Tomamos un taxi que nos lleva hasta su casa. No quería arriesgarme a que él se desmayara durante el trayecto. Al fijarme mejor no, podía creer que siquiera hubiera llegado a la escuela él solo.
Su casa está ubicada a las afueras de la ciudad, en una zona que denominarían alto riesgo. Al provenir de un lugar pequeño y tranquilo, debo confesar, que me aterraba un poco la ciudad y, sobre todo, alejarme de los caminos que me llevaban a lugares que ya conocía. Pero no podía abandonar a mi novio de una semana.
Apenas y el taxi se detuvo y bajamos una mujer de mediana edad, sale de la casa, sé que es su madre pues ella viste un vestido largo y floreado, con el cabello hasta por debajo de la cintura y tiene en sus muñecas pulseras típicas y en su cuello no podía faltar el símbolo de amor y paz. Ella era hermosa, ahora comprendía de dónde de su hijo había sacado su aspecto atractivo. Miré el rostro de Diego, él realmente era guapo, sin embargo, su estado de delgadez, por la enfermedad, lo estaba acabando. Ahora que conocía la verdad podía verlo.
—¡Diego! Me has pegado un susto —se acerca a él y lo toma por ambas mejillas. En otras circunstancias me daría risa, como es que mamá oso revisa a su cría. Pero Diego realmente se notaba enfermo, por lo que, en parte, me hacía ser más empática con su aterrorizada madre.
—Estoy bien, mamá.
—Dejo a Diego en manos de su madre para sacar dinero de mi cartera y pagarle al taxista que esperaba pacientemente su dinero. Claro el taxímetro mientras espera sigue corriendo.
—¡Oh! Preciosa, discúlpame. Te pagaré el viaje.
—No se preocupe, señora. Está bien.
—Entonces, quédate a comer.
Miré a Diego quien intentaba por todos los medios no parecer un muerto viviente, fingiendo una media sonrisa.
—Está bien, Muchas gracias.
Entramos a la casa y Diego de inmediato le dice a su madre que me mostrará su colección de autos miniatura. Como si de verdad me gustaran los autos. Pero apenas llegamos a su habitación me empuja a la pared y me besa con pasión.
Su beso ardiente me desconcierta. Sin embargo, no hago nada para detenerlo, sino que me entretengo devolviéndoselo. Sus manos errantes acarician mi espalda y de pronto ya me está llevando hacia su cama. Me recuesta y se coloca encima de mí. Entre besos él me confiesa:
—Te deseo.
Gemí de impresión, nunca nadie en mi vida me había dicho algo tan parecido a pesar de que Rogelio me llevó muchas veces a la cama. Fue, excitante.
De repente comenzó a subirme la falda por lo que lo detuve. No deseaba que su madre nos sorprendiera en algo tan íntimo.
—Espera, tu madre.
—Ella no entrará. Nunca lo hace —me dice con la voz más ronca y los ojos inyectados de lujuria.
Y le creo.
Cuarenta y cinco minutos después estoy en su baño lavándome cuanto puedo para quitarme el aroma a sexo. ¡Dios! No podría mirar a su madre a la cara, si estoy apestando a eso. También he huido de sus brazos. En medio de la pasión me dijo: «¡Te amo!». Y aunque en ese momento sirvió de afrodisiaco por la manera en que lo dijo ahora no sé si realmente ha hablado en serio o simplemente deseaba decirlo. Al salir del baño noto que se ha quedado dormido abrazando mi suéter, la ronda había sido extenuante para él. Lo único que pude hacer por mi novio, sin moverlo mucho y despertarlo es cubrirlo con la sábana caída de su cama, no le quito mi suéter porque no tengo corazón para hacerlo, se veía muy vulnerable.
Me acerqué a su chaqueta en el piso y saqué del bolsillo interior su deteriorada lista de deseos. Y con pluma de color rosa, escribí:
15. Tener sexo en mi habitación mientras mi madre cocina para mi novia.
Sonrío, luego de colocar corazones a un lado. Doblo la hoja y la vuelvo a meter en su chaqueta. Por último, le doy un beso en la frente y salgo de su habitación.
—¿Señora?
—¡Martha! —Doy un brinco y llevo mi mano a mi pecho asustada. No esperaba que ella estuviera detrás de mí.
—Lo siento, señora Martha. No la esperaba en esa dirección.
—No te preocupes, fui a hablar con mi esposo en la habitación.
Maldije por dentro ambas habitaciones se conectaban y no sabía si ella había escuchado nuestras actividades, puesto que salió de la suya.
