Los días empezaron a pasar, y Mariana, Richard y Carlos entraron a la escuela.
Una mañana, él simplemente encontró en su habitación su nuevo uniforme y se dio cuenta de que no era cualquier tela, ni cualquier par de zapatos, también encuentro cuaderno, lapices y todo lo necesario para un estudiante. No estaba acostumbrado a ir uniformado a ninguna parte, pero al parecer en las escuelas privadas era una norma.
Y Mariana se veía preciosa en su falda escocesa gris y verde y su camisa blanca con lazo verde. Al parecer, estaba en el mismo grupo con Richard y recordó que Eduardo le había pedido, o más bien ordenado, que lo ayudara a entrar a la universidad pero conforme fueron pasando los días y fue analizando el comportamiento de Richard, decidió que si él fuera un jurado calificador de cualquier universidad lo habría descartado más rápido que inmediatamente.
La mitad del día Richard dormía, y la otra mitad escuchaba música mientras hacía bolas de papel y se balanceaba en su silla. También se dio cuenta de que el muchacho era una especie de malo, al que los demás le tenían cierto temor, y huían o se escondian cuando él estaba cerca.
Eduardo lo mandó llamar a su oficina, y Carlos entró aún con su uniforme al enorme edificio del Grupo Empresarial Global San Clemente, sospechando que le pedirían una especie de informe. Cuando estuvo en el despacho del presidente, éste le puso delante un juego de tarjetas bancarias, y él se preguntó qué pretendía mostrándole eso.
—Son tuyas. Dijo Eduardo y acto seguido le dijo el monto del que disponía en cada una.
Carlos no pudo evitar abrir la boca asombrado, aquello era demasiado. Entre su madre y él, en el pasado, nunca habían logrado reunir siquiera una tercera parte de lo que ahora disfrutaría él solo.
—Pero… no lo necesito. Quiero decir, tengo techo, y como en tu mesa. Me llevas y me traes en los carros de la casa… —Pronto aprenderás que este estilo de vida tiene un precio. Dijo Eduardo, interrumpiéndolo—. Harás amigos que no te llevarán a sitios donde se come con diez dólares, ni podrás presentarte ante ellos con zapatos de veinte de dólares.
Tal vez no te consideres a ti mismo igual a ellos, pero entonces deberás fingir, de lo contrario, ellos nunca te aceptarán.
Carlos miró las tarjetas pensativo. No entendía mucho, pero tenía lógica, así que extendió la mano y las tomó.
—Parece que quiere que estas personas me incluyan en su círculo. Pero yo creo que nunca me aceptarán del todo. Soy el hijo de una sirvienta. Y de padre desconocido.
—Sí, pero estás en América, hijo. Aquí no hay sangre azul, ni nobleza. Si bien la alta sociedad es como una pequeña burguesía, lo que dicta las normas aquí es el dinero; si lo tienes, o si parece que lo tienes, entrarás. Deberás, además, comportarte como si no lo necesitaras, o no te preocupara. Si cuentas las monedas delante de otros, te marginarán.
Carlos sonrió de medio lado.
—¿ Por qué me ayuda de esta manera?.
Eduardo le devolvió la sonrisa mirándolo fijamente.
—¿ De veras quieres quedarte donde quedó María?
—Ella no pudo surgir por mi culpa. Dijo Carlos borrando su sonrisa y odiando el comentario—. Yo fui el peso que la hundió.
—Puede que tengas razón con eso. No conozco las circunstancias bajo las cuales María se quedó embarazada de ti, pero está visto que ella renunció a su vida por la tuya. Tal vez no deba decirte esto, pero tendrás que valorar su sacrificio, surgiendo tú. Ella te dejó sus últimos recursos, que no fueron dinero, ni bienes; su más grande recurso fue una promesa que le hice hace mucho tiempo, y por eso vino a mi casa. No acabó con veinte años de distanciamiento por mí, no. Lo hizo por ti. Ahora tú lo tomarás donde ella lo dejó, o rechazarás sus esfuerzos y decidirás vivir a tu manera. Si te precias de ser inteligente, tomarás la mejor decisión.
Carlos lo miró apretando los dientes. No muy a menudo alguien le hablaba con la verdad tan crudamente, pero tuvo que aceptar que lo que Edward decía era razonable, y por su bien. Se quedó en silencio por unos segundos, y Eduardo sonrió.
—Es increíble poder hablar con un adolescente sin que este se altere y empiece a gritar. Carlos lo miró un poco espantado.
—Mi madre me enseñó a respetar a los mayores.
