ROGELIO

3591 Words
Cuando llego a la escuela veo a Rogelio hablando animadamente con su mejor amigo Alonso. Se conocían desde la secundaria y decían que era el hijo de un proveedor de drogas en su comunidad. Yo lo creía, pues ese día en la fiesta, Alonso fue quien llevó la droga que, más tarde, varios chicos consumieron; entre ellos Rogelio y yo. Es loco pensar que ni siquiera sabía que Rogelio le hacía a la cocaína.  Entre sus manoteos, mi ex vio en mi dirección. No quiero hablar con él por lo que sigo mi camino hasta el aula. Sin embargo, antes de cruzar la puerta, Rogelio ya está caminando a mi lado. —¿Qué pasó? ¿Te hiciste la prueba? Él quería saber si como los demás también era portador. Era estúpido, muy a mi parecer, pensar que no. Lalo que, había ido al hospital por una sobredosis de heroína una semana después de la fiesta, ha dado positivo a la prueba del VIH. Los médicos lo salvaron, obviamente, no obstante, a cambio le dieron la terrible noticia. Cuando la madre de Lalo, la señora Rodríguez, lo supo no podía creerlo, él no era la persona más amable del mundo, pero había sido un buen estudiante hasta que comenzó a meterse en problemas. Lalo, en medio del dolor de la abstinencia le confesó a su madre quién, algunas veces, le proporcionaba la droga. La señora Rodríguez buscó en los contactos del celular de su hijo el número de Alonso, lo llamó para amenazarlo con denunciarlo a la policía. Esa misma tarde tras discutir acaloradamente, la mujer, finalmente le confesó que Lalo había dado positivo en la prueba del SIDA. —Déjame en paz. —¡Vamos, Alondra! Alonso dio positivo y Juana también. Juana era su otra novia. Cerré los ojos con fuerza. Rogelio era realmente un idiota. —¿Entonces la contagiaste? —suelto más con sarcasmo que con incredulidad. —¡Yo no la contagié! ¿Vas a empezar de nuevo con eso? ¿No tengo ni tuve nada que ver con ella? —Ella no fue a la fiesta, ¿cómo se contagió? El día de la fiesta, Rogelio me obligó a tomar, y borracha, accedí a drogarme. Esa noche no volví a casa, amanecí en la cama de Ofelia, la chica de la fiesta, con Rogelio y otras seis personas, entre ellas Lalo y Alonso. Todos igualmente drogados y desnudos. Ese día terminé con Rogelio. —Es una puta, tal vez se acostó con Alonso, yo qué sé. Parpadeo un par de veces, la bilis llega hasta mi boca. Era un cínico sin sentimientos. Tan frío a veces que no sé que tenía en la maldita cabeza para haber accedido a ser su novia. —¡Cállate! ¡Eres… un idiota! ¡Una porquería de ser humano! Rogelio lleva su mano a mi cuello y me azota contra la pared. Tengo miedo, está volviéndose loco. Sus ojos rojos y brillosos, además, de sus labios resecos me dicen que está drogado. —¡Mira, niña estúpida, será mejor que me digas si estás contagiada o no o…! —¡Suéltala! —Esteban llega detrás de Rogelio. Rogelio me suelta para girar su cuerpo hacia Esteban, lo mira con furia. Y mientras discuten, aprovecho para entrar al salón y llamar al profesor. —¡Profe! ¡Rogelio está provocando a Esteban! El profesor Beto, de matemáticas, sale de inmediato y encuentra a Rogelio empujando a Esteban. La algarabía no se hace esperar, mis compañeros salen de inmediato para apoyar a su favorito. Y yo solamente voy a sentarme a mi lugar habitual. Juana está sentada en la esquina del salón. Lleva puesto un Jeans oscuro, sudadera verde y tenis tipo converse, su cabello está despeinado y no lleva maquillaje. Ella no parecía ser la misma chica que usaba minifaldas, blusas escotadas y un exceso de maquillaje en el rostro. Al parecer, siente mi mirada porque levanta la cabeza del piso solo para encontrarse con la misma mirada apática que ella. —¡Pinche bocona! —me dice con odio y desprecio. Frunzo el ceño, asombrada por su estupidez. —¿Después de lo que te hizo lo defiendes? —la