Capítulo 7

3945 Words
—¿ Que te parece, tú lo puedes creer ?. Le preguntaba Mariana a Helen por teléfono a — ¡Se enfadó muchísimo, se creía mi papá, estoy casi segura que Richard no le hubiese importado para nada. Paró de hablar, cuando se dió cuenta que Helen no emitía ninguna opinión. —Amiga, ¿ Estás ahí ? —Si disculpa, es que yo creo que Carlos está loco enamorado de ti. Por esa escena, ésa fue una escena de un hombre celoso. Mariana se quedó sin palabras ante el comentario de su amiga. —Estas loca, enamorado de mi, por Dios. —No, ¿ te has dado cuenta ?. Carlos chorrea la baba por tí, está enamorado de ti. —¡No lo creo! ¡Me lo hubiera dicho! Somos amigos! —Tal vez ese es el motivo por la cuál no te lo había dicho, Carlos no lo tiene fácil, recuerda que él es un don nadie como dice Richard, sería como la película de Disney la dama y el vagabundo y tú tal vez lo ves como un amigo, pero él te ve como una mujer. Mariana sintió que todo su cuerpo se congelaba. Se sentó en la orilla de su cama y apretó el auricular contra su oreja. —¿ Pero por qué se enamoraría de mí? ¿ Yo no le dado motivos? —¿Segura amiga ?. Volvió a quedar sin palabras, tuvo que haber pasado algo que el confundiera algo ¿ Algo cómo que ? Sería por qué ella lo trató con mucha sutileza y con mucho cariño, por qué cuando lo conoció su papá le había dicho que su mamá había muerto y ella sabía lo que se sentía perder un ser querido sobre todo la mamá y puede ser que el se halla confundido pensando algo que no era. —No quiero hacer papel de psicóloga, pero de repente ese apoyo que tú le brindaste en un momento tan difícil para él, lo halla confundido con sus sentimientos respecto a ti. Esa soledad, ese vacío debe llenarlo con algo, creo que a tí te paso. ¿ Lo recuerdas?. —Si lo recuerdo, me apegue tanto a mí gato, después del accidente de mi mamá. —De repente tú eres su gato. —¿ Tú creés ? —Puede ser, amiga. —No, no creo. Carlos es demasiado inteligente para hacer algo así. —Es inteligente, pero en el fondo un ser humano, que siente, rie, llora y recuerda que su mamá era lo único que él tenía y para colmo llega a una casa a convivir con desconocidos, no es fácil. —Yo, lo quiero mucho cómo mi hermano, es más desearía que Carlos fuera mi hermano en vez de Richard. —¿ Estás segura?. Pregunto Helen. —Claro que estoy segura. —Es que por más piense no le consigo otra explicación. Mariana comenzó a observar cuidadosamente todos los comportamientos de Carlos, ya él no se la pasaba mucho tiempo en la casa, cuando se veían hablaban con normalidad y hablaban lo necesario. Y desde la última vez que discutieron por Ryan, él nunca volvió a tocar el tema, ni le había hecho ningún tipo de comentario. Ya, está por acabarse el año escolar, y preparaban todo para la estancia de Carlos y Richard en la universidad de Harvard, llegó de nuevo el verano. Increíblemente, ya había pasado casi un año desde que Carlos había llegado a esta casa. Meditaba en esto sentada en una de las banquetas del jardín de la mansión con vistas al lago. Recordó cuando, aquí, ella y Carlos habían hecho un picnic en la noche y él le contó la historia de la constelación de la Osa Mayor. Una historia de amor que él mismo no creía. A veces él era demasiado realista. Al parecer, necesitaba tener pruebas de todo para creer en algo, por eso no lo creía capaz de enamorarse de ella, alguien que a sus ojos no debía ser más que una niña soñadora y un tanto caprichosa. Cuando Carlos se enamorara, supuso, lo haría de una mujer igual a él, inteligente, aguerrida y valiente. No una mujer como ella, que le temía a cualquier cosa, que dependía mucho de su padre y sus amigas, y ni siquiera era capaz de ponerse en el puesto del copiloto de un auto sin sufrir una crisis nerviosa. Miró la carta que sostenía en su mano y suspiró. Era de la escuela le había llegado una notificación de que debía aprender a conducir, pero le iba a ser imposible. Sólo pensar en eso le hacía tener deseos de desesperación y ganas de llorar. ¿Cómo iba a ser capaz de subirse a un auto, encenderlo y ponerlo en marcha?. Escuchó unos pasos cerca y se giró a mirar, encontrando a Carlos con las manos en