Capítulo 10

4057 Words
¡ Carlos Juárez!. Escuchó que un compañero de la universidad lo llamaba, dió media vuelta para mirar quién quien era. —Carlos, toma me dijeron que te entregará este sobre. —Gracias. Enseguida lo abrió y decía " Señor Carlos Juárez, le agradezco que se presente en mi oficina, a las dos de la tarde. Para tratar un asunto de mucha importancia. Se le agradece la puntualidad". Tenía libre, así que estuvo allí antes de la hora, y luego abrió su boca asombrado dándose cuenta de que también Richard había sido citado. —¿Qué haces aquí?. Pregunto Richard al verlo. Carlos respiró profundo recordando que también aquí él odiaba que se les viera juntos. Edward no lo sabía, pero el apartamento que supuestamente compartían, lo habitaba él solo, pues su querido compañero se había ido a vivir a otro lado para que no los vincularan. Le salía más caro, pero él lo prefería así. —Estoy aquí por qué me citaron, no pienses que vine a verte. Se burló Carlos. —¿ A tí te citaron ?. A mi también. Dijo Richard. — No será que… —Entren. Dijo de repente el profesor, asomándose a la puerta e interrumpiéndolos. Carlos y Richard entraron, encontrando dentro otro hombre que ellos no conocían. Carlos empezó a sentir cómo los latidos de su corazón empezaban a acelerarse, cómo sí quisiera salirse del pecho. —¿Ya deben imaginarse por qué están aquí ?. Preguntó el profesor ofreciéndoles asiento. —Realmente, no se para que me pidieron que viniera aquí. Respondió Richard, manteniéndose de pie, cruzándose de brazos y mirando al profesor como si estuviera viendo una persona muy inferior. —Entonces tendré que explicarlo desde el principio. Esta persona aquí es Elliot Ness Coordinador Disciplinario de está Facultad. Carlos sintió la mirada de Richard pero se resistió a devolvérsela—. Tenemos entre manos un caso bastante interesante –siguió el profesor recostándose en su silla. Miró a Ness dándole la palabra. —Por lo general. Siguió el hombre—, esto es breve. La expulsión, y ya está lista. —¿Expulsión?. Preguntó Richard—. De qué rayos están ustedes hablando? Qué yo sepa no he hecho nada para que ustedes me expulsen. —Señor San Clemente. Lo trato de calmarlo él coordinador —, no le hemos acusado de nada. Aún. Y en todo caso, si se va a dirigir a cualquiera de nosotros, tenga el cuidado de usar palabras respetuosas. —De todos modos, tenemos la prueba –siguió el profesor, poniendo sobre la mesa una carpeta y sacando de ella un sinnúmero de folders con papeles dentro que, Carlos supo, eran suyos y de Richard todos los trabajos entregados en el último semestre estaban allí. Carlos sintió un frío recorrerle la espina dorsal, y cerró sus ojos con angustia. Todo había acabado para él. —Hubo fraude en todas estas entregas. Aseguró el profesor—. Uno de ustedes dos ha estado haciendo el trabajo de ambos desde que entraron aquí. Me gustaría que confesasen y se evitaran todo el proceso disciplinario que tendrá que llevarse a cabo hasta demostrarlo. —Me está diciendo… —rugió Richard alzándose sobre el profesor—. ¿Me está llamando estafador o fraudulento o como quiera llamarlo ?. ¿Sabe acaso quién soy yo? —No lo sé, ni me interesa –contestó el profesor mirándolo con severidad—. Dado que usted claramente está implicado en este asunto, no me interesan las amenazas que pueda decir aquí. —¡ Llamaré a mi abogado! —Me parece una excelente idea! —¡No!. Aquí nadie va a llamar a nadie. Gritó Carlos poniéndose en pie y poniendo una mano en el pecho de Ricardo—. Quieres calmarte, por favor? —¿Acaso soy tú? ¿ Acaso estoy acostumbrado a que echen estiércol sobre mí y a quedarme como si nada? —Perderás esta pelea. No te