6:32 am marca el reloj y yo ya estaba despierta, acostumbraba a despertar más temprano, pero me di el gusto de no hacerlo. Aparté las sábanas que cubrían mi cuerpo y me puse en pie. Lavé mi rostro, mis dientes y en pijama bajé hacia la cocina, encontrándome con una Rosa somnolienta. —Buenos días, señora Emma. ¿Qué desea desayunar? —saludó al instante en que me ve. —Buenos días, Rosa... Y trátame de tú, por favor. —Disculpe, pero usted es la señora de la casa y mi deber es tratarla con respeto. —Solo soy la esposa, Rosa. Son ellos los del billete, no yo. Y si así fuera, no existe ninguna diferencia, todos somos iguales. Dime Emma, ¿de acuerdo? —enarqué una ceja y ella sonrió. —De acuerdo se... Emma. —Así está mejor —sonreí—. ¿Me puedes dar un jugo, por favor? —Claro, ahora mismo se