los bolsillos y mirando las aguas tranquilas del lago. —Extrañare mucho este lago. Dijo Carlos mirando al agua y ella también miró hacía donde él lo hacía. Tal vez él estaba recordando la ocasión en que ambos estuvieron aquí riendo y contando historias. —También yo, el día que tenga que marcharme. —Es increíble cómo te enamoras con un lugar. Cuando llegué aquí, pensé que no duraría mucho tiempo aquí. —¿ Cuando te gradúes… volverás aquí?. Carlos emitió un gran suspiro. —No lo creo. Ya seré mayor entonces. No considero que deba seguir abusando de la benevolencia de Eduardo. Tal vez para ese entonces ya haya conseguido un empleo y me instale en otro lugar. —A lo mejor. Susurró ella, lamentándolo. —¿ Qué es es ese papel ?. Le preguntó él señalando el papel que ella sostenía en su mano. —Tengo que aprender a conducir. Dijo ella suspirando. —¿ Y… Lo harás?. L preguntó un poco tímido. Ella sonrió. —Será una pérdida de tiempo. Ni siquiera soy capaz de sentarme frente al volante. Papá se resignó hace tiempo. En la escuela también lo harán. —Tal vez debas hablar de eso con un psicólogo… No estoy diciendo que estés loca. —Luego de la muerte de mamá, papá me llevó a varios psicólogos, y hasta a algún psiquiatra. No consiguieron nada. Cuando me siento frente al volante de un auto. Explico Alice. — siento como si no pudiera respirar. No es algo normal, no sé si es algo que sólo está en mi mente y no he podido controlarlo. —Pero tal vez puedas hacerlo. Dijo él con suavidad.— En esta era, los autos son una herramienta muy importante. Si aprendes a conducir, tal vez puedas salvarle la vida a alguien algún día. —No, lo creo, creó que sería todo al contrario. ¿ Alguien con una crisis nerviosa al volante y en las calles? Pondría en peligro a mucha personas. —Pero no sabes lo que será del futuro. Ahora dispones de choferes, y gente que está dispuesta a llevarte y traerte, pero la vida da muchas vueltas. Tal vez debas sólo aprender lo básico para algún caso de emergencia. Aprender de algún libro los pasos para encender el auto, y ponerlo en marcha. —¿ Me enseñarías tú? —¿ Yo ?. Preguntó él, tomado por sorpresa. Eso le pasaba por abrir su enorme boca. —Tal vez sólo necesito que alguien de confianza y que tenga paciencia para poder intentarlo. —Pero… —No te preocupes, se que es una estupidez una tontería Sonrió ella, desviado su vista hacia el lago. —De todos modos, no seré capaz. Carlos guardó silencio por un momento, luego respiró profundo y se acercó a ella. Le tomó la mano y la obligó a levantarse de la banqueta. —Vamos. Le dijo Carlos. —¿ Para dónde vamos? —Me iré en dos semanas. Contestó él—. Si vas a aprender a conducir un auto será en estas dos semanas. Así que ven. Juntos, llegaron hasta una fino Meserati, un de los autos menos costosas de la colección de los San Clemente. Carlos abrió la puerta del piloto y miró a Mariana para que subiera. Pero ella estaba muy pálida —Ven sube al auto sube. Insistió él. Y ella asintió y entró. Se acomodó en el asiento, y Carlos se dió cuenta que su pecho subía y bajaba muy rápidamente, parecido a un ataque de asma. Él dio la vuelta y sentó en el puesto del volante. Durante los primeros minutos, estuvo explicándole los primeros pasos para encender el auto, pero aquello la estresó demasiado y terminó por abrir la puerta y salir corriendo lejos del auto. Carlos fue detrás de ella, cuando pudo alcanzarla, la abrazó para evitar que siguiera corriendo. —Tranquila, todo está bien, aquí estás conmigo. —Mamá iba conduciendo. Lloró ella— Estaba lloviendo, y los frenos fallaron. Los frenos fallaron! Le pregunté a papá por qué los frenos fallaron y me dijo que era extraño, pero no imposible. Ella era muy cuidadosa con su auto, lo llevaba a revisión con puntualidad, ¡ pero los malditos frenos fallaron!. Terminó gritando. Carlos la abrazó para calmarla y cuando se separó de ella por sus mejillas rodaban lágrimas cómo sí estuviera lloviendo. —Eduardo, tiene razón. No es usual que suceda, pero si estaba lloviendo, era muy fácil que ella perdiera el control del auto. —¡ Pero mamá murió, y yo estaba allí dentro! ¡Cuando miro un volante, o el tablero de un auto, no puedo dejar de pensar en ese momento!. Él la apretó más fuerte entre sus brazos, y la escuchó llorar y la sintió aferrarse a él por largo rato. —Me imagino lo terrible que que fue., fue terrible. Le Susurró.