Capítulo 3

3717 Words
Mariana vio a su padre subir a uno de los autos acompañado de una mujer y el joven que estuvo mucho tiempo parado cerca de la piscina. Alzó una ceja preguntándose por qué su padre tenía ese tipo de atenciones con un par de personas que de lejos se notaba no eran de su círculo social, sino más bien personas humildes. — ¿ Se fueron?. Preguntó Helen acercándose. Mariana sin voltearla a verla, comentó. —Papá los lleva en su auto. Esto está es muy raro. — ¿Raro por qué? Tu padre es un hombre muy buena gente y muy amable. —No con todo el mundo. Ese chico… creí que venía aquí por un empleo, pero ahora veo que vino tal vez con su mamá, y… no sé qué pensar de todo. —No te preocupes demasiado por cosas como esta. Al menos que estés pensando que, ya que tu padre es viudo ande buscando nueva esposa. Alice miró a su mejor amiga con ojos grandes de terror. — ¿ Tu crees que sea eso? —Disculpa por decir tonterías, no quise empeoré la situación. No me prestes atención. A lo mejor no es nada importante. Helen le dio la espalda y Mariana la siguió haciéndole preguntas. No quería que otra mujer viniera y le robara el poco tiempo que tenía con su padre, ni que ocupará el puesto de su mamá. Él la había mandado traer del internado sólo para pasar tiempo juntos. Y ¿ ahora se iba a buscar una esposa? No, no y no. El auto de Eduardo se detuvo frente a un edificio bastante viejo, pero limpio. María Guadalupe lo condujo hasta el ascensor y fueron hablando acerca del trabajo actual de ella, los estudios de Carlos y muchas cosas igual de rutina. Carlos no comentaba nada, sólo se limitaba a escuchar. Se notaba que entre ellos había confianza, Eduardo bromeaba con su madre y ella reía fascinada. En más de una ocasión había torcido el gesto, pues suponía que su madre se estaba riendo tal vez mucho. Demasiado. —Me voy a mi habitación. Dijo Carlos cuando llegaron al pequeño apartamento y los dejó solos. Eduardo miró a María Guadalupe interrogante. —Tal vez está un poco celoso de ti. Hasta ahora, toda mi atención fue siempre para él. —Quieres decir que no has tenido pareja desde que él nació?. María Guadalupe se sonrojó. —Bueno… No. —Por qué no? Todos los hombres que conociste fueron prejuiciosos y no quisieron a una mujer que ya tenía un hijo? —En parte fue eso. Y en parte… no quería imponerle a mi hijo un hombre que no fuera su padre. —Eso es una tontería, María Guadalupe. Si te hubieses enamorado, habrías tenido tal vez que pedirle perdón a Carlos, pero te habrías casado. María Guadalupe hizo una mueca aceptando que aquello era verdad. Le señaló a Eduardo un mueble y ambos se sentaron en él. —Nunca me enamoré. —¿Ni siquiera de su padre?. María Guadalupe sonrió triste. —Ya sé a dónde quieres llegar, preguntando eso. No quiero hablar de él. —Por lo menos ¿ Carlos, sabe quién es su papá ? —No, no lo sabe; y si llegaras a averiguarlo, por favor, nunca se lo digas. — ¿ Averiguarlo?. Preguntó Eduardomirándola con sospecha. —Es decir ¿ que es alguien a quien yo podría conocer? ¿ Se mueve en mis círculos, María?, por favor dímelo. Ella agitó su cabeza con fuerza, en forma negativa. —Nunca se lo digas. No quiero que tengan relación. Sacrifiqué muchas cosas con tal de evitarlo. Por favor. —Está bien, está bien, pero no te pongas así. A menos que sea un asesino o un mafioso, no veo por qué tanta precaución, pero dejémoslo así. María Guadalupe lo miró agradecida, y él se le acercó más—Pero ten en cuenta que, tarde o temprano, él descubrirá la verdad. No se pueden esconder las cosas para siempre. —Yo espero que en este caso sí. —Había olvidado lo terca que eres. Ella sonrió. —Y yo, lo insistente que puedes ser tú. Él la miró sonriendo, feliz de tenerla cerca otra vez. Ella era hermosa aún para estar cerca de los cuarenta. Su cuerpo seguía siendo delgado, aunque no tanto como antes, y no había perdido su gracia al caminar, ni esa distinción en sus gestos. Haber