Capítulo 21

3292 Words
Mariana tuvo el presupuesto en poco tiempo. Tenía sólo ocho semanas para planear y organizar una boda, así que se dio prisa. Su boda iba a ser muy diferente a la de Elena, que estaba siendo planeada con calma y sobre todo, con alegría. Había elegido las flores, los colores, la decoración, la torta y el plato sin ocultar su entusiasmo, y la había invitado a todos los sitios donde le darían muestras para que eligiera. Mariana aprovechó todo para elegir ella también, y así se evitó un montón de trabajo. Dayana vió a la señorita Mariana San Clemente llegar a las oficinas de Carlos. Traía una actitud muy diferente a la que había tenido la última vez que la viera, también su ropa, que parecía un poco más sobria que la que le había visto en el par de ocasiones anteriores. Como no tenía cita con el señor, tuvo que sentarse en unos muebles y esperar. Rechazó el café y todo lo que le ofrecieron, y simplemente se dedicó a mirar los papeles que había traído en una carpeta. Carlos estaba ocupado en una reunión, pero cuando acompañó afuera a las personas que estaban con él y la vio, su expresión cambió. Ella se puso en pie y se le acercó. Ninguno de los dos sonrió al verse, ni se besaron, ni se tocaron siquiera, pero algo en ambos era distinto. —Traje el presupuesto Dijo ella enseñándole la carpeta. Carlos miró en derredor. —No esperarás que te atienda aquí. ¿Verdad ?. — Pasa. Ahora sí, él la tomó del brazo y la condujo a su oficina. Dayana hubiese querido tener un estescopio para poder colocarlo en la pared de la oficina de su jefe para enterarse de todo. Carlos condujo a Mariana hacia los muebles y ella sonrió internamente, pero cuando él se sentó a su lado, y no al frente, o en otro mueble, se alarmó un poco. —Veamos esto. Dijo él tomando la carpeta y abriéndola sin darse cuenta de la actitud de ella. Mariana apretó los labios mientras él analizaba las cifras. No le tomó mucho tiempo; al parecer, con un vistazo comprendió todo. —Te dije que no soy millonario. Comentó él con ceño—, pero tampoco soy pobre. Mariana se sonrojó. —Realmente, no sabía de cuánto disponía, así que minimicé los gastos. Carlos elevó sus cejas. —Pero exageraste un poco. ¿Y si ponemos… —él se acercó un poco a ella para compartir la carpeta— más flores aquí. Ella sonrió asintiendo—. Tu vestido… no es de diseñador? —Son costosísimos.¿ Estás dispuesto a…? —Mi novia es Mariana San Clemente ¿ Qué dirán mis amistades si permito algo como esto?. Mariana se mordió los labios sonriendo, y lo vio hacer anotaciones en el documento—. Sólo veinte invitados? —Bueno… no pensé que quisieras hacer algo grande. Vio a Carlos contar algo con los dedos. —Sesenta invitados. Propuso él—. Tendremos que invitar a varios de los accionistas del Grupo Empresarial Global San Clemente. Ellos necesitan ver con sus propios ojos que la boda se realiza. Y tengo más amigos de los que crees—. Volvió a hacer un apunte al margen, y rápidamente calculó a cuánto ascendía el costo de lo que hasta ahora había modificado y lo agregó—. Confío en tu buen gusto para la torta, la comida, el vino y los aperitivos. —Gracias. —Y músicos y fotógrafos… Carlos bajó el documento y la miró fijamente. Ella se sorprendió un poco al tener sus ojos tan verdes fijos en los suyos—. No nos estamos casando por amor, lo sé. Tal vez a ti esto no te hace muy feliz, pero entonces, deberemos aparentar. —No quise que pensaras eso. Él la miró en silencio por varios segundos, y ella no resistió su mirada. Tomó el documento y el bolígrafo de manos de Carlos e hizo sus propias anotaciones—. Contrataré más y mejores músicos. Y aumentaré el presupuesto para el servicio de catering; más meseros y ayudantes de cocina. También tendré que buscar un sitio más grande, pues se aumentaron los invitados y… –cuando lo escuchó sonreír, se detuvo y lo miró —¿Qué? —Que me parece increíble que estemos planeando nuestra boda. Mariana bajó la mirada y se mordió los labios, otra vez sonrojada. —Es un poco nuevo para mí. Él volvió a reír. —También para mí. Nunca me he casado. —Pero planeabas hacerlo. ¿No? Con Emma. Él e quedó serio mirándola, pero ella tenía la vista fija en el presupuesto. —¿Por qué dices eso? —Bueno, ella no dudaba en decir que eran la pareja más feliz y perfecta. Y en alguna ocasión aseguró que se casaría contigo. Él se cruzó de brazos recostándose al mueble y miró al frente. Mariana