enfrentes. —¡ No lo acepto! ¡Soy Richard San Clemente! No acepto que alguien lance acusaciones sobre mí y se quede como si nada! Haré que lo boten de esta universidad. Señalando al profesor con su índice—, le haré comer estiércol! —Cálmate, Richard —Y esperaré una carta con sus disculpas luego –siguió gritando Richard mirando al par de hombres que no se podían creer semejante espectáculo—. Sobre mí y sobre mi apellido descansa en gran manera la estabilidad económica de este país, y ¿ usted me amenaza como si yo fuera cualquier cosa? No sabe con quién se ha metido! –dándose por vencido. Carlos dejó caer sus hombros, y quedó boca abierta cuando vio cómo Richard tiraba una de las sillas al suelo y salía de la oficina del profesor. Se quedó allí, temiendo enfrentar al par de hombres que muy seguramente ya lo sabían todo y no estaban sino esperando una explicación. ¿ Pero, una explicación para qué?, se preguntó. Se giró a mirarlos al fin. —Me disculpo por… —No tienes por qué hacer eso por él, ni ninguna otra cosa más. —¿Disculpe? —Obviamente, eres tú quien ha estado haciendo el trabajo de ambos desde que llegaron aquí. Contestó el coordinador—. Sólo necesitábamos estar seguros. Carlos bajó la mirada. Habían sido descubiertos, el peor miedo de todos se había hecho realidad. ¿ Y ahora, qué iba a hacer? Sería expulsado, Eduardo sería notificado. Él quedaría a la deriva, pues Eduardo jamás querría seguir ayudando a alguien capaz de tanta falta de honestidad e integridad. Saldría de aquí con media carrera a buscar de pronto un trabajo de oficina, ocultando siempre que había sido expulsado por fraude, pues jamás podría levantar la cara ante nadie en caso de que se enteraran. —Yo… —empezó a decir, pero se detuvo y mordió sus labios, pues no tenía palabras, más que disculpas y más disculpas. Había fallado, se dijo. Hasta aquí llegaba su viaje. Se quedó allí, en su silla, mirándose las manos sin saber cómo salir de allí, cómo empezar a disculparse. —Como dije antes –siguió el profesor—, es un caso curioso. No sabemos qué hacer. Carlos levantó la mirada—.¿ Por qué, Carlos Juárez? ¿ Por qué hiciste el trabajo académico de Richard San Clemente? ¿Por dinero? ¿Por alguna amenaza hacia tu vida ? o ¿hacia algún m*****o de tu familia?.El sonrió de medio lado. —¿Cómo están seguros de que fui yo quien los hizo? —¿Me estás diciendo que ese sujeto que tiró una silla antes de salir amenazando con traer a su abogado fue el cerebro capaz de llevar dos carreras al tiempo? Aquí, en Harvard? —Nos jactamos de ser una de las universidades más exigentes en el planeta–siguió el coordinador—. Los estudiantes, por lo general, mueren de estrés con sólo un pregrado. Son incapaces de llevar vida social en las épocas más difíciles. Tú llevabas dos carreras, y además te volviste bastante popular. Carlos los miró sorprendido. Ellos venían estudiando su comportamiento desde hacía mucho rato. —Por eso –siguió el profesor con media sonrisa—, estamos curiosos. Queremos saber quién es Carlos Juárez y de qué es capaz. Pero primero tendrás que ser honesto con nosotros y decirnos¿ por qué hiciste fraude ? ¿Por qué hiciste todos los trabajos de Richard San Clemente? que seguramente no es capaz de escribir su nombre sin ayuda. Carlos suspiró y pasó ambas manos por su cabello. —Porque de otra manera –contestó al fin—, jamás habría podido venir aquí. Harvard era un sueño que ni siquiera me había atrevido tener; de adolescente, sólo esperaba calificar para cualquier universidad y escalar con esfuerzo. Soy el hijo de una sirvienta de padre desconocido, y el sueldo de mi madre apenas si alcanzó para que ambos sobreviviéramos. Sin