cuestiono totalmente incrédula. Rogelio la contagió de sida ¿y ahora lo defiende y me ofende, porque lo he acusado con el profesor? —Fuiste tú. Mis ojos se empañan. —Pues eso no te hubiera pasado si no anduvieras de puta con los novios de otras. Ella no me responde, pues el profesor entra con el grupo detrás de él para iniciar la clase. No veo a Rogelio ni a Esteban, muerdo mi labio inferior. Estoy preocupada. Y cuando estoy a punto de levantarme, Esteban entra al aula. Su mirada se cruza con la mía y luego me sonríe. Esteban camina entre las filas y se detiene frente a mí, lleva sus libros en un bolso de tela, se sienta en la silla de enfrente y coloca su bolso sobre sus piernas. Saca su cuaderno y lapicero, sin mirarme, ni hablarme. Él solamente lleva su brazo detrás de su espalda y extiende su mano para que yo la tome. Lo hago. Él era así, daba consuelo sin decir nada. Y eso estaba bien, porque no existían palabras exactas para consolar a alguien que tenía su vida arruinada. Tomé su mano con mi mano derecha y la apreté, como si con esa acción gritara mi impotencia. Puse mi otro brazo sobre la mesa y me recargué en ella escondiendo mi rostro lleno de vergüenza. Juana tenía razón, yo contagié a Rogelio, pero únicamente porque lo seguí en todas y cada una de sus locuras. Entonces no podía culpar a Rogelio, ya que al final fui yo la que tomó la decisión de estar con él, de aceptar sus chantajes emocionales. Solté a llorar lo más silenciosamente posible. No quería estar aquí, no obstante, mi madre ha recibido un correo del director preguntando por mi ausencia. Esta mañana ella me enfrentó, pero como soy una cobarde no pude decirle la verdad, ella está molesta conmigo y me ha dicho que no quiere volver a ver a Rogelio rondándome. Quiere que saliendo de la escuela vaya directo a casa, me ha preguntado si estoy embarazada, me ha preguntado por el bajo rendimiento en mi escuela y si es que yo me estoy drogando. Y después de todos sus cuestionamientos le he mentido a medias diciéndole que rompí con Rogelio, y que he estado deprimida. Lo creyó. Me hizo prometer que ningún chico se interpondría en mis estudios, yo quería ser periodista. Vaya, si ahora nunca habrá un chico en mi vida, no habrá distracciones y que, si bien me va, tal vez podré durar una década o más. Al menos, eso es lo que ha investigado Abigail. Cuando el profesor acaba su clase, Esteban se gira hacia mí. Tenemos quince minutos antes de que el siguiente profesor llegue. —Ayer tu mamá llamó a la mía. Le preguntó si estábamos peleados ¿o qué? No supo qué responder. Lo escucho susurrar muy cerca, seguro su rostro está a unos centímetros de mi cabeza. Me enderezo lentamente para descubrir mi rostro o por lo menos una parte de él. Esteban está cubriéndome de los ojos indiscretos de mis compañeros, con su cabeza. Por lo que puedo limpiarme las lágrimas con la manga de mi suéter sin que nadie note que estoy llorando. —Lamento que mi mamá moleste a la tuya —me disculpo. Aunque a las dos mujeres les gusta hablar. —No hay problema, pero ella me preguntó si andabas en malos pasos. —Esteban sonríe. —¿Qué le respondiste? —Frunzo el ceño, no quería que su mamá pensará que no soy buena compañía para su hijo. Perder la amistad de Esteban es lo único a lo que le tengo miedo. —Que no lo sabía —me dice con su cara de pillo. Le sonrió en agradecimiento. Para mi no existe una persona más leal que él—. Me alegra que estés aquí. —¿De qué me servirá todo esto? —¡Oye! No digas eso. Para mucho, ¿sabes? —Juana también… está contagiada —susurré. —Era de suponerse —afirma—. Rogelio te estaba lastimando, ¿cuántas veces pasó eso? Niego con la cabeza. No deseo que se meta en más problemas por mi causa. —Solo está nervioso. Quiere saber si me hice la prueba y qué salió. Esteban resopla