ALICIA
—¡Alicia, necesito tu ayuda!— Oigo al tío Antonio gritar desde arriba.
Estoy en el sótano, cubierta de tonos amarillos, y ni siquiera cerca de terminar mi obra de arte.
—¡Estoy ocupada!— Le respondo gritando y apartándome de la cara un rebelde cabello dorado que caía de mi desordenado moño.
—¡Esto es literalmente cuestión de vida o muerte!—, maúlla mi tío.
Oigo un estruendo y un ¡maldita sea! Desde el piso de arriba antes de decidirme a ayudar al pobre hombre. Agito rápidamente el pincel en el tarro de agua, lo meto en la bandolera, cojo el cuaderno y las pinturas y subo corriendo.
Cuando llego a la cocina, veo al tío Antonio mirando la tostadora.
—Este maldito tostador de pan no funciona—, se queja.
Suelto un suspiro y empujo la palanca hacia abajo.
—Eso es genial, Alicia. ¡Genio!— Dice el tío Antonio. Su cara es demasiado sincera para que le diga lo poco genial que es en realidad. Nunca adivinarías que es médico. ¡Un maldito médico!
Miro la hora y maldigo en voz baja.
—Voy a llegar tarde—, murmuro.
—¿Tarde para qué?— Pregunta el tío Antonio.
—Al colegio.
—¿Eso es hoy?
—Sí—, digo.
—¿No se supone que deberías estar ganándote la vida? ¿Qué tienes? ¿Quince, dieciséis?
—Diecisiete.
—¡Diecisiete! ¡Dios mío, tenemos que encontrarte un marido!
Estoy a punto de recordarle a tío Antonio que no estamos en los mil ochocientos, pero tía Tessa y mi prima, Jessica, entran rebotando en la cocina antes de que pueda siquiera intentarlo.
Jessy coge la tostada que salta de la tostadora y tío Antonio grita una protesta antes de volver a intentar descifrar la tostadora.
—Cariño, la palanca. No eres un bebé—, dice la tía Tessa.
Jessy se vuelve hacia mí con el ceño fruncido.
—Estás cubierta de pintura—, señala. —¿Acaso has dormido?
Agacho la cabeza en señal de culpabilidad.
—No estaba cansada—, intento explicar.
Jessy suelta un suspiro antes de lamerse el pulgar y limpiar un poco de pintura de mi mejilla.
—Vamos a llegar tarde. Si no, te habría dicho que te pusieras algo que no estuviera cubierto de pintura—, dice.
—Sí, sí, tú no eres mi...
Me callo.
Jessy ve mi cambio de humor y me llama la atención:
—¿Segura que estás lista?—, pregunta.
Mi psiquiatra dice que estoy preparada. Dice que estoy lidiando asombrosamente con el hecho de haber perdido a mis padres en un robo. Es mi último año de instituto y si mi psiquiatra dice que estoy preparada para el primer semestre, ¿quién soy yo para llevar la contraria?
—Estoy lista—, anuncio.
—Entonces vamos—, dice Jessy y me agarra de la mano.
Salimos de la cocina despidiéndonos y justo cuando tío Antonio consigue hacerse una tostada, la cojo. Los gritos de protesta del tío Antonio nos siguen hasta el camino de entrada.
Jessy y yo subimos a su Ford plateado y nos dirigimos a la escuela.
—Así que, primer día en Tygerwell High, ¿estás nerviosa?— Jessy pregunta.
—La verdad es que no—, respondo. Mi anterior instituto no era algo memorable. Era bastante normal y yo era bastante normal y mis amigos eran bastante normales y, bueno, aburridos, supongo. No era de las que informaban a todo el colegio de que mis padres eran ricos.
—Ojalá nos dejaran conducir su BMW. Todos estarían celosos de nosotras.
No contesto a eso. El BMW es lo último que me compraron mis padres. Lo más probable es que el coche, junto con los millones que me dejaron mis padres, no se utilicen pronto. Solo me aseguré de ingresar algo de dinero en la cuenta bancaria de mis tíos. No quiero ser una carga para la gente que quiero.
Mis padres eran ricos. Ni siquiera voy a tratar de negarlo. Pero para mí, eran promedio. Vivíamos en una mansión y teníamos muchos coches deportivos, pero eso nunca me importó. Lo que importaba era que siempre ponían una sonrisa en mis huevos y tostadas y siempre estaban ahí cuando necesitaba alguien con quien hablar y sabían cuando tenía un mal día o cuando...
—Alicia... lo estás haciendo de nuevo...— Jessy interrumpe.
Le devuelvo la mirada.
—¿Haciendo qué?
—Te has quedado en blanco. Te estaba hablando de los grupitos del instituto Tygerwell...
—Oh...
Y tan rápido como llegaron los pensamientos oscuros, los destierro. Pongo mi sonrisa más brillante y quiero que mis ojos brillen.
