Larguirucho se nota nervioso.
—Quiero darte las gracias por lo que hiciste ese día por mí. Realmente necesitaba ahogarme en alcohol.
—Bueno, no lo hagas un habito.
—Tengo entradas para el cine y me preguntaba si quisieras ir conmigo.
Él, como había dicho antes, es un chico con el rostro de una persona agradable. Pero su nerviosismo me indica que él no quiere realmente mi amistad.
Es cuando confirmo todavía más, que debo siempre hablar con la verdad. Así que, diciéndome internamente: «Alondra lo que será, será», le confieso mi secreto.
—Es que ni siquiera sé tu nombre y además estoy segura de que no quieres salir con una chica que es VIH —le susurro al oído lo último.
Él me mira con esa cara de desconcierto que ahora se me hace más común y menos incómoda para mí, y por supuesto la situación me causa menos dolor.
—¿Es eso verdad o solo estás rechazando mi invitación?
—Eso es verdad.
—¡Oh! Yo… no… no sé… —Él comienza a tartamudear por lo que lo detengo antes de que diga algo realmente estúpido.
—No digas nada. Está bien. De verdad.
Él mira sus manos antes de levantar de nuevo su vista hacia mí.
—Bueno, yo realmente no sé con quién ir.
—Es que ¿no tienes amigos?
—No, no muchos… Bueno, en realidad, no.
—¿Por qué no vamos todos como amigos? —Fernando se posa a mi lado.
—Solo tengo dos boletos… —dice a lo que Fernando se aleja pues a captado la indirecta de «Lárgate ahora estoy intentando algo con ella»—. ¿Te gustaría acompañarme, Alondra?
Larguirucho me dice y tras pensarlo solo un par de segundos, acepto. Porque quiero tener amigos, quiero ser honesta con ellos. Quiero ser normal.
Cuando regresamos de nuevo al aula, Luis está escribiendo en su cuaderno, sigue con ese feo ceño fruncido. Niego con la cabeza, realmente no le sienta bien estar molesto.
Camino hasta mi lugar, que está a su lado, y saco mi libro de historia, era hora del examen, por lo que me pongo a repasar.
—¿Vas a ir con él?
Su tono de voz frio y lleno de reproche llama mi atención más que la propia pregunta.
—Sí.
En ese instante levanta su rostro de su cuaderno y me mira con incredulidad. Lo cual me llena de rabia y dolor. ¿Qué se pensaba? ¿Qué se creía?
—¿Por qué?
—Por qué, ¿qué? —lo cuestiono retadoramente. Él endereza su espalda y me mira con ojos fríos.
—¿Y ya lo sabe?
—No es de tu incumbencia.
Cierro el libro me levanto de mi silla dispuesta a salir del aula hasta que la profesora llegue. Pero, Luis toma mi mano, deteniéndome en mi sitio. Su mirada llena de fuego y rabia ya no está. En su lugar, hay una de dolor y reproche.
Me asusta pensar que piense cosas terribles de mí, me enoja que lo pueda hacer. Me importa que su imagen sobre mi sea la de una buena chica. Luis se pone en pie y se me acerca, quiero dar un paso atrás.
—¿Podemos hablar a solas un momento? —me dice muy quedo.
—Sí.
No suelta mi mano, me conduce fuera del aula, allí me lleva hasta las escaleras y en lugar de bajar como lo supuse comienza a subir.
—¿A dónde vamos?
Le pregunto.
—A la azotea. ¿No es evidente?
No, no lo era para mí. El lugar está solo. Camina detrás de los los tinacos de agua. Allí me mira.
—Me gustas, Alondra. Me gustas y mucho. A veces, creo que yo también te gusto. Pero tus acciones hacia mi cuando me acerco a ti. me desconciertan. Eres fría y caliente a la vez y provocas que me quiebre la cabeza pensando en esto o aquello.
—No sé de lo que hablas.
—Lo sabes. ¡Como cuando te besé!
—No te correspondí.