molesto. —¿Por qué no va y paga su propia prueba? —Tiene miedo del resultado, supongo. —Todavía recuerdo el terror en sus ojos. —¡Idiota! —Esteban y yo nos miramos a los ojos, era bueno saber que no encontraba lástima e ellos—. ¿Cuándo irás con el médico? Tapo mi rostro con mis manos, tengo miedo. —No lo sé. Primero debo decirle a mi madre y luego… —¡Alondra! Mi nombre resuena en el aula. Alonso estaba en la puerta del salón con un semblante pálido. Todo el grupo mira hacia él, e inmediatamente después se escuchan gritos en el pasillo. Mis compañeros, atraídos por el escándalo de afuera, comienzan a salir o asomarse por las ventanas. Alonso permaneció mirándome totalmente estático. Alguien que había salido a ver lo que pasaba entra corriendo y grita: —¡Alguien se tiró de la azotea! Alonso camina hasta mí, mientras que Esteban se pone de pie. —Rogelio dio positivo y se ha tirado del techo —dijo fuerte, completamente asustado. —¡Mierda! —maldice Esteban. Me puse de pie y quise salir del salón, no obstante, Esteban me lo impide. Juana que ha escuchado a Alonso, sale corriendo. No puedo creerlo, Rogelio se había hecho la prueba, pero no fue capaz de abrir el sobre de los análisis. Él quería que yo le dijera lo que ya sabíamos. Él no quería estar solo y lo abandoné. —¿Estabas con él? —Esteban le pregunta al tembloroso Alonso, mientras que, lo obliga a sentarse. —No, me envió un mensaje antes de tirarse —nos muestra la pantalla de su móvil. «Soy positivo, voy a matarme»—. Salí de laboratorio en cuanto lo leí, pensé buscarlo primero en los baños, pero cuando iba hacia allá, escuché que algo cayó del cielo… ¡Era él! A este punto Alonso, estaba temblando, completamente asustado. Lloraba como un niño pequeño. Y yo me aferraba a los brazos de Esteban. —Ustedes… ¿qué hacen allí? —nos pregunta un profesor desde la entrada del salón—.  ¡Váyanse a sus casas ahora, se suspendieron las clases! Salgan sin detenerse y Esteban… que la chica no mire hacia el patio. Esteban asiente. Tomamos nuestras cosas y salimos sin mirar a ninguna parte que no fuera el piso. Alonso siguiéndonos. Al salir de la institución, Alonso se detiene frente a nosotros, no sabemos qué decir. Ambos lloramos, era evidente de que estamos aterrados. Luego, sin decir nada, Alonso da media vuelta y se marcha sin mirar atrás. Esteban me acompaña hasta mi casa. Abro la puerta con mis llaves y lo dejo pasar primero. Mi madre no está, ella trabaja en una maquiladora ocho horas diarias, pero si puede hacer horas extras, ella siempre las hace. Esteban deja su morral en el piso, va a la cocina y del estante superior saca dos vasos, y luego, abre el refrigerador para sacar una jarra de agua fresca. Dejo mi bolso al lado del suyo y me uno a él en la cocina. Me siento en la mesa y espero a que me pase mi bebida. —¿Quieres que esté contigo para cuando hables con tu madre? —me pregunta. Pone el vaso frente a mí y después toma mis manos. Su piel es cálida y da confort a mis manos heladas. —No. No es tu responsabilidad —le digo. Ha hecho tanto por mí e incluso me salvó la vida. —Lo sé. Ambos guardamos silencio, pero es él quien lo rompe con una pregunta que no deseo responder. Sin embargo, siento que se lo debo. Él ha estado apoyándome. —¿Qué pasó ese día? ¿Cómo fue que…todos ustedes? —Fue una orgía —respondí con vergüenza—. Comprendería si… ya no quieres hablar conmigo. —¿Estás hablando en serio? Alondra, no me importan tus preferencias sexuales. Solo quería entender cómo es que… Alonso y Lalo… —Ofelia y Daniela… Seguramente, también están contagiadas. Esteban suspiró fuertemente. —Lo sabrán —levanto la vista hacia él—, los policías lo sabrán. Cuando encuentren el teléfono de Rogelio, verán el mensaje que le envió a Alonso y las conversaciones que haya tenido sobre