—Y la adoro por eso.¿ Cómo te va a Richard?
—Fatal. Ni siquiera permite que me le acerque en el colegio. Está en su lista de prohibiciones.
—Vaya, es una lástima. Pensaba que tú podrías haber aprovechado como nadie el paso por la universidad.
Carlos entrecerró los ojos mirándolo fijamente, y Eduardo mantuvo su sonrisa displicente.
— Además de las tarjetas, tenía otra cosa que decirte –siguió—. La otra semana empezarás un trabajo por horas aquí.
—¿Aquí?. Preguntó Carlos mirando en alrededor.
— ¿ Haciendo qué?
—Necesitamos otro mensajero.
—Ah.
—Así que vendrás a este lugar cuando salgas de la escuela. Y también los sábados.
—Bien.
—¿No te quejas?
—¿Debería?
—Sí, bueno. Es sólo que no estoy acostumbrado a esto.
—¿Usted no está acostumbrado a dar órdenes y que se le obedezca?. Eduardo alzó una ceja.
—Hablo de los adolescentes. Richard estaría rompiendo cosas.
—Me imagino.
—Ya puedes irte. Dijo Eduardo tomando un papel y concentrándose en él.
Carlos lo miró y asintió. Cuando iba hacia la puerta, tropezó con Mike Carrie que al verlo frunció el ceño y se dirigió a Edward con una pregunta en el rostro.
—Disculpe, señor. Dijo Carlos, pero entonces Eduardo lo llamó.
—Él es mi buen amigo, Mike.
—Un placer, señor. Saludo Carlos. Mike parecía confundido, o tal vez no se esperaba un muchacho en edad escolar aquí.
—¿ Quién eres?
—Carlos Juárez.
—Juarez, Juárez … Juárez. La última vez lo dijo mirando a Eduardo. Éste asintió.
—Sí, es el hijo de María.
—¿ Conoció a mi madre?. Le preguntó Carlos a Mike.
—La vi un par de veces. Trabajaba para Eduardo
—Ah. Permiso –dijo, y salió.
Mike hizo una mueca de asombro.
—¿Estás loco? ¿Qué hace este muchacho aquí? ¿ Y por qué llevaba ese uniforme?
—Digamos que lo adopté.
—¿ Por qué? ¿Por el amor que sentiste hacia María Guadalupe?
—En parte.
—¿ Y la otra parte?
—Una corazonada.
Mike quedó mudo ante esto. Se echó a reír y se sentó frente a él.
—¿ Quiero escucharlo ?
—Puede que sea una tontería, y tal vez te rías, pero creo que ese chico debe hacer parte de mi familia.
—Ajá.
Mike se quedó en silencio, mirando a Eduardo y esperando a que éste se explicara. Cuando no lo hizo, se cruzó de brazos y se recostó al espaldar de su silla.
—¡Asombroso. Asombroso!.
Eduardo hizo una mueca.
—Cuando lo conozcas un poco mejor, te gustará.
—¿ Qué me importa a mí a quién metas en tu casa? Tienes una hija adolescente, ¿ recuerdas? ¿ Has pensado en eso?
—Por eso lo hice.
—Ah. Ya entiendo. Parte de la familia ¿eh?
—Todavía tengo tiempo. Suspiró Eduardo.
— No es más que un niño, y aún es muy moldeable. Puedo hacer de él un hombre digno, respetable. A pesar de sus orígenes y su historia, puedo hacer de él alguien grande. Tal vez necesite tu ayuda.
—La necesitarás, amigo. La mía y la de todo el mundo. —Cuento contigo.
—Es un buen chico.
—¿ Crees que lo habría metido en mi casa con una hija adolescente si no lo pensara?
—Cosas peores se han visto.
—Es un buen chico. Lo es.
—Ya, ya. Te creo. Espero que las cosas salgan como planeas.
—Tal vez, como también, tal vez deba ayudar esta vez al destino. Aún más confundido, Mike lo miró y luego se echó a reír.
Tal vez Eduardo se estaba haciendo viejo. Carlos se adaptó bastante rápido a su nueva escuela. Por la mañana un auto los llevaba a él y Mariana hasta la escuela. pues Richard había insistido en irse aparte, y por la tarde él se iba a la empresa.
Llegaba por la noche, a veces con Eduardo a veces en transporte público, y entonces hacía sus deberes. Cuando Mariana se dio cuenta de que era bueno en matemáticas, muy a menudo fue a su habitación con sus apuntes para que le explicara o le ayudara a resolver ecuaciones. En cambio, nunca vio a Richard con un libro en la mano.
