Capítulo 6

3685 Words
Carlos buscó en las bibliotecas que le ayudarán libros que le ayudaran a entender que le estaba pasando. ¿Realmente estaba enamorado?. No podía ser. ¿ No sería, tal vez, que sólo quería mucho a Mariana tal como se quiere a una hermanita? El sabía que no encontraría ningun texto, que pudiera ayudarlo a entender que era lo que realmente sentía por Mariana. En esos días había estado metido de lleno en sus estudios y en su trabajo y en resolver la situación de Richard. Esté realmente empezó a cambiar su actitud hacia los estudios. Le prestaba más atención a los profesores y realizaba sus tareas, aunque en muchas ocasiones simplemente le llevaba los apuntes a Carlos para que fuera él quien los hiciera. Carlos tuvo que aprender a hacer la letra de Richard, hasta su firma tuvo que aprender a hacer. Y así fueron avanzando los días y también empezó a evitar encontrarse con Alice, ya que ella, no lo dejaba concentrarse y tampoco quería confirmar que se había enamorado. —¿ Por qué estás desayunando aquí?. Le preguntó ella la mañana de un día de descanso. Carlos la miró ladeando lentamente su cabeza y la encontró medio vestida, sin sostén, un pantaloncito muy corto y descalza. —Te va a dar un resfriado. Dijo Carlos fijando la vista inmediatamente en su plato de comida — Está haciendo mucho frío. —Afuera de mi estudio sí me da un poco de frío. Admitió ella sentándose frente a él en la pequeña mesa de desayuno de la cocina. Carlos había estado comiendo en la cocina, para evitar encontrarse con ella. aquí precisamente para no tener que verla o hablar con ella. —No me estarás evitando, ¿Verdad?. Preguntó ella, mirándolo muy seria. Carlos respiró profundo y le devolvió la mirada. En los múltiples libros que había leído, había aprendido que para estar enamorado había que tener una porción de tres sentimientos muy grandes y fuertes: que es la amistad, la ternura y el deseo. Había descubierto que, después de su madre, Mariana, era la mejor amiga que jamás había tenido. Con ella podía hablar de cualquier tema, bromear acerca de cualquier cosa, y confiarle sus dudas, sueños y hasta sus miedos. Había llorado frente a ella por la muerte y la ausencia de su madre y nunca se sintió avergonzado por eso, ella sabía lo peor de él, y aun así, no se sentía menos. También, la forma de ser de ella a menudo lo hacía sonreír cuando estaba solo en la cama. Ella tenía tal mezcla de ingenio, de picardía e inocencia y una gran bondad que producían en él la necesidad de protegerla, de tratarla como a un pequeña fortuna. Cuando ella sonreía con sus enormes ojos chocolate, sentía ternura, ganas de subirla a su hombro y meterla en alguna caja de cristal donde ningún viento, ni ningún rayo de sol demasiado fuerte la fueran a marchitar. Y por Dios, el sólo verla en ropas tan ligeras ya era demasiado sufrimiento. Le avergonzaba aun a sí mismo ser consciente de las reacciones de su cuerpo, sin darse cuenta de que todos esos impulsos eran normales, y tal vez demasiado honestos. Ella era guapa, delgada, de piernas bonitas, y no quería entrar en demasiados detalles acerca de la forma de sus atributos, que se adivinaban fácilmente por encima de la tela de su blusa tan lijera. Ella estaba dando el reporte del clima ahora mismo, y no se daba cuenta, o si se daba, no le importaba, porque no lo consideraba a él una amenaza para su virtud, y eso también dolía. Así que, en resumidas cuentas, ella era su amiga, sentía ternura y deseo por ella. Un argumento más para confirmar que estaba enamorado. —Navidad se acerca. Dijo Mariana poniéndose en pie y caminando al refrigerador. Sacó una taza llena de fresas y volvió a sentarse frente a él. —¿ Quieres algún regalo en especial?. Preguntó, a la vez que le daba un mordisco a una fresa. Carlos sintió la boca seca. —Nada en especial. —Qué básico eres. ¿ De veras no hay nada que quieras? Richard le pidió a