embargo, siempre soñé con ser algo más, sacarla a ella de esa vida, darle una vejez tranquila. No pude hacerlo. No sólo porque ella murió, sino porque, de haber estado viva, yo la habría matado si se hubiese enterado de esto que he hecho. Soñar es para gente inocente. –suspiró—. No me atreveré a hacer algo así en el futuro. —Entonces, ¿ hiciste un trato con él? —Hice un trato para venir aquí, y mi parte era hacer el trabajo de Richard. Lo necesitaba a él, y lo usé. —No, él te usó a ti. ¿No entiendes aún el peligro que significa alguien con un título y la mentalidad y el poder de ese joven? —No me importaba, yo necesitaba mi propio título. Estaba desesperado. —Entonces es Richard San Clemente ¿ quien pagó tu matrícula?. Carlos apretó de nuevo sus labios. —No. Fue su padre. —¿Entonces fue con él que hiciste este trato siniestro?. Carlos sacudió su cabeza. —No –contestó—. De hecho, si se entera… estoy acabado. —Ya—. Carlos se puso en pie, y metió ambas manos en los bolsillos. —Les ruego que… sé que no tengo derecho, pero… si pudieran hacer lo que tengan que hacer sin mucho ruido… quiero decir… —Lo que hiciste es una falta de especial gravedad. Dijo el coordinador— Pero esto no lo sabe nadie más. Entre otras cosas, porque no sería bueno para el buen nombre de la universidad. —¿ Y entonces ? —Tenemos curiosidad. Dijo el profesor, esta vez riendo—. Tenemos ante nosotros un hombre con mucha capacidad." Tú ". Si ventilamos esto, estarás fuera, si lo manejamos cuidado, ¿quién sabe si te gradúes? —Pero Richard… —Richard… —suspiró el coordinador—. ¿De veras es capaz de llamar a sus abogados? Porque si hace demanda, estás fuera. —Pero… ¿tengo una oportunidad en serio? Me están diciendo que no me expulsarán? —No esta vez. Dijo el coordinador subiendo una pierna sobre la otra rodilla —. Pero no hemos decidido qué hacer aún, estábamos debatiéndolo, y como nos preciamos de ser buenos jueces de caracteres, decidimos confrontarlos aquí. Tú has pasado la primera prueba, así que siéntate de nuevo. —¿Cómo? —Lo que escuchaste –dijo el profesor tomando la palabra—. Y acerca de eso –siguió, señalando la carpeta de trabajos—, no sé qué pensar. No sé si felicitarte, o darte una patada en el trasero. Ha sido un trabajo brillante. —Podemos ayudarte, porque prometes, pero hay unas reglas de aquí en adelante. —Las que quieran, las aceptaré todas. —Bien. Te trasladarás al campus, y no volverás a tener contacto con Richard San Clemente, ni él contigo, de ningún modo. —Trabajarás para la universidad como un becario. Siguió el otro—. Nos debes mucho. —Hablaremos con Eduardo San Clemente..... —No… —Y lo enteraremos de todo, ya que ha sido tu benefactor hasta hoy. —Por favor, no. Él… se decepcionará, y no tengo cómo pagar… —¿Tendrás que correr ese riesgo, no? —Ya que has sido un estudiante modelo hasta hace poco –siguió el profesor mirándolo fijamente, y como dándole a entender que también estaba enterado de los meses de desenfreno que había tenido—, podrás concursar en el programa de becas de la universidad. Eso en caso de que Eduardo San Clemente te retire su apoyo financiero. —Y si no obtienes la beca, hay otros caminos para que puedas terminar tu carrera. Eso bajo el juramento de que de hoy en adelante te conducirás con toda honestidad y honradez en tareas, trabajos y demás situaciones y pruebas académicas. —Lo juro. —No será fácil, señor Juárez —Tampoco lo ha sido hasta hoy. —Imagino que no –sonrió el profesor—. Por eso sabemos que serás capaz de conseguirlo. Carlos salió de la oficina del profesor como flotando, todavía no se podía creer que la vida le hubiese dado una oportunidad. Esto era un