—No, pero lo sentiste. Sentiste lo que yo sentí.
Niego con la cabeza y doy media vuelta para irme, pero él me detiene de nuevo y me encierra entre él y una pared.
—Estás equivocado y no me gusta como estás actuando. Hora, déjame ir, Luis.
Pero él no lo hace, entonces se acerca, más y cuando creo que él va a besarme su celular suena y aprovecho su brinco de espanto para empujarlo, le doy una bofetada. Sus ojos sorprendidos, casi se salen de sus cuencas, en otra situación hubiera reído.
—No vuelvas a acercarte a mí, ¿comprendes?
—No. Espera, Alondra.
—¡No, me hables!
—Alondra, déjame explicarte.
—No te quiero, no me gustas. Ya te lo he dicho.
—Sí, lo sé. Y no te creo.
—¡Qué vanidad la tuya!
—No es vanidad es la verdad, lo que no sé es por qué estás tan asustada. ¿Es que ese hombre te hizo tanto daño?
—¿Qué no comprendes que estoy muriendo?
Su celular vuelve a sonar, pero lo ignora.
—Y por eso deberías intentar vivir todas las experiencias del mundo.
—Pero no puedo, no puedo ser la novia de nadie. No me llevará a ningún lado, a ninguno de los dos.
—Estás tan asustada de que alguien pueda quererte… que pierdes el tiempo en algo tan simple. Solo tienes que permitirte ser amada.
—La última vez que permití que alguien me amara, me drogó en una fiesta y me vendió a sus amigos. Así fue como nos contagiamos. No puedo denunciarlos, no por el bien de alguien más. Y si mi decisión de no estar con nadie te parece que es perder el tiempo, para mi no lo es, para mi es encontrarme de nuevo.
Doy medía vuelta y corro a las escaleras. Luis no me sigue. Cuando llego al aula, la profesora se encuentra repartiendo las hojas del examen.
—Llega tarde, señorita.
—Lo siento, tengo malestar estomacal y no podía salir del baño.
Mis compañeros sueltan una carcajada.
—Pase.
Camino entre las filas de mis compañeros y al llegar a mi lugar, Fernando me cuestiona:
—¿Y Luis?
—No lo sé.
—¡Salieron juntos!
En ese momento Luis llega y habla con la profesora. Esta le llama la atención y luego lo deja pasar. Fernando nos mira a ambos, después lo veo negar con la cabeza.
—Si quieres mi opinión, Esteban me cae bien, pero él ya tuvo su oportunidad durante muchos años… En cambio, Luis, es muy aferrado. No te será tan fácil deshacerte de él.
—No es aferrado simplemente no entiende el concepto de la negación. Debería respetar el espacio personal de las chicas.
Luis se acerca y se sienta en su lugar.
—¡Uy! ¿Qué te pasó en esa mejilla? —Fernando dice con burla.
—Silencio, el examen comienza ahora.
Después del examen Luis toma sus cosas y se marcha sin decir nada a nadie.
—Y allí va mi medio de transporte —David se queja—. ¿Qué le hiciste, Alondra?
—¡Nada! —chille.
—Le dijo que no —Fernando responde por mí.
—¡Uy! Eso debió doler —David suelta una carcajada escandalosa.
—¿Por qué no se meten en sus propios asuntos? —les pregunto echando chispas.
—El chico está arrastrando la toalla por ti. Sufrió como niña cuando descubrió tu secreto, maldijo a la vida… Y un día simplemente se bebió una botella de Tequila por que su amor es imposible —explica David.
—¡Ah! Pero luego llegué yo y le dije que estabas hospitalizada. Al principio no queríamos decirle. Pero en cuanto lo supo… —Fernando, tenía una cara divertida.
—Le llevo flores a mi madre, para el funeral —les cuento.
—¿Qué? —pregunta asombrado David.
—Odio las flores. Siento que solo deberían llevarse a alguien en su funeral.
—¡Anota eso Fernando! —ordena David.
