Capítulo 4

3470 Words
—Quién rayos eres tú y qué haces en mi casa. Pregunto Richard San Clemente al ver a Carlos sentado en los muebles de una de las salas. Carlos se levantó de inmediato. Lo sabía, sabía que sentarse en la sala era una mala idea, pero Eduardo había insistido en que lo esperara aquí, y ahora uno de los "señoritos " de la casa le estaba reprochando, y él no tenía ninguna excusa, aunque sólo se había atrevido a apoyarse en la punta de uno de los muebles. —Ah… hola… — ¡ Qué hola ni qué nada!. Exclamó Richard mirándolo de arriba abajo con desprecio. Toda su ropa, toda , dejaba ver su pobreza. –Si estás buscando empleo, la puerta de la servidumbre es por por la otra entrada y no se sienta en los muebles ¡ Qué asco! —¿ Qué te da asco ?. Preguntó Eduardo entrando, y detrás de él, Mariana. Carlos se sonrojó de inmediato, avergonzado de haber sido hallado en falta y ser regañado delante de ella. Notó que él había hablado en español, y de inmediato Ricardo cambió su actitud. Sabía que a los niños ricos no les gustaba tropezarse con gente como él, pero ya no podía hacer nada más que aguantarse la pequeña insultada. Mariana le sonrió y Carlos, quería que la tierra se abriera y se lo tragara o quizás, esconderse detrás de un mueble, o algo así. Y luego se sintió estúpido. ¿ Por qué estaba actuando así? Acaso nunca había visto chicas guapas en su vida? Luego de la escena en la piscina, ambos habían entrado, y Susana le había señalado la habitación que ocuparía. Su ropa ya estaba allí, así que se dio un baño (la habitación tenía baño privado) y luego bajó a la sala, pues Eduardo quería hablar con él allí. Mariana al parecer, también se había dado un baño. Lucía el cabello suelto, n***o y largo, muy hermoso, ropa y zapatos diferentes. —Aprovecho que estamos todos reunidos aquí. Empezó a decir Eduardo y los invitó a sentarse. Cuando vio que Carlos, no aún permanecía de pie, lo invitó para que tomara asiento. Carlos lo hizo sin dejar de mirar a Richard, que le volteó la mirada y Eduardo continúo diciendo. —Para presentarles al nuevo m*****o de la familia. —¿ Qué?. Preguntaron Mariana y Richard en coro. —Lo que oyeron, hijos mío. Ratificó Eduardo.—Desde ahora, Carlos es como alguien más de la familia. —Lo recogiste en la calle, o ¿ qué?. Rió Richard. Carlos miraba a Eduardo sorprendido. Nunca se hubiese imaginado algo así. ¿ Esto lo había arreglado su madre con él? —No, Richard. No lo recogí de ninguna parte, no tienes que decir eso. — ¿ Lo vas a… adoptar? Preguntó Mariana mirando a Carlos y éste no le sostuvo la mirada. —No, no lo haré. —Entonces no es familia ni por sangre ni por ley. ¿ Verdad? —Aun así. Siguió Eduardo, mirando a su hijo con severidad—Y quiero que a Carlos lo traten a con consideración y respeto. Entrará a estudiar en la misma escuela que ustedes, y si es lo suficientemente listo. Dijo ahora, mirando directamente a Carlos—, entrará también a la universidad con ustedes. Carlos estaba impresionado. Se le había juntado cumpleaños, navidad, acción de gracias, pascua y día de reyes. Todo junto ese día. — ¿ Por qué?. Preguntó Mariana—. Debe haber una razón por la que quieras meter en tu casa a alguien que, sin ofender, es un desconocido, ¿ no? –ella lo miraba, pero Carlos estaba concentrado en mirar sus manos. —Tal vez lo sea, pero las circunstancias lo han traído a esta casa, y yo he decidido recibir a Carlos–él lo miró—, tu madre siempre habló bien de ti, diciendo que eres un buen chico, listo y responsable. Espero que de ahora en adelante hagas honor a sus palabras y lo seas. Soy un padre muy benevolente con mis hijos, pero ellos mismos te pueden decir que también soy severo cuando son irresponsables, groseros y cuando se