milagro. Y en los muebles de su sala estaba Richard San Clemente. —Dime qué pasó cuando me fui. Preguntó él. En vez de mostrarse furioso como en la oficina del profesor, aquí se le veía preocupado. —Si te hubieses quedado hasta el final, lo sabrías. —¡No podía! ¡Esos estúpidos me acusaron de fraude! —Del que eres culpable! Has oído la expresión “bajar la cabeza de vez en cuando”? Te habría venido muy bien esta vez! —¡Jamás! ¿Quién te crees que soy? —Alguien que será expulsado, eso eres! —¿Lo harán? —No lo sé. Contestó Carlos y se sentó en uno de los muebles—. Ellos están decidiendo. No nos conviene formar un escándalo con abogados. Hasta el momento, nadie sabe nada. Si manejamos un bajo perfil, puede que salgamos de esta, pero si te vas a juicio, perderemos. —Creí que habías hecho las cosas tan bien que nadie lo notaría. —Lo hice. Pero ellos no son tontos. —Más inteligentes que tú sí son. —Entonces ¿dónde te deja eso a ti? Te hice los trabajos por más de tres años, Richard . Y sacaste notables calificaciones, además. —A veces mejores que las tuyas propias. Se burló Richard. — Hay que ver que eres estúpido. —Tenía que cubrir mis huellas. —Sí, sí. Entonces. ¿Me aconsejas esperar? —¿Te fiarás de mi consejo?. Richard se alzó de hombros. —Tal vez, al saber quién soy, desistan de acusarnos. Carlos meneó su cabeza y volvió a ponerse en pie. —Seremos citados de nuevo. Dijo Carlos antes de subir las escaleras—.Cuando lo hagan, por favor, no tires sillas ni sueltes groserias de esa boca. Compórtate. —Si me provocan, no me podre controlar —¡Entonces haz lo que te dé la gana ¡. Exclamó Carlos subiendo los primeros escalones. —¿Y ahora me hablas así? —Estoy cansado de limpiar tu desastre. —¿Me estás dejando solo? —Algo así. —Y nuestro pacto? —Se fue al infierno. Dijo Carlos, y terminó de subir las escaleras. Lo escuchó proferir insultos y maldiciones, pero ya no le importaba; pronto sería libre de él. Sin embargo, en los único pensaba era en Eduardo San Clemente, ese tema sí le preocupaba. En la segunda citación, él estaba allí. Se lo encontró en el pasillo, y al verlo, se detuvo. Eduardo esperaba en uno de los muebles, con los antebrazos apoyados en sus rodillas, más encanecido, con menos cabello aún, y una mirada un tanto triste. Eduardo lo vio y se puso en pie. Caminó a él y se estuvieron frente a frente sin decir nada por varios segundos. Carlos no fue capaz de pronunciar palabras, sólo tragaba saliva sin saber cómo empezar a pedir perdón. —Parece que tú y Richard tienen muchas razones para estar asustados. Dijo finalmente Eduardo. —Eduardo… —Mujeres, estufacientes, licor, fraudes…Carlos lo miró con ojos como platos. Él estaba enterado de todo—. ¿Qué crees que estabas haciendo, Carlos? ¿En qué tipo de persona te convertiste?. Carlos bajó la mirada. —Lo siento, Eduardo… —Sentirlo no es suficiente. María no te educó de esta manera. Te desconozco totalmente. —Lo siento. Se volvió a disculpar Carlos esta vez cerrando con fuerza sus ojos ante la mención de su madre—. Siento haberte defraudado tanto, a ti, que eres como un padre para mí. Si pudieras perdonarme… Eduardo dejó salir el aire y sonrió con ironía. Seguía sorprendiéndose de él. Carlos seguía haciendo cosas que él no esperaba. Tal vez debía dejar de compararlo con Richard que a estas alturas habría roto algo con tal de mostrar cuán poco le importaba que su padre estuviera furioso, y este joven de aquí incluso pedía perdón. Aunque pedir perdón era lo menos que debía hacer. —También eres como un hijo para mí. Susurró Eduardo, sintiendo que de pronto toda su furia desaparecía—. Espero que no me pongas de nuevo en esta situación