Fernando busca en su mochila una libreta, es pequeña y su portada es de un unicornio. Giro mis ojos… a veces Fernando era tan infantil… qué me encantaba.
—Fernando, si no te gustaran los chicos, te haría mi novio —bromeo.
Fernando toma mi mejilla y declara con dulzura:
—Alondra, si no me gustaran los chicos, también me enamoraría de ti. —Termina su confesión con un beso en mi frente.
Después se gira abre la libreta y anota en lo que parece ser una lista.
12. A Alondra no le gustan las flores, solo llevarlas en su funeral.
13. A Alondra le gusto yo.
—¿Qué es eso?
—La lista de cosas que le gustan y disgustan a Alondra. ¿Sabes Alondra? Es más fácil que lo hagas tú que un trio de chicos con pocas cosas que hacer —Fernando me pasa el cuaderno y una pluma.
—También tenemos la lista de cosas que hacer con Alondra —dice David.
—¿Por qué harían eso?
—Odie ver llorar a Abigail todo el tiempo mientras estabas hospitalizada. Y Luis no estaba mejor. Así que una tarde mientras estábamos en tu casa, esperando a tu madre, hicimos las listas… para ya sabes pensar en positivo. «Las cosas que haremos con Alondra cuando salga del hospital». —David me sorprende.
No sé qué decir. Los miro a ambos, ellos son realmente unos buenos chicos. Me doy cuenta de que no puedo sentirme insegura con ellos. Que no todos los hombres son iguales.
—Luis… ¿qué es lo que quiere? —les pregunto. Aunque sé la respuesta.
—¡Ser tu novio! —ambos hablan al mismo tiempo.
—Pero, ¿por qué?
Ambos niegan con la cabeza.
Por la tarde voy al centro comercial para encontrarme con Diego, ese es el nombre de Larguirucho. Lo encuentro sentado en una banca, con su gabardina negra y ropa de vestir oscuros.
—Pareces un vampiro —le digo.
Diego levanta la mirada y me sonríe feliz.
—¡Me descubriste! Soy un fan de los vampiros.
Caminamos uno al lado del otro hablando de la música que nos gusta, de los libros que hemos leído y de nuestras familias.
Sus padres son un par de hippies, que les vuelve locos que él sea tan oscuro. En realidad, es un chico muy dulce y atento.
Vimos la película y fue tan refrescante salir con un amigo y compartir sin que me sintiera acosada. Él no me provocaba esos sentimientos, porque Diego comprendió y aceptó de buena gana que solo seremos amigos.
Luego de la pelicula fuimos a cenar.
—Entonces… ¿qué es lo que quieres hacer antes de morir?
Me atraganto con el trozo de hamburguesa cuando lo escucho preguntarme eso tan insensiblemente.
—¿De verdad me estás preguntando eso?
—Sí. Yo tengo mi propia lista.
El chico saca de su bolsillo una hoja de papel arrugada y me la muestra.
1. Ir de acampada.
2. Ir a la escuela
3. Pedir perdón a todos a los que he ofendido.
4. Regalarle a la señora Pérez un gato nuevo en compensación al que le atropellé.
5. Ir a una fiesta de último grado.
6. Beber hasta el olvido.
7. Tener una cita y besar por primera vez al final del día.
8. Tener sexo… muchas veces, (primero buscar con quién).
9. Tener novia. (cortarla a la semana, para que no me extrañe mucho, después de que muera.
10.Decirle a mamá y a papá lo mucho que los amo, todos los días.
De todas las reacciones que puede haber tenido, llorar, fue la peor. Lo miro con ceño fruncido.
—Cáncer, estoy en fase terminal.
Él saca un pañuelo y me lo da. Limpio mis lágrimas.
—Gracias.
—Después de cuatro años de lucha, estoy cansado, mis padres sufren y… honestamente ya no podría soportar una quimio más… No marqué nuestra cita, porque… no estaba seguro de que vendrías.