—Diego se ha quedado dormido. Por lo que ya me voy.
—Por favor, Alondra —¡ella sabía mi nombre!—. Quédate un momento. No quiero que te vayas sin comer algo, antes.
—Es que… —No tengo excusa y sus ojos esperanzados me desarman—. Está bien.
Más tarde estoy sentada frente a la señora degustando un rico pastel que ella misma preparó.
—¡Está delicioso, muchas gracias! —le comento limpiándome los restos de chantillí de las comisuras de mis labios
—No tienes que agradecerme, al contrario. Es una manera de agradecerte por haberlo cuidado hoy en la escuela y traerlo sano y salvo a casa. Estaba a medio camino a ella cuando me enviaste el mensaje.
—Era lo menos que podía hacer. Él es una persona maravillosa —lo dije de corazón. Él era muy valiente y optimista, no estaba revolcándose en su miseria como yo lo hice hace unas semanas.
—Mi hijo tiene cáncer —me confiesa con los ojos llorosos y el dolor marcado en su voz.
—Sí, lo sé. Me lo confesó cuando fuimos a cenar luego del cine.
—Te agradezco que, estés con él. En sus últimos momentos, sé que fue egoísta de su parte involucrarte en su vida como lo hizo.
—No, no señora. Tengo VIH. Yo… —bajo la mirada. Ella está sorprendida—. Él ha sido, como un rayo de luz, me ha dado mucha paz. No tiene por qué agradecerme porque tal vez su hijo me ha hecho más feliz de lo que yo le he hecho a él.
Ella toma mi mano, y me mira seriamente mientras pronuncia sus palabras:
—Si algún día necesitas algo, lo que sea, Alondra. Nunca dudes en acudir a mí.
—No sé qué decir, señora.
—Cuando Diego era un niño, era encantador. Muy cariñoso y empático. Solía decirles a sus amigos en la escuela que se convertiría en presidente y acabaría con el hambre de África. Él iba en preescolar.
Reí al imaginarme a Diego de cinco años dando un discurso emotivo a su clase de preescolar. Pasé la tarde con ella escuchándola hablar de la vida de su hijo, de los buenos momentos, nunca mencionó nada sobre la enfermedad. Esos recuerdos eran de él y sus padres y por mí estaba bien. También me mostró las fotografías vergonzosas de Diego. Y no pude evitar preguntarle si podía sacarle una foto con mi celular a una de ellas. Ella me la regaló.
Cuando comenzó a caer la tarde, tuve que interrumpir a la mujer para irme. Diego no se había despertado todavía. Así que le dije a su madre que por favor le dijera que lo espero mañana después de clases y que si no podía ir a la escuela me esperara que yo vendría a su casa. No quería que él se arriesgara a salir como lo había hecho hoy. Ella está conmigo fuera de su casa, estamos esperando al taxi particular que me ha llamado y que ha insistido en pagar.
Cuando el coche llega me despido de ella con un abrazo y un beso en la mejilla. Es la mujer más fuerte y gentil a demás de mi madre y la madre de Esteban que conozco. Ella se ha convertido en suegra favorita y posiblemente la única que tendré.
Antes de subir al coche, miro hacia la ventana del segundo piso, en la que creo es la habitación de Diego. Él está allí, observándome con la cortina corrida. Me sonríe y me dice adiós con la mano. Sonrío y llevo un par de dedos a mis labios, deposito un beso y luego lo soplo en su dirección. Él finge atraparlo y comérselo. Niego y le digo adiós con la mano. Cuando mi vista se dirige a la mujer a mi lado ella está mirando su celular. Obviamente, ha fingido no ver nuestras payasadas.
—¡Hasta luego, señora! Ha sido un placer conocerla.
—El placer ha sido mío, Alondra.
Y subo al coche, feliz y nostálgica a la vez.
Durante el trayecto a casa le mando un mensaje a mi madre para avisarle que voy en camino. Antes le había enviado uno donde le informaba a donde iba. Ella me responde con una carita feliz.
Saco la foto de diego y la fotografío con mi celular y luego se la mando a Esteban.
«Mi novio».
«Estoy más guapo yo».
«Por supuesto».
«Tus gustos no mejoran».
Ya no respondo, llevo los audífonos a mis oídos y escucho música durante el trayecto a mi casa.
Apenas he entrado a la casa y mi celular comienza a sonar.
—Diga.
—Alondra, soy Luis.
Miro el identificador y veo su nombre registrado.