eso. —¡Maldición! —maldigo. Me suelto de las manos de Esteban y tomo mi vaso. Bebo hasta la última gota de agua. —Debes decirle a tu madre esta noche. —Lo haré. ¡Dios! No puedo creer que lo haya hecho —comienzo a llorar. —Sí, yo tampoco. No debió hacerlo. Ahora hasta me siento mal por él. Me levanto y camino hasta el sofá, donde tomo asiento, Esteban se une a mí. Me abraza y cierro los ojos solo para descansar un momento. Pero, me quedo dormida entre la seguridad de sus brazos. Me despierto al escuchar la puerta de la entrada de la casa cerrarse, es mi madre que ha llegado de trabajar. Mi hermana está sentada mirando la televisión en el otro sofá, Esteban no está por ninguna parte. Abigail gira su rostro hacia mí, dejando de lado el programa de televisión de preguntas y respuestas. —Esteban se fue hace dos horas, me dijo que lo llamaras en cuanto hables con mamá. Quiere saber si necesitarás que venga mañana a verte antes de la escuela. Miró hacia abajo estoy cubierta por la enorme chamarra de Esteban, es calientita por dentro, pues está llena de piel de borrego. Me acorruco un poco más en ella, mientras espero un poco ansiosa la aproximación de mi madre. Ella está lavándose las manos en el lavabo del baño al lado de la puerta de la entrada. Por lo que no nos ha visto aún. Cierro los ojos e intento fingir que sigo dormida. No puedo enfrentarla todavía y tampoco puedo mirarla a los ojos, porque de inmediato sabría que algo muy malo está ocurriendo. Escucho los pasos de mi madre acercarse. —Hola, mi niña. ¿Cómo están? —Mi madre le da un sonoro beso a mi hermana. —Bien, mami —ella le responde. Mi madre me quita de la cara el trozo de chamarra que escondía mi rostro. —Sé que estás despierta. —Ella me empuja y se sienta. Mi cabeza queda apoyada en su regazo. Mamá peina mi cabello con la mano. —Pon la novela, Abigail. Mi hermana rueda los ojos y con una mueca en la boca toma el control y cambia el canal. —¡Oh! Justo a tiempo. Mi madre está contenta, es una mujer sencilla y fácil de complacer. Su largo cabello n***o está recogido en una sola trenza. Su piel morena, a veces brilla en un bonito tono dorado cuando la luz del sol toca su piel. Ella es hermosa y todavía es muy joven. Sin embargo, ella nunca se volvería a casar, mi madre vive para nosotras. —¡Mamá! —Ella no me mira, la imagen en la pantalla es más interesante que yo. Lamento tener que borrar su sonrisa alegre por haber llegado a casa para ver por lo menos el final del capítulo de su telenovela. —Mmm —Tengo sida. Mi hermana me mira con horror. No entiende que no hay manera sencilla y menos dolorosa de decir la verdad. Mi madre ha bajado la vista hacia mi rostro. Su mirada es intensa y yo soy incapaz de mirarla. Las lágrimas comienzan a salir de mis ojos a caudales. Abigail se levanta del sillón y se arrodilla en el piso junto a mí. Ella me abraza. —Alondra, ¿qué estás diciendo? —la voz temblorosa de mi madre me provoca más llanto. —Lo siento, mamá… Lo siento. Mi madre levanta mi torso, giro mi rostro para no mirarla. Pero mi madre, Lorena, me sacude. —Mírame, Alondra. Mírame. Ella toma mi rostro entre sus manos y me hace mirarla. —¿Por qué dices eso tan feo? —Me hice la prueba, estoy contagiada y… —¿Rogelio? ¿Fue Rogelio? —ella se pone en pie, casi me tira del sofá, ero Abigail me detiene. Mi madre está encolerizada, aterrada. Suelto un sollozo lastimero. ¿Cómo le dices a tu madre que no toda la culpa es de tu novio? ¿Qué hay más involucrados y que todos tenemos miedo? ¿Cómo le dices que tu novio se ha quitado la vida? ¿Y que tu misma lo intentaste hacer, porque eres igual de cobarde? Niego con la cabeza, porque esa es la realidad. No podía mentirle para guardar mi buena imagen cuando en realidad pronto la bomba explotaría en nuestros rostros cuando la policía encuentre