Me habla de cómo se enteraron de su enfermedad, de todo por lo que él y sus padres han pasado. Me pregunto si en algún momento de su lucha, pensó que al final moriría. Ahora lo veo de una manera distinta, habla tranquilo, su voz no tiembla mientras me cuenta toda su vida. Y también sonríe mucho, cuando habla de sus maravillosos padres. Al final no lo veo como solo un chico con rostro agradable y que es gentil y lindo. Sino como un joven, maduro que mira a la vida como lo que es, una experiencia maravillosa que se debe disfrutar a cada momento.
Le hablo de mí, de mis amigos en Guadalajara, de mis enemigos, de Rogelio y sus amigos. Me doy cuenta de que es un gran escucha. Y que me hace muy bien. No es un amigo intimo como Fernando y Esteban, no es un chico al que le atraiga realmente, no es el novio de mi hermana quien podría traicionar mi confianza, no es mi madre que se le parte el corazón cada vez que me mira. Él es como el señor Méndez, alguien que me entiende como ninguno de ellos lo hará, porque ninguno está muriendo.
Cuando salimos del centro comercial son las diez de la noche, le envío un mensaje a mi madre diciéndole que entramos en la función de la noche y que mi amigo y yo iremos a cenar antes de volver.
—No tengo una lista de deseos. —Menciono como si nada mientras caminamos hacia la estación del metro.
—Comienza con la lista de las cosas que no has hecho y te gustaría hacer.
—Mis amigos ya la comenzaron por mí.
—Mi padre me llevará este fin de semana a tirarme por paracaídas. ¿Te gustaría venir?
—Le temo a las alturas. Gracias.
—¿Qué es lo peor que puede pasar?
Trago saliva, antes de mirarlo.
—Está bien. Iré. Pero si muero de un infarto, te perseguiré por la eternidad.
La avenida por la que caminamos es concurrida y cerca del metro hay un motel. Lo miro y me doy cuenta de que realmente quiero hacerlo. No hay compromiso, no hay sentimientos de por medio, pero, sobre todo, no tengo tiempo para martirizarme, no tengo tiempo para ir a terapias que me ayuden a superar lo que Rogelio me hizo. No tengo toda una vida para disfrutar y darme el tiempo para tener sexo a la quinta cita. Porque para mí y para Diego no la hay.
Diego va hacia la estación del metro, por eso tomo su mano y lo halo con fuerza para que se detenga, cuando obtengo su atención lo conduzco al otro lado de la avenida, camino al edificio que es el hotel, con Diego a mis espaldas. La recepción es oscura y solo la alumbra una tenue lampara.
—Una habitación y tres condones —le digo a la chica que está mirando una revista y mascando chicle. Me mira a mí y a Diego.
—¿Qué hacemos aquí? —me pregunta tontamente mi acompañante.
—Creí que querías tener mucho sexo. Si no me tienes asco, claro.
Diego niega con la cabeza rápidamente. Asiento en su dirección y saco mi cartera.
—¡No! Yo p**o —me dice. Y acepto, porque esto es importante para él. Diego mira a la joven a la cara—. ¿Tiene con Jacuzzi?
Durante el trayecto tengo un nudo en la garganta y mi estómago está revuelto.
Al entrar miro la habitación y descubro que es realmente muy bonita.
Diego se acerca a mí a un lado de la cama, me gira y baja la cabeza para besarme. Pero lo detengo.
—Al final de la cita, ¿recuerdas?
—Pero es la cita, ¿qué más da? —rebate.
—No es lo mismo.
Describir mi experiencia con Diego en su primera vez seria algo grotesco, fue lindo, fue tierno. Pienso que de esa manera debió haber sido mi primera vez y no en un patio trasero entre lavadoras y ropa sucia.
Borré de mi mente a Rogelio, no hice nada. Diego fue la voz cantante de la situación una vez que se acercó a mí y acaricio mi mejilla. Fue quien veneró mi cuerpo y borró las caricias sucias de tres chicos que mancillaron mi templo. Borró mi memoria sensorial y acumuló nuevos, dulces y placenteros recuerdos. Logró que las sombras oscuras y el espíritu maldito de Rogelio desapareciera por ese momento. Me hizo mirarlo en cada instante, me hizo decir su nombre, me hizo desearlo y querer más de él.
