—Tengo que ir a casa a despedirme de mi madre —contestó Ari cuando iban de vuelta a Queens, Nueva York—. ¿Cuándo nos vamos?
Lillian se encogió de hombros, sonriendo: —Tan pronto como lleguemos al jet privado.
—¿Te importaría? —Ari realmente necesitaba ver a su madre... a pesar de todo. Pero sabía que sonaría mejor como una petición. No quería empezar su nueva vida de casada con el pie izquierdo.
Lillian le dio un suave apretón en la mano, con los ojos llenos de preocupación.
—Lo que necesites —hizo una pausa y añadió—: ¿Te gustaría pasar por el hospital una vez más para ver a tu hermana también?
Ari negó con la cabeza: —No, pero gracias. Ya me he despedido de ella. Y estoy segura de que ella tampoco quiere verme ahora.
Henley podía ser muy terca cuando quería. Pero, de nuevo, ella también podía.
Lillian suspiró mientras rodeaba su mano con ambas: —Tu hermana no lo entiende. Pero con el tiempo, cuando seas capaz de explicarle, estoy segura de que lo hará.
Ari negó con la cabeza, con lágrimas en los ojos: —Sólo espero que pueda perdonarme algún día... por no estar ahí para ella ahora.
Lillian asintió: —Me gustaría poder decirte que puedes quedarte aquí y venir a Estrea cuando estés preparada, pero eso no es posible.
—Lo sé —Ari sonrió, apartando las lágrimas—. Sólo desearía poder hacer ambas cosas. Pero he tomado mi decisión... y junto con ella, mi paz.
Para sorpresa de Ari, los ojos de Lillian también se llenaron de lágrimas: —Eres una mujer fuerte —halagó. Luego se inclinó y susurró—: Serás una gran reina algún día.
Ari sonrió: —Eso espero. No quiero defraudar a nadie.
Lillian le dio una última palmadita en la mano y luego la soltó.
—No lo harás —dijo. Luego miró al conductor por el espejo retrovisor—. Tenemos que hacer una parada más antes de ir al aeropuerto.
—Sí, señora —el conductor levantó la vista—. ¿Cuál es la dirección?
Para sorpresa de Ari, Lillian le dio la dirección sin mirar nada, habiéndola memorizado. Supuso que Lillian la había comprobado por completo en cuanto el príncipe Grayson se lo dijo. Rra realmente excelente en su trabajo. Al poco tiempo, se detuvieron frente a su casa y el conductor se bajó y le abrió la puerta.
Ari palmeó la mano de Lillian: —Sólo será un minuto.
Lillian asintió: —Tómate tu tiempo.
Ari sonrió y luego tomó la mano del conductor que le ofrecía. Cerró la puerta del coche y se cruzó de brazos, esperando. Ari se envolvió con su abrigo y se dirigió al interior, tensando los hombros. Pero sabía que dentro de la casa haría más frío, una vez que su madre se enterara de que se iba.
De pie en la sala de estar, su madre se cruzó de brazos sobre el pecho, más tranquila de lo que Ari hubiera pensado, cuando entró.
—¿Qué está pasando?
Ari suspiró, sin molestarse en quitarse el abrigo: —Me voy, mamá.
—¿Puedo preguntar por qué?
Ari se mordió el labio inferior y luego lo soltó: —No puedo decírtelo.
—¿Por qué te vas ahora... con todo lo que está pasando? —le preguntó su madre, enjugándose con rabia una lágrima.
—No puedo decírtelo.
Su madre asintió: —¿De dónde has sacado el dinero para la limusina? —señaló con la cabeza hacia la ventana—. ¿Y quiénes son?
—No puedo decírtelo.
—¿Hay algo que puedas decirme? —gritó su madre, perdiendo la calma—. Porque estoy tratando de entender por qué nos dejarías ahora, de todas las cosas. Por favor, Ari, ayúdame a entender.
Las lágrimas brotaron de los ojos de Ari: —No puedo decírtelo…
Su madre la estrechó entre sus brazos y le besó la frente. Luego la miró a los ojos: —Bueno, que tengas un buen viaje y mantente en contacto. Lo que sea que creas que tienes que hacer, no lo hagas.
Puso las manos a un lado de la cabeza de Ari: —Podemos superar esto, pero tenemos que permanecer juntas.
Ari negó con la cabeza mientras las lágrimas corrían por sus mejillas: —Mamá, ya he tomado mi decisión. No puedo cambiar de opinión —besó la mejilla de su madre—. Te quiero.
—Yo también te quiero —dijo su madre con rotundidad, dejando caer las manos de la cara de su hija—. Pero no puedo creer que seas tan egoísta como para hacer esto ahora. ¿Por qué no esperas unos meses?
—Mamá, por favor no hagas esto más difícil de lo que ya es.
Entonces se alejó de ella hacia la puerta antes de cambiar de opinión. Puso un sobre lleno de dinero en la mesa junto a la puerta: —Tengo un nuevo número de teléfono móvil. Lo escribí dentro.
Su madre asintió: —Cuídate mucho.
Luego le dio la espalda. Nunca antes su madre la había tratado así, pero Ari entendía por qué. Si los papeles se hubieran invertido, ella habría hecho lo mismo.
Las lágrimas corrieron por las mejillas de Ari mientras salía por la puerta. Sabía que su madre no lo entendía ahora. Pero esperaba que algún día lo hiciera, como Lillian había dicho de su hermana. Mientras se dirigía a la limusina que la esperaba, esperaba que fuera cierto.
El conductor abrió la puerta y ella se deslizó dentro.
Lillian le apretó la mano: —Conductor, al aeropuerto, por favor.
—Sí, señora.
Mientras se alejaban de la acera, Ari sabía que sería la última vez por un tiempo... si es que alguna vez lo fue.
Unos instantes después, el conductor introdujo la limusina en el aeropuerto, justo en la pista, y se detuvo ante un jet privado.
Lillian se acercó y le apretó la mano, sonriendo: —¿Estás lista?
Ari asintió. Agarró la mano del conductor y dejó que la ayudara a salir de la limusina. Dos hombres vestidos de traje se encontraban en la parte superior de las escaleras, justo fuera del avión, y otro hombre se encontraba en la parte inferior. Le tendió la mano, sonriendo: —Bienvenida, señorita Douglas.
Luego la guió hacia las escaleras. Iba a tener que acostumbrarse a ese nivel de atención.
Al final de las escaleras, uno de los caballeros extendió su mano: —Srta. Douglas —la ayudó a entrar en el avión mientras el otro la veía.
«¿Cuántas personas hacen falta para llevar a una futura princesa en un jet privado?» Sonrió para sí misma, pensando en el viejo chiste.
En cuanto tomó asiento, una silla giratoria, se acercó una azafata: —¿Algo antes del despegue?
—¿Coca Zero? —Ari respondió, sin estar segura de poder conseguirla en Estrea.
La azafata sonrió: —Enseguida.
Tomó la orden de Lillian y luego se dirigió hacia la parte trasera del avión.
—Entonces, ¿qué piensas hasta ahora? —preguntó Lillian, sentada frente a ella.
Ari levantó una ceja, inclinando la cabeza hacia un lado.
—Tiene sus ventajas.
No se atrevía a decir que estar comprometida con la realeza tenía sus ventajas. Por alguna razón, esa parte aún no era real para ella. Pero sabía que cuando conociera al Príncipe Grayson, lo haría.