quieren pasar de listos. ¿No es así,?. Richard sólo sonrió con sarcasmo y miró a otro lado — ¿ Qué dices, aceptas apegarte a las normas de esta casa? —Sí, señor. Contesto Carlos —¿ Tendrá parte en la herencia?. Preguntó Richard de repente. —Mis hijos son tú y Mariana, Richard. —Ah, bueno. Contestó el adolescente poniéndose en pie, como si eso hubiese sido lo único que le importara. — No es más que un recogido, entonces. Bien. No tengo que preocuparme. No hay mucha diferencia entre tú y un criado, ¿ verdad? . Carlos lo miró sin decir nada, pero sí que se le ocurrían un par de cosas para echarle en cara. Sólo en diez minutos lo había conocido hasta el fondo, pero por respeto a Eduardo se mordió la lengua. Richard salió de la sala, y Eduardo no hizo nada por detenerlo. Cuando se quedaron los tres, miró a Mariana esperando que ella tuviera un mejor comportamiento. Ella le sonrió tranquilizándolo. —Parece que no te resfriaste. Le dijo a Carlos, y éste la miró un poco sorprendido. —Ah… no. Soy fuerte, cualquier cosa no me vence —Eso parece. Me alegra.¿ Le diste la habitación de invitados, papá? —Sí. ¿ Estás conforme, Carlos ? ¿ Quieres cambiar algo de tu habitación?. Su nueva habitación era tan grande como toda su antigua casa. Tenía su propio baño, su propia computadora y un mueble que podría llenar de libros de gusto personal. Sonrió. —No, señor está bien así, gracias. —Bien, me alegra. —No sé si me presenté antes –dijo ella extendiéndole la mano—Yo soy Mariana. Es un gusto conocerte. Él extendió la suya y se la estrechó, extrañamente feliz de poder tomarla. Por lo general, los sirvientes no le daban la mano a los señores de la casa. Tal vez, por una vez en su vida, él ya no estaba por debajo de nadie. —No te vayas, Carlos. Le pidió Eduardo cuando Mariana se retiró salió y los dejó solos. Carlos volvió a sentarse en el borde del mueble, y Eduardo se preguntó si acaso se sentía más cómodo así. También María Guadalupe se sentaba de esa manera en los muebles de esta casa. Era como si tuvieran miedo que los vieran como una falta por usar los muebles de la sala. —Quiero dejar algunas cosas claras antes de que empieces tu vida aquí—Siguió. Carlos tragó saliva y esperó. Cuando Eduardo vio que el chico no lo atacaba a preguntas, sonrió. —Es verdad todo lo que dije, por si dudabas. —No lo dudo, señor. —Para ti, soy Eduardo. Tal vez te cueste un poco, pero llámame por mi nombre. —Esta bien, señor. Diciendo esto se colocó de pie. Eduardo, respiró profundo y le dijo. —Hice un trato con tu madre –siguió, y caminó hacia un mueble donde habían dispuestas diferentes botellas de licor y se sirvió un poco de brandy.—. Ella me pidió que cuidara de ti hasta que te hicieras mayor. Faltan unos pocos años para eso, pero yo quiero proponerte otra cosa. –Carlos lo miró muy atento. —Quiero que trabajes para mí. Por tu madre, sé que estás acostumbrado a estudiar y trabajar al mismo tiempo. No quiero que te desempeñes en las tareas que antes hacías, ni que estés sin hacer nada en tu tiempo libre. Quiero ver de qué eres capaz. —¿ Dónde trabajaría? —En mi empresa. Soy el presidente y socio mayoritario del Grupo Empresarial Global San Clemente. Una de mis dependencias son las tiendas Multimarcas, dónde se vende ropa unisex, zapatos, carteras, joyas, perfumes entré otras cosas. Carlos alzó sus cejas admirado. Conocía las tiendas, aunque sólo una vez había entrado allí para comprarle un regalo a su mamá. — Quiero que me prometas que de aquí en adelante me obedecerás en todo. No importa qué. Por muy absurdo que te parezca, por raro o impositivo, me obedecerás. —Espero no tener que asesinar a nadie. Eduardo no pudo evitar sonreír ante semejante comentario. —No, no tendrás que