Una vez que la primera vez terminó, seguimos con la segunda en el tocador, la tercera en la ducha y para la cuarta, en el jacuzzi, ya no teníamos condones, pero no importó. Él tiene menos de tres meses de vida. Y yo posiblemente tenga décadas.
Fue por eso que me di cuenta de lo tonta que estaba siendo, de lo infantil e inmadura al negarme muchas cosas, siempre se podía, siempre había una manera.
En medio de la pasión el me hizo jurar que viviría, que lo haría por los dos.
Regresamos en taxi, tenemos el cabello mojado, la ropa arrugada, él una sonrisa de oreja a oreja y yo una cara de bien satisfecha.
—Tengo que hacer mi lista —le digo. Los dedos de su mano hacen círculos en mi palma.
—¿Quieres que la hagamos ahora?
Niego con la cabeza y recargo la cabeza en su hombro. Él se acomoda y me abraza. Luego muerde mi oreja.
Cuando llegamos, tanto él como yo tenemos un montón de mensajes en nuestros teléfonos, sus padres obviamente más histéricos que la mía. Él tranquiliza a su madre informándole que ya va en camino. Yo le envío un mensaje igual a mamá.
Cuando el taxi se detiene, Diego le pide que lo espere. Bajamos del coche y cruzamos la calle. Es más, de medianoche por lo que no hay gente caminando.
De pie uno frente al otro, Diego se acerca y por fin roza nuestros labios, primero lentamente y luego se envalentona profundizándolo. Su aliento a menta me droga, estamos abrazados. Y el beso se torna apasionado. Me doy cuenta de que fue idiota de mi parte haber rechazado sus besos en el hotel. Le hubiese dado otro concepto diferente a todo. Al separarnos, junta nuestras frentes.
—Alondra, ¿quieres se mi novia?
Abro los ojos y me separo un poco para mirarle directamente a la cara.
—¡Todo quieres!
—Sí, bueno. No es como si tuviera todo el tiempo del mundo para encontrar una novia aceptable.
—¿Con aceptable a qué te refieres?
Él suspira.
—Aceptable para mi mamá.
Entonces suelto la carcajada.
—¿Qué? Dime, ¿cuántos años tienes?
—Quince.
Mi sonrisa se borra.
—Juraría que te vez de diecisiete.
—Tengo dieciocho. Entonces, ¿quieres ser mi novia?
Toma mi mano y la besa. Y sí, si quiero ser su novia. Porque él me demuestra que puedo sentir otra vez, le ha dado, curiosamente, luz a mi triste existencia.
—Sí, si quiero ser tu novia.
Él se acerca y me toma de nuevo entre sus brazos y está a punto de besarme cuando escucho la voz de Luis llamarme.
—¡Alondra!
Está detrás de nosotros. No le he visto llegar. Pero por su mirada dolida y de pesar me doy cuenta de que ha escuchado todo.
Diego me mantiene sujeta por la cintura.
—Buenas noches, soy Diego. Novio de Alondra —dice con una sonrisa y yo quiero matarlo.
Luis lo mira de arriba a bajo y luego a mí. No dice nada, tan solo niega con la cabeza antes de marcharse. Sube a su auto que está estacionado entre las sombras. No ha llegado apenas, él en realidad, ha estado aquí desde hace tiempo. Miro a Diego, pero no sé qué decir.
—Al tener novia debo agregar a mi lista: Ahuyentar a los pretendientes de mi chica.
—Diego… —estoy arrepintiéndome y él lo sabe.
—Alondra, una semana, ¿recuerdas?
Sí lo recuerdo, él quería una novia por una semana y honestamente ya habíamos hecho demasiado para ahora echarse atrás. Además, no puedo simplemente correr detrás de Luis, porque no quiero nada con él.
—Una semana.
Le digo y cerramos el trato con un beso.