en el futuro. —Te lo juro, Eduardo. —Eres el hijo de María. Siguió deciendo Eduardo, poniendo sobre el hombro de Carlos una mano—. Le hice una promesa, pero por favor, no me lo pongas tan difícil —. Carlos sonrió al fin. —No lo volveré a hacer. Te lo prometo. —Bien. En el momento, una secretaria llamó a Eduardo , y éste se giró para entrar a las oficinas a las que había sido citado. A Carlos le negaron la entrada, así que tuvo que devolverse. Luego se enteraría de que una beca para él estaba fuera de cuestión, pero que Eduardo no le retiraría su ayuda financiera. Sin embargo, como castigo, ésta sería seriamente reducida. Carlos entonces tuvo que abandonar el lujoso dúplex en el que había estado viviendo y compartir habitación con otro estudiante en la facultad. Trabajaba como becario en sus horas libres, y los domingos trabajó en un restaurante lavando platos para sus gastos personales. A Richard tampoco lo expulsaron, pero no fue necesario. Al no contar con la ayuda de Carlos, sus notas cambiaron drásticamente y para peor. Tuvo que retirarse de la universidad al perder repetidamente una materia tras otra. Volvió a New York y la mansión, y tras una discusión con Eduardo la abandonó para irse a vivir en un apartamento. Sin embargo, amaba demasiado la casa donde había vivido su madre, y el ser atendido por todo el personal día y de noche, así que constantemente venía a dormir a ella. Y así pasaron el resto de años. Carlos no pudo volver otra vez a casa de los San Clemente. Ni siquiera para navidad. Cuando Eduardo viajaba a Boston por cosas de trabajo, no dudaba en citarlo para comer o cenar. También lo llamaba constantemente para preguntarle cómo estaba, y qué necesitaba. Carlos se sentía cada vez más endeudado con él, y ya no en el aspecto financiero; Eduardo había sido el padre que él había necesitado, el que, con una regañina, lo había devuelto a la senda. La otra persona que había querido su madre era a él, tenerlo era, en cierta manera, tener un poco de su madre. Se graduó con honores, y cuando le propusieron hacer un posgrado, no lo dudó, Eduardo tampoco, pero como el posgrado le exigía menos tiempo, tendría que devolverse a New York para trabajar en el Grupo Empresarial Globa San Clemente. A pesar de ser un profesional, Carlos, entró con un cargo muy bajo. No sabía qué propósito tenía Eduardo, al pasearlo por todas las dependencias, pero como había hecho el juramento de obedecerlo no importaba qué, no tenía más opción que aceptarlo. Tal como había prometido, no volvió a la mansión San Clemente. Aunque Mariana ya no estaba allí, no quería volver. Pensar en ella a veces era un gusto que no se podía dar, sin embargo, de vez en cuando se colaba en sus sueños. Había conocido otras mujeres, incluso llegó a tener relaciones de más de una noche con algunas de ellas. Salía, les hacía obsequios, se acostaba con ellas, y hasta se tomó el atrevimiento de llamarlas "novias ". Pero con ninguna se imaginó una vida más allá del mes siguiente, y su corazón se resistía a latir demasiado furiosamente; se emocionaba un poco, tal vez, sonreía y se divertía, pero no era feliz. No podía evitar quedarse mirando la piscina, o el lago, cada vez que por alguna razón Eduardo le hacía ir a la mansión. Y esta vez no fue la excepción. Aun cuando Susana le dijo que el señor de la casa lo esperaba en su despacho, él se tomó unos minutos para mirar la luz del sol sobre el agua. Habían pasado tres años desde que la había visto por última vez, a Mariana. Y había sido del brazo del tal Jhon. Él y su memoria. Una vez leído o escuchado un dato, un nombre, o una información, él la recordaba, así que en su mente aparecía constantemente no sólo el nombre de él, sino también la imagen de Alice saliendo de su brazo. Un aroma, demasiado conocido, llegó hasta él, y se giró lentamente. Allí estaba ella, con su cabello n***o y abundante recogido, mirándolo de una manera extraña. No supo qué decir, o si saludarla. Las últimas palabras que ella le había dedicado era cuando lo había llamado “primito”. —Hola, Mariana. Se dicidió decir.