—Tu madre era demasiado joven, y tú no debiste perderla de esa manera. Pero los automóviles no tienen la culpa de esto. Ella se separó de él y lo miró directo a sus verdes ojos. —¿ Cómo así ? —Cuando tenía diez años –dijo él—, una vez me quedé solo en casa y tenía hambre. Mamá tardaba, así que decidí prepararme algo de comer por mí mismo. Casi me amputo este dedo –rió él señalándole el dedo pulgar izquierdo, que tenía una pequeña cicatriz—. Desde entonces, le tuve terror a los cuchillos. Mamá me tuvo que explicar que son sólo una herramienta, ni buenos, ni malos. Todo depende de cómo se usen. Si los usas bien, harás cosas buenas con ellos, pero si los usas de manera equivocada, no sólo te harás daño a ti, sino a otros—. Ella sonrió y sorbió sus mocos. —Cada vez que escucho una historia de tu mamá, me cae mejor. —Sí, ella era inigualable y muy inteligente. He aprendido a recordarla con alegría –ella pestañeó al reconocer las palabras que le había dicho frente a la piscina. —.Y tú, Mariana¿ usarás lo que te pasó en ese auto para derrumbarte, o como una fuerza para seguir adelante? –ella terminó sonriendo, sintiéndose halagada porque él había tomado su consejo como bueno. —Tal vez deba. —Entonces vuelve a intentarlo. Una y otra vez. Cuando yo me haya ido, vuelve a intentarlo. Aprende. No necesitas conducir a diario, para eso hay taxis, choferes, metros, buses, etc. Pero aprende aunque sea lo básico. Es como montar bici, una vez le agarras el truco, no lo olvidas. —¿ Vamos? –ella asintió y se dejó llevar por él, que le tomaba la mano y volvía al auto. En esta ocasión, él no hizo que ella se sentara en el puesto del piloto, sino que lo hizo él, y repitió una y otra vez los movimientos para encender el auto, y ella los memorizó. —Este es para acelerar –le repetía él—, éste, para frenar. —Sí, creo que eso no lo olvidaré. —Tendrás que practicar… —Suficiente por el día de hoy. Y salió del auto. Sonriendo, él la imitó. Ya la había presionado bastante, por el día de hoy. Las semanas siguientes, las últimas en la casa, Carlos se concentró en hacer que ella aprendiera. Era su excusa para estar cerca ahora que la iba a dejar de ver. Se estaba dando una dosis de ella, y así, el dolor de haberla visto besarse con otro, se fue aplacando. Ella seguía siendo la misma de antes, bromearon y rieron. Y en un momento, ella fue capaz de sentarse frente al volante sin salir huyendo, y luego hasta llegó a encenderlo. Pero cuando él le sugirió ponerlo en marcha, ella abrió la puerta y volvió a salir corriendo. Bueno, un paso por vez, se dijo él, y se resignó a que el resto ella lo hiciera por sí misma. —No tendré mi licencia de conducir. Se resignó ella—, pero no me importa. Los taxistas se harán millonarios conmigo, tal vez Carlos se echó a reír, y simplemente la dejó en paz. Mariana los acompañó al aeropuerto, al igual que Eduardo San Clemente, que había hecho una pausa en su agenda tan apretada para traerlos. Cuando se hizo el llamado. Carlos se colocaron de pie para abordar el avión, Mariana, lo abrazó y él correspondió a su abrazo, pero al darse cuenta de que Eduardo los observaba atentamente, hizo corto el abrazo y se dirigió a él. —Gracias… por todo hasta ahora. Eduardo sonrió. —Aprovecha bien tu estancia en Harvard. —Eso no lo pongas en duda. —Espero que el apartamento sea de tu agrado. Tendrás que compartirlo con Ricardo, lamentablemente. —Para mí no es problema, pero estoy seguro de que para él sí lo será. —Sólo quiero tener un ojo sobre él. Tal vez tú puedas ayudarme en eso. —Ya me imaginaba, que me podirias algo así. Carlos tomó su bolso de mano y miró de nuevo a Mariana con una sonrisa triste. — Nos veremos de nuevo. Quizá coincidamos en unas vacaciones. —Sí, quizá. Conoce a mucha gente y diviértete. Los años universitarios no son sólo estudiar y estudiar. —¿Por qué le das ese consejo, tan malo ?. Gruño Eduardo —¿ o es acaso lo que piensas hacer tú cuando sea tu turno? —¡Papá!. Quizá