—Hola, Luis. Si no me lo dices no me doy cuenta —bromeo.
—Siento mucho, lo que pasó esta mañana. Solo quería disculparme contigo y creo que con él.
—No está conmigo.
—Lo haré mañana.
Ambos nos quedamos cayados.
—Ya me voy, eso era todo. Buenas noches.
—Buenas noches, Luis.
Era extraño como él y yo no podíamos conectarnos de la misma manera en la que me conectaba con Fernando e incluso Diego. Tal vez era porque estaba enamorado y no sabía mentir tan bien como lo hacía Esteban.
Me voy a la cama y antes de dormir le envío un mensaje a Diego.
«Hola, espero que te sientas mucho mejor ahora».
Pero él no responde. Pienso que debe estar dormido. Así que abrazo mi almohada y me quedo dormida.
A la mañana siguiente no me sorprende ver que Diego no está en la entrada de la escuela. David y Abigail están besándose como si más tarde no se fueran a ver. Ahora que tengo un novio ya no me siento tan envidiosa, ahora sé que puedo tener relaciones románticas con chicos solitarios y desahuciados como yo. Sonaba tan frío, sin embargo, la verdad. Nunca estaría con un chico sano con todas las oportunidades del mundo de vivir una vida normal. Con una novia que podía condenarlo a una muerte horrible y segura.
Desvíe la mirada para encontrar a Luis mirándome a mí. Ahora sé que no soy la única envidiosa. Decido entrar a clases, paso a su lado y él me sigue.
—¿Hiciste el trabajo de Historia?
—No. ¿Y tú?
—No. Estuve en casa de Diego hasta tarde, luego, pues se me olvidó.
—¿Y qué hicieron allí?
—Bueno, hablé toda la tarde con su madre —dije con una sonrisa y mis mejillas se sonrojaron.
—¡Vaya! ¿Qué? ¿Estaba asegurándose de que no eres una lagartona que pueda dañar el corazón de su hijo? —aunque sé que lo dijo bromeando, a mí me pareció algo muy grosero, tal vez se debiera a que la mamá de Diego era la persona más gentil y dulce que conocía y que me trató muy bien.
—Si me presentaras a tu madre como tu novia te aseguro que su reacción no sería mejor que la de Diego.
Luis se detiene, ha quedado pasmado. Luego me alcanza y continúa caminando a mi lado.
—Lo siento, no quise ofenderte.
—No lo has hecho, solo no hables de lo que no sabes, te queda mal.
Entramos al aula y nos sentamos en nuestros lugares, obviamente yo en el lugar que era de Fernando.
—Alondra, lo siento. Puedes sentarte donde quieras —se nota apenado, pero lo que hizo y cómo me ha tratado me dejan deseando no estar a su lado.
—No te preocupes, Luis. Este lugar ha terminado por gustarme más.
Fernando llega cinco minutos más tarde. Viene con la camisa desfajada y el cabello todavía escurriendo.
—He tenido que tomar un taxi a la escuela. Me desvelé con el condenado trabajo de historia. ¿Lo terminaron?
—Sí —responde Luis.
—No.
—No inventes, Alondra vale el 60% del parcial.
Levanto los hombros.
Las clases continúan su curso normal. Al final del día nos preparamos para ir a casa. Los chicos hablan de la próxima competencia de Atletismo en la que participará Luis, entonces mis ojos se fijan de pronto en la entrada de la escuela.
La madre de Diego está en la entrada de la escuela con mi suéter en la mano, eso de por sí era extraño, pero verla con la gabardina de su hijo puesta, me causó un presentimiento terrible. La sonrisa que llevaba en los labios se me borra al instante y quiero llorar. Los chicos notan mi actitud y buscan con sus miradas a la persona a la que estoy viendo a lo lejos.
Ellos al igual que yo, notan a la mujer buscando entre los alumnos seguramente a mí. Así que corro hasta ella, terminando con su angustia.
—¡Martha!
Al escuchar mi voz llamarla ella se gira en mi dirección. Sus bonitos ojos oscuros están inyectados en sangre y puedo ver el vacío que hay en su corazón.
Ella da dos pasos hasta mí, no me dice nada, puesto que, seguramente no puede hacerlo. Y no pregunto por qué no quiero escucharlo en voz alta.
Noto a los chicos detrás de mí expectantes. Ella se acerca un poco más y pone en mis manos mi suéter.
—Me dio esto para ti.