papá un auto nuevo. Carlos sonrió. —Richard puede exijirlo perfectamente. —¿ Tú no? —No soy hijo de Eduardo —Mmmm…Mariana lo miró como estudiándolo. Ladeó su cabeza y siguió con su escrutinio. —¿Qué, me miras ? Pregunto él, un poco incómodo y al borde de los nervios. —Despiertas muchas preguntas. —Jajajaja, ¿Como cuáles ? —Alguien como tú, con una madre que fue de la clase trabajadora, latina, dio a luz un hijo rubio y bien parecido. Tus ojos son curiosos. Nunca había visto unos ojos así. —¿ Curiosos? —La mayoría de ojos verdes son siempre el resultado de una mezcla: verde y café, verde y azul, y hasta verde y amarillo. Tus ojos son sólo verdes. Me gustan. Él se sonrojó. —Gracias. —Lo digo desde el punto de vista artístico. Ya sabes, soy retratista y aprecio las formas. —De todos modos, gracias. —Tu madre no tenía los ojos así,¿ verdad? Se los heredaste a tu padre. Seguramente?. —Seguramente. —Entonces ha de ser un hombre guapo también. Un estúpido, pero guapo. ¿Tu madre era alta? —No. —Pero tú sí, así que él era alto. ¿ Tu madre tenía la hendidura en el mentón? —No. —Entonces tu padre la tenía. —¿ Por qué me haces todas estas preguntas? —Soy observadora. Tal vez podamos buscar entre los dos a tu verdadero padre. ¿Tienes algún detalle que tu madre te haya contado acerca de él? —Mi madre ni siquiera quiso decirme su nombre. Mucho menos me iba a dar detalles acerca de cómo era físicamente o moralmente; aunque si embarazó a una mujer, y ella no consideró oportuno decírselo, puedo considerar eso una muestra suficiente de que no era el mejor tipo de hombre. —Tal vez fue un extranjero que se hospedó en la casa en la que trabajaba por una noche, y nunca más lo volvió a ver. Carlos se echó a reír. —Eso no hablaría bien de mi madre, que queda como la que se acuesta con cualquiera. Y hablar de ella en esos términos, me molesta. —Disculpame, por favor. Sólo trato de ayudarte —Lo sé, se que no lo haces con mala intención. —Pero no te me pareces a nadie. Tal vez deba asistir más a menudo a las fiestas con papá y conocer a los adultos de su círculo. —¿ Por qué?. De repente mi papá podría ser un chófer, un policía o tal vez un jardinero. —No. Tu padre era de la alta sociedad. Estoy segurísima de eso; sólo ten en cuenta la actitud de tu madre. Tal vez era un hombre demasiado rico en necesidad de un heredero. Si se hubiese enterado de que tenía un hijo, tal vez te habría arrancado de los brazos de tu madre para criarte él y hacerte su sucesor. Tu madre, al saberlo, ni siquiera se lo dijo para no separarse de ti, y no sólo se lo ocultó, sino que también huyó y te escondió por todo este tiempo. Carlos sonreía admirado. —Sí que tienes una imaginación increíble. —Pero podría ser. A lo mejor eres hijo de un viejito. —O a lo mejor ya murió, o nunca se enteró de mi existencia ya nada de esto importa. Ella sonrió de medio lado. —Si, a lo mejor. Aunque si fueras de verdad el hijo de un anciano millonario, eso te haría a ti uno de los jóvenes herederos más prometedores, y entonces te irías de esta casa, y ya no podríamos tener estas conversaciones absurdas. —Seguramente. —Sin embargo, estaré en la búsqueda. Soy fisonomista, y si veo algún parecido de alguien contigo, te lo haré saber. Podría ser un primo o un tío. —Gracias por tú interés. Mariana sonrió otra vez y se puso en pie. Se acercó a él y le susurró. —Cuando seas un rico heredero, no dejes de ser mi amigo. —Lo intentaré. Le contestó él, con la piel erizada. Mariana al fin se alejó y salió de la cocina. Él no pudo sino respirar profundo. No le preocupaban las conclusiones de ella en lo más mínimo. Le preocupaba el enorme problema formado en sus pantalones. Era un pervertido. Navidad llegó, y sólo Helen, la amiga de Alice volvió a casa para las fechas. Ma pasaba mucho tiempo con ella, así que estuvo más bien solo, aunque en ocasiones las dos lo invitaban para conversar, pero él empezó