en Boston conozca a la que será su esposa—Mucho cuidado con eso!. Advirtió Eduardo mirando a Carlos. Él se echó a reír y se dio la media vuelta para atravesar la puerta de embarque. Escuchó a Eduardo y Mariana aún discutir, pero siguió adelante hasta que sus voces desaparecieron. Lo esperaba una nueva vida. Boston estuvo lleno de trabajo desde el principio. En las primeras vacaciones no pudo volver a la mansión, pues prefirió hacer un curso para aprender francés, obviamente subsidiado por Eduardo, en Francia. Richard se fue de vacaciones al yate de un amigo. En las siguientes vacaciones, la excusa de Carlos para no ir a casa fue que Smith Jhonson un compañero de estudios que estaba en todas las materias con él, lo había invitado a su casa en Los Ángeles. Eduardo comprendió que la playa en verano era mucho más atractiva que venir a una casa donde sólo estaba él, pues esas vacaciones. Mariana las pasó con sus amigas en Florencia, Italia, empeñada a conocer desde ya la ciudad en la que estudiaría, y no puso problema para dejarlo ir, e incluso darle un poco más de dinero que su mesada para que lo pasara bien con su nuevo amigo. Además, ese amigo era el heredero de unos grandes hoteles cinco estrellas. Había que invertir también en las amistades. Y así se pasaron los años. Carlos hacía el trabajo de Richard además del suyo, de modo que a duras penas tenía tiempo para hacer vida social. No salía con chicas, no iba a fiestas, no recibía visitas de sus amigos en su apartamento. Poco a poco fue haciéndose popular por su alejamiento. Pero tenía una deuda que pagar; tenía que ser el mejor por sí mismo, para hacerse un lugar en la vida, tenía que pagarle luego a Eduardo con duro trabajo, y a Richard, por haber aceptado prestarse a este juego y poner de su parte en el pasado. Sin su consentimiento, jamás habría logrado venir aquí, por más que creyera que su inteligencia alcanzaba para los dos. Pero llegó un punto en que empezó a sentirse agobiado, así que cuando, tres años después Eduardo casi le exigió que volviera a casa un verano, él hizo caso. Fue solo, pues Richard había tomado su propio viaje de vacaciones a alguna isla mediterránea con alguna de sus novias en cuanto acabaron los exámenes. Mejor, se dijo. Ya le era suficiente tener que soportarlo en temporada de clases, como para también aguantarlo en vacaciones. Iría a la mansión y se relajaría. Tal vez Mariana no fuera esta vez. Mariana estaba allí. Ah, estaba preciosa, con diecinueve años cumplidos, y más madura, más mujer. Él esperó que estos años por fuera le hicieran olvidarla, pero al parecer no había sido así. Sin embargo, había algo diferente en ella, algo por fuera de los cambios físicos, de su nueva estatura, su cabello increíblemente largo y azabache… ya no tenía ese brillo en la mirada y esa sonrisa que la caracterizaba. Cuando lo saludó, no fue tan efusiva como cuando lo despidió, y no hizo comentarios de ningún tipo por los cambios que seguramente él había presentado. —Estás hermosa –dijo él. Ella sólo sonrió— ¿Estás bien? —Por supuesto, ¿ por qué la pregunta ? —No sé… te noto… un tanto distinta. —No es eso, una cambia, ya no soy una niña y con los años una cambia. —Claro, tienes razón —A ti quería verte, bombón!. Exclamó Emma acercándose a él con una enorme sonrisa. —Hola, Emma, ¿ cómo estás?. Sonrió Carlos —Por Dios, sí te pusiste bueno y muy guapo. Acércate que te quiero dar un gran abrazo. Carlos se echó a reír, y recibió el abrazo de Emma. Se dio cuenta de que también Sophia y Helen estaban allí, y las saludó a todas. —¿ Siempre vienen aquí en las vacaciones?. Les preguntó Carlos, cuando estuvieron al interior de la mansión y Susana les hubo traído bebidas. —No. Contestó Helen —, esto fue una pura coincidencia. Los dos últimos veranos hemos estado por fuera. —Me imagino que extrañabas mucho tu casa. Le dijo dijo Carlos a Mariana, pero ella apenas sonrió. ¿ Qué le pasaba? Se preguntó Carlos. Estuvo allí con ellas un rato, pero luego se dio cuenta de que no tenía mucho de qué hablar, y ellas no hacían demasiadas preguntas, así que alegó que estaba cansado y se levantó. La casa seguía igual, nada había