Capítulo 9

3657 Words
Mariana, llegó en el auto de Richard al apartamento que compartía con Carlos. Su hermano nunca había estado tan atento ni tan solícito en su vida; la había ubicado en un excelente hotel para que se sintiera cómoda, y la había llevado y traído en su auto todo lo que había necesitado sabiendo que ella no conducía. A pesar de todo, ella aún lo miraba con sospecha. Realmente esperaba que todo fuera una broma de muy mal gusto. Si así era, entonces Richard definitivamente era el peor hermano del mundo; ella había atravesado todo el Atlántico sólo por una llamada de auxilio. Bueno, esa llamada de auxilio tenía que ver con Carlos —Hasta aquí te acompaño. Le dijo Richard en el primer piso frente al ascensor—. Compórtate como si fuera idea tuya el venir aquí; por nada digas que fui yo quien te trajo. —¿ No me digas que le tienes miedo s Carlos?. Sonrió Mariana con ironía. —!Claro que no! Pero… en este momento no me conviene que se disguste conmigo. Sube. Toma la llave del apartamento. Mariana tomó la llave y la cerró en su puño—. Llámame cuando termines y vendré por ti. —Esta bien. Mariana se giró y pulsó el botón para llamar el ascensor. Richard salió de nuevo y subió a su auto. Miró en derredor. De verdad que estaba confiando demasiado en ese idiota. Subió hasta el piso de ambos y fue fácil localizar el apartamento, pues salía música a todo volumen, y la puerta estaba abierta. Entró llamando con el nudillo por pura decencia, pero la verdad era que nadie le prestaba demasiada atención. Las luces estaban tenues, y una rubia se besaba con un chico en la pared al lado de la puerta. Otra rubia reía a carcajadas mientras otro chico la bañaba en cerveza, y dos rubias más hablaban muy cerca a otro hombre que las tenía rodeadas a cada una por la cintura. Rubias por aquí y por allá, y el ambiente mostraba que esto estaba a punto de convertirse en una orgía. —¡Mira, una morena! Gritó alguien, y ella se giró. Sí, definitivamente era la única morena aquí. —… busco a Carlos. —Mami, aquí todas buscamos a Carlos. Sonrió una con picardía, y Mariana frunció su ceño un poco molesta por esa expresión. —¿Dónde está Carlos? –la mujer no contestó, sólo miró hacia arriba mordiéndose los labios con sensualidad, y Mariana buscó las escaleras. Esto era un dúplex, así que llegó al nivel de arriba y allí encontró las habitaciones de Richard y Carlos. Una de ellas estaba abierta y ella entró, esta vez no se molestó en llamar. Allí estaba Carlos, su Carlos, sentado en el sofá con los pantalones jean abiertos hasta mostrar su ropa interior, sin camisa, con una rubia semidesnuda a la derecha, y otra a la izquierda. Al verlo, quedó prácticamente paralizada; una de ellas lo besaba profundamente y lo tocaba como si tuviera ocho manos, y la otra, recostada a él, bebía directamente de una botella de cerveza. —¿ Quien eres?. Preguntó la que bebía de la botella, y Carlos interrumpió el beso y se giró a mirarla. Está ebrio, pensó ella. Tenía los ojos enrojecidos, el cabello desordenado, aunque echado hacia atrás, y en sus ojos no había ese brillo inteligente que ella tan bien le conocía. Además, él tampoco sonrió al verla. Verlo así confirmaba sus peores temores; él se estaba autodestruyendo, y no debía,¿ no tenía por qué ?. No quería pensar que ella era el motivo; el que la viera con otro no tenía por qué haberlo puesto así. Antes de conocerla, él había tenido sueños y metas, ella no podía ser el centro de sus deseos, ni de su vida. Urgentemente, Carlos tenía que cambiar. Carlos la miró por tres segundos, y acto seguido, le quitó la botella a la de su derecha y bebió de ella. —Esa de allí, chicas. Dijo él, señalándola con su índice—, es el amor de mi vida… —¡Qué buen gusto tienes!. Dijo o la ebria, que se puso en pie y caminó a ella, vistiendo sólo unas bragas rosa de encaje, para mirarla como si