Capítulo 3

1796 Words
—¿Solo es a mí o es extraño que no haya gritos en esta casa? —escuché la voz de mi mamá mientras tomaba las llaves de mi auto. —Y que esté saliendo a tiempo. —le di la razón divertida antes de acercarme a besar su mejilla. —Suerte, princesa. —me dio esas sonrisas maternales que solo te aseguraban que el sol iba a brillar muy fuerte el día de hoy. —Nos vemos en la tarde. —me despedí y salí de mi casa por primera vez sin prisa. Aproveché que estaba yo sola en el auto y conecte mi música mientras salía de ahí. Este lunes había resultado ser extraño. La casa se había despertado silenciosa y se había mantenido así. Ya nadie corría tarde llevando una blusa o falda que mi hermana fingía no encontrar. Había alcanzado a desayunar con calma sin ver a Alba moverse ansiosa. Mis padres no lucían levemente molestos por saber que tendrían que justificar una tardanza y yo no tenía una migraña tan pronto en la mañana. Eso me había puesto de un humor increíblemente bueno al salir de mi casa por lo que lamenté mucho el momento en que mi mirada cayó en una casa que había evitado por meses ya. Conocía el vecindario bastante bien y en específico la casa que me había logrado cambiar el humor. Normalmente no le hubiera dado importancia pero algo en mi me decía que no debía pasarlo por alto esta vez. La casa de la que hablaba era la propiedad Hawkins. Actualmente vivían ahí Richard Hawkins con su segunda esposa, Amelie Rushell, y su adorable hija, Diane. Una increible niña de diez años que solía amar con locura. Mis recuerdos me llevaron de forma casi vertiginosa hacia el pasado donde solía correr por los pasillos de esa casa junto a Allison y dos niños unos años mayores a nosotras. Ese lugar había estado siempre lleno de risas y juegos durante nuestra infancia. Ahora me resultaba un poco agridulce todo eso contando con que el primogénito de Richard no había aparecido hace más de un año y por el momento prefería que las cosas se quedaran así. De pronto el sonido de mi celular me sacó del camino de los recuerdos y yo agradecí mentalmente a la responsable. Debido a la hora podía darme una idea de quién era. —Ya estoy en camino. —avisé encendiendo el direccional derecho antes de girar y me coloque mis gafas cuando el sol comenzó a molestar. —¿Llegas o no? —preguntó una voz femenina pero algo brusca. —Si —sonreí con un ligero mejor humor al notar el malo de mi amiga y colgué la llamada mientras rebasaba un auto. En un par de minutos más ya estaba llegando a mi sitio habitual de parqueo donde ya estaban todos mis amigos. Conducir hasta la escuela era completamente innecesario, pero nadie rechaza un lujo que puede tener, ¿no? Tomé mi mochila y saqué las llaves del auto en lo que bajaba para poder darles el encuentro. —Llegue. — avisé poniendo la alarma al auto y guardé las llaves en mi mochila. —Llegas tarde. —enarcó una ceja Hillary a lo que yo no le dí importancia y me limite a ajustar mi mochila en mi hombro. Hillary Chapman, una rubia como ninguna. Su mirada azul era tan intensa y fría como el iceberg que logró hundir el titanic. Su actitud era tan mala como la de cualquier madrastra de cuento de hadas. Su piel era tan perfecta como la de las muñecas de porcelana. Y aunque nadie lo creyera, ella era tan justa como cualquier sabio. Su historia era bastante torcida y la había obligado a armar una coraza a su alrededor. A pesar de eso, nunca en tu vida la verías levantar la mano contra un débil o inocente. Si, podía ser cruel y despiadada pero solamente con quienes se lo merecían. —Ya déjala, Hilla. —pidió Brad con un suspiro—. Llegó bien y lo sabes. —sonrió—. Además... —ladeo la cabeza—. Si te portas bien, te invito a comer. —ofreció rodeando sus hombros a lo que la rubia se calló. Bradley Regger, el clásico chico malo. Su cabello oscuro como la noche igual de rebelde de lo que él aparentaba, ojos cafés como los de cualquier persona, sonrisa que derretía a todos y una actitud bastante sorprendente cuando te dabas tiempo de conocerlo. Nadie entendía de dónde venía la actitud que él tenía. Para cualquiera era el típico niño mimado que se volvía la oveja negra de la familia pero eso no podía estar más lejos de la verdad. Brad amaba a su madre y a su padre con locura, protegía a sus hermanos con su vida. De hecho, su familia había estado tan presentes en su vida que lo amaban tal y como era. Respetaba a sus padres porque ellos le respetaban a él. Había algo bastante simple con esa fórmula y era algo que muchos no entendían. Varios adultos pensaban que eran superiores a los jóvenes y ese era un error que cometían frecuentemente con Brad. Por esa razón, era ese desafío a la autoridad que todos veían. —No comiences. —pedí sin decir nada realmente intentando que la pelirroja frente a mí evite el posible interrogatorio que estaba pronto a suceder. Subí las