado en mis pulmones cuando mi jefe dijera que sí, que todo se trataba de una broma. Pero mi sonrisa se desvaneció cuando su expresión era seriedad pura y negaba con la cabeza. —Tómelo como parte de su trabajo. Usted se casa con Nicolas, y a cambio recibe sueldo extra, solo sería por seis meses. Por favor señorita, es un caso de vida o muerte —dijo suplicante. Fruncí el ceño en confusión, es que no podía ser cierto. —¿A qué se refiere con eso? —Bueno, en este caso, si mi hijo no se casa antes de cumplir los treinta años, que para eso faltan solo catorce días, lo perderemos todo —suspiró. Lo observé intrigada, pidiéndole que continúe y así lo hizo. —Mi padre quería ver casado a mi hijo y murió antes de eso, por lo cual no se le ocurrió mejor idea que dejar esa condición para heredarlo. Señorita Emma, tiene que ayudarnos. Le doy lo que pida, pero ayúdenos —a estas alturas se oía desesperado. Esa sí que era una oferta muy tentadora, pero a un muy alto precio. —Siento lo de su padre, pero, ¿por qué yó? ¿Por qué no cualquier otra chica? Marian, por ejemplo, es una chica guapa. —¿Marian? ¿En serio? No confíe tanto en las personas, el día menos pensado la pueden apuñalar por la espalda —dice serio. —¿Entonces por qué confía tanto en mí? Yo también podría apuñalarlo por la espalda, acaso no se da cuenta? —me crucé de brazos. Bueno, no es lo que haría, pero, ¿por qué me pasan estas cosas a mí? —¿Por qué yo? —volví a preguntar. —Porque la conozco y sé que nadie sería mejor que usted. Bueno, en eso sí tenía razón. ¿Quién sería mejor que yo? Digo, confiarme esto, no cualquiera lo haría, ¿no? —El que haya sido sincera, sabiendo que su trabajo estaba en riesgo, me demuestra que es una buena persona, la esposa perfecta que busco para mi hijo —me alabó con una sonrisa. Claro, y es que decirle una vez que había llegado tarde al trabajo por haberme quedado dormida al creer que era domingo, me hacía muy confiable… —¿Solo por eso? —Quiero decir, sé que no nos delataría. ¿Qué diría el tal Nicolas de todo esto? De seguro pegaría el grito al cielo al ver que la chica que, por casualidad le tiró café encima y a la que después trató mal, sería su esposa. Lo pensé y no podía creer que lo estuviera pensando, ¿qué clase de loca era? ¡Já! Pero moría por ver la cara que ponía el nene de papi. No sería mala idea darle un par de lecciones al niño ese, ¿no? A parte que sólo sería por 6 meses, ¿qué podría salir mal? ¡Al diablo! Me casaría con él. —Bien, acepto. Me caso con su ne... hijo.
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