fuera una rara mariposa. Mariana dio un paso a un lado apretando contra su regazo su bolso. Miró de nuevo a Carlos, esperando que algo de esta escena cambiara, deseando que esto sólo fuera una mala pesadilla. Empezó a sentir ganas de vomitar. —¿Te unes?. Pregunto Carlos con una media sonrisa que, aparte de todo, era preciosa. Ella no le conocía esta sonrisa. Era la de un macho en celo, travieso, y que invitaba a su hembra al sexo. Mariana sintió algo extraño recorrerle el cuerpo entero. —¿Estás drogado?. Le preguntó con cautela, y lo vio hacer una mueca dubitativa. —Tal vez. —No. No eres Carlos… —¿ Entonces te unes si o si?. La nterrumpió él—. Si no es para eso, no entiendo qué haces aquí. —El Carlos que yo conozco jamás… —¿ El Carlos que tú conoces?. Volvió a interrumpirla él esta vez poniéndose en pie, despegandose a la rubia que lo tocaba incansablemente y mirándola con ceño— ¿Ese sujeto aburrido que no hace sino suspirar por ti? —Nunca te consideré aburrido. —¿Ese sujeto al que, en dos ocasiones, le restregaste en la cara tus novios? —¡Nunca te restregué nada!. Gritó Mariana. —Ese Carlos está muerto!. Respondió Carlos, y Mariana lo miró con profunda tristeza—. Lo mataste tú. Y dos veces, por si a la primera te quedó la duda. —¿ Y por eso… estás así? —¿Qué te estás creyendo, que eres el centro de mi universo? —¿Entonces por qué te comportas de esta manera? ¿Acaso hicimos alguna promesa que yo rompí? O ¿tal vez esperabas algo que no te puedo dar? —¿Te unes, o que ?. Volvió a preguntar él señalando con un brazo la cama, desordenada como si recientemente hubiese estado siendo utilizada, y como si no hubiese escuchado lo que ella dijo. Mariana dio un paso atrás. Este Carlos no le gustaba. Oh, se veía guapo, a pesar de lo ebrio, de lo toqueteado y besado por esas mujeres, pero no era el Carlos con el que ella se sentía a gusto—. Deberías unirte. O si te molestan los cuartetos y los tríos, echo a las rubias y me quedo contigo. No deberías despreciarme –siguió él acercándose más a ella a paso lento y con la misma sonrisa—, mira que tengo fama de dejarlas a todas muy satisfechas. —¿Totalmente cierto!. Gritó una de las rubias elevando su mano y riendo. Mariana sólo sacudió su cabeza. —Volveré cuando estés sobrio. Él tendió una mano en ademán de tocarla, y Mariana logró esquivarlo —¡No tienes que volver!. Exclamó él, molesto—. No tienes nada que hacer aquí! Ah, y por favor, dile a Jhon que tú primito le manda muchos saludos. Una de las rubia se rió y se le unió otra rubia estúpida. Carlos observó a Mariana dar la espalda y salir de su habitación, y por alguna razón, el que ella no estuviera aquí le hizo sentirse solo y vacío. Así que, como si su cuerpo se mandara solo, fue tras ella. Pero ella ya había bajado. Fue fácil localizarla, era la única mujer completamente vestida y de cabello oscuro; y ahora mismo, atravesaba la puerta principal como una exhalación. Corrió tras ella y la atrapó en el pasillo frente al ascensor pegando la delgada espalda de ella contra su pecho desnudo. —¡Suéltame!. Gritó ella, pero él la apretó más en su abrazo. —¿Dime que esto no es un sueño, dime que en verdad estás aquí?. Ella soltó a llorar, y Carlos cerró sus ojos. ¿Por qué ella lloraba? ¿ Que le había hecho él para que ella llorara ? —¡Suéltame! Volvió a pedir ella, aunque sin demasiada fuerza. —¿Por qué viniste? ¿Por qué estás aquí? ¿Estás aquí realmente? ¿ o es que estoy alucinando ? —Tal vez no debiste beber tanto. —Te amo, mujer. Susurró él contra su cabello, inhalando el aroma de su cuerpo, sintiéndose extasiado otra vez—. Te amo tanto… que no tenerte me está matando. —No. Tú te estás matando. ¿Por qué haces todo esto, para castigarme? —Para olvidarte —¿ Y funciona? —Para serte sincero no. —¡Entonces detente ya!. Él la giró entre sus brazos y la miró a los ojos. —¿ Por qué no te das cuenta que yo