asesinar a nadie, ni alguna otra cosa que parezca o sea ilegal. Sólo serán tareas que necesito que desempeñes. Y una de esas tareas empieza hoy. Necesito que ayudes a Richard a entrar a la universidad — ¿ Qué? —Es un estudiante de promedio regular. Es listo, pero indisciplinado. Si le ayudas a entrar, tú también estás dentro. —Señor… ¿ ni siquiera estoy seguro de que pueda entrar yo, cómo puedo ayudar a otro? —Por eso deberás esforzarte y dar lo mejor de ti. —¿ Y en qué universidad desea que estudie Richard? —Puede ser de Princeton o en Harvard, preferiblemente Harvard. —¿ Por qué esas? ¿ No podía ser otra universidad ? —Porque son las mejores. Por eso. ¿ Aceptas el trato?. Carlos lo miró arrugando su frente. Como si pudiera decir que no, pensó. —Y si logramos entrar a cualquiera de esas dos universidades, y nos graduamos… ¿ seré libre? ¿O tendré una enorme deuda que pagarle a usted ? Eduardo sonrió otra vez. El chico no era fácil de pelar. —Sí. Tendrás una deuda que deberás pagar con más trabajo. —Me lo imaginé. —Pero ya no serán trabajos de baja categoría, eso te lo garantizo. —¿ Cuando se considerará saldada esa deuda? —Cuando yo lo diga, y no antes. —Y si ¿ decide que seré su esclavo toda la vida? —Te estoy dando la oportunidad de tu vida: vives en una mansión, quizá estudies en una de las mejores universidades del planeta, y tendrás empleo garantizado luego de que te gradúes. Llamas a eso ¿ esclavitud? Sabes cuántos desearían estar en tu lugar ahora? —Tengo ambiciones, pero las ambiciones no serían eso si no consigo lo que quiero por mí mismo. —Ah, no te equivoques, no te regalaré nada. Todo tendrás que pagarlo. Pero ya que veo que estás inquieto con respecto a tu libertad, tu trato terminará el día que yo muera y alguien con la sangre San Clemente pueda liderar mis empresas. —Eso pueden hacerlo Mariana o Richard. —Tal vez. ¿Trato?. Preguntó Eduardo extendiendo su mano. Carlos lo miró por un segundo. Por un lado, pensó que este anciano estaba haciendo un trato con un adolescente. Esto no era legal en ningún estado, que él supiera. Y por otro lado, él tenía razón, era la oportunidad de su vida. Había estado muy preocupado por su futuro antes. Ahora tal vez no sería fácil, pero tenía opciones. —Trato. Respondió, tomando la mano y estrechándola. Eduardo lo miró y sonrió entre orgulloso y aliviado. Todo iba por buen camino. Carlos caminó por unos pasillos y dio con una habitación de juegos increíble. Había de todo allí, cada cosa electrónica con la que él nunca había soñado, cada juguete, cada aparato. Caminó mirando todo un poco sorprendido.¿ Quién disfrutaba de estas cosas? —Todo es mío. Dijo Richard sentado en un sofá en un rincón. Carlos se giró a mirarlo, y lo encontró apoltronado en el sofá de la sala— ¿ Por si te estabas preguntando ? —¿ No me preguntaba de quién era ? ¿ sino quién lo disfrutaba ? —¿ No es lo mismo? —No desde mi punto de vista. Richard lo miró de arriba abajo. Se puso en pie y dio unos pasos acercándose a él y mirándolo con sospecha. Era un chico alto y de espaldas anchas. Llevaba unos pantalones entubados azul celeste, y una camiseta sin mangas de color blanco. El cabello n***o y abundante lo peinaba con gel hacia arriba y Carlos se dió cuenta que llevaba un pilceng n***o en la ceja. Él, en cambio, llevaba un simple pantalón de mezclilla azul oscuro y una camiseta polo de franjas blancas y verdes. Nada de accesorios en ninguna parte, y el cabello lo llevaba sin geles ni cremas en un corte clásico. —¿ Quién eres, realmente?. Preguntó Richard cruzándose de brazos y elevando el mentón. —Mi nombre es Carlos Juárez —No pregunté cuál es tu nombre, sino quién eres. ¿ Por qué papá se compadeció de ti y te trajo aquí?. Carlos