sido una empleada toda la vida no le había hecho apocarse, y eso le hacía sentirse orgulloso de ella. —Háblame de tus hijos. Pidió ella. Y Eduardo sonrió. —Bueno, son dos. Richard y Mariana. Richard es el mayor y tiene la misma edad de Carlos y Mariana, sólo quince. Es mi princesa. —Me imagino. ¿ Se llevan bien?. Pregunto ella con una sonrisa— Me explico Richard y Mariana. Aclarado la pregunta. —Para nada. Viven como el perro y el gato. —Ah, okey. —Ella estuvo los últimos años en un internado, pero hice que volviera a casa. No quiero que mi hija crezca más tiempo lejos, de su familia.Me estoy haciendo viejo, ¿ sabes? Es una buena chica. Tal vez un poco como todas las de hoy en día, odia las matemáticas, pero le encantan las artes plásticas. He descubierto que tiene don para la pintura. —Qué bien. ¿Y Richard? —Ah, él… no lo sé. Sólo es bastante peleon, me contesta siempre de mala manera, le va muy regular en la escuela, y está todo el día de pelea con su hermana.¿ No sé qué hacer con él ?. —Llenarte de paciencia. Tal vez sólo es cuestión de tiempo. —Sí, puede ser. — ¿ Y …Mía te llevabas bien con ella?. Elrespiró profundo sabiendo que tarde o temprano tendría que contestar a esta pregunta. —Sí. Realmente sí. No éramos muy cariñosos el uno con el otro, y tampoco discutíamos. Éramos buenos amigos, supongo. Ella adoraba a los niños, fue fiel y cumplió perfectamente con su papel de esposa… Realmente no tengo nada que reprocharle, excepto que se haya accidentado de esa manera dejándole a Mariana un terrible trauma. —Vaya. —Fueron tiempos difíciles –siguió él— Richard entró en crisis, y empeoró su comportamiento. Mariana se apegó más a mí, y así siguen las cosas. —Pero lo superarán. Son jóvenes todavía. —Eso espero. Richard a veces me saca de mis casillas. —Sólo es un adolescente. —Pero necesito que crezca rápido. Él la miró en silencio por un momento. Sonrió y dijo: — ¿ Quieres ir a cenar?. Ella lo miró un tanto sorprendida. — ¿ A… ahora? —Sí. Miró su reloj—. ¿Te parece bien si paso por ti a las siete? —Yo… —No puedes decir que no. Me prometiste que saldrías conmigo… a menos que ya tengas un compromiso previo. —Pues no, pero… —¿Crees que Carlos se disgustará? —Tal vez. Dijo ella. —Entonces dile que tú y yo estamos saliendo. Es un adolescente, y si es listo, no le quedará difícil creerlo. María Guadalupe se echó a reír. —Está bien. Pasa por mí a las siete. Él sonrió y se puso en pie. Se despidió de ella y se fue sin agregar nada más. María Guadalupe nerviosa, se camino hacia la habitación de su hijo. Lo encontró con un libro en las manos, recostado en su cama y concentrado leyendo. —Esta noche saldré con Carlos. Dijo ella, y él se movió para mirarla. —Entonces,¿ son novios?. María Guadalupe,se puso roja. —Mmm… creo que sí. — ¿ Te hace feliz?. Preguntó él. María Guadalupe asintió lentamente. Carlos la miró entrecerrando sus ojos. — ¿ No habrás hecho un trato macabro con él donde él te pasa dinero, o cuida de mí y tú estás con él, no? —¡ Claro que no ! Carlos por Dios no digas esas cosas, por favor. — ¿ No hay nada detrás de estas atenciones? —¡ No, por supuesto que no ! —Entonces un amigo al que no veías hace veinte años te propone salir y tú vas?. María Guadalupe cerró sus ojos. —En el pasado él y yo… nos gustábamos. Pero había ese problema de las diferencias sociales; no se pudo. Carlos se había estado entretenido haciendo deberes, pero miró el reloj y se dio cuenta de que eran las dos de la mañana ya. Y su mamá no tenía un teléfono móvil, era demasiado costoso, así que no tenía cómo llamarla. Pero Eduardo sí, pensó, y estaba seguro de que tenían su número en algún lado de la casa. Iba a tomar el teléfono cuando éste timbró. La voz de Eduardo lo sorprendió un poco. —Ya te iba a llamar. Le dijo Carlos, un poco molesto—Dónde está mi madre? —Carlos… —Mira, comprendo que ya son personas adultas y todo eso, pero mi mamá… —Maria se fue, Carlos. Le