gafas a mi cabeza al sentir su mirada en mí y contuve un suspire. Centré mi mirada en Lindsey sabiendo lo que venía pero eso no quitaba que quisiera evitarlo. —¿Qué pasó? —me miró con curiosidad Lindsey y pude notar sincera preocupación, alejándose un poco del humo del cigarrillo de Hillary Lindsey Briggs, una pelirroja bastante delicada y con toda la imagen de una muñeca frágil y hueca. Era la menor de nuestro grupo de amigos pero sin duda tenía la paciencia y el amor en cantidades mucho mayores a nosotros. Esta mina de oro tenía muy en claro lo que quería y a pesar de su frágil exterior y sus emociones nobles podía ser una manipuladora de cuidado. Nadie esperaba nada malo de su parte y era esa la justa razón de porque era perfecta para cometer los peores crímenes. —Nada importante. —le resté importancia acomodandome al lado de Hilla y enfrente de la pelirroja y Jesse—. Mejor hablen de ustedes. —aconsejé. Lo que normalmente lograba redirigir su atención hacia lo que sea que paso con el resto pero esta vez no iba a funcionar, Lindsey no iba a ceder. —Habla. —pidió la pelirroja y supe que se iba a comenzar a preocupar en serio si no le decía. —Solo pase frente a la casa Hawkins y me trajo recuerdos. —intente explicar de la forma más simple. Pude notar cierta diversión en los rostros de las dos personas a mi lado. —El hogar de Matthew Hawkins. El sueño de cualquier colegiala de la ciudad. —sonrió Hillary enseguida olvidando cualquier malhumor. A pesar del tiempo, seguía teniendo la misma reacción de una niña de diez años. Sin mencionar lo encantada que estaría de molestarme con esos mismos recuerdos. —Ya déjalo, rubia. —advirtió Lindsey y nunca agradecí tanto escuchar la alarma de nuestros celulares al notar que estaba por venir una conversación nada placentera para mi. —Salvada por la campana. —se encogió de hombros Hillary incorporándose del auto y saliendo de debajo del brazo de Brad—. Vamos, sirenita. —le avisó a Lindsey sacando sus llaves—. Nos vemos en la tarde —nos advirtió antes de despedirse para subirse a su auto. Lindsey se despidió rápidamente, era capaz que Hillary la dejara atrás si no se apuraba, como ya ha sucedido muchísimas veces desde que tiene auto. —Nos vemos. —nos despedimos nosotros con algo de diversión ya que era conocimiento público que ella esperaba con ansias su licencia en situaciones como estas. —Volviendo al tema. —me miró Brad despegándose de su auto a lo que yo lo imité cuando Hillary encendió el motor—. Sabes que siempre le gustó Matt. —sonrió sin perder diversión. —Lo sé. —le reste importancia mirando como las dos se iban—. Es todo suyo si lo quiere. Ya no me interesa. —aseguré devolviendo mi mirada a él, lo que lo hizo reír. —Bueno, eso la hará feliz. —aseguró besando mi cabeza antes de tomar su casco y sacar las llaves de su moto. Se despidió con un guiño y echó a andar a su colegio. Observé cómo se alejaba por el parqueadero de la institución y tuve que tomar fuerza de voluntad para lo que estaba por venir. Todos estábamos en diferentes colegios, pero nuestros padres se habían encargado de que pasáramos mucho tiempo juntos desde niños. Entre nuestras familias hay ciertos negocios o al menos acuerdos que benefician a cada uno a su manera. Nunca lo vimos así, por supuesto, siendo niños la estrategia no parecía ser tan interesante como una buena partida de juegos infantiles. O maratones de películas... O salidas para ir de compras... O salir de fiesta. El interés cambió con los años y fortaleció lo que teníamos de manera especial. Nunca he tenido amigos como ellos en clases, solo a Allison. —Habla —mire a Jesse que como de costumbre no había dicho nada pero lo conocía lo suficiente como para saber que tenía algo en mente. Al igual que yo, por lo que me sobresaltó un poco su voz. —Aún te gusta Matt. —se encogió de hombros sacando sus llaves y yo negué. —No es cierto. —imite su gesto con su misma tranquilidad aunque eso era algo que hasta mi propia cabeza aseguraba posibilidad. —Oh, sí lo es. —su risa llegó con facilidad a mi, logrando relajarme considerablemente—. Puedo verlo, todos podemos verlo. —se encogió de hombros subiendo a su auto—. Al menos deberías asumirlo. Y ese era Jesse Stones. Un castaño con pocas palabras. Un chico extremadamente dulce y excesivamente observador. Para el mundo eso se confundía con timidez y eso no era más que una ventaja para él. Jesse había estado acostumbrado toda su vida a primero observar y después actuar. Haciéndolo claramente la conciencia de todos nosotros. Era una de las personas más profundas que había conocido y tenía un verdadero don para leer la gente. Lo que a veces, como en este momento, era simplemente un defecto. —Esta vez te estas equivocando, pepe grillo. —aseguré en voz baja mientras se alejaba de mi colegio.
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