Era un sobre blanco cerrado. Tal vez ella vio la devastación en mis ojos por lo que se acercó y me dio un beso en la frente. Las lágrimas comienzan a caer por mis mejillas, por lo que, la abrazo con fuerza. Era una tontería que ella me estuviera consolando cuando debería ser yo quien intentara darle una frase empática.
—No llores, pequeña. Él se quedó con nosotros mucho más tiempo del que debía.
—Pero, ¿por qué ahora? ¡Dijo que le quedaban tres meses de vida! —estaba siendo una necia, idiota. Lo sé. Es que yo no quería que él se fuera así. Sin previo aviso—. Dijo que iríamos a un viaje de paracaídas este sábado. Dijo que terminaríamos el domingo. Que tal vez, pasaríamos los siguientes días mirándonos de lejos hasta que alguno de los dos decidiera hablarle al otro.
»Le dije que lo llamaría a media noche y que le diría que lo extraño. Nos íbamos a reconciliar y luego terminar. Pero que llegaríamos a quedar como buenos amigos. Él no puede simplemente irse sin decir adiós.
—¡Oh, por Dios! Alondra, él tenía tres meses de vida hace ocho meses. Estos eran sus últimos momentos.
Mire a la mujer, totalmente desconcertada. Él me mintió. O tal vez, no quería parecer tan desesperado.
—Gracias, lo hiciste muy feliz. Lo vi sonreír de nuevo en estos últimos momentos de su vida. Lo hiciste feliz.
Tras unos minutos más de permanecer abrazadas ella besa mi mejilla y me suelta.
—Su funeral será mañana. Él murió esta madrugada.
—Siento no haber estado allí.
—No quería que lo recordarás así.
Asiento en comprensión.
—Disculpe, señora. Soy compañero de juerga de su hijo. Fui quien lo llevo a su casa, el día de la fiesta o siguiente día, mejor dicho.
—¡Oh! Sí te recuerdo. Muchas gracias por eso.
—¿Podemos ir al funeral?
—¡Oh! Claro, muchas gracias.
Fernando abraza a la mujer muy fuerte. Ese abrazo fue como si le inyectara energía a Martha, porque cuando la soltó ella se notaba más recompuesta.
—¿Quiere que la acompañe a su casa?
—Muchas gracias, Alondra. Tomaré un taxi.
—Señora, yo la llevo a su casa —Luis le informa.
Mi hermana y yo vamos a la casa. Me cambio de ropa a la misma que llevé en mi única cita con Diego. Veo el sobre que me mando con su madre en mi cama al lado de mi suéter. Lo huelo y noto que lleva su aroma impregnado. Perfume y fármacos.
Abro el sobre y saco la hoja. Es la lista de deseos de Diego.
16. Decirle a la chica que amas, que la amas.
Y me parte el corazón. Veo que detrás de la hoja hay un título que dice:
«Lista de deseos de Alondra».
Entiendo lo que él quiere que haga. Diego quiere que comience a vivir, a vivir de verdad, sin miedo.
Tomo una pluma, antes de escribir pienso en lo que realmente quiero hacer. Leo la lista de deseos de Diego y veo que ha coloreado mis corazones y colocó el símbolo de la paz.
Pienso de nuevo en lo que quiero, lo que mi corazón realmente quiere. Pero no encuentro algo que amerite estar en la lista. Doblo la hoja y la guardo en mi cartera. Pienso que ya habría tiempo, para encontrar lo que realmente deseo.
Abigail y yo llegamos a la casa de Diego, había mucha gente reunida. De todo tipo. Me acerqué a la señora Martha y volví a abrazarla. Ella era una mujer muy fuerte, pero también se notaba que había pasado por mucho que ahora saber que su hijo ya no estaba sufriendo de alguna manera fue un consuelo.
El padre de Diego era alto y delgado, como él. No llevo flores, como se acostumbra, sino que llevo un par de cervezas. De pie en su féretro abro una y comienzo a beberlas. Nadie dice nada. Creen que tal vez, es una promesa o última voluntad.
Por la noche mi mamá llega y tras un par de horas, regresamos a casa. Luis nos lleva.
Recostada en mi cama, recuerdo a Diego. Y su manera de decirme que me ama. Sonrío, porque de alguna manera, también lo amo. Tal vez, porque me mostró que no todo está perdido y el tiempo de vida de las personas realmente es irrelevante, siempre que la vivas de una manera única y satisfactoria.
Tomo mi celular que está debajo de mi almohada. Y busco en mis contactos a Esteban.
—¡Hola! —responde adormilado.
—Hola.