Luego de algunas semanas de clase, y decidiéndose por fin a poner en marcha el plan de Eduardo lo buscó por todo el colegio encontrándolo dormido a la hora de un descanso en uno de los jardines.
Lo movió por el hombro, y cuando Richard se dio cuenta de que era él, con ganas de matarlo.
—No te atrevas a interrumpir mi siesta.
—Tenemos que hablar.
Richard sólo apoyó su antebrazo sobre sus ojos y siguió durmiendo—. Es importante.
—No tengo nada importante que hablar con animales como tú.
—Los animales no hablan, a menos que entiendas su lenguaje. Richard volvió a mirarlo severo.
—Que no me haya metido contigo hasta ahora, no quiere decir que no lo haga en el futuro. Aléjate de mí o diré a todos aquí que eres algo así como un caso de asistencia social. ¿ Sabes lo que te harán los demás si se enteran de que eres un pobretón?. Carlos se encogió de hombros.
—Sé defenderme. Richard se echó a reír.
—No entiendes. Déjame en paz.
—Puedes hacerme bullying si quieres. Siguió Carlos ,terco—, pero tú definitivamente perderás más si sigues como vas.
Esto le llamó la atención, no por lo que decía en sí, sino porque Carlos tuviera el atrevimiento de seguir molestándolo. Se sentó en la banqueta y lo miró con furia. —¡ Estás colmando mi paciencia!
—He leído y preguntado por allí, y sé que serás el próximo presidente del Grupo Empresarial Global San Clemente. El puesto te corresponde por sangre, pero estoy seguro de que sé más acerca de los movimientos de la bolsa de valores que tú; no te estás preparando para ser el próximo jefe.
—¿ De qué estás hablando?
—Estás creído que por sólo ser el hijo te elegirán, pero si no cumples con los requisitos, la mesa de accionistas podrá libremente elegir a otro presidente y tú perderás muchos privilegios y tendrás que depender de lo que otros decidan con tu empresa.
—¿ Ahora eres un experto en negocios?
—Me gusta leer.
—Qué maravilla. ¿ Te vas a volver mi conciencia o algo así? No basta con tenerte en todas partes por mi casa, sino que también en la escuela he de soportarte?
—Tengo algo que se llama memoria eidética o sea una memoria fotográfica a un cierto nivel. Soy muy inteligente. Puedo ayudarte a entrar a una universidad como… Harvard, por ejemplo. Y luego de que te hayas graduado allí, nadie pondrá en duda que eres apto para la presidencia. Imagino que quieres tal poder: ser el presidente, ser el jefe; manejar dinero, mucho dinero…
Richard lo miró interesado por primera vez.
—Por supuesto que quiero.
—Durmiendo en las clases no lo conseguirás.
—¿ Serás mi abuelita regañando todo el tiempo?
—Hagamos un trato. Sugirió Carlos como si no lo hubiese escuchado—: te ayudaré a entrar a la universidad e incluso a graduarte, pero a cambio tendrás que hacer algo.
—Ni siquiera sé si de verdad eres buen estudiante.
—Lo soy, y para demostrártelo, entraré a los primeros cinco de esta escuela en el primer trimestre.
—Woah! Eres estúpido? Eso es imposible! Por muy bueno que seas, las escuelas privadas tienen un nivel ¿ sabes? No creo que puedas…
—Si entro a los primeros cinco. Lo interrumpió Carlos—, cambiarás tu actitud en clase, y yo te ayudaré en lo académico.
—Ya. ¿ Gratis? No te creo.
—Claro que no será gratis. Quiero algo a cambio. Quiero que cuando seas el presidente me tengas en cuenta, me contrates. Seré tu empleado aun cuando tu padre haya muerto. Richard ladeó su cabeza observándolo con cierta admiración.
—Es decir, te estás asegurando desde ya un empleo para toda la vida?
—Bueno, muchas cosas pueden suceder. Puede que yo monte mi propia compañía en el camino. Richard se echó a reír.
—Quisiera verlo. Pero me parece interesante tu propuesta. Tal vez, si mejoro mis notas, papá deje de darme la lata y me suba la asignación. Y ser un universitario en Harvard suena bien. Las chicas allí han de estar muy sexys. Carlos elevó su mirada al cielo, un poco sorprendido por la manera de pensar de este chico.
—Entonces, aceptarás que te ayude?
—Me estás usando de trampolín ¿ verdad?
—Un poco. Richard se echó a reír.
