El hombre solitario
Sally Brin
Mi nombre es Sally Brin, médico genetista, por mucho tiempo pensé que sería imposible cumplir el mayor sueño de mi vida, el ser madre. Todos a mi alrededor tienen la idea de que soy una mujer enérgica, altiva y alegre, pero como se equivocan. A veces cuando llego de mi trabajo me hundo en la soledad de mi departamento, mi ex esposo me abandono por no poderle dar familia y eso hizo que me aferrara a la única esperanza que tenía para poder ser madre. Estudie e investigue durante años, cree un tratamiento que increíblemente ayudó a una mujer a embarazarse y ese bebé nació sano. No puedo explicar lo que sentí la primera vez que vi a sus padres con el bebé en brazos, mis ojos se humedecieron de alegría por ellos porque su alegría podría ser algún día la mía.
Estaba convencida de ser la segunda madre en someterse al tratamiento, pero tenía un problema, necesitaba un hombre que donara su e*****a. Fue así, que a mi mente vino la imagen de un hombre muy atractivo que conocía a la familia de mi hermano, habíamos coincidido en los cumpleaños de mi sobrina Sophie, él era un padre para ella, pues en el pasado había tenido una relación con mi cuñada en el tiempo que estuvo separada de mi hermano Elian. Ese hombre era solitario, demasiado atractivo e inteligente, estaba maravillada con él, fue entonces que encontré la manera de acercarme.
Al principio me las arreglé para que aceptará ser mi donante, le explique que mi deseo era que mi hijo tuviera buenos genes, no sólo en lo físico si no en lo intelectual también. Pero después de la nada un día apareció en mi departamento y me dijo que no lo haría, no sería el donante. Sentí como todo mi mundo se vino abajo, algo en mi interior deseaba que él fuera el padre de mis hijos, ¿sería que él me gustaba? Ese día estuve bebiendo algo de vino en mi departamento, supe por mi sobrina que él estaría quedándose unos días en la Capital pues era el presidente del país. No se como tuve el valor para hacerlo pero en cuanto abrió la puerta de su habitación de hotel me abalance a sus brazos, lo besé como si fuera el único hombre en la tierra y sorpresivamente me correspondió besándome como si yo fuera la única para él, fue una noche que tengo grabada en lo más profundo de mi memoria y se que jamás podré olvidarla.
Danilo me gustaba, lo comprobé esa noche. Pero también comprobé que era el hombre más egocéntrico, frío e insensible de todo el planeta.
Aún lo recuerdo como si fuera ayer. Me había despertado ese día con una jaqueca tremenda, abrí mis ojos para darme cuenta que esa no era mi habitación, luego mi memoria rebobino rápidamente que me encontraba en ¡la habitación del presidente del país!
Me llevé las manos al rostro, ¡como se me había ocurrido algo así!
Sumida en la vergüenza me puse de pie, cuando me giré vi que él no estaba. Era mi oportunidad de escabullirme y huir de ese lugar, había sido un grave error haber tenido relaciones con él. Maldita sea. Me vestí tan rápido como pude. Cuando estaba segura de que nada más podría estar peor, me di cuenta que estaba equivocada.
Danilo estaba de pie junto a una mesa en el recibidor de la habitación, junto a él estaba otro hombre sentado en una silla, se me hacía conocido de algún lugar, pero no sabía de dónde. Nuestras miradas se encontraron y volví a sentir espasmos en mi vientre bajo, Danilo era jodidamente un dios en la cama, lastima que tuviera ese carácter.
—Sally —habló, carraspeé sin apartar mi mirada de él —te presentó a mi primo y abogado Javier Cuellar, es quien lleva todos mis asuntos legales y personales.
Él hombre de unos treinta aprox. Sonrió de manera ligera a manera de saludo, se puso de pie y me extendió su mano, hice lo mismo por cortesía.
—Mucho gusto señorita.
—Si necesitan espacio para hacer sus cosas, ya me voy, hagan como si nunca me hubieran visto aquí —sonreí con sorna, era una indirecta para Danilo ya que no pensaba volver a verlo.
—Espera… —escuché su voz demandante deteniéndome en seco cuando quise dar un paso hacía la puerta —antes de que te vayas necesito que firmes algo.
Alcé una ceja.
—¿Cómo dices? —pregunté indignada, ¿a qué iba todo esto?
—Señorita Brin, tome asiento por favor, le explicaremos.
Negue con la cabeza.
—No quiero, explíquenme ahora que es lo que se supone debo firmar.
El abogado de Danilo carraspeó mirándolo, ambos se dirigieron una mirada, Danilo sólo se limito a asentir, pero no volvió a mirarme.
—Comprenderá que Danilo es el presidente del país, es un hombre soltero, respetable y con una imagen intachable, necesitamos tener la seguridad de que no armara un escandalo en el futuro, eso perjudicaría la carrera política del presidente.
Sonreí burlesca.
—¿Es en serio? —mi pregunta fue para Danilo.
Me miró con frialdad, esa no era la mirada del hombre que admiraba mi cuerpo mientras al mismo tiempo lo besaba y gemía en mi oído todo su placer.
—Tú viniste a entregarte a mí, quise detenerte pero eres demasiado terca, este es un convenio de confidencialidad, sólo firma Sally, nadie tiene por que saber con quien me acuesto.
Suspiro incrédula sintiendo como mi sangre comienza a hervir de coraje.
—¿Soy demasiado terca? Ayer no parecías intentar detenerme… —sentencié —Sally, gime para mí, así… más… ahhh —comencé a sentir el dulce sabor de la venganza al ver como su rostro paso a un color rojo intenso como el tomate.
—Eso es demasiada información, señorita, sólo firme.
—Bien, firmaré —comienzo a leer el dichoso contrato, mi enojo se acrecienta al leer una de las cláusulas donde según ellos me comprometía a notificar cuánto antes en caso de existir un embarazo y ambos padres decidirían sobre el futuro de ese hijo, fulminé a Danilo con la mirada —añádele una cláusula más a este estúpido contrato, que entiendo es para que puedas protegerte, ¿pero a mi quien me protege? Que la clausula diga que no te volverás a acercar a mí, ni volverás a dirigirme la palabra nunca más, ¿entendido? Y usted, para su información estoy imposibilitada para tener hijos así que esta cláusula está de más.
Caminé hacia la puerta dando tremendo portazo, pero antes de que pudiera girarme hacía el pasillo, él me detuvo tomándome de la mano, ese fue un movimiento que no esperaba.
—¿No has terminado de humillarme?
Paso saliva.
—Lo siento, pero entenderás que como el presidente del país no puedo exponer mi vida privada, tal vez me ha faltado tacto, no quiero que me odies tampoco.
Suspiré.
—No te preocupes, no se volverá a repetir jamás, no entiendo como es que mi cuñada sobrevivió tres años a tu lado, para ti todo es contratos y más contratos… pero nada de sentimientos.
Baja apenas un segundo la mirada.
—Soy el presidente del país —me suelta la mano —a veces hay que sacrificar unas cosas por otras.
Asiento.
—Doy las gracias por qué mi hermano prefiriera alejarse de la política para estar con su familia.
—Es la diferencia entre Elian y yo, yo no tengo una familia.
Me quedo mirándolo mientras regresa a la habitación, llevo mi mano al pecho, compadeciéndome de su solitaria vida que es igual a la mia.