a temer que sus sentimientos se notaran mucho y no se estaba demasiado tiempo entre ellas, aunque no pudo evitar que lo arrastraran para ir de compras con ellas en víspera de Navidad. —Es cosa mía o ¿está más alto?. Le preguntó Helen a Mariana y ésta se giró a mirar a Carlos, que miraba distraído las vitrinas de ropa y accesorios. —¿Sí? No lo había notado. —Yo no soy pequeña, pero él es bastante más alto que yo. Emma lamenta tanto no haber venido. —Sabes muchas cosas acerca de él. —Bueno, vivimos en la misma casa, y a diferencia de Richard con Carlos se puede hablar. Te escucha, y hasta te entiende. Es muy paciente, aun en esos días en que me pongo histérica. Helen soltó una risita. —Parece un candidato perfecto para novio. Quizá Emma le eche el guante cuando lo vuelva a ver, ya sabes cómo es. —Pero,¿ no te gusta para ti?. Miró a Carlos, que le sonrió cuando advirtió que ella lo miraba. —No, no me gusta para novio. Es un buen amigo. Sólo preferiría que fuera él mí hermano y no Richard. —En eso sí que tienes razón. Pero… él te mira un poco…se quedó callada cuando se dió cuenta que Mariana se había separado de ella para detenerse al frente de una vitrina. Llegó la fecha en que enviarían las solicitudes para entrar a las universidades, Carlos le pregunto a Eduardo que escogiera cuál de las dos universidades quería que hicieran la solicitud para la universidad de Princeton o Harvary Eduardo escogió Harvary. Carlos había hecho diligencias para dos formularios, él de Richard y por supuesto para el de él. Reunió las cartas necesarias de los profesores, y en su caso, una carta de un allegado personal, en este caso Eduardo se la daría. Pero su problema ahora era un ensayo que debía presentar. Tenía el concepto de ensayo, había leído muchos y sabía lo que había que decir, pero su mente era más analítica y numérica que artística o literaria, así que se hallaba frente a la pantalla del computador con la hoja en blanco y el cursor titilando sin más que el encabezado escrito. ¿ Qué decir? Según sus investigaciones, debía hablar de sus sueños, propósitos, o hablar de una experiencia de su vida, y si bien tenía en su mente qué decir, no tenía ni idea de cómo plasmarlo. Se cruzó de brazos sobre el escritorio y apoyó en ellos su cabeza. Si fuera un ejercicio matemático, un informe, un texto expositivo, sería pan comido, pero hace ya mucho tiempo que había admitido que era malo para las humanidades. La historia de la Osa Mayor se lo sabía de memoria porque su madre se lo había contado muchas veces. Si lo hubiese leído por allí, jamás habría tenido interés de cómo lo narraba en voz de su mamá —¿Te duele algo?. Pregunto Mariana mirándolo preocupada. Carlos levantó la cabeza y sonrió. —No. Sólo… estoy muy desorientado aquí. —¿Qué? El número uno del colegio desorientado en algo? ¡No lo puedo creer! —Tengo que hacer el ensayo para entrar a Harvard… Yo… soy malo para esto. —Dale gracias a Dios, que tienes una amiga muy buena para estás cosas. Dijo con una amplia sonrisa. —Dame permiso. Carlos se levantó de la silla para que Mariana se sentará. —¿ Cuáles son las reglas?. Él se las dijo, y ella se lo quedó mirando por espacio de un minuto. —¿ Qué, me miras ?. Pregunto Carlos. —Creo que ya sé lo que debo escribir. Y en seguida, se concentró en la hoja de Word. Carlos miraba sus dedos volar sobre el teclado, y en la pantalla, formarse una palabra tras otra hasta convertirse en frases, párrafos, y al fin, un texto de casi cuatro páginas. Luego de más o menos una hora, ella se detuvo, hizo traquear las articulaciones de sus dedos y suspiró. —¿ Ya está listo?. Preguntó Carlos. —Creo que si. Tendrás que revisarlo y corregirlo. Tienes que estar agradecido, nadie hace esto gratis. —Es verdad –sonrió él—¿ Que se le antoja a la señorita?. Mariana se echó a reír. —Se me antoja un jugo, pero esté trabajo vale mucho más que eso. —Eso, es verdad. ¿Qué