—Está bien. Entra a los primeros cinco y hablaremos. Si no, no volverás a molestarme con este tema. ¿Entendido?
—Si entro a los primeros cinco, atenderás en las clases, harás los deberes, estudiarás para los exámenes y mejorarás tu comportamiento.
—¿Qué?
—¿Quieres ser el presidente o no?
—¿Es necesario todo eso?
—Tú hazme caso. Y con esas palabras, Carlos lo dejó.
Richard lo miró con el ceño fruncido, esperando a que el idiota fallara en su ambición de ocupar los primeros puestos. Pero Carlos ocupó el tercer lugar en el primer trimestre. No del salón, sino de todo el colegio, los profesores tuvieron que empezar a tenerlo en cuenta, y a contar con él. Mariana, asombrada de que alguien que ella conociera ocupara tan alto lugar, lo celebró improvisando una fiesta en casa, a la que sólo asistieron los dos.
Había puesto un mantel en el prado frente al lago, y había unas piedras con madera dispuestas para encender un fuego, como en una acampada.
Los sirvientes, observó Carlos, habían llevado mucha comida y estaba servida en cestas y bandejas. El paisaje estaba precioso. El sol se estaba poniendo y el cielo estaba bastante despejado a pesar de ser otoño. Tal vez pronto llegaría la niebla y lo oscureciera todo.
—¿Cómo lo hiciste?!. Preguntó Mariana, admirada—.Yo jamás podría hacer algo así, odiooooo las matemáticas. Me da dolor de cabeza sólo pensar en números.
—No a todos se les da, no te preocupes. Sonrió Carlos, observando cómo Alexis el nuevo jardinero, encendía el fuego para ellos.
—Afortunadamente, sólo lo necesito para sobrevivir en la escuela. Siguió ella—. Pienso irme a Europa y estudiar en una buena escuela de arte. Quiero pintar.
—¿ De verdad? ¿ De manera profesional?
—Sí. Cuando sea una adulta y me independice, abriré mi propia galería de arte, y tendré mi propio estudio de pintura. Necesitaré aprender todas las técnicas posibles.
—Ah, será genial. Carlos sonrió y la miró soñar. Ella ignoraba que aun para abrir una galería de arte y dedicarse a pintar, había que tener cierto conocimiento acerca de los negocios.
Se preguntó si acaso ella lo dejaría ayudarla en eso. Había visto los dibujos de Mariana, y eran realmente buenos. Ella tenía sentido de la proporción, amaba los colores vivos, y usaba diferentes técnicas. Podía enzarzarse por horas en disertaciones acerca de Dalí, Picasso, o Monet; se enorgullecía de reconocer sus obras y su técnica, y aspiraba a algún día ser muy reconocida. Él no dudaba que lo conseguiría.
—Te sabes alguna historia acerca de las constelaciones. Preguntó ella acostándose en el mantel y mirando al cielo, que empezaba a dejar ver sus estrellas. Carlos miró también hacia arriba.
—Si, me recuerdo de una, es de la mitología Griega.
—De verdad te sabes una.
— ¿ Como se llama ?
—" La Constelación de la Osa Mayor"
—Me la cuenta, por favor.
—Se trata cuando los hombres, estaban sujetos a los dioses del Olimpo.
—Que interesante, La mitología Griega es muy hermosa.
Dijo Mariana continúa por favor
—Sobre los cielos del Olimpo, cuna de los dioses que dominaban Grecia, reinaba un poderoso dios de nombre Zeus. Un día se enamoró de una ninfa llamada Calisto, que salía a cazar en los bosques de Arcadia y bajó a la tierra para conquistar su corazón. Calisto, cayó rendida a sus pies, pues Zeus, tenía un aspecto muy imponente y así decidieron pasar juntos gran parte de sus vidas.
Pero existía un problema.
—¿ Cuál problema?. Pregunto Mariana.
—Que el dios Zeus, estaba casado con la diosa Hera, diosa del matrimonio y como entenderás el dios Zeus no era libre, para seguir viviendo con Calisto.
— ¿Y entonces que paso ?. Preguntó Mariana muy ansiosa de suguir escuchando el relato.
—La diosa Hera, se puso muy celosa y le mando un castigo a la pobre Calisto.
—¿ Cuál fue ese castigo ?. Interrumpió Mariana.
—Que la convirtió en una osa.
—¿ En una osa?
—Si en una osa. La condenó a deambular sola por el bosque de Arcadia, el resto de sus días.
—¡ Que diosa, tan mala¡. Exclamó Mariana.