—¡Tomémonos juntos una selfie del primer día!—. Sugiero. Es un buen cambio de conversación.
—¡Vale!— dice Jessy cuando por fin cruzamos las puertas del colegio. Jessy aparca el Ford en un aparcamiento alejado de los coches más llamativos. Saca su teléfono y posamos juntas.
—¡Nuevo comienzo!—, decimos las dos cuando su teléfono saca una foto.
Jessy elige un filtro cálido antes de que la observemos. Mientras Jessy tiene el pelo castaño oscuro, como la mayoría de la familia, yo lo tengo rubio. Algo que heredé de mi madre. Y mientras a Jessy le gusta llevar converse y crop-tops, yo prefiero los jersey de tallas grandes y las faldas vintage. Lo sé, lo sé, favorecedor para el cuerpo.
—¡Eso va en mi i********:!— Jessy sonríe.
Por fin salimos del Ford y nos dirigimos a la escuela. Mi nuevo tipo de prisión para los próximos meses. En la que tendré que sonreír hasta que me duela la cara y esconder las manchas de pintura en la ropa.
Entramos en el pasillo y es tal y como yo recordaba el instituto. Los chicos ríen y se ponen al día por todas partes. Algunas parejas se besan contra las taquillas. Las chicas malas cotillean. Los deportistas hacen flexiones. Los empollones leen. Los pervertidos son pervertidos y…
¿Y qué rayos son?
Veo a un par de tipos al final del pasillo caminando como si fueran dioses griegos. No hacia Jessy y hacia mí, pero si no nos movemos en el próximo minuto, probablemente nos convirtamos en animales atropellados.
Los chicos están prácticamente saltando para salir del camino de los cinco tipos. Algunos van tan lejos como para agachar la cabeza o directamente correr por sus vidas.
Los cinco tipos parecen estar vestidos principalmente de n***o. Y todos están buenos. Pero es el tipo del medio el que me llama la atención. Con su pelo n***o como el cuervo y unos ojos que desde aquí sé que son grises como la plata, camina con un poco más de confianza. Tiene una mueca permanente en la cara.
Jessy me agarra del brazo.
—Tenemos que movernos—, dice y me hace girar.
Cuando me da la vuelta, estamos frente a los chicos del otro lado del pasillo.
Caminan con exactamente el mismo nivel de autoridad y superioridad, pero donde los otros tipos tienen a la gente huyendo, estos tipos tienen a la gente derritiéndose. A las chicas se les cae la baba y los chicos sienten envidia. Y mientras que el primer grupo de chicos viste vaqueros rotos y pieles, estos llevan abrigos y pantalones caros.
Pandilla blanca y Pandilla negra los llamaré.
Y al igual que La pandilla blanca, La pandilla negra también tiene a alguien que destaca. El tipo del medio tiene el pelo cobrizo y los ojos peligrosamente oscuros, como si todo pecado estuviera atrapado en su mirada.
—Mierda—, respira Jessy y tira de mí hacia un lado. Nos quedamos pegadas a las taquillas, como esperando pasar desapercibidas.
—¿Qué está pasando?— Protesto.
—Cállate—, sisea Jessy.
La pandilla blanca y La pandilla negra se encuentran exactamente donde estábamos Jessy y yo hace unos segundos.
—Ramírez —, gruñe el líder de La pandilla blanca.
—Saavedra—, gruñe el líder de La pandilla negra.
La tensión se puede cortar con un cuchillo. Un cuchillo de mantequilla para ser honesta. Mierda, incluso con una cuchara.
—Algunos de tus chicos fueron vistos en mi territorio—, dice el líder de La blanca.
—Bueno, técnicamente toda la ciudad es mi territorio—, le responde el líder de La negra.
Oh. Dios. Dios. Esta es la batalla de los egos. Tengo que abstenerme de pedirle a Jessy que me pase las palomitas.
—Esta ciudad, nos pertenece—, dice La pandilla blanca y oh, ahí van de nuevo. Midiendo los niveles de testosterona o algo así.
Suena el timbre y todo el mundo se apresura a ir a clase, excepto el grupo de chicos que nos bloquea el paso. Noto que Jessy se pone tensa. No quiere perderse la clase, pero tampoco quiere interrumpir a esos chicos.
—Vamos a llegar tarde—, le digo a Jessy, pero ella me hace callar antes de que pueda terminar la frase.
—Es mi primer día, no puedo llegar tarde—, intento de nuevo.
Cuando Jessy solo responde mandándome callar de nuevo y apretándome aún más contra la taquilla, ya estoy harta.
—Perdonad, señor chaqueta de cuero y señor abrigo elegante, ¿podéis ir a pelearos por vuestro ego en otro momento? Tenemos que ir a clase—, les interrumpo.
Oigo a Jessy aspirar y todos los ojos se vuelven hacia mí.
Tanto las miradas plateadas como las oscuras me lanzan miradas de muerte.
Vaya mierda.