esquivó su mirada inquisitiva. Él no tenía esa respuesta. Estaba bien que Edward hubiese querido un poco a su madre, pero hasta él pensaba que todo lo que le acababa de ofrecer era demasiado. —Sólo soy un muchacho pobre, con eso debería de bastarte. —No sé si serás pobre de ahora en adelante. ¿ Ya te dijeron de cuánto será tu mesada?. Carlos lo miró confundido. —¿ Mesada ? —Mariana y yo tenemos una. Podemos comprar todo lo que queramos mientras no nos salgamos del límite. Igual, no podemos. ¿ Cuál es tu monto? —No tengo uno. Richard sonrió. —Entonces sí eres pobre. No puedes usar lo que hay aquí advirtió Richard mirando en derredor con ojos entornados—Todo es mío. Nadie entra, excepto para limpiar. Ni siquiera la estúpida de mi hermana puede venir aqui, así como yo no entro a su estudio. — ¿ Estudio? —Quiere ser pintorcita. Cree que tiene el " Don " — ¿ Tú no lo crees? —Ella es una estúpida, no tiene ningún don. Carlos apretó la mandíbula, molesto. Dio la media vuelta para salir; de todos modos, no le gustaba estar en presencia de semejante personaje. —Tampoco te acerques cuando vengan mis amigos, o amigas. Carlos dió media vuelta para mirarlo. —Ya. ¿ Algo más? —Mmmm. Richard miró el techo, como buscando alguna otra prohibición. — No mastiques con la boca abierta que eso me cae mal, no me hables si no te lo he pedido, por qué los que tengas que decir no me interesa, no te subas al mismo auto con nosotros cuando vayamos a la escuela o cualquier otra parte, no digas por ahí que vives en mi casa, y tampoco se te ocurra fijar los ojos en Helen, por te meteras en tremendo lío conmigo. —¿ Y quién es Helen? —La mejor amiga de mi hermana, es lo único bueno que tiene, me gusta mucho Helen. —Ah. ¿ Algo más?. Richard le volteó le los ojos, tal vez comprendiendo que se estaban burlando de él. —No te pretendas pasarte de listo. —Bien. Hasta luego, entonces. Salió del sala y Richard no le quitó la mirada de encima hasta que desapareció. No le gustaba este muchacho. No le gustaba nada, pero tenía que tragarse su presencia, pues hasta que no se hiciera con el control de la empresa, no podría mandar en esta casa. Le urgía ser el Señor y dueño de todo. Carlos siguió paseando por la casa memorizando los pasillos y preguntándose qué habría detrás de cada puerta cerrada. En una sala, encontró un retrato familiar grande donde estaban Eduardo, Richard, Mariana y una señora que debía ser la madre. Ninguno de sus hijos había heredado su cabello, Richard tal vez tenía su color de piel, mientras que la de Mariana era más como la de su padre. Parecía ser una familia normal. No se les veía ni felices ni desdichados. Observó a la mujer pelirroja e hizo una mueca cuando pensó que tal vez la que hubiese estado pintada allí podría haber sido su madre. No había conocido toda la historia, pero si era cierto que Edward y ella se gustaban cuando eran jóvenes, ella pudo haber sido la señora de esta casa. Ya no había vuelta atrás, se dijo. Las cosas habían resultado muy diferentes. Se giró y encontró en una esquina de aquella sala un hermoso piano de cola color caoba tal como el resto del mobiliario de la sala. Se acercó y se sentó en la banqueta sonriendo. De niño, su madre le había comprado un juguete de piano, que traía demos de canciones populares e infantiles. Había sido, con mucho, uno de los mejores regalos que le había dado, y de los más caros. Luego había crecido y lo fue dejando un poco olvidado, pues se habría visto muy raro que lo vieran tocando en un pequeño piano de sólo dos octavas y con figuras de colores. Destapó las teclas y toco una tecla, cerró los ojos, mientras tocaba otras teclas, lo hacía con una sola mano, pues no tenía ni idea de cómo acompañarse con