—Calisto, tenía un hijo pequeño llamado Arkas y él nunca supo porque su madre nunca volvió a casa y mucho menos que la diosa Hera la había convertido en una osa.
—Pobre niño.
—Al pasar el tiempo, este niño se convirtió en un hombre y en un excelente cazador, igual como lo fue su madre.
Una tarde que estaba de casería, por los bosques de Arcadia, se encontró una gran osa. Ese osa era Calisto, su madre, al encontrarse con su hijo en el bosque, lo reconoció y salió corriendo para abrazarlo. Pero Arkas, cuando vió que la osa se acercaba, se asustó tremendamente y se dispuso a dispararle con su gran arco. Preparó una flecha, apuntando al corazón.
Mariana hortorizada lo interrumpió y le pregunto.
—¿ No, me digas que mató a su mamá. Que horror que historia tan triste.
—No, he terminado. Le dijo Carlos
—Continua, por favor. Mordiéndose una uña.
—Cuando, la flecha levantó el vuelo, hacía el centro del pecho de la osa y cuando estaba a punto de tocar su corazón. Zeus apareció y para la flecha, impidiendo que la pobre Calisto, fuera asesinada por su propio hijo.
Zeus, le contó a Arkas, cómo su madre había sido transformada para siempre en una osa y para que su hijo, pudiera verla, la agarró por la cola lanzandola, hacia el cielo infinito, dibujandose en las estrellas la figura de la Gran Osa Mayor.
—Qué historia tan bonita –suspiró, satisfecha.
—La mitología Griega es un mito, imaginate si te conviertiran en una osa talvez en un osito de peluche. Rió Carlos.
—¡Eres horrible!. Gritó ella, pegándole con fuerza por haberle destruido la historia. Carlos reía a carcajadas batiente, y resistía los golpes como si sólo fueran toques de una niña, aunque no dudaba en quejarse como si en verdad le doliera.
—Qué espectáculo. Dijo Richard desde cierta distancia, y Carlos giró su cabeza y se levantó como si hubiese cometido una gran falta.
Su corazón latió rápido, y luego tuvo que reprocharse a sí mismo por tener aún estas reacciones. Él era un m*****o de esta familia, podía estar en cualquier lugar de la casa y divertirse si tenía tiempo para ello. Richard era casi igual a él. Entonces, por qué él soltó ese sarcasmo?
—Necesito hablar contigo. Dijo Richard.— Así que sígueme. Carlos miró a Mariana, y ésta elevó sus cejas interrogante. Sacudiendo levemente su cabeza, él lo siguió.
—¿ Qué rayos estás intentando con mi hermana?. Preguntó Richard con voz ominosa cuando estuvieron dentro de la mansión.
—¿ Qué estoy intentando? ¿De qué hablas?
—Eres idiota, ¿ o qué? ¿ Te gusta esa estúpida?. Carlos lo miró sorprendido.
—¿ Qué?. Richard lo miró molesto.
—Realmente! No sé si eres estúpido, retardado, o sólo imbécil o te haces. ¡ No sé te ocurra mirar a mi hermana! Está prohibida para ti! ¡ Ni se te ocurra enamorarte de ella !¿ Enamorarse?, se repitió Carlos y le dolió el pecho. Tuvo que ponerse una mano sobre el corazón, como si así fuera a dejar de latir tan furioso.¿ Enamorarse? ¿ Era esto lo que le estaba pasando? .
Miró a Richard sintiéndose perdido. Lo que él sabía acerca de estar enamorado era muy malo. El amor era raro, destructivo y hermoso.
Pensó en Mariana, en su sonrisa, en lo bella y buena que era, y sintió alegría, miedo, paz y ansiedad.
Todo al mismo tiempo. ¿ Estaba enamorado de Mariana?. Y había tenido que oírlo de Richard para darse cuenta. Richard se echó a reír, como adivinando lo que pasaba por la mente de Carlos
—En serio. Eres bastante estúpido. Bien. Deja de soñar y aterriza. Eres un recogido, no tienes familia, un pobretón sin futuro. Papá algún día le impondra un esposo para obtener más fortuna y ella se irá. Es la ley de la vida.
Ahora, ocúpate de tu realidad: ya que has ocupado el tercer puesto y por ese motivo, he decidido que eres capaz para que me asesores y así poder entrar a la universidad.¿ Me estás escuchando?.
Carlos asintió, aunque lo escuchaba a medias. Estaba enamorado. Tenía dentro un ser vivo que era un superviviente, que no moriría hasta que él mismo lo decidiera. Por Mariana. La hija de su benefactor. Estaba en graves problemas.