entre las cosas de Rogelio la causa de su suicidio. —No, fue en una fiesta. Participamos en una orgia y uno de los chicos era portador. Él no lo sabía. Nos enteramos hace dos meses. —¿Qué? ¿Qué has hecho, Alondra? —Mi madre está horrorizada, una de sus manos tapa su boca, callando los sonidos lastimeros de su llanto, del dolor que le he causado, de la vergüenza que le he dado. Mi hermana se sienta a mi lado y toma mi mano, ella me apoya. Está conmigo y quiere que lo sepa. —Lo siento, mami, lo siento. Eso es todo lo que puedo decir. Y más tarde decirle a mi madre que Rogelio estaba muerto y el por qué, fue mucho peor. Porque la carga emocional explotó por fin en el instante en que reconocí en voz alta que Rogelio estaba muerto. Que nunca volvería a verlo. Pudiera ser que no fue el amor de mi vida, pero era mi amigo, también fue mi amante, mi pareja y no merecía la muerte solo por ser un mujeriego, un chico que tomaba todo como un juego. Esa noche no dormimos, esa noche cambié nuestras vidas, tal vez fue antes y yo apenas me di cuenta. A las seis con treinta el teléfono de la casa comenzó a sonar una y otra vez. En algún momento de la noche nos trasladamos de la sala a la alcoba de mi madre.  Allí las tres nos quedamos dormidas, por lo que cuando desperté, mi cuello estaba torcido. Ellas todavía dormían profundamente.  Salí de la cama y miré el cielo, apenas comenzaba a amanecer. El teléfono volvió a sonar y pronto me dirigí a la cocina. —¡Hola! —¿Alondra? —Alonso, ¿qué pasa? —La policía vino a noche a casa, me interrogaron y bueno tuve que decir la verdad. Solo quería prevenirte. Al parecer, nos darán ayuda psicológica a todos los involucrados. Me pidieron la lista de nombres de los que participamos en eso... Nos citaran para realizarnos estudios y… —¿Aunque, ya tengamos el resultado? —No lo sé, tendrías que decirles. ¿Irás a la escuela? —No quiero ir más, anoche hablé con mamá y… ya te imaginas. —Sí. Mi madre está desecha, y mi padre se ha dado a la fuga en cuanto vio que la policía tocaba la puerta. Pensó que venían por él. —¿La mamá de Lalo ha hablado con ellos? —Sí, pero no dijo quién le daba la droga. Creo que se ha compadecido. —¿Qué has sabido de la familia de Rogelio? —Su madre hará una misa esta tarde y mañana lo enterrarán —Alonso, comenzó a llorar—. Era mi mejor amigo. No pude responderle, todavía sentía resentimiento, a la vez que pena. —Debo colgar, tengo que prepararme para la escuela. —Sí, sí claro. Lamento haberte molestado. —No te preocupes, te agradezco por la información. Al terminar la llamada me giro para regresar a la recamara, pero me encuentro a mi madre mirándome de pie junto a la puerta. —Era Alonso, hoy habrá una misa para Rogelio y mañana será el entierro. —¿Irás a la escuela? Me levanto de hombros. La verdad es que quiero saber qué ocurrirá con nosotros. —Supongo que no hay mucho que pueda hacer aquí. La verdad es que no quiero salir de la cama, pero... —¿Irás al funeral? —Sí. Mamá. La policía pidió la lista de nombres de las personas que nos reunimos aquel día. Nos brindarán asistencia social. Solo quiero que sepas que pronto todos en la escuela sabrán sobre esto. —Alondra, es posible que sufran discriminación por parte de sus compañeros e incluso maestros. —Lo sé. Pero realmente no importa lo que piensen. Mi madre asiente. —Ve a bañarte, prepararé el desayuno.   Ese día mi madre decidió llevarnos a la escuela. Cuando llegamos, padres de familia estaban de pie con carteles que decían: Fuera la infección. No los queremos en nuestra escuela. Mi madre tenía razón. Y realmente no entendía cómo sucedía esto en nuestros tiempos, donde la información estaba a la mano. No era como si pudiéramos contagiar a alguien con solo respirar.   
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