la otra mano. Tal vez podía preguntarle a Eduardo si podía usar el piano de vez en cuando. Encontraría en la biblioteca partituras y aprendería a leerlas, y así, podría mejorar su técnica. Tal vez venirse a vivir a una mansión no era tan malo. Se detuvo preguntándose si esto era egoísta. Para poder estar aquí, había sido necesario que su madre muriera. Ni mil pianos finos borrarían el dolor por la perdida de la persona más importante. Su mamá. —No pares. Dijo o alguien a su espalda, y él se giró. Mariana se acercaba con una radiante sonrisa y se sentaba en el lado izquierdo de la banqueta. Lo miró con sus ojos chocolates muy grandes. —Yo te acompaño y tú haces la melodía. —No. No tengo ganas. —Vamos. Hace unos minutos lo estabas haciendo muy bien. Me gusta lo que estabas tocando. —¿ Tocas piano? –ella le mostró su blanca sonrisa, y con pericia, puso ambas manos sobre el teclado demostrándole que sabía manejarlo. —Tengo don para las artes. Sonrió ella mirando el teclado y elevando un hombro. — Sé dibujar, sé tocar el piano, y me gusta escribir. —¿ Qué escribes? —De todo un poco. Volvió a reír ella. Y Carlos la miró sorprendido cuando ella empezó la canción que antes él había tocado, pero de una manera mucho más profesional y segura. Pero claro, los niños ricos tenían la obligación de aprender a tocar al menos un instrumento musical, así, su gusto por la música se afinaba y podían hablar y alardear ante sus amigos con propiedad. Lo sabía de primera mano. —Tal vez alguien algún día te la dedique a ti una canción. Carlos se echó a reír. Estudió el teclado, y apoyó los dedos siguiendo la melodía mientras ella hacía el acompañamiento. Las notas llenaron la sala, dulces y melancólicas. Mariana lo esperaba cuando él de pronto fallaba en una nota. Por el momento, ya había una persona fallecida que lo amaba y lo esperaba en el más allá. —Aaah, ¡te gusta la música!. Exclamó Mariana cuando hubieron terminado, como si de repente hubiese encontrado un tesoro. Luego su sonrisa se tornó más bien triste y bajó la mirada. — Richard dice que tocar es una pérdida de tiempo. Lo mismo que mi gusto por la pintura. —Al parecer, Richard dice muchas tonterías. Mariana lo miró directo a los ojos con infinito agradecimiento y un poco sonrojada, pues no había esperado que este chico se pusiera de su parte. Volvió a dedicarse al piano y él la observó mientras ambos guardaban silencio, que era llenado por las dulces notas de la misma canción, que al parecer se había quedado en el corazón de ambos. —La cena está lista. Aviso Susana, haciéndose oír por encima de los acordes. Mariana abandonó el piano y se levantó —Vamos, papá odia que lo hagamos esperar. —¿ Yo? ¿En la mesa?. —No dijo papá que eres de la familia? Los miembros de esta familia cenan en la misma mesa.¿ No es así, Susana? —Hay un asiento dispuesto para ti. Dijo Susana asintiendo. Mariana lo miró, y con la cabeza le señaló la puerta para que echara a andar. Carlos sonrió y la siguió. Se sentó al lado de Richard en la mesa, que estaba a la izquierda de Eduardo y al frente de Mariana. Él lo miró como si no debiese estar allí, pero no le prestó atención. Miró a estas personas preguntándose si de veras esta sería una familia para él de aquí en adelante. Tal vez no debía soñar demasiado, pero tal como había aprendido en su corta vida, debía aprovechar y disfrutar siempre el presente, pues no sabías cuando la vida te volvería a cambiar. Miró a Mariana, que hablaba animadamente de cualquier cosa y pensó que definitivamente le gustaría vivir más momentos hermosos con ella. No sabía por qué, pero mirarla se había convertido en un placer. Y apenas la acababa de conocer
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