existo? ¿Por qué soy tan fácil de olvidar para ti? —¿Qué tonterías estás diciendo? —¿Es que no te das cuenta de que no puedo estar sin ti, lo importante que eres para mí. Nunca me has amado, y sin embargo, siento que te necesito para continuar. No tengo fuerzas, Mariana. He perdido demasiadas cosas en mi vida. Admitir que no te tendré jamás es demasiado para mí, para qué continuar así? —No digas estupideces. Le pidió ella casi en un ruego, y apoyó sus manos en sus mejillas sin rasurar—. Si tú te rindes, qué queda para mí. Carlos no dudó en aprovechar el momento y se inclinó a ella para besarla. Tomada por sorpresa, Mariana quiso rehuir al beso, pero él la atrapó contra la pared. Él era experto besando. Succionaba y lamía sus labios con habilidad y ella quiso quejarse por semejante invasión y rechazarlo, pero su lengua inquieta, y sus brazos y manos gentiles lograron en ella un extraño efecto que la mantuvo allí clavada entre la pared y él. Entonces, a ella no le importó que esa boca minutos antes hubiese sido besada por otra, ni que esa piel antes hubiese estado expuesta a las manos de otra, y lo besó y lo abrazó. —Te amo. Susurró él—. No te amo de manera platónica, ni infantil. Te amo, Mariana. Ella tenía el rostro lleno de lágrimas, y separando un poco su rostro de él, sacudió su cabeza negando. —¿Por qué?. Preguntó—. Nunca fui especial contigo. —Porque es mi destino amarte, como si el universo me hubiese diseñado para ello. Mi cuerpo vibra por ti, mi alma te reclama! Si tú… si tú me dejaras demostrártelo, yo estoy seguro de que… —No. No debes amarme. No puedes amarme. —Diablos, por qué? Porque soy un pobretón sin nombre? —¡No! —¿Porque no sé quién es mi padre? —¡ Carlos, no! ¡No tiene nada que ver contigo! Sólo… enamórate de otra mujer, una adecuada para ti, una que pueda hacerte feliz y déjame ir! —Si pudiera hacer tal cosa, lo habría hecho hace años! . Dijo Carlos y Mariana vio en su expresión un poco de furia—¿ Pero qué puedo hacer? No soy más que ese idiota enamorado. Y cada paso que doy hacia ti, tú te alejas cien más! Ella bajó la cabeza, y él la escuchó llorar. Un poco arrepentido por haber alzado la voz, la volvió a envolver en sus brazos, le besó el cabello, paseó sus manos por su delgada espalda, y le susurró cosas para tranquilizarla. —Tienes que olvidarte de mí. Susurró ella—. No soy mujer para ti. Yo… no puedo estar contigo, no de la manera que tú deseas. —¿ Dime la manera? Y yo lo aceptaré. —No, no lo harás. No te conformarás con lo que puedo darte. —Pero ahora te besé y tú respondiste a mi beso. Ella esquivó su mirada—. Me besaste, Mariana. —Eso fue… —¿Me quieres, aunque sea un poco? –ella meneó su cabeza, pero de su boca no salió nada—. Si es sólo un poco… no me importa, yo… —Carlos… —Oh, sí. Repite mi nombre. —No. Carlos. Él volvió a besarla, atrapando el nombre que escapaba de entre sus labios. La besó duro, entre castigándola y vaciando sobre ella todos sus sentimientos. Todos sus años de frustración recayeron en ese segundo beso, y Carlos se sintió luego vacío, vacío y solo, pues, cuando abrió los ojos de su hermoso beso, ella no estaba por allí. Miró en derredor y pestañeó. Estaba sentado en el pasillo, solo y sin camisa. Se estuvo allí otro rato más, escuchando la música salir de su apartamento. Unas personas salieron y lo vieron allí; al reconocerlo, le dieron una mano para que levantará —¿Qué haces aquí, fuera de tú apartamento?. Le preguntaron entre risas. Él meneó la cabeza sintiéndose mareado, con náuseas. Y tuvo que correr al baño más próximo para vomitar. Al llegar al apartamento, abrió la puerta —¡Fuera todos de aquí! Gritó alguien en la sala. Se escucharon protestas, pero igualmente, la música cesó, las luces se encendieron, y la gente empezó a salir. Entró al baño y cuando salió se encontró a Smith, parado en la puerta un poco molesto. —¿ Hasta cuándo vas a seguir con esto? —Tuve el sueño más hermosa de mi vida. —. Un sueño maravilloso Mariana estuvo aquí Smith no le prestaba mucha, lo ayudo a sentarse, fue a la cocina tomó hielo en una bolsa para ponérselo en la cabeza. El reaccionó, pero siguió hablando. — Ella estaba aquí, aquí… Y yo al fin le dije que la amo. Le dije que no puedo dejar de amarla. —Sí, sí. Que romántico. Refunfuñó Smith. —Y la besé –siguió Carlos con su relato, llevándose los dedos a los labios —. Y ella me besó. Fue un beso… no… dos besos. Fue tal como imaginé que sería, Smith. Fue un beso perfecto. —Sube –lo apuró Smith ya frente a las escaleras— ¿ Que rayos te pusieron esos amigos tuyos en la bebida? ¿ Estas bajo algún alucinógeno? ¿Qué hubiese sido de ti si no vengo? Y qué vas a hacer mañana en el examen parcial? —Y le dije que yo la amaba –continuó Carlos ajeno a las quejas de su amigo. —¿ Detente ya, quieres? El mundo alrededor se destruye y tú sólo piensas en Mariana. —Ella es el amor de mi vida. Se explicó él. Y Smith lo arrastró hasta su habitación y lo dejó caer en la cama. —Ells es el amor de mi vida –siguió Carlos—. Es mi destino o mi maldición. —Sí que lo es. Mírate cómo estás. Definitivamente, hoy das lástima. No me gustan los amigos llorones. —¿Por qué me soportas, entonces? —Porque no siempre fuiste llorón. Tengo la esperanza de que vuelvas a la normalidad. —Quiero a mi mamá. Susurró Carlos girándose en la cama y abrazando la almohada. Smith sonrió meneando su cabeza. Él ahora parecía un niño de dos años dormido y con su oso abrazado. —Sí, yo también a veces quiero a mi mamá. Pero no se lo digas a nadie. “No soy más que ese idiota enamorado de un imposible", recordó a Mariana entre lágrimas cuando iba de camino al hotel. “Porque es mi destino amarte, como si el universo me hubiese diseñado para ello”. De verdad, había algo como el destino? Si era así, el tal destino odiaba a muerte a Carlos Juárez ¿Qué podía hacer ella? De qué manera podía ayudarlo para que la olvidara, para que se diera una oportunidad con otra? El taxi se detuvo frente al hotel, y ella bajó. A pesar de que Richard le había dicho que lo llamara cuando terminara, ella no lo había hecho, y había tomado un taxi hasta aquí. Carlos la había besado, y ella se lo había permitido. No sólo eso, también le había devuelto el beso. Cuando se trataba de sus propósitos con respecto a él, se reprochó ella, no era muy firme, ni muy constante. Atravesó el lobby del hotel sin mirar a nadie, y siguió hasta los ascensores que la llevarían a su habitación. Se daría un baño, dormiría unas horas y se devolvería en cuanto pudiera a Italia. Debía poner todo un océano en medio de los dos, y pensó que lo mejor sería radicarse allí luego de que terminara sus estudios. No estaría mal poner su soñada galería de arte allí. Si no volvía a ver a Carlos después de esto, mejor. Luego de que la besara, él prácticamente había caído desmayado. Lo sostuvo todo lo que pudo, pero era un hombre grande y pesado, y tuvo que apoyarlo en el suelo . Cuando estuvo allí, con sus ojos cerrados, oliendo a alcohol, y seguramente bajo los efectos de alguna otra cosa, lo miró todo lo que quiso, paseó sus dedos por su rostro como si estuviera memorizando sus rasgos para luego esculpirlo, que no le habría sido nada difícil. Estaba ebrio, triste, tal vez drogado, y ahora su cuerpo estaba sufriendo los excesos. Ah, pero era tan guapo, que ella no pudo resistir la tentación de acomodar sus cabellos a como él usualmente los llevaba, y besar nuevamente sus labios. Sus pestañas largas y claras reposaban sobre sus mejillas y ella las besó también. Ese niño que ella había consolado en la piscina se había transformado en un hombre, en un hombre cuyo cuerpo vibraba por ella. Había hecho una mueca de dolor y cerrado sus ojos al recordar esas palabras. Carlos decía no ser