interrumpió Eduardo. Carlos separó un poco el auricular de su oreja y lo miró. — ¿ Se fue? A dónde se fue? De qué hablas? —Estaba con ella y… simplemente, se fue. Ella ha muerto, Carlos. Carlos sintió su corazón latir aceleradamente, y su piel empezó a sentir un cosquilleo. — La traje al hospital en cuanto pude. Siguió Eduardo, y Carlos notó que estaba evitando llorar—, pero ya no había nada que hacer. Lo siento. Lo siento. — ¿ Qué le hiciste a mi madre? —Te juro que… — ¿ Qué le hiciste ?. Gritó Carlos. — ¡ Nada !. Ella ya estaba enferma! Una afección en el corazón. Los médicos se lo dijeron, le dijeron que no le quedaba mucho tiempo. —Mentira, estás mintiendo. Susurró Carlos, —. Estás mintiendo, tienes que estar mintiendo. —Quedate en la casa, mandaré a buscarte. — ¿ En qué hospital están? —Quedate en la casa. Insistió Eduardo—. Mandaré a buscarte. Y cortó la llamada y Carlos no le quedó de otra,sino esperar que Eduardo, lo mandará a buscar cómo le había dicho. Colocó el auricular en su soporte y se dio cuenta de que había empezado a temblar. Poco a poco las palabras de Eduardo empezaron a filtrarse en su conciencia. Ella estaba enferma ya, no le quedaba mucho tiempo. Sí, él había notado que ella tenía un aspecto más cansado. Luego de ir a ver a Eduardo a su mansión, ella había renunciado a su anterior trabajo, le había dicho que tenía dinero ahorrado como para tomarse un descanso, y él vio confirmada su sospecha de que Eduardo le estaba pasando dinero, pero ahora sabía que no era por eso. Ella ya sabía que iba a morir. Se sintió decepcionado, solo, un poquito abandonado. Ella no le había dicho nada. No le confió su dificultad más grande. Estaba enferma y él nunca lo supo. No fue capaz de llorar. Un chofer llamó a su puerta y lo metió en un auto. Fue a ver el cuerpo de su madre. Vio cómo Eduardo, con ojos rojos, se encargaba de todo, de la funeraria, de su entierro, y él no fue capaz de hacer nada, de sentir nada. Le habían mentido. Lo habían excluido de esta verdad, y se sintió inútil, incapaz; de todo, menos que un hombre de verdad. Mariana iba en el asiento de atrás de uno de los autos de la familia bastante triste. El verano se había acabado, y con él, sus vacaciones con sus amigas. Ahora estaba de nuevo sola en esa enorme casa con el estúpido de su hermano Richard y un papá que últimamente se ausentaba demasiado. Le abrieron la puerta y ella bajó sin muchos ánimos de entrar. ¿ Para qué? Iba a estar todo solo… Y entonces vio al joven de la piscina. Estaba otra vez frente a la piscina, pero ahora no estaba de pie, sino sentado en el suelo, vestido de n***o, abrazando sus rodillas, y mirando las aguas tranquilas. Se estuvo allí mirándolo por espacio de un minuto, pero él no se movió. Era un poco raro. Resignada, entró a la mansión y se encaminó a su habitación. Cuando Susana le preguntó si le apetecía algo de comer, estuvo a punto de preguntarle quién era el chico de la piscina, pero se contuvo. ¿ Qué le importaba a ella quién era él? Entró a su habitación y sacó de uno de los armarios un cuaderno grande de dibujo. Le encantaba dibujar. Además, había descubierto algo que se llamaba memoria fotográfica, y ella la tenía, sobre todo, para recordar formas y colores. Rostros, figuras, paisajes. Ella sólo necesitaba un vistazo para luego plasmarlo. Y lo hacía bien. Se detuvo cuando se dio cuenta de que había dibujado la escena que acababa de ver, el chico de n***o frente a la piscina. Miró hacia la ventana y se dio cuenta de que había empezado a llover. El cielo estaba oscuro habían muchas nubes grises y enseguida, empezó a caer la lluvia eran gotas, grandes y pesadas, caían con violencia contra el techo, los cristales de la ventana y el suelo. Se levantó y miró hacia la piscina. El muchacho seguía allí, bajo la lluvia. ¿ No le importaba coger un resfriado? ¿ O era ella que estaba alucinando? Salió de la habitación y bajó buscando a