te puedo dar a cambio de haberme ayudado?. Mariana sonrió traviesa, y el corazón de Carlos empezó a latir desesperadamente. Si ella le pidiera un beso, él le daría varios. —Que me llames de vez en cuando, cuando te hayas ido a Boston. Que no me olvides. —No te olvidaré jamás aún que quiera. Aseguró él, y ella guardó silencio por unos segundos, tal vez asimilando esa afirmación. —Bien, me parece perfecto. Se dió media vuelta para mirar de nuevo la pantalla, y Carlos se preguntó si acaso había exagerado un poco. Tal vez no debió decirlo con tanta pasión—. Venía a darte esto –dijo ella buscando algo en el bolsillo de su pantalón—. Es mi regalo de cumpleaños. Carlos recibió la pequeña cajita que ella le extendía. Él la abrió preguntándose si acaso era una joya, y si debía recibirla, pues, aparte de su madre, nunca había recibido de nadie regalos así. La abrió y sonrió. Era un llavero. Del aro colgaba un oso moldeado en acero y los ojos de turmalina. —Gracias. —¿ Te gusta? —Si me gusta muchísimo —Es increíble, hay mucha joyería con figuras de osos como tema. Parece que es un animal muy místico. Feliz cumpleaños. —Gracias. Susurró él pensando en que así este llavero costara una fortuna, él habría sido incapaz de rechazarlo. Era el primer regalo que ella le daba, y quería pensar en que representaba su relación. Él era el oso y ella un mito. —No salgas esta noche. Le pidió ella poniéndose de pie. —Haremos una cena en honor a ti. Lamentablemente, estamos aún en tiempo de clases, o habría conseguido que mis amigas vinieran. Y somos menores de edad, así que no puedo llevarte a un bar, ni nada. Él volvió a sonreír. —No importa, la cena estará bien. —Excelente. Suerte con tu admisión en Harvard. —Gracias. Contestó Carlos y se quedó mirando largamente la puerta tras la cual ella había salido con el pequeño oso en su mano. Mejor concentrarse en Harvard, eso tenía más futuro. Fueron admitidos, tanto él como Richard, en Harvard. Cuando recibieron la notificación, Carlos casi le da un ataque al corazón. Aún que sabía que apenas comenzaba su verdadero trabajo. Ese día, había estado en la empresa, y el primero que lo felicitó fue Eduardo. De inmediato habían llamado a Richard, pero este no estaba en casa, aunque con Susana, pudo constatar que también había llegado una carta para él. Carlos salió de las oficinas, donde ahora ya no era el mensajero, ahora trabajaba en el departamento de archivo y llegó apresurado a casa preguntando por la carta dirigida a Richard. Carlos pensaba que si habían aceptado a Richard, era tal vez por ser quien era, por el impacto que alguien como él podía tener en el mundo, con sus conexiones y futuro poder, etc. Además, cuando Richard así lo quería, podía ser realmente encantador, sonreía con inocencia, y se le veía un chico apuesto, humilde, y hasta humano. No cabía duda de que era muy capaz de engañar al consejo de admisiones. Además, el ensayo que Mariana había escrito para él , se lo había cedido a Richard y con base en el estilo de Mariana había creado otro para él mismo. Había sentido un poco de pena por eso, pero no podía arriesgarse a que Richard fallara, y en cuanto a notas y otros detalles, Richard estaba más necesitado que él. Pero en una de las salas de la mansión se encontró con algo que hizo que aquel día tan brillante y memorable se volviera oscuro y terrible. En los muebles estaba sentada Mariana abrazada a un chico, y besándolo. Él tenía una mano en su muslo, y lo apretaba con fuerza, mientras ella le rodeaba el cuello y respondía a sus besos. La respiración le empezó a fallar. Sintió cómo si tuviera un dragón enorme arrojando fuego, que lo estába quemado por dentro. El fuego de los celos que lo estaba consumiendo. —¡Mariana!. Llamó, y ella, tomada por sorpresa, se alejó del chico y se puso en pie. Miró a Carlos y abrió la boca para decir algo, pero luego consideró que tal vez no debía explicarse y señaló al joven que se ponía en pie también tras ella. —Ah… Carlos… te presento a Ryan mi novio. —¿Tu… qué? —Lo que oíste. Dijo Ryan mirándolo severo. Era un chico guapo, de cabello castaño y ojos miel. Posó una mano en el hombro de Mariana como marcando su territorio. Verlos era doloroso, así que Carlos se giró. —Siento haberlos… interrumpido. Yo… —no completó lo que iba a decir, y simplemente echó a andar alejándose de ellos. Mariana quiso ir tras él, preocupada por la expresión que él había mostrado en su rostro. —¿Qué te importa él?. Le reclamó Ryan, y ella lo miró disculpándose con una sonrisa. Cuando Ryan se hubo ido, ella buscó a Carlos en su habitación, pero él no estaba. Empezó a buscarlo por toda la casa. Por alguna razón, la expresión de su mirada cuando ella le dijo que Ryan era su novio, la había conmovido y preocupado. Lo encontró por las notas del piano. Él tocaba una tecla y otra sin ningún son ni ton. Como aquella vez, se sentó a su lado, pero a diferencia, él se levantó. —Perdóname. Pidió ella—Debí decírtelo. —¿Qué cosa, Mariana? —Que tengo novio, pero es que es reciente. Ryan y yo… —No me interesa, perdóname si te di a entender que sí. —¡No! Pero es que tú… Mariana sólo soy un huésped en tu casa, así que no me tienes nada que explicarme. Así que… siento si te di a entender que me debías algo. —No se trata de eso. Tú eres mi amigo. Debí confiar en ti. Carlos se echó a reír. De alguna manera, él había entrado a ese círculo del que difícilmente salías. Él sólo era un amigo, y él tan enamorado que estaba. Afortunadamente, ella no se había dado cuenta de ello, o ahora a su dolor habría que sumarle la vergüenza. Pero bueno, en un par de meses se iría lejos, y el dejar de verla le ayudaría a olvidarla. —¿Seguimos siendo amigos? –No!, quiso contestar él, pero sólo guardó silencio—Ryan, me gusta –sonrió ella, y Carlos hizo una mueca. ¿ Tenía que escuchar esto en nombre de la amistad? –Él es… es un buen chico, aunque no lo parezca. Y le gusto desde hace mucho tiempo. El pecho de Carlos ardía, como si el monstruo que tenía allí estuviera escupiendo fuego ahora mismo—. No digo que me casaré con él, ni nada, pero… ya sabes. Me pidió que fuera su novia y no vi por qué decirle que no. —¿ Qué tal el respeto por ti ? —¿Qué? —Respetarte a ti misma es una buena razón para decir “no” de vez en cuando. Dudo mucho que ese tal Ryan te quiera sólo para ir a cine tomados de la mano. —¿ Por qué hablas así de él? ¿ Ni siquiera lo conoces? —No necesito conocerlo para saber eso. Te estaba besando en la sala de tu casa, eso me dice a mí que no te tiene la menor consideración. —¡Ah, tal vez si me hubiese llevado a un sitio oscuro y solitario y así sí hubiese hablado bien de él ! —Eso menos! Tal vez él no debió besarte y¡ ya! —¡Tengo derecho a besar a quien me dé la gana! ¡Y tú no quién para decirme quien me beso y con quién no !. Gritó ella y Carlos dio un paso atrás. Ella tenía razón, era sólo que a él el corazón le dolía tanto. Sonrió y miró a otro lado. —Sí, es verdad. Tiene razón. Yo sólo intentaba prevenirte para que no te hirieran. Espero que él… sea un buen chico y cuide de ti. Yo… pronto me iré, ya sabes, y no estaré aquí para protegerte. —No necesitarás hacerlo. Sé cuidarme sola. Tal vez te estás tomando responsabilidades que no te pertenecen, ni Richard que es mi hermano tiene derecho a opinar. —Tienes razón, discúlpame por favor. —Tomalo con calma, ni que me pensará casar con él. Sabes he escuchado decir que hay que besar muchos sapos para encontrar el principe azul. Relájate. Dicho esto, dió media vuelta salió de la sala dejando sólo a Carlos Carlos volvió a caer sentado en la banqueta frente al piano de cola, sintiendo que había perdido su primer amor. Su madre siempre le dijo que el amor es sentimiento vivo y el estaba vivo, para seguir luchando.
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