hábil para expresarse adecuadamente. Constantemente necesitaba ayuda con los ensayos en la materia de lenguaje, o con cualquier cosa que tuviera que ver con las palabras, pero cuando se inspiraba, realmente podía decir frases bonitas. Cualquier mujer habría estado feliz de ser la destinataria de semejantes declaraciones. —Eres joven, guapo, inteligente y bueno. Miles de mujeres matarían por ti —. Una lágrima llegó a su boca, y Mariana la sintió salada y cálida—. Olvídate de mí. Te lo ruego. Por tu bien, olvídate de mí. Besó su frente y lo dejó allí, con la esperanza de que pronto alguien lo encontrara. Cuando se puso en pie, el teléfono de Carlos empezó a vibrar, y ella tomó la llamada. Era un tal Smith, que le hablaba a Carlos —Espero que estés estudiando para lo de mañana –decía el tal Smith —Ven por él. Susurró Mariana. Un amigo que se preocupara por él era exactamente lo que Carlos necesitaba. —¿Quién eres? ¿Qué haces con el teléfono de Carlos? —Ven por él. Repitió Mariana. —Carlos … no se siente bien. Ayúdalo. —¿Qué le hiciste?. Cortó la llamada, guardó el teléfono en el bolsillo del pantalón de Carlos y salió del edificio. Ya había hecho por él todo lo que debía y podía. Ahora, en su habitación de hotel, sentía que no podría parar de llorar. Sentía dolor, pero sobre todo, ira. El destino era malo. Amaneció, y sin contemplaciones, Richard corrió las cortinas de la habitación de Carlos. Éste arrugó el rostro como si tuviera un taladro sobre su sien. —¡Deja!. Quizo gritar, pero sólo le salió un quejido lastimero. —Qué terriblemente eres. —¿Qué haces aquí? —Estoy preocupado, tenemos examen parcial hoy. Dijo Richard—. Muy probablemente lo perderemos, y todo será tu culpa. —Debiste estudiar por tu cuenta esta vez, por lo menos. —Qué irresponsabilidad de tu parte. Reclamo Richard, y Carlos hizo una mueca ante el sonido de su voz—. Teníamos un trato, y lo has incumplido! Si pierdo el examen de hoy, será tu culpa. Carlos abrió finalmente los ojos, y se encontró con un Richard muy limpio y muy peinado frente a él. La cabeza le dolía, todo en la habitación daba vueltas, y tenía rezagos de un sueño anoche donde estaban Alice, Smith, y un par de rubias. Se sentó poco a poco en la cama. Lo de Mariana no era extraño, soñaba con ella constantemente, y lo demás, sólo era tal vez parte de su realidad. Últimamente había muchas rubias alrededor. —¿Qué quieres de mí? ¿Acaso no he hecho bien mi trabajo todo este tiempo? —No este semestre. Lo acuso Richard—. Estás fallando demasiado, y es improbable que comprendas igual las explicaciones de los profesores. —No necesito escucharlas. Presumió Carlos y bajando los pies de la cama notando que llevaba los pantalones de anoche. Por lo general, despertaba desnudo—Todo lo sacan de los libros, es una tontería. Casi puedo predecir lo que preguntarán… y no te he fallado hasta ahora. —Si cometes un error y nos descubren, estás acabado. Carlos se echó a reír, aunque eso le produjo punzadas en alguna parte de su cráneo. —“Estoy”? Estamos, papito. —Como sea. No te busques problemas. Y dicho esto, Richard salió de la habitación. Carlos, sentado en la cama y pensando, largo rato. Para que Richard se presentara aquí a estas horas de la mañana, realmente debía estar preocupado, pero le estaba haciendo bien ya que hasta hoy, había sido Richard quien disfrutara de fiestas, viajes y diversión, mientras él tenía todo el trabajo. Suspiró mirando con cautela hacia la ventana. Tenía otro día vacío que enfrentar. Otro día lleno de trabajo, de estudio, de profesores esperando demasiado de él. Otro día en su vida. Sin embargo, reunió fuerzas y se puso de pie. Tenía deudas, deudas importantes, compromisos ineludibles. A veces, las deudas y los compromisos eran mejores que nada como motivo para levantarse cada mañana.
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