su padre en su despacho, esperando encontrarlo en casa. Edward estaba sentado en el sofá de su despacho privado, vestido de n***o también, con una mirada triste y distante. —Papá. Dijo Mariana acercándose y preguntando ¿ Quien es el joven que desde hace rato está frente a la piscina. Eduardo elevó la mirada a ella— Lo he visto aquí ya dos veces, y… ¿ Es normal? Quiero decir, está allí, bajo esta lluvia, sin importarle si se enferma. Eduardo soltó el aire en algo que se parecía demasiado a un suspiro. —Es Carlos –contestó. — ¿ De dónde lo conoces? —Es… el hijo de una amiga. —Ya. ¿ Y qué hace aquí? ¿ ¿ Qué hace allí exactamente? Alguien debería ir y decirle que entre. Incluso llegué a pensar que es un poco anormal… —No. Es normal. Es todo lo normal que un muchacho de su edad podría ser. Es sólo que… está muy triste. — ¿ Por qué?. Preguntó Mariana sintiendo curiosidad. —Acaba de morir su madre. Contestó Eduardo y Mariana de inmediato empatizó con él. —Vaya. Pobre. Carlos, no sintió que se había empapado, ni que estaba lloviendo, ni que todo alrededor se había vuelto un diluvio sino hasta que de repente el agua se detuvo. Miró arriba y encontró que alguien sostenía un paraguas para él, lo cual era inútil, pues ya estaba completamente empapado. —Si sigues aquí bajo la lluvia –dijo la voz de una chica aunque era de sospecharse, pues ella tenía el cabello largo hasta la cintura, y tenía todos los atributos de una mujer—, te vas a resfriar ¿ sabes?. Él no dijo nada, sólo miró de nuevo al frente, ignorándola. —Sabes?. Siguió ella—, tengo un grupo de amigas— Carlos no la miró, aunque sí se preguntó qué tenía que ver eso con él—Nos hacemos llamar las sin—madre. Todas perdimos a nuestra madre cuando éramos unas niñas. Él frunció el ceño, pero siguió sin decir nada. La chica se sentó en el suelo mojado al lado de él, y no tardó en mojarse toda también. Llovía a cántaros, y el paraguas no era suficiente para los dos—. La madre de Helen murió de cáncer cuando ella aún era un bebé. Siguió diciendo ella—. La de Emma se fue con un hombre y la dejó con sus abuelos. La de Sophia murió en el parto. Y la mía. Ella suspiró—, murió en un accidente de auto. Se estuvo en silencio por unos segundos—. Yo iba con ella –siguió, y al fin Carlos, giro la cabeza para mirarla. —Recuerdo el momento como si acabara de suceder. Ella perdió el control del auto y estaba lloviendo, como ahora. Nos salimos de la carretera… Sólo tenía siete años. Mi hermano dice que debí morir yo y no ella… Y le tengo terror a los autos. Se estuvieron en silencio por espacio de un minuto, y Alice terminó casi tan empapada en agua como él. La lluvia no había disminuido, por el contrario, ahora se escuchaban truenos a la distancia. —No te digo que con el tiempo van a sanar tus heridas. Siguió ella—. Eso es mentira, nunca sanan. Pero aprenderás a recordarla con alegría, y eso será bastante. Recordarla con alegría, pensó Carlos. Durante este par de días horribles, llenos de funerarias y cementerios, no había pensado en ella con alegría. Sentía ira, sentía decepción. Ella había hecho muchas cosas a sus espaldas, como por ejemplo, decidir que desde ahora viviría en esta casa y que Eduardo San Clemente, tendría su custodia; él era su adulto responsable y apenas se enteraba. Había estado enferma con una grave afección del corazón, pero no había considerado oportuno contarle lo que le pasaba a él, a su único hijo. Tenía derecho a sentirse triste y traicionado. Pero entonces la imagen de ella, abrazándolo y acunándolo en las épocas en que estuvo enfermo vino a él como un rayo de luz en medio de su cielo nublado. Su madre bromeaba con él, reían juntos a menudo y habían desarrollado un lenguaje sin palabras que les permitía comunicarse rápido y eficientemente. Siempre se habían dicho que el uno era el amor de la vida del otro, y así ninguno de los dos se había sentido solo, al menos por su parte. Le había