Ari se deslizó en la limusina junto a la mujer y tomó la larga y acanalada copa de champán que le ofreció. Aunque no bebía, necesitaba una ahora.
—Me llamo Lillian Durling —saludó la mujer con un ligero acento británico. Tomó un sorbo de su champán.
—¿Y tú eres? —por su acento, Ari pensó que probablemente era de Estrea, pero quería saberlo con seguridad.
La mujer rellenó el vaso de Ari: —Soy Lillian, su nueva compradora personal —extendió los brazos mientras una amplia sonrisa se dibujaba en su rostro—. ¡Nos vamos de compras!
Ari sonrió: —¿Te ha enviado mi prometido?
Tuvo cuidado de no decir su nombre por si el conductor no era de Estrea.
—¡¡¡Ahhh!!! ¡Estás aprendiendo! —se inclinó hacia delante de forma conspiradora—. Sí, así es. Quiere que te lleve de compras para conseguirte todo lo que necesitarás para ser una princesa de Estrea.
Ari se dio cuenta de que la mujer dijo «ser una princesa» y no «sentirse una princesa». En ese momento, se dio cuenta de lo diferente que iba a ser su vida a partir de ese momento.
—¿Adónde? —preguntó el conductor, levantando las cejas por el espejo retrovisor.
Lillian sonrió, mirando a los ojos de Ari: —¡Cómo que a dónde, la Quinta Avenida, por supuesto!
Sí, la vida de Ari acababa de cambiar a lo grande.
—Sí, señora. —El conductor hizo unos cuantos giros bruscos y pronto se dirigieron a Manhattan. Ella se inclinó hacia delante, con la preocupación coloreando sus ojos.
Lillian se sentó y sonrió: —Sé que es un gran cambio para ti y soy consciente de tus circunstancias. Pero sigue mi consejo y disfruta del viaje. Después de todo, ¡vamos a ir de compras a la famosa Quinta Avenida!
Ari asintió, sabiendo que tenía razón. Después de todo, se iba a casar con el príncipe heredero de Estrea. Y eso iba a ocurrir, le gustara o no. También podría disfrutar del viaje, como sugirió Lillian. Sólo deseaba tenerlo todo: estar con su hermana y que la cuidaran también. Ni una cosa ni la otra. Pero sabía que había tomado la decisión y había hecho lo mejor para su hermana, y se alegraba de ello.
Ari levantó su vaso hacia Lillian: —Tienes razón. Gracias por el recordatorio.
Lillian asintió con la cabeza y su sonrisa se desvaneció: —Siento mucho lo de tu hermana, pero está en buenas manos. Se pondrá bien.
Ari asintió: —Me sorprende que la conozcas.
Volvió a sonreír mientras inclinaba la cabeza hacia un lado: —Es mi negocio saber. Ahora... —se inclinó de nuevo hacia delante, con la emoción en su voz—. ¿Qué te gustaría comprar?
Ari sonrió. La emoción de Lillian era contagiosa: —¿Qué voy a necesitar?
—¡Aaahhh! ¡Esa es la pregunta correcta! —Lillian se sentó de nuevo en su asiento—. Estás aprendiendo —comentó. Tomó un sorbo de su champán y dijo: —Vas a necesitar vestidos de día, trajes de noche, lencería, perfumes, abrigos, jerséis. Luego vamos a necesitar ropa de verano...
La lista continuó, pero Ari sólo prestaba atención a medias, hasta que dijo: —... y un vestido de novia.
Entonces Ari levantó la cabeza.
Lillian ladeó la cabeza: —¿Qué tienes en mente?
—Bueno, eso depende de si va a ser una ceremonia pequeña o grande —indagó. La emoción empezó a invadirla al darse cuenta de que dentro de unos días le daría el «sí quiero» a un desconocido delante de una iglesia llena de gente que no conocía. Deseaba que su madre y su hermana pudieran estar allí, pero por el momento era imposible.
Lillian sonrió y tomó un sorbo de su champán: —Como he dicho, estás aprendiendo. Esta ceremonia será pequeña. Sin embargo, puedes tener una ceremonia más grande más tarde con tu familia, si quieres —sonrió, inclinando la cabeza hacia un lado—. Estoy segura de que a tu prometido no le importará.
Ari negó con la cabeza: —No, gracias. No será necesario. —Luego sonrió, decidida a sacar lo mejor de la situación. Pero era bueno saberlo por si cambiaba de opinión—. Bueno, en ese caso, creo que un vestido sencillo, hasta el suelo, con un velo de encaje, no de tul, estaría bien.
Lillian asintió: —Creo que sería maravilloso. Y sé de un lugar en Manhattan que tiene encaje vintage —una amplia sonrisa se dibujó en su rostro—. Será perfecto.
Ari sabía que tenían un poco de camino, y quería saber más: —Suena genial… ¿Eres de Estrea?
Lillian sonrió, asintiendo: —Sí, así es. ¿Qué te gustaría saber?
Definitivamente era una lectora de mentes.
—¿Cómo es?
—Es una nación soberana cerca de Luxemburgo. Tenemos las cuatro estaciones completas. Ahora mismo, está cubierto de nieve con árboles de hoja perenne. Perfecto para la Navidad. En otoño, las hojas cambian de color. En verano, es agradable, sin demasiado calor.
Ari sonrió, le encantaba cómo se le iluminaban los ojos cuando hablaba de su país. Supuso que todo el mundo se sentía así con su tierra natal.
—Suena maravilloso.
Lillian sonrió: —Es lo mejor. Es hermoso y, en la época calurosa, tenemos todo lo que tendrías aquí.
—Estoy deseando verlo —Ari sonrió, disfrutando de oír hablar de Estrea a través de sus ojos.
Pronto entraron en la famosa Quinta Avenida. Pasaron por delante de Versace, Bergdorf Goodman, la catedral de San Patricio, Saks Fifth Avenue y mucho más. Ari había estado ahí para mirar, pero nunca podría permitirse comprar... y menos en un viaje relámpago de compras.
—Deténgase aquí —le indicó Lillian, y el conductor se detuvo frente a Prada—. ¡Bien! Aquí estamos —anunció. Miró a Ari mientras una mirada triunfante se extendía por su rostro—. ¿Estás preparada para esto?
Ari sonrió. La emoción de Lillian era contagiosa: —Tan lista como voy a estar. Vamos a hacerlo.
Lillian se rió, con los ojos brillantes: —¡Sí! ¡Vamos!
Pasaron la tarde de compras. Para cuando terminaron, unas horas más tarde, tenía un armario completamente nuevo, con docenas de sujetadores y ropa interior, con instrucciones estrictas de Lillian de quemar las viejas. A Ari le gustó mucho.
—¿Serás también mi compradora personal en Estrea?
Lillian enlazó los brazos con ella: —Sí, querida. No podrás deshacerte de mí fácilmente.
—Cuento con ello.
Sería bueno ver una cara amiga cuando llegue a Estrea.