pestañeó y alzó la mirada a él. —Si alguna vez pensé en casarme… nunca fue con Emma. Siento tener que decir una cosa así, pero es la verdad y elevando la mano a ella para tocar su cabello agregó—: Y tú y yo siempre hemos hablado con la verdad. Me gusta tu cabello. Ella sonrió ante su brusco cambio de tema. —Gracias. —No fue verdad aquello que dijiste en la clínica. No te lo cortaste a petición de Jhon Lo hiciste por Sofía. Vi su peluca . Mariana esquivó de nuevo su mirada. —Estabas decidido a pensar que era por él. —Y tú no me ayudaste a cambiar de idea. —De todos modos… no entiendo por qué te importó tanto en esa ocasión. —¿De veras no lo entiendes?. Preguntó él acercándose mucho más a ella, y Mariana pudo mirar sus pupilas negras de sus ojos verdes alrededor del iris—.¿ De verdad estás tan ciega, Mariana? –él miró sus labios, y el corazón de Mariana empezó a retumbar fuerte y aceleradamente en su pecho. —Bueno, creo que esto es todo. ¿Verdad?. Dijo ella cambiando de tema súbitamente, y Carlos la miró con una mueca de decepción. ¿Cuánto tardaría ella en aceptar un beso suyo? —Creo que los gastos se triplicaron. —Se cuadruplicaron. Corrigió él—. Puedo resistirlo. —Eso me alivia. No quiero casarme con alguien pobre. Él se echó a reír. Era la primera broma que ella le hacía en mucho rato. Mariana se puso en pie, y él no dejó de admirar su cuerpo cuando le dio la espalda para tomar su bolso. Llevaba deseándola desde la adolescencia, y ni aun ahora que era su novia y se iban a casar, podía tocarla con libertad. Un día de estos se volvería loco y la arrinconaría en algún lugar para saciar su curiosidad y los impulsos que desde hacía años lo enloquecían. Esperaba que Mariana no lo odiara luego. Los días fueron pasando. Carlos y Mariana se veían bastante poco para ser un par de novios que en menos de dos meses se casarían. Sin embargo, él había notado varios cambios sutiles en ella. Su manera de vestir no era la de antes. Ahora usaba vestidos más a menudo y joyas. En alguna ocasión que necesitó que lo acompañara a alguna reunión, ella lo hizo luciendo preciosa, y muy adecuada; no rechazaba su brazo alrededor de su cintura, aunque luego lo despidiera con un desabrido buenas noches en la puerta de la mansión. Carlos en ocasiones olvidaba lo disgustado que estaba con ella y sonreía y bromeaba de verdad, no para que lo vieran. Todo el pasado parecía una tontería, incluso la conversación con Elena parecía nada cuando llegaba a la mansión a recogerla por alguna reunión o cita en la que debían dejarse ver juntos. Tenía un corazón débil, pero era un corazón que aún estaba enamorado. Si la había amado cuando creyó lo peor de ella. ¿Cuánto más ahora que se iba a convertir en su esposa?. Luego del enojo inicial contra Eduardo le siguió la incredulidad. Estaba comprometido con Mariana San Clemente. Y ella había aceptado. Está bien que lo hacía por un cargo de conciencia, y sus propios millones, pero lo había hecho. Y seguramente él se estaba engañando a sí mismo con todo esto, pero era inevitable sentirse, muy en el fondo, feliz. Anunciaron su compromiso, como era el deber hacer, en una pequeña reunión. Carlos le había entregado a Mariana el anillo delante de los invitados, que no eran muchos, y que estaban reunidos en uno de los salones de fiesta de la Mansión San Clemente. Elena estaba sonriente, al lado de su prometido. Ellos ya habían anunciado su compromiso con anterioridad y se les veía más enamorados que nunca. Mariana sabía que prácticamente estaba viviendo en casa de su novio desde que regresó de Los Ángeles. —¿Y la historia?. Preguntó Sabrina la hermana de Alberto en cuanto Mariana se puso el anillo en su dedo. Ambos la miraron confundidos. —¿Qué historia?. Preguntó Mariana. —La historia de cómo se conocieron, se enamoraron y Carlos se propuso. Se escuchó a Elena carraspear. —No es obligación que hagan tal cosa. —¡Mi hermano Alberto y tú lo hicieron!. Exclamó Sabrina y Alberto miró a otro lado, pues en la dichosa historia habían tenido que mentir. No podían ir por allí diciendo que se conocieron el día que ella le dejó su novio a Thais y luego se había desnudado ante él, que era un desconocido, por puro despecho. —¡Vamos, cuenta!. Instió Sabrina. Carlos miró a Mariana, y ella comprendió sus intenciones. —No, no… . Mariana es mejor narrando historias. Sonrió Carlos, tomando su mano—. Que la narre ella. —Eso es mentira. Le dijo ella en voz baja—. La historia de la Osa la contaste tú, y lo hiciste muy bien. Él la miró con ojos brillantes, tal vez feliz porque ella recordara aquello. —Esa historia me la sabía de memoria. Vamos, cuenta tú! . Empezó a animar a los presentes para vitorearla. Mariana lo miró con ojos entrecerrados, y él se sentó muy cómodamente para escucharla. —Me vengaré. Dijo ella sin voz, pero él la entendió, y se echó a reír—. Realmente… —empezó a contar Mariana—. Me vi obligada a que decir que sí todos se quedaron en silencio, y Carlos la miró nervioso. ¿ Contaría ella la verdad? –Ese hombre llevaba bastante tiempo ya enamorado de mí, insistiéndome en que lo sacara de su miseria. Así que digamos que me rendí Carlos soltó la risa, entre aliviado y sorprendido. Él estaba quedando como un tonto que rogaba, pero ella ya le había advertido que se vengaría. —¡Lo sabía!. Exclamó Sabrina—. Lo sabía! Sabía que estaban enamorados en secreto. Pero me dijiste que no cuando te lo pregunté. —Bueno, necesitaba hacer que rogara un poco más para rendirme dignamente –varios se echaron a reír. Mariana miró a Carlos a los ojos y se puso un poco más seria—. Tal vez es el destino el que nos ha traído hasta aquí. Y puede que en algún momento del futuro yo… lo haga enfadar un poco, pero quiero que sepa que siempre intentaré con todas mis fuerzas ser una esposa apropiada –él sonrió conmovido por sus palabras. Era lo más cerca que había estado ella de una declaración de amor. —Beso, beso!. Empezó a gritar Elena, Alberto y Sabrina y varios más empezaron a hacerle coro. Mariana quiso lanzarle una mirada dura a su amiga, pero si lo hacía eso se habría visto muy sospechoso. Carlos no se hizo de rogar, y se levantó dando unos pasos a ella, la tomó de la cintura y la pegó a su cuerpo. —Parece que al fin te voy a besar. Susurró, y antes de que ella pudiera decir nada, Carlos pegó sus labios a los de ella. Mariana permaneció con los ojos abiertos por unos segundos, y cuando la gente empezó a aplaudir, se permitió a sí misma concederse este regalo, y respondió al beso de Carlos. Afortunada o desafortunadamente, no estaban solos, y el beso tuvo que acabar. Él la miraba un poco serio, como si algo le inquietara, y ella sonrió tratando de quitarle peso a lo que acababa de pasar; era mejor que los demás creyeran que ellos se besaban todo el tiempo. La fiesta acabó, y los invitados se fueron retirando uno a uno, hasta que al fin sólo quedaron los dos. Caminaron hacia la sala del piano y allí Carlos sirvió un par de copas de vino y le pasó una a ella, que la recibió en silencio. Todo había salido bien hasta el momento, tal vez porque, en algún lugar del camino hasta aquí, ambos habían terminado por aceptar que casarse era inevitable, y que ya que iba a suceder lo quisieran o no, lo mejor era llevarse bien y dejar que las cosas sucedieran. —Gracias por la fiesta –dijo él con voz suave, y ella sonrió negando. —Era parte del protocolo. Carlos asintió con una mueca, y entonces vio el piano. Sonrió con un poco de melancolía dejando la copa a un lado y caminó a él, destapó sus teclas y paseó los dedos por ellas como si acariciara el recuerdo que el piano le traía. —¿ Quieres tocar algo?. Preguntó ella, caminando hacia él. Carlos rió negando. —No volví a practicar. Debo estar bastante oxidado. —No seas tonto. No hay auditorio que te vaya a criticar. Ella se sentó en la banqueta y palmeó a su lado para que él hiciera lo mismo. Carlos hizo caso un poco inseguro, y ella empezó a tocar las notas de una música "Amor Se Escribe Con A ". Carlos volvió a reír, y la miró. —Lo recuerdas. Claro que sí. No tengo tu memoria, pero hay cosas que no he olvidado. Él sonrió mirando las teclas, y los dedos de Mariana sobre ellas sacándole sonido. En su anular, brillaba el rubí del anillo de compromiso. Nunca se había imaginado a Mariana con diamantes, sino con joyas de colores fuertes, como el zafiro, la esmeralda, o la turquesa. Esperaba que ella lo considerara apropiado. —Alguna otra cosa aparte de la historia de la Osa Mayor y de esta canción?. Preguntó él. Y Mariana miró al techo sin dejar de tocar tratando de recordar. —Te gusta el café n***o, dulce y caliente.