cambiado. Era increíble ver cómo en sólo un año se había acostumbrado tanto a este espacio. La vida en Boston al lado de Richard era complicada, y él no hacía sino estudiar y estudiar. Si las mujeres lo miraban, él realmente no se había dado cuenta de ello, tan concentrado como estaba en sus libros. Tenía dos carreras que hacer, después de todo. —¡ Dios Santo, está bellísimo!. Exclamó Emma cuando lo vio salir y recostando su cabeza al espaldar del mueble en que estaba—En esta ocasión le robaré un beso sí o sí. —¡ Emma, por Dios!. La reprendió Sophia—, ya vas tú otra vez. —Disculpenme muchachas pero es que me gusta desde que lo vi por primera vez! Lástima que esté enamorado de Mariana. —Él no está enamorado de mí!. Saltó a decir de inmediato ¿ No sé por qué siempre dicen eso. ? —Pues te advierto una cosa: ya que tienes la preferencia de él, te concederé el tiempo y el espacio para que hagas algo. Si no haces nada, entenderé que no tienes ningún problema con que yo haga mi avance y haga todo lo posible por conquistarlo. Así que sé sincera ahora mismo y dime si él no te gusta aunque sea un poco. —Qué tonta eres, mujer. Carlos es como mi hermano. ¿ Por qué me iba a gustar en modo romántico? —Vives con él un año y ya lo quieres como tu hermano? ¡ Qué simplona eres, Mariana! —Por favor déjame en paz, ¿ quieres?. —Contestó ella a mi pregunta?. Preguntó Emma mirando a Helen y a Sophia. —No, no contestó. Sonrió Helen mirando a Mariana, que le echó malos ojos. —Bien, si tú no vas a hacer nada, yo sí. Estas vacaciones, ese bomboncito será mío. —Haz lo que quieras. Dijo Mariana levantandose y saliendo de la sala. Helen miró a Sophia, que sonrió negando. Mariana se dirigió hacia la habitación de Carlos, quien estaba leyendo un libro. Cuando Mariana de repente abrió la puerta y le dijo: —Se supone que estás de vacaciones . Enseguida Carlos, que al escucharla prácticamente saltó de su cama, no se esperó que ella entrara aquí. —Hola… El sonreía de oreja a oreja mirándola, y el corazón de Mariana le dolió un poquito. — Estaba echándole un ojo a esto. Me traía recuerdos. —Deberías descansar, no leer más. —Es la costumbre, supongo. Cómo te ha ido en Italia? —Normal, supongo. Dijo ella suspirando, entrando y sentándose a su lado en la cama —.Tengo profesores tremendamente exigentes, y la vida de universitaria es un poco diferente a como me lo imaginé. —Sí, en un principio te crees que todo son fiestas y diversión, y luego te ves hasta arriba de libros y trabajo. Ella lo miró fijamente, pero él seguía sonriendo. —Dijiste que me llamarías de vez en cuando. Le reclamó ella— Y nunca lo hiciste –él esquivó su mirada. —Bueno, tal como te he dicho, he estado muy ocupado. —Éramos amigos, ¿ no? —Claro que sí. Pero… —se interrumpió cuando la escuchó suspirar. Ella se acostó en su cama y miró el techo. —Estoy cansada. Quisiera dormir y dormir. Él frunció el ceño. Mariana siempre había sido muy activa, muy llena de vida; este deseo no coincidía con su filosofía de vida. —¿ Estás enferma? —No, ni lo quiera Dios. Contestó ella sin abrir los ojos, y Carlos se recostó a su lado, escuchando su respiración.—Enma te quiere besar. Dijo ella y eso lo sorprendió—. Dice que le gustas. Él sonrió. —¿ Y tú eres su mensajera? —Le dije que pierde el tiempo contigo. A ti no te gusta ella, ¿ verdad? —Bueno, me cae bien. —¿La besarías?. Preguntó ella abriendo sus ojos y girándose a mirarlo. Carlos apretó los labios sintiéndose feliz, no tenía esta sensación desde hacía mucho tiempo. —¿ Por qué no? No tengo novia. Si la beso, no es como si le estuviera siendo infiel a alguien,¿ no? —Ya. Hombres . El rió ahora en voz alta. —¿ Y tú, tienes novio? —No. — ¿ Y… Ryan? –la sintió ponerse un poco tensa, pero ella cerró sus ojos y guardó silencio por un buen rato. —¿ Finges haberte quedado dormida? sonrió él de nuevo—¿ Tan mal te fue con Ryan que no quieres hablar del tema?. Ella no contestó, sólo movió un poco su cabeza, acomodándose mejor y lo ignoró—. Está bien. Aceptó él, y volvió a abrir su libro. Tenerla aquí, acostada a su lado, era maravilloso. No quiso dañar el momento.
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