—. No sabía que estabas aquí—. Ella lo miró entrecerrando sus ojos y hasta ladeó su cabeza. Lo miró de arriba abajo y dio unos pasos a él. —Me hablas como si nada. —¿Disculpa? —Eres como los demás hombres, simplemente. —¿ Y cómo debería hablarte, Mariana?.—¿ Cómo se le habla a una primita? No tengo una, así que no tengo referencias. —¿Qué? —Ya lo olvidaste? Soy algo así como tu hermanito, o tu primito; lo dijiste la última vez que nos vimos. Dime, debo correr a abrazarte cuando te vea, o debo tratarte con simple cordialidad?. Ella a abrió su boca mostrándose asombrada. Asombrada de qué? Se preguntó él. La vio reír y rascarse la cabeza, mascullar algo y negar. Ella volvió a mirarlo, esta vez con ojos brillantes. —Con cordialidad, por favor. Contestó ella—. No seas demasiado efusivo. Carlos la miró de reojo y la vio apretar los dientes. Si no le gustaba, por qué lo pedía?, se preguntó Carlos. —¿Puedo preguntarte la razón por la que estás aquí? Tengo entendido que aún no has terminado tus estudios. Mariana se cruzó de brazos y miró a otro lado—. ¿No me digas, te expulsaron también?. Rió Carlos y Mariana le dirigió una mirada fulminante. —No me compares con el estúpido de mi hermano. Es sólo que una de mis amigas está… enferma. —¿ Enferma? ¿ Quién? ¿Emma? —Mirenlo pues, qué rápido piensas en ella! —¿Sophia. Siguió Carlos ignorandola, ignorándola—¿ O acaso es Helen ? —Es Sophia. Contestó Mariana. —¿ Que tiene ? — Le han diagnosticado cáncer. Vine a ayudarla en todo lo que pueda. —Ah okey…Carlos la miró, y se prohibió a sí mismo condescender con ella. Pero claro, esta era la buena Mariana si un amigo la necesitaba, ella volaba medio planeta por ir a ayudarlo.¿ Cuánto más si era Sophia, la más querida de sus amigas? —Lo siento. Si puedo ayudar… —Ya los médicos hacen todo lo que pueden. Lo cortó ella girándose, y encaminándose al auto que uno de los choferes estacionaba en el lobby al frente a la mansión. —¿ Puedo saber en qué clínica está?. Mariana volvió a mirarlo, y se lo dijo —Esta en el Presbyterian. Sin una palabra más, se alejó. Volvió a quedarse allí, con las manos en los bolsillos y mirándola alejarse y entrar al auto. Ella seguía sin ser capaz de conducir. Una sonrisa se le salió sola y se condenó por eso. Él debía tener ya todo esto controlado. Pero no era así. Mariana miraba por la ventanilla del auto furiosa. Él había olvidado todo lo de aquella noche.¿ Tan ebrio estaba, acaso? ¿Cómo podía haber olvidado todo? Incluso la besó! Dos veces! Con razón no se había aparecido en Italia tan pronto como lo dejó; casi había esperado eso, y se decepcionó un poco cuando pasaron los días, las semanas, los meses, e incluso los años y él no dio muestra de que ella existiera. Ella pensaba que al fin él se había dado por vencido, o había seguido con su vida de mujeres y fiestas, pero la verdadera razón era que ni siquiera recordaba el episodio. Suspiró y se recostó al asiento. Tal vez era mejor. Si él de casualidad recordaba que ella había respondido a ese beso, sus esperanzas se renovarían, e intentaría otra vez llegar a ella. Mejor así, se dijo cerrando sus ojos. Mejor la simple cordialidad entre los dos.
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