—empezó a decir ella, y él lo admitió. Había aprendido a tomarlo así por su madre—. Tienes acetatos originales de The Bee Gees, lo cual es un poco anacrónico para ti. —Son clásicos. Sonrió él. —Pero también tienes su música en tu iPod, lo cual no entiendo del todo. —No hay muchos sitios donde escuchar un acetato. Explicó él sonriente. —Definitivamente. También, eres un poco molesto con eso de la limpieza y el orden. —¿Molesto? ¿ Yo? —Tienes que admitirlo, eres más bien obsesivo. Recuerdo que tenías tus libros organizados por los colores de su portada; blancos en un lado, negros al otro, azules, beige… —Me gusta que las cosas se vean armónicas. —No estaban organizadas por temática, ni edición, ni autor, sólo por colores. —¿Eso me hace desagradable? —No, termina siendo lindo. Él sonrió negando, y puso una mano sobre el teclado. —Yo recuerdo muchas cosas de ti. Susurró él, como si las palabras estuvieran saliendo sin su permiso—. Recuerdo que te encanta el helado de chocolate. —¡Lo amo!.Admitió ella. —Eres capaz de quedarte horas y horas con un lápiz en la mano dibujando lo que se te viene a la cabeza, y recuerdo que cuando eras una adolescente, tenías la costumbre de enroscarte la punta del cabello alrededor de tus dedos mientras mirabas absorta tu hoja. Yo imaginaba en ese momento que estabas formando primero la figura que ibas a dibujar en tu mente, dándole cuerpo y personalidad, porque luego, en menos de nada, tenías esa misma figura en el papel. Ella lo miró a los ojos, admirada de que él la hubiese analizado hasta ese punto, y que lo recordara. ¿Desde entonces la amaba él? . Bajó la mirada al teclado, sintiéndose un poco invadida y asustada. Como aquella vez del baile, le asustaba sólo imaginarse la profundidad de sus sentimientos hacia ella. No había conseguido que la olvidara a pesar de todo lo que había hecho, y aquí estaban, prometidos, ella llevando su anillo en su dedo, y hablando como si no hubiese sucedido nada malo entre los dos. Pero en verdad ¿Qué había sucedido? La mitad de todo fueron malentendidos, y la otra mitad, falta de voluntad para corregirlos. De repente, sintió los labios de él en la piel de su hombro. Él tenía los ojos cerrados, y sólo sus labios hacían contacto con su piel, lo cual le mostraba que él se estaba conteniendo, pero a la vez, le estaba enviando una señal de urgencia. Cuando los abrió, ella quedó atrapada en esa mirada esmeralda que comunicaba tantas cosas, que pedía, y que a la vez, mantenía su distancia. —Me estaba preguntando –dijo él rompiendo el silencio que se había formado en la sala—, cuando te besé en la fiesta… Realmente, esa era la primera vez que te besaba. Ella sonrió nerviosa. —!Claro que fue la primera vez! —Tuve la sensación de que… —Carlos Juárez, si tú llegaras a olvidar un beso mío, estaría seriamente disgustada contigo. Él sonrió. —¿De verdad? ¿Tan bien besas? —Por favor! —Bueno, yo realmente no lo sé. —¿Estás pidiéndome un beso ahora? —Tengo derecho. Eres mi prometida—. Ella fue borrando su sonrisa poco a poco. —Ya es tarde. Dijo al cabo de un rato, y se puso en pie. Él suspiró y la imitó. Había puentes que aún no se le permitía cruzar. Pero bueno, ella no lo amaba. A duras penas se llevaban bien ahora, y lo hacían en pro de la paz mundial, casi. Recordar que si ella le dirigía la palabra, y sonreía, e incluso lo besaba delante de los demás, se debía a un contrato, le dañaba el humor. Y para resguardar su corazón, entonces se obligaba a recordar que él también estaba molesto con ella, que no tenía por qué ser más amable de lo que le tocaba. —Sí, ya es tarde. Contestó él, serio. Miró su reloj y encontró que apenas era la media noche. Después de su fiesta de compromiso había esperado, por lo menos, estar despierto hasta el amanecer. Eso no sucedería hoy. La miró de arriba abajo prometiéndose a sí mismo vengarse cuando se casaran. La cláusula donde se les obligaba a procrear un heredero le daba la esperanza de tenerla en sus brazos por lo menos hasta que eso ocurriera. Hasta entonces, él no podía tocarla más allá de lo que ella le permitiera, y no iba a rogar. Caminó con desánimo hasta la puerta, y ella lo acompañó en silencio Una vez en la puerta, él le dio las buenas noches, pero en sus ojos él parecía desearle que los demonios que lo atormentaban a él no la dejaran dormir a ella. Se dio la media vuelta y se fue. Mariana lo vio subir al auto, y cuando él se hubo ido, cerró sus ojos con fuerza. Esos demonios la atormentaban ya dese hacía mucho tiempo.

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