hecho falta su padre, claro que sí, pero tenía a su madre, y sólo con ella se sentía más que afortunado. Ella le había enseñado todo lo que sabía, y cuando él la superó en conocimientos, los papeles se intercambiaron. Fue a trabajar con ella siempre, así estuviera alguno de los dos enfermos o no. Comieron en la misma mesa y el mismo plato siempre, fueran finos, caseros, o comidas rápidas. Cuando era pequeño, ella le tomaba la mano para cruzar la calle. Cuando él se hizo mayor, le tomaba el brazo a ella para que se apoyara en él y no fuera a tropezar. Era su madre, y sólo se tenían el uno al otro, tenían que cuidarse entre sí. —Yo… Empezó a decir él, con voz quebrada, pues el llanto, ese esquivo que no había acudido a él mientras la enterraba, aparecía por fin— acabo de perderla… —siguió— y ya la echo de menos. Y dicho esto, se echó a llorar. Era como si acabara de comprender que ahora estaba verdaderamente solo en la tierra. No tenía más familiares, no conocía a su padre, no tenía tíos, o primos lejanos. No había nadie a dónde ir. De aquí en adelante, debía valerse por sí mismo, sufrir en silencio, alegrarse en silencio. Ausencia, vacío. Esas palabras no llegaban a cubrir ni la mitad de lo que en este momento estaba sintiendo. Su madre había sido siempre la persona más importante en su vida, y ahora no estaba. ¿ Ausencia? ¿ Vacío? Súmale desconsuelo. Nadie le podría regresar a su madre. Se preguntaba cómo era que el mundo alrededor seguía girando, cuando todo su universo se había derrumbado. Ya no había nadie que cuidara de él, descubrió. La persona en la que antes se apoyaba, y se reía de sus aciertos y desventuras ya no eraría allí más. Estaba solo. —Lo sé. Susurró ella, contestando a su queja y apoyando una mano delicada en su hombro—, pero sólo tú puedes hacer que ese dolor se convierta en fuerza. Fuerza para no rendirte y seguir adelante. Carlos levantó su cara hacia ella y la miró al rostro por primera vez. Su belleza exterior concordaba perfectamente con la interior, se dio cuenta; y fue allí, en ese instante, en ese abrir y cerrar de ojos y sin saber realmente lo que estaba pasando, que se enamoró. De una vez y para siempre. Ella sonrió, y Carlos, al ver que estaba empapada, sintió que despertaba de un trance.¿ Por qué estaba él aquí bajo la lluvia? ¿ Por qué lloraba delante de ella como un niño pequeño ?. Cuando no le faltaba mucho para convertirse en un adulto ¿ Cómo era posible que un hombre hecho y derecho como él mostrara tal falta de carácter y permitiera que una dama viniera a rescatarlo a él? ¿ Cómo había permitido que ella viniera hasta él y se mojara también? —Mi nombre es Mariana. Se presentó ella con la misma sonrisa de antes. —Ah… yo… Carlos. Mi nombre es Carlos — ¿ Entramos? —Sí, claro que sí. Desde una de las ventanas de la casa, Eduardo fue testigo de la escena. No alcanzó a sentir celos ni desconfianza. Una voz vino a él como si retumbara desde un lugar olvidado en su conciencia. “Esta sangre está destinada a unirse”. Fue como un golpe en su pecho. ¿Lo que había dicho esa loca a él y a María Guadalupe hacía veinte años era verdad, acaso? ¿ Hicieran lo que hicieran, lo Juárez y los San Williams terminarían juntos? No se había podido con María Guadalupe y con él. ¿ Repararía el Destino este error uniendo a sus hijos? —No es posible. Susurró no sabiendo si reír o molestarse. El chico era un pobretón, hijo bastardo, y tal vez sin ninguna habilidad, pero ya los veía unidos mucho más allá del matrimonio. Los vio caminar bajo el paraguas hacia el interior de la casa. En un momento, les pudo ver el rostro y fue cuando descubrió que él la miraba con una luz que antes no había estado allí, y ella sonreía con alegría, siendo que su hija odiaba a todos los chicos de su edad por causa de su hermano mayor. En ese momento, lo supo. Esta sangre estaba destinada a unirse.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD