Olivia regresa a casa mucho más confundida de lo que estaba esta mañana. Apenas abre la puerta, su padre y su madrastra la esperan con piedras en la mano, y es eso capaz de verlo con solo mirar sus caras.
—¡Hasta que el fin llegas! —Giulia es la primera en ladrar, como siempre.
—Estaba en la universidad —Responde, escueta, Olivia. Camina hasta la escalera, pero su padre la detiene del brazo.
—No sé que pretendes, Olivia, pero ya es hora que regreses a tu casa, junto a tu marido. No puedes seguir aquí.
—¿Por qué? Esta también es mi casa —Olivia mira extrañada a su padre.
—No, no lo es. Ya eres mayor de edad y tienes tu propia casa junto a tu marido. No queremos a alguien viviendo a nuestra costa. —Lo dicho por su madrastra la deja atónita. Esta mujer es el descaro en persona. —Necesitamos que tomes tus cosas y te vayas. Nos incomodas.
—No iré a ningún lado, papá. —Olivia habla directamente con su padre ignorando a Giulia. —Tengo todo el derecho de estar aquí, igual que tú. Esta casa la construyó mi madre mucho antes de casarse contigo.
—Y vuelve la burra al trigo ¿Cuándo vas a entender que tu madre está muerta, niña estúpida? Fue hace cinco años. —Replica, Giulia con una mueca de fastidio. —Ya nos tienes cansada con tu “Esta casa era de mi madre” A tu madre ya se la comieron los gusanos hace mucho.
Un pequeño mareo toma desprevenida a Olivia al oír la crueldad con la que se refiere a su madre. Se toma del barandal para tratar de recuperarse lo antes posible. Su madrastra la mira con el ceño fruncido.
—Iré en cuanto consiga un lugar, mientras tanto tendrán que soportarme —Se reafirma, mientras sube por la alta escalera paso a paso.
Apenas llega a su cuarto, la rubia corre hasta el baño. Estos días los vómitos y mareos la atacaron con menos frecuencia, pero con lo que acaba de escuchar su malestar se activó instantáneamente.
Vacía lo poco que comió en el inodoro. Nunca imaginó que llevar un hijo en el vientre se sintiera como si fuera a morir lentamente. Mira su rostro pálido y ojeras grandes y negras en el espejo y sus hombros caen, desganada. Según la médica, esto durará al menos doce semanas y ella apenas tiene seis. ¿Qué será de ella en este tiempo?
—Te ves fatal, hermanita —La voz de Isabella, sentada en su cama, la hace pegar un brinco cuando sale del baño.
—Eso no es problema tuyo —Se acerca a ella y la toma del brazo para llevarla hacia la puerta. —Ve a joderle a otra persona, no tengo tiempo para ti, Isabella. Estoy cansada y quiero dormir.
—Pues yo si tengo tiempo para joderte la vida, Olivia y ni hablemos de las ganas, porque son muchas —Isabella se zafa del agarre y la empuja. Olivia se tambalea. —No debiste venir aquí. Si no te largas, te haré la vida tan miserable que preferirás dormir bajo un puente.
Isabella la mira entre divertida y asqueada. Su hermana se siente muy pequeña e insignificante a su lado. Nunca se ha animado a usar un vestido, excepto en el día de su boda, menos de estos tan llamativos y sensuales, mientras que Isabella siempre luce hermosa, con curvas de muerte, maquillada, peinada (ese maldito pelo brilla más que la luna llena en pleno verano), dejando a todos con la boca abierta a su paso. Es cierto, su encanto es nulo, ya olvidó cuando fue la última vez que depiló sus piernas y su pelo luce quebradizo y seco. ¿Cómo puede competir con ella o con cualquier otra mujer?
Gracias a dios se va a su cuarto dejando a su paso una oleada de perfume caro. Olivia se tira a su cama boca abajo, frustrada, cansada, mareada.
(...)
Enzo mira a la mujer en la cama desde el espejo mientras se abotona la camisa. «¡Vaya mujerón que me conseguí esta vez!» piensa con una sonrisa coqueta. La mujer se remueve un poco antes de despertar. Se levanta con una sonrisa de oreja a oreja, dejando ver sus enormes pechos morenos.
—¿Te vas tan pronto, guapetón? —Pregunta con su tono sensual cubano mientras deja ver el resto de su cuerpo desnudo. —Pensé que podíamos continuar por un rato más.
—Quisiera quedarme, pero tengo muchas cosas que hacer, linda. —La mujer morena con risos africanos, cintura estrecha y nalgas de tamaño planeta, se levanta de la cama y se agacha para recoger su ropa del suelo.
Enzo siente que en ese mismo momento su pene se endurece de nuevo, pero su reloj le indica que ya debe ir. Si no fuera porque necesita a Olivia, se hubiera quedado a comer este biscocho de chocolate toda la noche.
—La habitación ya está pagada. —Indica Enzo mientras se abrocha su saco. La mujer asiente. —Fue un placer conocerte.
La morena se acerca, ya vestida y con sus sandalias en la mano, y deja un beso corto en sus labios antes de irse.
Enzo sale a toda prisa del hotel llevándose con él la caja de chocolates y un unicornio de colores que le había pedido a su secretaria comprar para Olivia.
Llega poco tiempo después y Máximo lo recibe.
—Buenas noches, señor Enzo.
—Buenas noches, Máximo.
—Si busca a la señora Olivia, ella se encuentra en su cuarto, señor. El señor Marcos, su esposa y su hija están en una cena con unos amigos.
—¿Olivia se encuentra sola en casa? —Los ánimos de Enzo suben al máximo al enterarse de que la casa está sola.
—Así es señor. Solo ella está de la familia, aparte de los empleados.
Enzo asiente y sube por las escaleras, pero en cuanto Máximo entra en la sala de sirvientes, deja su caja de regalos en el suelo, se asegura de que nadie más lo vea y baja de nuevo hasta el despacho de su suegro. Esta es una oportunidad que no debe perder. La copia de testamento debe ser suya esta misma noche.
Con mucho sigilo abre la puerta con la llave que Marcos guarda tontamente en uno de los jarrones y va directo a la caja fuerte.
No la abre a la primera y eso empieza a hacerle perder la paciencia. Trata de respirar, serenarse, mantener la cordura y no morir en el intento. Sabe que estas cajas de nueva generación están monitoreadas y no puede llamar la atención bajo ningún sentido.
Lo intenta una vez más y para su maldita suerte, abre. Respira aceleradamente sin atreverse a tocar nada, todavía.
Toma su celular y escribe un mensaje corto y rápido a su amigo. La respuesta es inmediata.
Revisa cada carpeta, hasta que al fin da con el testamento original de la señora Lidia.
Quita las hojas de la carpeta y las coloca en el bolsillo de su saco antes de que alguien lo agarre con las manos en la masa. Cierra de nuevo la caja, asegurándose de dejar todo como estaba antes.
La ansiedad lo carcome por dentro. Su único deseo es ir directamente junto a Matías y verificar cada detalle del documento, pero no puede levantar sospechas.
Con el mismo sigilo que entró, sale. Sube directamente por las escaleras y ahora sí, entra en la recámara de su esposa.
La habitación ya se encuentra a oscuras y Olivia está profundamente dormida. Deja la caja con el peluche en su mesita de noche, se quita los zapatos y el saco se acuesta a su lado.
Se siente extrañamente feliz y excitado, y no es para menos. Esto es mejor de lo que esperaba.
Pese a que su esposa ya está dormida, la voltea y sube encima de ella como la noche anterior. Olivia despierta sobresaltada.
—Enzo...
—Te necesito, mi amor —dice con la voz ronca y la mirada oscura. Sin mucho preámbulo, desabrocha su pantalón y saca su pene para colarse entre sus piernas.
Esta vez, Olivia no está preparada como anoche. Un gemido agudo, parecido a un grito, sale de su garganta justo antes de que Enzo la bese y empiece a embestirla con mucho más desespero que la noche anterior, hasta correrse.
Un “te extrañé” sale de la boca de Enzo, dejando muda a Olivia. Se coloca a su lado y la lleva a su pecho, mientras acaricia su cabello largo y rubio.
—Lo único que pensé en todo el día era en llegar para estar contigo —Miente, descaradamente. Olivia seca un par de lágrimas que se le escapan. —Ya sabes que es temporada alta en el hotel y no puedo dejar tirado el trabajo cuando hay muchos turistas, por eso llegué tarde, mi amor.
Olivia no contesta nada, por el contrario, se acurruca en su pecho y se da querer por un momento. La poca atención que le da Enzo es lo más parecido al cariño que ha tenido desde hace mucho tiempo.
Sin poder evitarlo, llora de nuevo. El embarazo la tiene muy sensible, irremediablemente.
Esa noche, Enzo se queda hasta el amanecer con ella y luego se va. Esa misma mañana, manda a suspender todas sus actividades del hotel y se reúne en su oficina con Matías. Para sorpresa de ambos, la herencia es el triple de lo que tenían conocimiento realmente.
—¡Ese maldito de Marcos! —Gruñe, Enzo, cuando Matías le informa de todos los bienes de Olivia. —Ese perro pretendía adueñarse de absolutamente todo.
—Esto es mucho más dinero de lo que puedes gastar en toda tu vida, Enzo. Esa mujer definitivamente era una muy buena inversionista. Hacía dinero hasta por respirar.
—Ni tanto. Solo mira estas empresas de cosméticos y bares de mala muerte. A esto yo le llamo dinero perdido, las ganancias son casi inexistentes en todo este tiempo. Pudo haberlo invertido aquí en el Pasarella.
—¿Qué piensas hacer con todo esto, hermano? —Pregunta, Matías. —Y la pregunta más importante ¿Qué piensas hacer con la mansión Jones?
—Quiero que prepares todos los documentos lo antes posible, Matías. Excluye todas esas empresas pequeñas, no quiero preocuparme ni desvelarme por pequeñeces. La mansión Jones me servirá para tener a Marcos y su familia controlados. No quiero que nada se me salga de las manos, amigo. Seré el único dueño y señor de Quintana Roo, amigo.